La arriesgada apuesta de David Cameron
Carme Colomina,
investigadora asociada, CIDOB
20 de febrero de 2013 / Opinión CIDOB, n.º 178 / E-ISSN 2014-0843
El primer ministro David Cameron planteó el pasado 23 de enero su visión de una nueva relación entre Londres y sus socios europeos, y anunció la convocatoria en el Reino Unido de un referéndum sobre la pertenencia a la UE para antes de finalizar el año 2017. Cameron lanzó su apuesta al todo o nada. Ligó su futuro político a la fuerza del euro escepticismo. Se trata de una apuesta arriesgada, que ha situado a su partido y a la sociedad británica en un punto de no retorno.
Desde hace más de un año, el primer ministro británico ha llevado su estrategia europea mucho más allá que su mentora política, Margaret Thatcher. Ha exigido la repatriación de competencias, ha recortado aportaciones económicas, bloqueado la acelerada integración política de los países del euro y defendido que la Europa del mercado único siga siendo el núcleo duro de una UE que evoluciona a varias velocidades de integración, apremiada por la supervivencia del euro. Londres se aleja del eje de poder continental, del triángulo constituido por Bruselas-Berlín-París. Un eje que está en el origen de los recelos iniciales del Reino Unido al proyecto europeo. En 1956, cuando los seis países fundadores se reunieron para redactar el Tratado de Roma, los británicos rechazaron la invitación a formar parte de un club “de seis naciones, donde nosotros tuvimos que rescatar a cuatro de ellas de las garras de las otras dos”, según la respuesta que la historia atribuye al primer ministro de la época, el conservador Anthony Eden, que sucedía en el cargo a Winston Churchill.
David Cameron empezó también su discurso del miércoles 23 de enero recordando cómo fueron los británicos los que acudieron a salvar a Europa “en sus horas más oscuras”, a la vez que enterraba la idea de unos “estados unidos de Europa”, como los había soñado Churchill en su discurso en Zurich en 1946, porque para Cameron no existe un “pueblo europeo” como tal. Pero este discurso flaquea en tres puntos concretos. En una Unión Europea, que desconfía profundamente de cada reforma institucional, Londres pide renegociar un Tratado que sólo la canciller alemana Angela Merkel quiere reabrir, pero en sentido opuesto a Cameron: para que exista un mayor control sobre la eurozona. Olvida, además, que cada nuevo tratado negociado en los últimos quince años ha convertido en un calvario el proceso de ratificaciones en las capitales, y en cada uno de ellos se ha ido perdiendo apoyo de la población.
El premier británico debería haber calculado también que las mínimas concesiones que Londres pueda aceptar para permitirse volver a casa con la cabeza alta quizás estén muy lejos del máximo que sus socios europeos estén dispuestos a ceder. Alemania y Francia parecen haber decidido que “la Europa a la carta” ya ha llegado a su límite, y en esta nueva Unión a veintisiete estados, más integrada en la eurozona y con un único centro neurálgico que gira en torno a Berlín, Cameron ya debería haber aprendido que su amenazas de veto han perdido relevancia.
Es evidente que el primer ministro se ha entregado a las tesis del ala más dura de su partido, pero ¿qué le hace suponer que la promesa de un referéndum para el 2017 será suficiente para mantener el euro escepticismo tory a raya? Cameron, que coqueteó con el sector más eurófobo de su partido para hacerse con el liderazgo conservador, ha acabado convertido en su rehén.
Pero el discurso del 23 de enero no era un final de trayecto sino el inicio de una nueva etapa de negociaciones y, si el premier británico juega bien sus cartas, sus tesis pueden encontrar importantes aliados en algunas capitales de la Unión. La última cumbre europea para aprobar el marco financiero de la UE para el período 2014-2020 le marcó el camino a seguir: buscar el consenso con Angela Merkel. Desde finales de enero, la prensa británica insistió que la canciller era la única aliada capaz de conseguir una renegociación del estatus británico en el continente. Así fue también como, en este último consejo europeo, una Angela Merkel interesada en rebajar su factura en el presupuesto comunitario, accedió a algunos de los recortes que Cameron consideraba imprescindibles para ejemplificar en su país que la austeridad también se impone sobre la Europa burocrática que encarnan –según su discurso- las instituciones de Bruselas. Fue Merkel quién le sirvió en bandeja esta victoria simbólica.
Sin embargo, no le sobran motivos a Cameron para cargar contra esta Unión Europea alejada de la ciudadanía, cuestionar la legitimidad democrática de algunas de sus decisiones y advertir del riesgo de fractura, especialmente en el Sur más castigado por la crisis. Según un Eurobarómetro publicado a finales de 2012, sólo un 30% de los europeos percibe la UE en positivo, muy por debajo del 52% registrado hace cinco años. El auge de los partidos populistas y euro escépticos ha sido la traslación política más inmediata de este sentimiento, y la Unión Europea no puede eludir este otro debate, crucial para su futuro.
Con cerca del 30% del PIB británico generado por los negocios del mercado financiero de la City, está claro que Londres tiene unos intereses que defender que no son los intereses del eje Bruselas-París-Berlín. Pero David Cameron tiene la responsabilidad de elegir qué lugar quiere ocupar en esta UE en transformación, embarcada en un proceso de integración económica y política sin precedentes, y hace meses –mucho antes de anunciar este referéndum al todo o nada- que su camino está trazado. “Es como si ya fuésemos 26” -declaraba en octubre del año pasado el ministro de Asuntos Exteriores finlandés, Alex Stubb- “es como si el barco [del Reino Unido] hubiese empezado a alejarse y desde cubierta uno de nuestros mejores amigos nos dijese bye-bye.” Pero serán los británicos quienes tendrán la última palabra, y hay un movimiento pro-europeo transversal política y socialmente que empieza a organizarse.
Carme Colomina,
investigadora asociada, CIDOB