La política de seguridad y defensa de la gran coalición
Un nuevo dinamismo para Alemania, un nuevo impulso para Europa. Esa había sido la promesa de la Gran Coalición de cristianodemócratas (CDU/CSU) y socialdemócratas (SPD) en marzo del 2018, al comienzo de la legislatura que seguía la firma del acuerdo para un gobierno de coalición. Sin embargo, en el ámbito de la política de seguridad y defensa poco se ha conseguido. En lugar de efectuar una contribución decidida y ambiciosa a la seguridad de Europa, a la altura del país más grande y poderoso del continente, los socios de la coalición gobernante han trasladado muchas de sus pugnas internas al terreno de la seguridad y la defensa. A diferencia de lo sucedido al comienzo de la Gran Coalición precedente (2014-2018), este Gobierno no ha logrado hasta ahora transmitir dinamismo y energía a la política de seguridad. Ciertamente, en el nivel del trabajo específico ha habido continuidad en muchos temas, y en algunas ocasiones se han registrado nuevas iniciativas. Sin embargo, ha quedado de manifiesto que el denominado “consenso de Múnich” en materia de seguridad –alcanzado en el 2014– ha dejado tras de sí más preguntas que respuestas.
El “consenso de Múnich” y el legado de la anterior Gran Coalición
En la Conferencia de Seguridad de Múnich de febrero del 2014, la Gran Coalición que por aquel entonces acababa de formar Gobierno, lanzó al mundo el mensaje de que en el futuro Alemania buscaría implicarse en la defensa de la seguridad internacional de manera “más temprana, más decidida y más sustancial”. Frank-Walter Steinmeier, del SPD y entonces ministro de Asuntos Exteriores, Ursula von der Leyen, de la CDU y entonces ministra de Defensa, y Joachim Gauck, el entonces presidente de la república, estaban de acuerdo: Alemania debía “asumir más responsabilidad internacional”, lo cual exigía, entre otras cosas, una política alemana de defensa más operativa y eficaz. En sus discursos, los tres subrayaron que Alemania debía cargar sobre sus hombros la parte de la seguridad internacional y de la paz mundial –también en el ámbito militar– que le correspondía de acuerdo a los beneficios (también económicos) que había obtenido y seguía obteniendo de las operaciones militares de otras naciones. La Gran Coalición parecía pues unida en sus esfuerzos por desarrollar una nueva concepción para Alemania de las cuestiones de política de seguridad y defensa.
Y, efectivamente, durante los siguientes meses y años, dicha promesa no se quedó en meras palabras. Alemania mostró claramente más compromiso sustancial en diversas de las crisis que sucedieron en los años posteriores. El Gobierno se implicó a la cabeza de Occidente en la crisis de Ucrania. Asumió el liderazgo diplomático del “Cuarteto de Normandía” y tuvo un papel muy activo en el seno de la OTAN. Entre otras cosas, en el marco de la operación “Presencia Avanzada Reforzada”, las fuerzas armadas alemanas –la Bundeswehr– asumieron el mando de un batallón estacionado en Lituania que asegura el flanco oriental de la OTAN. También respondieron activamente a la intensificación del terror islamista en Oriente Próximo y en África, y lo hicieron con gran resolución: el gobierno alemán decidió rápida y pragmáticamente apoyar a los peshmergas kurdos con armas y municiones en su lucha contra Estado Islámico. Tras la invocación por Francia de la cláusula de defensa mutua europea recogida en el artículo 42, apartado 7, del Tratado de la Unión Europea, la Gran Coalición decidió en el corto plazo de una semana, proporcionar hasta 1.200 soldados, seis aviones de reconocimiento Tornado y una fragata para la lucha contra Estado Islámico. En el marco de la Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de las Naciones Unidas en Malí (MINUSMA, por sus siglas en francés), Berlín extendió en el 2016 la intervención de la Bundeswehr al norte del país y asumió así mayores riesgos que en anteriores misiones de adiestramiento y observación en África. Esa mayor ambición del Gobierno alemán en el campo de la política de seguridad encontró reflejo también en los gastos en defensa. Tras años de recortes y de estancamiento del presupuesto de defensa, la Gran Coalición inició en el 2016 el denominado “cambio de tendencia”. La decisión respondía a la constatación, gracias a las nuevas intervenciones, de que a causa de graves déficits de equipamiento, la Bundeswehr se encontraba al límite de su capacidad operativa.
