Uzbekistán y Tadzhikistán: ¿el conflicto que viene?

Opinion CIDOB 146
Publication date: 04/2012
Author:
Nicolás de Pedro, Investigador de CIDOB
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Nicolás de Pedro,
Investigador de CIDOB

23 de abril de 2012 / Opinión CIDOB, n.º 146 / E-ISSN 2014-0843

Uzbekistán está aplicando un bloqueo económico sobre Tadzhikistán y las relaciones entre ambos se están tensando peligrosamente. Desde hace meses, Uzbekistán bloquea el tráfico ferroviario hacia su vecino. Para los tadzhikos es un serio problema. Tadzhikistán necesita atravesar territorio uzbeko para la conexión ferroviaria entre su capital, Dushanbé, y el sur del país, y no sólo para acceder al resto del espacio ex soviético. A esto se ha sumado una nueva interrupción del suministro de gas uzbeko, del que depende casi por completo Tadzhikistán para su abastecimiento energético. Las autoridades tadzhikas advierten ante una posible catástrofe humanitaria caso de que el desabastecimiento persista. Tashkent, por su parte, niega estar aplicando un bloqueo y aduce razones “técnicas”. Pero lo cierto es que, tras un oscuro atentado terrorista de mediados noviembre de 2011, está desmantelando el tendido ferroviario que conecta Termez (en la frontera con Afganistán) con el sur de Tadzhikistán.

El desencuentro entre Uzbekistán y Tadzhikistán viene de antiguo: incidentes y tensiones han sido constantes en estos veinte años de independencia. La disputa por el agua es el eje central del conflicto. Tadzhikistán es pobre en casi todo, pero rico en recursos hídricos. Controla la cabecera del Amu Darya, uno de los dos grandes ríos que abastecen de agua dulce a las repúblicas centroasiáticas. Para hacer frente a su dependencia energética, Dushanbé está construyendo la gran presa y planta hidroeléctrica de Rogún. El proyecto es de tal magnitud y concentra tantos recursos políticos, económicos y humanos que puede hablarse de ‘un país a un proyecto pegado’. Si se completa, Rogún podrá satisfacer no sólo toda la demanda interna sino permitir incluso la exportación de electricidad a Afganistán y, tal vez, a Pakistán. Pese a todo, es un proyecto controvertido dentro del propio Tadzhikistán, aunque no en el espacio público. La población, ya de por sí depauperada, se ve obligada a asumir considerables esfuerzos para financiar esta enorme obra de ingeniería indisociable del régimen de Rajmón. A lo largo y ancho del país, hay cárteles del presidente ataviado con casco y saludando a los obreros que construyen la presa.

El lado uzbeko presenta la presa de Rogún como una grave amenaza para la seguridad de su población -se reducirá el caudal disponible para consumo humano y agrícola, argumentan- y como una futura catástrofe. La zona de construcción presenta alta actividad sísmica y, según los expertos uzbekos, de producirse un gran terremoto, el colapso de la presa provocaría una hecatombe mayor que la del tsunami que asoló Japón en 2011. Lo enconado de las posiciones y la utilización de una retórica emotiva y nacionalista por ambas partes resultan preocupantes. En privado, altos cargos uzbekos no descartan la posibilidad de un conflicto bélico por esta cuestión.

Esta espiral conflictiva se enmarca en el legado envenenado de los arbitrarios trazados fronterizos soviéticos que, entre otros, dejaron fuera de Tadzhikistán sus capitales históricas, Samarcanda y Bujará. Desde entonces, el irredentismo tadzhiko sobre esta cuestión irrita profundamente a Uzbekistán. Dushanbé estima en alrededor de siete millones los tadzhikos que habitan esas ciudades y otras del territorio uzbeko mientras que para Tashkent no alcanzan el millón. Sea cual sea su número real, el auge de los discursos nacionalistas en toda la región hace que muchos uzbekos vean en los tadzhikos una potencial fuente de conflicto étnico que agravaría la situación. La reconocida enemistad entre los presidentes Karímov y Rajmón no viene sino a complicar sobremanera la situación. En la región se cuenta una anécdota, imposible de verificar, según la cual, en una cumbre de la OTSC (Organización del Tratado de Seguridad Colectiva), el ex presidente ruso Medvédev tuvo que interponerse para evitar que llegaran a las manos. No obstante, ambos son, probablemente, conscientes de las inciertas consecuencias que una aventura bélica podría suponer para sus respectivos regímenes autoritarios. Ahora bien, Rajmón difícilmente optará por quedarse de brazos cruzados ante una potencial asfixia del país y, menos aún, considerando el creciente apoyo popular que recibe el opositor, y moderado en su liderazgo, Partido del Renacimiento Islámico.

Si se mantiene el bloqueo, Dushanbé recurrirá a Rusia. No por casualidad Tadzhikistán ha hecho público su malestar a través de su embajada en Moscú. Tadzhikistán también tratará la cuestión con Irán, país con el que lleva años forjando una alianza estratégica con vistas al establecimiento de un eje persófono Dushanbé-Herat- Teherán. La relación con Afganistán y Pakistán no es tan fluida, pero ambos forman parte de la estrategia tadzhika para escapar de su dependencia de Uzbekistán. Dushanbé, como otros actores regionales, aspira a acceder a los flujos globales a través de los puertos pakistaníes de Karachi y Gwadar. Por el norte y el oeste, la orografía es tan adversa, que las opciones de conectar con Kirguizstán o China a gran escala resultan mucho más complejas, si bien las relaciones con el gigante asiático están creciendo rápidamente.

El presidente Karímov ha elegido muy bien el momento para lanzar su órdago. Washington y Londres llevan meses cortejándole. Ante el deterioro de las relaciones con Pakistán, Uzbekistán es la vía de tránsito elegida por EEUU y el Reino Unido para el retorno del material pesado desplegado en Afganistán. El Reino Unido por sí solo necesita trasladar 11.000 contenedores y 3.000 vehículos blindados. Tashkent, por supuesto, está sacando partido de esta situación: algunos medios recogen que Karímov, en el punto de mira de las organizaciones de Derechos Humanos desde hace mucho, ha exigido una visita de Estado al Reino Unido y otra del primer ministro británico a Uzbekistán como una de las contrapartidas del acuerdo. En ausencia de un estallido cruento no cabe esperar grandes presiones sobre Tashkent por ese lado. La UE ni está, ni se la espera, mientras Alemania mantiene una relación estrecha y fluida con Uzbekistán, que incluye el uso de una base militar. Y Afganistán, pese a todo y por sorprendente que pueda resultar, es percibido más como una oportunidad política y económica para los regímenes centroasiáticos que como una amenaza.

Lo que es seguro es que hay una bomba de relojería en la región, y está activada. Cuando las condiciones regionales cambien sustancialmente y actores de mayor orientación islamista y/o nacionalista tomen el relevo al frente de las repúblicas centroasiáticas ex soviéticas, todos los escenarios serán peligrosamente posibles.

Nicolás de Pedro,
Investigador de CIDOB