Israel ¿nuevo país de inmigración?
25 de junio de 2008 / Opinión CIDOB, n.º 7
“Qué quiere usted que haga? ¿Piensa que tengo soluciones mágicas para todo?”
Esta pasmosa respuesta es la que dio el ministro israelí del Interior, Meir Shitreet, en una entrevista televisada el 21 de febrero de 2008. La pregunta versaba sobre la reciente oleada de inmigrantes irregulares, sin papeles, que está entrando en Israel a través de la frontera egipcia. La respuesta del ministro constituye una demostración flagrante de la total inexistencia de una política pública, destinada a hacer frente a un fenómeno bien conocido en otros países desarrollados, pero nuevo para el Estado de Israel.
En este sentido, Israel y España se encuentran en situaciones parecidas, aunque en momentos distintos. Ambos relativamente recién incorporados al club de los países desarrollados, con crecientes economías de mercado, que geográficamente están situados al lado de regiones mucho menos desarrolladas. Israel, de hecho, posee una frontera terrestre de casi 300 kilómetros con el continente africano. La frontera con Egipto, por ejemplo, no está cerrada ni excesivamente vigilada, debido a los acuerdos de paz firmados entre ambos estados hace tres décadas. Irónicamente, los frutos de la paz están creando otro tipo de fenómenos, que Israel no está acostumbrado, ni parece que preparado, a afrontar.
En los últimos años, han llegado a Israel, cruzando a pie la frontera egipcia, alrededor de 30.000 personas procedentes de África. Sólo en los dos primeros meses de 2008, se estima que entraron cerca de 3.000 personas. Para un país relativamente pequeño como es Israel (siete millones de habitantes), este hecho no es baladí. Al inicio, conformaban el flujo mayoritariamente personas originarias de Darfur, que huían del conflicto con el Gobierno de Sudán. Pero, últimamente se está notando una mayor diversidad entre los inmigrantes, que provienen de muchos otros países de África Subsahariana, y que cruzan el gran desierto, caminando, hasta llegar a Israel. Allí se presentan en ciudades y aldeas sureñas, o en bases militares de la zona.
Nadie sabe qué hacer con esas personas. Ni cómo llamarlas. Se les tilda de refugiados, aunque no lo son. El Ejército los aloja en tiendas de campaña en sus bases, “temporalmente”. Los que llegan a las ciudades o pueblos del sur de Israel, que no suelen tener muchos recursos económicos, son trasladados a Beer-Sheva, la principal ciudad de la zona, donde se los aloja en hostales, centros cívicos o escuelas. Ningún tipo de financiación llega del Gobierno, por la sencilla razón que no hay una partida asignada para un problema que en el presupuesto general del Estado simplemente no existe. Por tanto, del bienestar de estos inmigrantes se ocupan varias ONG, organizaciones de estudiantes, sindicatos, y el mismo Ejército. Dado que el flujo de personas se acrecienta, los ayuntamientos y ONG han empezado a trasladar a los inmigrantes al norte, hacia Tel Aviv, donde los abandonan a su suerte, en una situación precaria.
La citada entrevista al ministro del Interior fue iniciada por el periodista contando una historia personal. La noche anterior había llegado un bus lleno de inmigrantes a un edificio en construcción de Tel Aviv. La ONG que trasladó a los inmigrantes, los dejó allí, sin más, desatendidos y solos. Los vecinos, entre ellos la hija del periodista, se esforzaron en ayudar, trayendo comida, mantas, etc. A raíz de esta anécdota, el periodista preguntó al ministro si le parecía que los ciudadanos fueran los que tuvieran que afrontar estas situaciones, sin ningún tipo de ayuda o política estatal. Ya conocemos la respuesta del ministro.
A veces sorprende cómo un Estado, al que creemos pendiente de la seguridad de sus ciudadanos, es completamente incapaz e ineficaz a la hora de afrontar un problema, en cierta medida previsible, y que, entre otros, pone en jaque el control de fronteras. La única solución que pudo dar el ministro fue proponer una financiación ad hoc ONG para que se ocuparan ellas de atender a los inmigrantes. Una vez finalizado el programa, y creyéndose fuera de micro, el ministro zanjó el asunto diciendo que si de él dependiese, todas aquellas personas hubieran sido devueltas a sus países, y se hubiera cerrado la frontera con una valla. Parece la típica actitud populista de un político. Porque el fenómeno sigue existiendo, las personas siguen llegando, y el Estado no parece tener una respuesta sólida y coherente para gestionar el reto. Como medida paliativa, el Gobierno decidió otorgar, sólo a 6.000 personas procedentes de Darfur, el título de refugiados y permisos de trabajo. Pero, ¿qué sucede con los que no provienen de Darfur? ¿Y si llegan más de 6,000? Por ahora no hay respuesta. Aún está por ver cómo afrontará el Estado de Israel este fenómeno. Un fenómeno, por cierto, bastante habitual en el mundo globalizado actual, pero que parece que el Gobierno de Israel nunca imaginó que pudiera ocurrir.
Daniel Shenhar
Asistente del Programa Migraciones de la Fundación CIDOB