Por lo tanto y en suma, a partir del 2014 y los años que siguieron, parecía que bajo la dirección de CDU/CSU y SPD Alemania debía cerrar la distancia entre lo que el Gobierno de Berlín consideraba necesario hacer en materia de seguridad y lo que estaba dispuesto a hacer por si mismo. Aun cuando ese proceso de ajuste en la política de seguridad venía empujado ante todo por las crisis externas y, frecuentemente, era fruto de la necesidad, el compromiso alemán se interpretó, sobre todo en el extranjero, como una señal de que en Berlín se había alcanzado un nuevo consenso en lo tocante a la seguridad.
La campaña de las elecciones generales y las negociaciones de coalición
Nada más lanzar la campaña de las elecciones generales del 2017, se puso de manifiesto que ese nuevo consenso en el campo de la seguridad –el citado “consenso de Múnich”– tenía los pies de barro. De ello se desprende que en Alemania, sigue sin existir una comprensión común efectiva de lo qué significa concretamente asumir “más responsabilidad” en la realización de las ambiciones alemanas en la seguridad y la defensa. Continúa siendo sumamente controvertido definir cuándo, cómo y para qué debe emplear Alemania sus capacidades militares, así como si el país debe desarrollar una cultura estratégica similar a la de Francia o el Reino Unido.
Cabe reseñar que durante la campaña electoral las cuestiones de seguridad y defensa se mantuvieron en un segundo plano y que fueron los temas de política doméstica los que dominaron los debates. Sin embargo, cuando se abordaron dichas cuestiones el debate giró en torno al “objetivo del 2%” de la OTAN1, volviéndose una especie de competición para ver cuál de los partidos alemanes era el más firme defensor de “la paz” y, en consecuencia, estaba más “en contra de la carrera armamentística”. Ninguno de los partidos alemanes planteó verdaderamente la cuestión de cómo, y a qué precio, los europeos podrían garantizar su seguridad en el futuro si llegaba el caso de que los EEUU no estuviesen dispuestos a ejercer de último garante (o al menos, en la medida acostumbrada).
Cada vez más influenciada por las encuestas desfavorables, la socialdemocracia alemana redescubrió sus raíces como “partido de la paz”, a fin de diferenciarse así de Angela Merkel y de la CDU, y como resultado ganar votos. El programa electoral del SPD no dejaba lugar a dudas: menos exportaciones de armas, retirada del suelo alemán de todas las bombas atómicas estadounidenses y ninguna referencia a la modernización enérgica de la Bundeswehr. En este contexto, el entonces candidato a canciller por el SPD, Martin Schulz, rechazó la “lógica del rearme que exigen los EEUU”.Y su compañero de partido Sigmar Gabriel, entonces ministro de Asuntos Exteriores, publicó un artículo en el periódico Rheinische Post que llevaba por título “Las armas no dan seguridad”, en el que mantenía que Alemania tenía que “seguir siendo una potencia de paz y no convertirse en una maquinaria armamentística”. De lo que se trataba, añadía, era de “oponerse al sometimiento de la política exterior a la militarización” preconizada por Donald Trump. Mientras que en el 2014, y por boca de su predecesor en el cargo, Frank-Walter Steinmeier, el gobierno de coalición alemán había apoyado el objetivo del 2% durante la cumbre de la OTAN celebrada en Gales, parecía que ahora el SPD, a diferencia del grupo parlamentario de CDU y CSU, ya no se consideraba ligado por ese compromiso. Y no solo eso, sino que pegaba carteles electorales con el eslogan “Guarderías en vez de tanques”. Era prácticamente inevitable tener la impresión de que los socialdemócratas buscaban rescatar elementos de la campaña electoral del canciller Gerhard Schröder, que en el 2002 había conseguido recuperar simpatías perdidas entre la población gracias al rechazo de la guerra de Irak y la posición crítica con los EEUU.
