México 2012: ¿Un verdadero cambio?

Opinion CIDOB 160
Publication date: 09/2012
Author:
Ignacio Iturralde Blanco, antropòleg investigador del Grup d'Estudis sobre Reciprocitat (GER) i de l'Institut Català per la Pau (ICIP)
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Ignacio Iturralde Blanco,
Antropólogo investigador del Grupo de Estudios sobre Reciprocidad (GER) y del Institut Català per la Pau (ICIP)

19 de septiembre de 2012 / Opinión CIDOB, n.º 160 / E-ISSN 2014-0843

El proceso electoral mexicano ha llegado a su fin. Tras dos sexenios panistas, regresa al poder en México el partido que consiguió perpetuarse por más de siete decenios.

Según las instituciones electorales mexicanas, a las elecciones de 2012 fueron convocados 79,5 millones de electores registrados, llamados a las urnas para renovar a más de 2.000 cargos políticos. La participación fue muy elevada, por encima del 63%, lo que supuso una cantidad superior a los 50 millones de sufragios. Los datos oficiales del Instituto Federal Electoral (IFE), ofrecieron los siguientes resultados: Enrique Peña Nieto del Partido Revolucionario Insitucional (PRI) 38,21%, Andrés Manuel López Obrador del Partido de la Revolución Democrática (PRD) 31,59%, Josefina Vázquez Mota del Partido de Acción Nacional (PAN) 25,41%, Gabriel Quadri del Partido de la Nueva Alianaza (PANAL) 2,29%. Los recuentos para las cámaras alta y baja no arrojaron ninguna mayoría suficiente. Las elecciones, según el máximo tribunal electoral, fueron limpias y no se violaron principios constitucionales como la libertad de voto o la equidad de los procesos electorales.

Aún asi, para los partidos de izquierda y gran parte de la sociedad civil mexicana, lo que se dio antes y durante la jornada electoral fue un fraude a escala nacional: compra indebida de espacios en televisión, radio y prensa; cobertura desigual de la campaña de Peña Nieto, en especial por parte de Televisa; uso de encuestas con fines electorales; rebase del tope de gastos de campaña; compra de votos por innumerables métodos; y desvío de recursos federales para apoyar al candidato priísta. López Obrador afirma tener pruebas de la compra de 5 millones de votos y ha terminado, finalmente, por separarse del PRD, PT y Movimiento Ciudadano, los tres partidos con los que concurrió a estos comicios.

Los medios de comunicación dominantes, los grupos Televisa y TV Azteca, se han visto atrapados en el ojo del huracán de esta polémica, acusados de participar activamente en el apoyo del candidato del PRI. En lugar de informar con equidad e imparcialidad, estas cadenas de televisión no han sido capaces de disipar las dudas sobre su dirección editorial y el reparto de tiempos en el aire. El caso más significativo lo protagonizó Televisa al cubrir la visita de Peña Nieto a la Universidad Iberoamericana (“la Ibero”). Ese día, un grupo de estudiantes protestó notablemente durante el acto, pero el noticiero de la televisora informó falsamente: primero, minimizándolo, y, segundo, haciéndose eco de unas declaraciones de un senador del Partido Verde, que forma coalición con el PRI, según las cuales solo se habían registrado pequeñas protestas promovidas por agitadores venidos de fuera de esa universidad. Ese fue el inicio del #YoSoy132. Este movimiento social estudiantil, que se considera a sí mismo una red social –en toda lógica de significado–, toma su nombre de los 131 jóvenes estudiantes de la Ibero que, después de esta movilización, se autoinculparon del hecho a través de un vídeo y que, al hacerlo, denunciaban asimismo la manipulación informativa de los medios de comunicación, fuertemente concentrados en México.

Por su parte, la activa participación de la sociedad civil mexicana también se ha hecho sentir en los medios de información. Además de los encorsetados debates oficiales de mayo y junio, dos movimientos sociales fueron capaces de organizar sendos encuentros de candidatos presidenciales y difundirlos por internet: en primer lugar, el auspiciado por el poeta Javier Sicilia y las víctimas de la “guerra” contra el narco; y, en segundo lugar, el evento promovido por el movimiento juvenil #YoSoy132, en el que el candidato priísta se negó a participar.

La violencia, sin embargo, no dejó de estar presente en la campaña electoral con el asesinato de un candidato a diputado local del PRD y el de un simpatizante del PAN. También durante la jornada electoral hubo violencia. El pasado 1º de julio, se denunció que pistoleros habían secuestrado a indígenas rarámuris para hacerles a votar por el PRI o que comunidades rurales fueron obligadas a votar en bloque a un único partido. Y, desgraciadamente, también está surgiendo pasados los comicios, como el ataque con armas de fuego a la casa de un diputado perredista, entre otras.

Recapitulando, la manipulación de los medios de comunicación, la violencia y las múltiples sospechas de fraude siguen lesionando la calidad democrática del sistema político mexicano. Antes del sufragio, ya se vertieron acusaciones cruzadas de compra de votos, financiación irregular y pagos a medios de comunicación. Ahora, una vez pasada la contienda, los indicios de haber rebasado en muchos millones de pesos los límites de gasto en campaña, la manipulación de las encuestas –se publicaron infinidad de ellas, hasta un total de 14 diarias, según El País– y la entrega por millares de tarjetas con crédito de una cadena de supermercados afín al PRI, así como de monederos electrónicos prepago, empañan los resultados e inoculan la carcoma que corroe el sistema democrático y debiera poner en solfa todas sus instituciones.

Lamentablemente, la historia de las elecciones en México se va a seguir contando como una serie de ocasiones perdidas de consolidación institucional. Si no siempre el resultado es una flagrante regresión democrática, como en 1988, sí que se incurre en un repetido coste de oportunidad cuando no se aprovecha una contienda electoral para instaurar y renovar la normalidad democrática que, en última instancia, legitima el sistema político y permite afrontar sus problemas más comunes, entre ellos la corrupción. Cabe cuestionarse, en definitiva, si realmente los dos mandatos panistas han conseguido modificar en algo las estructuras de poder y lealtades que mantuvieron al PRI en el poder más de 70 años. Y preguntarse, finalmente, si ahora que Peña Nieto se esfuerza por presentarse como el abanderado de un nuevo PRI, va a existir esa voluntad de renovación, la voluntad real de democratizar unas instituciones y unos medios de comunicación de los que, finalmente, queda la sospecha de haber contribuido abusivamente a auparlo a la presidencia.

Ignacio Iturralde Blanco,
Antropólogo investigador del Grupo de Estudios sobre Reciprocidad (GER) y del Institut Català per la Pau (ICIP)