Moral a medida. El abuso del ‘riesgo moral’ en la crisis del Euro

Opinion CIDOB 185
Publication date: 04/2013
Author:
Jordi Vaquer, Investigador Senior Asociado, CIDOB
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Jordi Vaquer

Investigador Senior Asociado, CIDOB

10 abril 2013 Opinión CIDOB, nº. 185 / E-ISSN 2014-0843

La torpe gestión inicial de la crisis chipriota ratifica la incompetencia del entramado institucional a cargo de los asuntos económicos europeos. Confirma, además, que a esta Alemania de Merkel el papel de líder indiscutido de Europa le queda grande. Berlín nunca pidió ni buscó la hegemonía, más bien al contrario: políticos, empresarios y ciudadanos por igual muestran nulo apetito por asumir responsabilidades europeas mientras no sea estrictamente inevitable. Eso sí, cuando el gobierno alemán se ve obligado, actúa convencido de hacerlo en beneficio de Europa. En un momento de consenso y optimismo respecto al propio modelo económico, nada parece más lógico en Alemania que extenderlo a los socios europeos. Por desgracia, además de responsabilidad y europeísmo, la acción de Berlín aparece teñida de prejuicio cultural, superioridad moral y simple irritación – tres pésimos consejeros.

En Alemania se habla, y mucho, de Europa; más que nunca y con mayor fundamento que en ningún otro lugar. Su Ministro de Finanzas, el genuino europeísta Schäuble, abunda en el discurso de la responsabilidad en la estabilidad del euro. Pero, a la hora de tomar las decisiones prácticas, Berlín debe poner en la balanza la opinión pública germana, los ahorros e impuestos de los contribuyentes alemanes y las oportunidades de unas empresas que miran cada vez más lejos. No se lo pone fácil su Tribunal Constitucional, sito en Karlsruhe, dispuesto a cuestionar elementos básicos del derecho comunitario. Alemania habla en defensa de las normas comunes pero se preocupa sobre todo por el cumplimiento de las reglas de su democracia nacional, como si éstas pudiesen operar sin cambios en el marco de una interdependencia generada por el mercado y la moneda comunes.

El liderazgo alemán se ve limitado, además, por prejuicios e interpretaciones interesadas de conceptos centrales en esta crisis. El del riesgo moral es, tal vez, el que peor daño está causando. Una situación de riesgo moral es aquella en la que una parte puede verse tentada a tomar un riesgo porque su coste afectará principalmente a otros. Su interpretación alemana en la actual crisis está clara: si el Banco Central Europeo y los miembros de la Unión Monetaria garantizan sin límites ni condiciones la deuda de todos los estados de la Eurozona, desaparece el incentivo a resolver los problemas sistémicos en los países periféricos. Por ello, sólo hay que dar las garantías imprescindibles para evitar un derrumbe inmediato de la Eurozona mientras se impone un nuevo y restrictivo marco común y así mantener la presión para que Atenas, Roma, Madrid, Nicosia o Lisboa reformen.

Las turbulencias financieras resultantes de muchas decisiones inspiradas por Alemania causaron prejuicios y riesgos principalmente a otros, mientras Berlín se financiaba pagando incluso por debajo de la inflación. La imposición a las economías periféricas de draconianas reducciones del déficit público en plena recesión es otro ejemplo de riesgos que corren otros por cuenta de las decisiones alemanas. Si, como hasta ahora, no lleva a un ajuste menos sino más destructivo para el tejido económico, los costes no los pagará quien impone la política. Alemania insiste en hacer lo correcto, por ejemplo obligar a los acreedores privados a cargar con parte de la cuenta en Grecia y Chipre, obviando el riesgo defuga precipitada de inversores en las economías periféricas. Ninguno de estos riesgos morales, corridos por cuenta de otros, parece hacer mella en la narrativa alemana en la que convergen ideología predominante e interés propio.

El discurso moral no es patrimonio exclusivo de Alemania. En los Países Bajos y en Finlandia se han adoptado versiones, a veces extremas, del mismo. También han adoptado este discurso las autoridades centrales europeas aunque, dada la nerviosa deferencia del Banco Central Europeo hacia Berlín y el papel subsidiario al que ha quedado relegada la Comisión, sería optimista señalarlas como voz independiente. Más bien se han convertido en una caja de resonancia de este paradigma predominante, lo cual es en el caso de la Comisión particularmente preocupante y sintomático de la acelerada erosión de su papel en el entramado institucional de la Unión Europea.

Resulta paradójico que el desmantelamiento de estructuras de protección social, la devastación de los tejidos productivos o el vaciamiento de los procedimientos democráticos en muchos estados de la Unión Europea resulte nada menos que de un planteamiento moral. Las pruebas del desastre se acumulan, pero no parece que Berlín se disponga a rectificar. Mientras quienes toman decisiones se enrocan en su virtud, los que sufren sus efectos se preguntan qué más hace falta para que opere un cambio de rumbo.

 

El frustrante servilismo ibérico, la ingobernabilidad italiana, la impotencia francesa y la irrelevancia de Bruselas dejan a Alemania sola con sus propias rigideces y limitaciones, incapaz de asumir el liderazgo pero imprescindible para salir del atolladero. Sólo el abandono de un discurso de virtud y moralidad abrirá la puerta a una revisión pragmática que lleve a una nueva manera de aproximar la crisis de la deuda, basada no en la virtud intrínseca de las políticas, sino en sus efectos reales. No se trata tanto de descartar criterios éticos cuanto de abandonar la estéril contraposición de valores (austeridad contra crecimiento, responsabilidad contra solidaridad, lo correcto contra lo justo) que está dificultando la salida del círculo vicioso de recesión y desconfianza que corroe el corazón del proyecto europeo.

 

Jordi Vaquer

Investigador Senior Asociado, CIDOB