Sin embargo, esto no ocurrió y a diferencia del 2002, el SPD no logró invertir las expectativas e influir decisivamente en el veredicto de las urnas con su tono antimilitarista. Antes bien, cosechó –con el 20,5%– su peor resultado histórico en unas elecciones generales. La suma de CDU y CSU perdió algo menos de nueve puntos respecto de la anterior cita electoral – hasta el 32,9%, lo que hizo que dejara de ser la lista más votada. Pese a que previamente se había negado a ello de forma categórica, el SPD accedió a regañadientes a reeditar la Gran Coalición como socio minoritario tras vivir el periodo de negociación para la formación de Gobierno más largo de la democracia. El ministerio de Asuntos Exteriores quedó en manos de los socialdemócratas, con Heiko Maas como nuevo titular de esa cartera. Ursula von der Leyen repitió como ministra de Defensa cristianodemócrata, pero tras su marcha a Bruselas para presidir la Comisión Europea, fue sustituida en verano del 2019 por la entonces presidenta de la CDU, Annegret Kramp-Karrenbauer.
En el marco del acuerdo de coalición para la formación de gobierno, los partidos firmantes se pronunciaron a favor de una decidida y sustancial política exterior y de seguridad que sirviese a la causa de una Europa más independiente, que estuviese dotada de una mayor capacidad de actuar a escala internacional y que al mismo tiempo, estrechase los lazos con los EEUU. Alemania –se decía en ese documento– debe “seguir siendo trasatlántica y hacerse más europea” y ha de “asumir más responsabilidad propia por su capacidad de seguridad y de defensa”. No se establecía explícitamente como meta invertir en defensa el 2% del PIB, pero los socios de coalición se comprometieron a aumentar el gasto en defensa con vistas a solucionar los déficits de capacidad operativa de la Bundeswehr y reforzar la cooperación europea en el ámbito militar. Manifestaron además su propósito de moverse dentro de “la horquilla de objetivos de los acuerdos de la OTAN”. CDU y CSU, por un lado, y SPD, por el otro, acordaron mantener la presencia de armamento nuclear en Alemania, si bien al mismo tiempo, subrayaron que el objetivo a largo plazo era la retirada de las armas atómicas.
Escenarios de luchas partidistas: Siria, exportaciones de armamento, participación nuclear
Si bien en el acuerdo de coalición CDU/CSU y SPD pusieron en común los grandes rasgos de su visión de la política alemana de seguridad y defensa, ello no evitó que desde el comienzo de la legislatura se registrasen continuos y fuertes enfrentamientos entre los partidos por dicha materia. El SPD trataba de tomar un nuevo rumbo en materia de seguridad y defensa, y de hacer valer sus propios planteamientos. La controversia en torno al gasto alemán en defensa, ya evidenciada en campaña, resurgió durante la negociación del presupuesto, lo que fue tan solo el anticipo de una serie de momentos críticos que han plagado la actual legislatura, como por ejemplo, respecto a las exportaciones de armamento, la prórroga y el diseño de los mandatos para la intervención de la Bundeswehr, las relaciones con los Estados Unidos de América, los drones armados, la solución para sustituir a los obsoletos cazabombarderos Tornado y, ligada a ello, la participación nuclear de Alemania en la OTAN. En todas esas cuestiones, la Gran Coalición se ha mostrado profundamente dividida, lo que ha impedido dotar de un rumbo claro a la política exterior. En lugar de dar pasos adelante, el Gobierno alemán ha dado muchos más signos de estancamiento.
