El mundo en manos de Trump
Incertidumbre es la palabra que más define por ahora la política exterior de Estados Unidos tras la victoria de Donald Trump, debido a la profusión programática y a la ausencia todavía de líneas de acción claras que indiquen que las declaraciones electorales eran algo más que propaganda. Desde la presidencia de Estados Unidos es el momento de establecer prioridades y tejer alianzas. ¿Aplicará Trump el principio propuesto durante la campaña que los países que se benefician de la protección de Estados Unidos, paguen por ella? El diseño de las políticas basadas en el eslogan “Make America Great Again” es aparentemente simple. Ahorrar en política exterior y en la protección de sus socios y aliados, y destinar ese ahorro a Defensa y a inversiones para proteger a los ciudadanos norteamericanos y a sus empleos.
Establecer prioridades debería ser el punto de partida de la política exterior. Considerando todos los frentes que Trump ha abierto en su campaña (insultos, despropósitos y desprecios aparte) no es tarea fácil. En el ámbito multilateral, el frente más importante es la negación del cambio climático. Trump relacionó el incumplimiento de los compromisos de reducción de emisiones con el crecimiento de la economía doméstica vinculada al carbón: “América Primero”. El presidente electo podría proponer abandonar el Acuerdo de París establecido para reducir emisiones, aunque por el momento aún no le toca asistir a la reunión de jefes de estado, la próxima semana en Marrakech.
En el ámbito bilateral y de los acuerdos comerciales, el de México es uno de los más complejos, si pretende modificarlo, ya que su revocación exige la aprobación del Congreso. Trump amenaza con levantar aranceles de manera unilateral del orden del 35%, y construir un muro pagado con las remesas de los emigrantes para evitar los cruces transfronterizos. La respuesta de México, de momento, se limitó a invitar al Trump candidato pero, de materializarse, las amenazas del nuevo presidente conducirían a la total obstrucción del comercio en Norteamérica, con graves consecuencias para las inversiones de Estados Unidos en México. También en el ámbito bilateral, la política de Trump hacia Cuba sería retroactiva de los acuerdos alcanzados por Barack Obama, tanto por la posición contraria republicana como por la compensación por los votos anticastristas de Florida.
Más fácil sería no concluir la negociación del Acuerdo Transatlántico con la Unión Europea, en parte por el desinterés de la propia UE que, en función de los resultados electorales en Francia y Alemania en 2017, dejaría morir el proceso de negociación. Sin embargo el Reino Unido podría tener interés en cerrar en solitario este acuerdo con Estados Unidos una vez se hubiese completado su salida de la Unión Europea. Así, la UE vería como su antiguo socio obtiene ventajas de tal relación, cuando ha sido el populismo europeo el mayor responsable de la defunción del TTIP.
Un poco más complicada sería la no ratificación del Acuerdo Transpacífico de Asociación, cuyo impulso final vino conjuntamente de la mano de Obama y Shinzo Abe. Japón se podría ver perjudicado por la no consecución del acuerdo y tendría mayores dificultades para mantener su papel de tapón económico frente a China. Adicionalmente, este cambio pondría en dificultades también la seguridad en la zona ya que Trump no acepta que Estados Unidos gaste en la protección de países ricos, como Japón o Corea del Sur, para contener la expansión del poder regional de Pekín en su frente del Mar Meridional de China.
En el ámbito unilateral, el establecimiento de aranceles a las importaciones de productos procedentes de China, aunque puede ser aparentemente más fácil de implementar, también tendría un coste económico para Estados Unidos. Probablemente, la administración Trump se vería obligada a compensar las posibles reacciones que estos aranceles provoquen en China, en otros países asiáticos, e incluso en la misma industria norteamericana, ya que las exportaciones de China tienen una proporción elevada de insumos de otros países que son socios de Estados Unidos. En última instancia, también los consumidores estadounidenses se verían perjudicados al elevarse los precios de los productos sin que tales costes claramente identificados tuviesen una contrapartida clara en los difusos beneficios en puestos de trabajo conseguidos como consecuencia del mayor proteccionismo. Tampoco es menor, la reacción esperable de Pekín a este proteccionismo de la nueva administración, teniendo en cuenta la capacidad de China de generar problemas financieros a Estados Unidos ya que posee una parte importante de su deuda.
Otro de los cambios apunta directamente al legado internacional del actual inquilino de la Casa Blanca. Trump podría denunciar el acuerdo nuclear con Irán y el fin de las sanciones, dadas las presiones de dos de sus socios regionales, enemigos entre si, Arabia Saudí e Israel, pero a su vez más enemigos de Irán. Por ello ven en tal acuerdo un riesgo para su propia seguridad. Además, también hay que ver cómo piensa afrontar el nuevo presidente la amenaza de Estado Islámico, cuyo origen ha atribuido en campaña a las acciones de Barak Obama y Hillary Clinton.
Rusia no deja de ser un capítulo importante en la política exterior de Estados Unidos, que con Trump puede entrar en una nueva dimensión: Fin de las sanciones a cambio de una pacificación. Rusia podría legitimar así la absorción de Crimea y pactar un statu quo para la zona oriental de Ucrania con influencia y presencia rusa. Este cambio también impactaría de lleno en la seguridad y defensa de Europa, otro de los frentes abierto por Trump, que cuestionó la contribución de Estados Unidos a la OTAN por considerarla excesiva y en beneficio de los demás socios de la alianza. Debilitar a la OTAN también debilita a Estados Unidos.
El cambio de la política exterior norteamericana puede ser tan rápido como el Congreso lo permita allí donde puede establecer limitaciones, y tan inmediato como Trump decida utilizar sus poderes presidenciales sin pasar por el Congreso. Cabe esperar que los congresistas republicanos, que no comparten ni el programa ni las maneras del nuevo presidente electo, operen como un control y una garantía prudencial ante determinados excesos.
En todo caso, habrá una retroacción del multilateralismo desarrollado por Obama, y una vuelta al tradicional unilateralismo de Estados Unidos. Trump tiene dos opciones en política exterior. La primera es no cumplir con sus promesas de campaña, sea porque una vez alcanzada la presidencia, si ese era su objetivo principal, todos los demás pasen a ser secundarios; o bien porque el Congreso y el sistema bloqueen sus propuestas de más riesgo. En este último caso, Trump tendría un buen argumento para justificar su incumplimiento y culpar al sistema ante sus electores. Al fin y al cabo, seguiría comportándose como político, de la misma manera felona que hizo en sus negocios. La diferencia sería que ahora, en lugar de no cumplir con el fisco o sus socios, no cumpliría con sus electores.
Una segunda opción es que realmente cumpla lo prometido en política exterior. Dados los graves riesgos que comporta esta segunda opción, parte del mundo, sus propios electores, el GOP (Grand Old Party) y por supuesto sus oponentes, le agradecerían que se mantuviese en su comportamiento habitual de incumplimiento, tal como hizo en el mundo de los negocios. Así se cumpliría la frase atribuida a Abraham Lincoln, “puedes engañar a todo el mundo algún tiempo, puedes engañar a algunos todo el tiempo, pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”. Quién formuló la frase debió pensar en algún populista y en sus ofertas políticas.
D.L.: B-8439-2012