El enfrentamiento en el seno de la coalición alcanzó su punto álgido –por el momento– en octubre del 2019, cuando la ministra de Defensa, Annegret Kramp-Karrenbauer, sin un acuerdo previo con el SPD, lanzó públicamente su idea de establecer una zona de seguridad bajo control internacional en el norte de Siria, con participación de soldados alemanes. Previo al anuncio, tan solo había comunicado la idea a su colega de Exteriores, Heiko Maas, a través de un breve SMS. Y este, a modo de revancha, dejó en evidencia a la ministra de Defensa al distanciarse de su propuesta durante una reunión con su homólogo turco, Mevlüt Çavuşoğlu, lo cual tuvo una remarcable repercusión mediática. La escenificación de las disputas ante la opinión pública mundial, llevó al periódico Süddeutsche Zeitung a titular la noticia: “Kramp-Karrenbauer y Maas han expuesto la política exterior alemana a la hilaridad general”.
Menos mediático y ruidoso, pero no por ello menos controvertido, es también el debate sobre la adquisición de drones armados. Así, la coalición en Berlín sigue discutiendo su dimensión jurídica –desde los puntos de vista tanto del derecho internacional como del derecho constitucional– y ética, sin llegar a una decisión sobre su compra. Los argumentos de los partidarios y los detractores no han cambiado esencialmente desde el 2014: el debate se mueve en bucle. Mientras que CDU y CSU están claramente a favor de la adquisición de esas armas y se adhieren a la posición del Ministerio de Defensa y de las fuerzas armadas, entre los socialdemócratas se trata de una cuestión extremadamente controvertida. Si el grupo parlamentario del SPD apoyaría o no la decisión de comprar esos drones es una cuestión que queda siempre abierta y cuya definición se pospone siempre para más adelante.
Otro tema candente es la exportación de armamento. En marzo del 2019, la embajadora de Francia en Alemania, Anne-Marie Descôtes publicó un artículo en el que se expresó con inusual dureza sobre las limitaciones alemanas a la exportación en proyectos armamentísticos comunes, censurando la “arbitrariedad de los debates de política interior”. Manifestó que la política alemana sobre los controles de la exportación era imprevisible, y que existía una gran incertidumbre respecto a si se aplicarían las cláusulas fijadas en el acuerdo de coalición a este respecto, incluso en aquellos casos en los que la participación alemana es muy pequeña. La embajadora manifestó que dicho control sobre las exportaciones no es tan restrictivo como errático, y que se debe más a la política interior alemana coyuntural que a la rigurosa aplicación de los criterios europeos y al pulcro cumplimiento de las obligaciones internacionales. Anteriormente, tanto la canciller Merkel como la entonces ministra de Defensa, von der Leyen, habían abogado por – llegado el caso de necesitarlo– renunciar a las estrictas normas alemanas que regulan la exportación de armamento, en aras de la colaboración europea y a favor del seguimiento de criterios comunes. Sin embargo, la posición de las figuras más relevantes de los socialdemócratas es la de no suavizar en modo alguno esas normas, sino más bien al contrario, endurecerlas todavía más. Aun cuando Alemania y Francia acordaron en octubre del 2019 unas reglas comunes para las exportaciones de armamento, el SPD aspira a endurecer las limitaciones.
Y en el 2020, hemos visto como las desavenencias en materia de seguridad de los socios de coalición se han hecho todavía más agudas. Tras la elección de los nuevos presidentes del SPD, Saskia Esken y Norbert WalterBorjans –que en diciembre del 2019 pasaron a ocupar la jefatura del partido sin haber sido los favoritos, el grupo parlamentario del SPD se ha desplazado retóricamente cada vez más hacia la izquierda. Podría dar incluso la impresión de que en el Parlamento, el SPD hace oposición contra el Gobierno del que él mismo forma parte. En la línea expresada por su jefe de grupo parlamentario, Rolf Mützenich, una de las voces más influyentes en materia de seguridad y defensa, Borjans ha recuperado ahora la demanda de que se retiren de su país las bombas atómicas estadounidenses y que Alemania abandone la fuerza nuclear de la OTAN, con lo que contraviene lo anteriormente afirmado en el acuerdo de coalición. Ambos justifican su posición por su desconfianza respecto al Gobierno estadounidense dirigido por el presidente Trump y su nueva estrategia nuclear. Manifiestan que el presidente de los EEUU es impredecible, cuestiona una y otra vez a Alemania como aliado y no reniega del uso de armas nucleares tácticas. Por tanto, concluyen ambos políticos alemanes, el riesgo actual de una escalada es incalculable. Por el contrario, el grupo parlamentario de CDU/CSU ve la participación nuclear como irrenunciable y no está dispuesto a someterla a negociación alguna. Para la CDU/CSU, la colaboración transatlántica es y seguirá siendo –a pesar de Trump– la columna vertebral de la política exterior y de seguridad alemana.
Las exigencias de Mützenich y Borjans guardan también relación con el propósito de la ministra de Defensa, Kramp-Karrenbauer, de adquirir aviones de caza F-18 estadounidenses que podrían reemplazar a los Tornado en su función de, en caso de guerra, lanzar sobre su objetivo bombas atómicas estadounidenses. El debate sobre qué tipo de aeronave debe sustituir al Tornado es un debate que se prolonga ya varios años y que resulta enormemente complejo. Destacados expertos y representantes del ejército del aire alemán han mostrado su preferencia por el F-35 estadounidense, ya que es también la opción de muchos aliados europeos en el seno de la OTAN, lo que favorecería el objetivo declarado de la Alianza de armonizar sus capacidades. El compromiso alemán de participación nuclear tampoco se vería cuestionado, ya que el F-35 está diseñado para portar armas nucleares tácticas y está certificado con arreglo a criterios estadounidenses. Sin embargo, la anterior ministra de Defensa, Ursula von der Leyen, se mostró en el 2018 contraria al F-35 y dio a entender que prefería una solución europea, el Eurofighter, que sería la opción más acorde al proyecto franco-alemán de un Futuro Sistema Aéreo de Combate (FCAS, por sus siglas en inglés), que en caso de compra del F-35 quizá no podría ser financiado. Fue cuando se vislumbró que la certificación del Eurofighter para la participación nuclear requeriría demasiado tiempo que el Ministerio de Defensa pasó a considerar la adquisición adicional de algunos cazas estadounidenses F-18, que podían ser certificados más rápidamente.
Por largo tiempo, pareció que el SPD prefería demorar la compra –de forma similar a lo que sucedía con el debate de los drones– por lo menos, hasta las siguientes elecciones generales. Parecía que nadie en el partido quería ser responsable de la compra de un avión capaz de llevar armas nucleares, y mucho menos aún, firmar un acuerdo de adquisición de armamento por valor de miles de millones de euros con la administración Trump, ya fuera por la compra de cazas F-35 o, en su defecto, de F-18. Y debido a ello, la decisión se ha dilatado en repetidas ocasiones. No obstante, a finales de abril del 2020, la tensión entre los socios ha reemergido al darse a conocer que la ministra de Defensa, Kramp-Karrenbauer, ha rubricado con el Gobierno estadounidense –y sin acordarlo previamente con el SPD– un pedido de un total de 45 aparatos del modelo F-18. Por fuerte que sea la crítica con la que ha recibido ese anuncio el SPD, también ha resultado muy vehemente, sin embargo, la que han vertido muchos socialdemócratas sobre la actitud dilatante de Mützenich y Borjans. El ministro de Asuntos Exteriores, Heiko Maas, y el portavoz de Defensa del SPD, Fritz Felgentreu, se han distanciado inmediatamente de la iniciativa de sus compañeros de partido y han manifestado con claridad que conduciría a una enorme pérdida de influencia de Alemania dentro de la OTAN, dado que su país podría verse excluido de los debates decisivos sobre desarme y control del armamento.
Continuidad y nuevas iniciativas: Rusia, Libia, defensa europea
Aunque la política de seguridad y defensa de la Gran Coalición se ha visto continuamente alterada por las fricciones políticas entre los socios que la integran, en el nivel del trabajo específico si se han logrado muchos espacios de continuidad, y en ocasiones, incluso se han promovido nuevas iniciativas. A pesar de los muchos temores existentes en el grupo parlamentario de CDU/CSU, no se ha producido una suavización significativa de la posición alemana respecto a Rusia. El SPD no se ha opuesto a la prórroga de las sanciones y ha mantenido su apoyo a la política de “disuasión militar en la OTAN + diálogo político”. El ministro Maas ha recalcado a ese respecto, una y otra vez, que Alemania no alcanzará ningún acuerdo con Rusia sin contar también con Polonia y con los países bálticos y se ha pronunciado a favor de una política europea frente a Rusia.
Pese a las discusiones entre bastidores, algunas bastante enconadas, la coalición ha alcanzado un acuerdo favorable sobre diez mandatos del Congreso para intervenciones de la Bundeswehr en el extranjero. Y de acuerdo a lo pactado en el acuerdo de coalición, se han ampliado los límites superiores del mandato para las intervenciones en Malí y Afganistán, en respuesta a los acontecimientos producidos en esos países. Aunque el grupo parlamentario del SPD se opuso inicialmente a ello, la prestación de formación y asesoramiento a las fuerzas armadas y de seguridad iraquíes se ha extendido en marzo de 2020, en el marco de la misión de la OTAN en el país. No obstante, y como contrapartida, el SPD insistió en poner fin también en marzo de este año a la utilización de aviones Tornado alemanes en la lucha contra el Estado Islámico en Irak y Siria. A pesar de la viva controversia en torno a la cuantía del gasto alemán en defensa, este se incrementó en el 2019 casi un 40% respecto del 2014, al tiempo que la contribución alemana a la OTAN ha aumentado hasta el 1,39%. En su balance de mitad de legislatura, los dos socios de coalición han subrayado que dentro de las posibilidades presupuestarias siguen persiguiendo el objetivo de destinar en el 2024 a la defensa el 1,5% del PIB y de seguir aumentando el gasto en defensa también después de ese año. Sin embargo, hasta la fecha ello apenas se ha traducido en mejoras del equipamiento de la Bundeswehr, que sigue siendo preocupantemente insuficiente. Las fueras armadas siguen estando lejos de la plena dotación que se les prometió.
En el ámbito de la Política Común de Seguridad y Defensa (PCSD) la Gran Coalición ha mantenido prácticamente inalterada la posición de la anterior coalición gubernamental. Los dos socios de coalición coinciden plenamente en su deseo de dar una mayor impronta europea a la defensa alemana. El refuerzo de la PCSD es, probablemente, el principal denominador común que en estos momentos une a CDU/CSU y SPD en materia de seguridad. Por consiguiente, el Gobierno alemán ha sido en los últimos años la fuerza impulsora situada detrás de iniciativas como la Cooperación Estructurada Permanente (PESCO, por su sigla en inglés), el Fondo Europeo de Defensa (FED) y la Revisión Anual Coordinada en Defensa (CARD, por su sigla también en inglés). Sin el compromiso de Alemania no estarían puestas hoy en Bruselas las bases para un amplio cambio del modo en que la Unión Europea, especialmente la Comisión, entiende su papel en lo relacionado con la seguridad militar. Durante la presidencia alemana del Consejo, el Gobierno desea propulsar, entre otras cosas, el proceso de desarrollo de una “brújula estratégica” europea destinada a dar orientación a las pretensiones europeas en el campo de la política de defensa y a la planificación militar necesaria para ello. Ahí debe estar previsto también el intercambio sobre todo lo que se perciba como una amenaza.
El proyecto común más ambicioso hasta ahora de la coalición ha sido la cumbre sobre Libia, convocada por el Gobierno alemán y que se celebró el 19 de enero de este año. En ella, los socios de coalición se mostraron notablemente unidos y tiraron del carro en la misma dirección. La canciller y el ministro de Asuntos Exteriores incluso viajaron juntos previamente a Moscú a fin de convencer al presidente Putin de que participase en la cumbre. Y como resultado el Gobierno alemán ha asumido un papel de liderazgo en los esfuerzos diplomáticos encaminados a paliar el conflicto. Pero ese cometido no se ha limitado a la diplomacia: está previsto que a partir de ahora la Bundeswehr participe también en la misión EUNAVFOR MED Irini, acordada por la Unión Europea con el objetivo de supervisar el embargo de armas decretado contra Libia. A esa tarea se podrá destinar hasta 300 soldados.
Conclusiones
A diferencia de lo ocurrido en los años que siguieron al 2014, la política de seguridad y defensa ha desempeñado en esta legislatura un papel meramente secundario.Ya desde el principio la coalición ha girado primariamente sobre sí misma. El “matrimonio forzado” entre la CDU, su partido hermano bávaro y los socialdemócratas ha estado repetidas veces al borde del divorcio. Ello ha provocado efectos de gran magnitud sobre la política de seguridad y defensa, que se ha convertido en uno de los principales escenarios de las disputas entre los partidos. Del espíritu de alumbramiento de una política de seguridad que movió al Gobierno tras la conferencia de seguridad de Múnich del 2014, poco queda en la actualidad.
Los intentos de los socialdemócratas de desmarcarse en materia de seguridad han encontrado una canciller conservadora que durante sus 15 años en el cargo, rara vez ha mostrado voluntad de liderazgo en el campo de la seguridad. Ese tema prefiere dejárselo a otros. Una de los pocos que en esta legislatura se han atrevido a posicionarse fuera del premioso statu quo de la política exterior, ha sido la anterior presidenta de la CDU y actual ministra de Defensa, Annegret Kramp-Karrenbauer. Aunque sus propuestas –por ejemplo, su idea de crear una zona internacional de seguridad en la frontera turco-siria– no siempre han sido persuasivas, ni siempre han estado bien coordinadas internamente, por lo menos han abordado temas que otros mantenían en una especie de limbo. Sin embargo, su dimisión como presidenta del partido ha hecho que sus aportaciones encuentren menor resonancia, dado que ya no proceden de una futura candidata a canciller.
Las desavenencias dentro de la coalición, así como las luchas entre las distintas alas del SPD, han dado signos de parálisis en el terreno de la política de seguridad de la Gran Coalición, lo que ha puesto de manifiesto, ante todo, lo confuso y controvertido qué sigue siendo dirimir la clase de actor que Alemania desea ser realmente en materia de seguridad y defensa, en el marco de un orden internacional que está cambiando de forma radical. En un mundo que ya no sigue las reglas de juego de los años noventa y en el que los conflictos vuelven a decidirse de forma más violenta, los alemanes continúan sintiéndose un tanto desorientados. La inseguridad de las relaciones trasatlánticas y la vuelta a la política de grandes potencias han conmocionado a Alemania más que a otras naciones europeas, precisamente porque la inclusión en Occidente y la actuación en el marco del orden internacional basado en reglas han sido lo que ha posibilitado a los alemanes volver al escenario internacional y “sentirse a gusto consigo mismos”. Es cierto que los partidos cristianodemócratas y el SPD lograron ponerse de acuerdo en el 2014 en Múnich en la fórmula “Alemania tiene que asumir más responsabilidad internacional”, pero también lo es que respecto al contenido concreto de esa aspiración genérica, existe no solo falta de consenso, sino también cierta consternación. Es de temer que la búsqueda de sentido y de la propia identidad en relación a la política de seguridad y defensa se prolongue a la próxima legislatura. Aunque son muchos en Alemania los que anhelan el final de la actual coalición y ponen su esperanza en una alianza entre los grupos parlamentarios de CDU/CSU y de Los Verdes, lo cierto es que cuestiones como la participación nuclear, las exportaciones de armamento o las intervenciones en el extranjero parece difícil que puedan debatirse de una forma menos controvertida.
NOTAS
1- N. del E.: en el 2014, los estados miembros de la OTAN acordaron que cada uno de ellos incrementaría su gasto en defensa hasta el 2% del PIB nacional en el 2024.