El conflicto del Transniester. La ‘finlandización’ de Moldavia: una oportunidad para la distensión
6 de junio de 2008 / Opinión CIDOB, n.º 6
Después del momento de tensión acentuada entre Rusia y la Unión Europea que supuso la declaración de independencia de Kosovo y el envío de la misión EULEX, la llegada de Medvedev a la Presidencia de Rusia debería ser acogida con algunos gestos conciliatorios por parte Europea. La UE tiene que mejorar su unidad de acción y actuar con firmeza ante temas de importancia crucial, como la estabilidad del sureste europeo o los suministros de energía, pero a la vez hay que tender puentes que permitan encontrar nuevos espacios de colaboración con Moscú. Ante el aumento de la tensión en los Balcanes, al cual Rusia no es para nada ajena, conviene buscar otros espacios para el entendimiento. Y en Moldavia, un país directamente fronterizo con la Unión Europea, parece que podría tenderse uno de esos puentes.
Vladimir Voronin, el presidente de Moldavia, ha abierto una nueva expectativa de solución del conflicto enquistado del Transniester. No es la primera vez que se vislumbra una posibilidad tangible de solución al conflicto: los fracasos del llamado ‘Memorando Kozak’ (filtrado a la prensa en 2003, unos días antes de la fecha prevista para su firma, y consecuentemente rechazado ante el escándalo originado) y del desafortunado encuentro Putin – Voronin de 22 de junio de 2007 (cuando la perspectiva de una solución rápida se desvaneció ante el desacuerdo entre los dos presidentes), nos obligan a ser cautos ante las señales positivas.
Sin embargo, en una entrevista con el influyente periódico moscovita Kommersant, Voronin dejó entrever su disposición a aceptar lo que tanto en Moldavia como en Rusia se interpretan como las condiciones de Moscú para contribuir a un arreglo definitivo. Voronin declaró que, a los documentos ya aprobados por el parlamento moldavo para permitir la reintegración del Transniester, habría que añadir uno más: una declaración de neutralidad permanente de Moldavia. En la entrevista señala también que la propiedad privatizada legalmente en el Transniester, incluso bajo la legislación transnistria no reconocida por el gobierno moldavo, será respetada en el momento de la reincorporación, y que las deudas del Transniester con Gazprom serán asumidas. Voronin tuvo además duras palabras para el GUAM (Georgia, Ucrania, Azerbaiyán y Moldavia), la organización de estados postsoviéticos que desde 1996 colaboran para ‘defender su independencia y soberanía’, básicamente, ante Rusia. Moldavia, advirtió Voronin, no seguirá en el GUAM ‘como contrapeso ante nadie’.
En otras palabras, para ganarse el apoyo de Rusia a la reintegración del Transniester en Moldavia y la retirada de las tropas rusas, Voronin está dispuesto a aceptar lo que en términos de guerra fría llamaríamos una ‘finlandización’ de su política de seguridad – una neutralidad más o menos impuesta por Rusia y por lo tanto una renuncia a entrar en la OTAN. Está dispuesto también a garantizar los intereses económicos rusos en el territorio y a renunciar a hacer un frente antiruso con otros estados postsoviéticos. El apoyo ruso es imprescindible para la solución, pero Voronin debe además convencer a sus compatriotas de que estas condiciones son un precio aceptable a pagar por recuperar la unidad territorial. Más difícil aún será negociar con el liderazgo transnistrio, que parece gozar del apoyo mayoritario de su población en esta cuestión, de renunciar a su declarada independencia y conformarse con una amplia autonomía en el seno de una Moldavia unificada; para esta negociación, el apoyo ruso es imprescindible (no olvidemos, por ejemplo, que en el último referéndum, celebrado el 17 de septiembre de 2006, la población transnistria no sólo reafirmó su apoyo a la independencia, sino que además expresó su deseo de incorporarse en el futuro a la Federación Rusa). El camino de la negociación se ha abierto, y el líder transnistrio Smirnov y el presidente Voronin se encontraron en abril de 2008 por primera vez en 7 años.
En el pasado la Unión Europea, junto a Estados Unidos y a Ucrania, apoyó a Moldavia para que resistiese a las presiones rusas. Sin embargo, si al liderazgo político moldavo las condiciones rusas le parecen aceptables, y se consigue poner de acuerdo con las autoridades del Transniester, tal vez haya llegado el momento de permitir a Rusia apuntarse en solitario un éxito diplomático que serviría para estabilizar el centro de la región del Mar Negro, en cuyos extremos se encuentran los inestables Balcanes y Cáucaso. No parece un precio demasiado alto para la Unión Europea si a los moldavos satisface la solución. Sin embargo, será imprescindible evitar que el gobierno rumano sucumba a los cantos de sirena de los nacionalistas e imponga a la Unión Europea un papel obstruccionista en el proceso.
La Unión Europea y Rusia tienen en la región del Mar Negro un vecindario compartido. No es razonable actuar en esta cuenca marítima como en un juego de suma cero: tanto en la actualidad como en el futuro, la presencia e influencia de Rusia y de la Unión Europea en Moldavia, Ucrania y Georgia no van a desaparecer, y por lo tanto entrar en una dinámica de rivalidad permanente sólo puede perjudicar a la estabilidad externa y, sobretodo, interna de esos estados. Una solución que brinde al nuevo presidente ruso la posibilidad de apuntarse un éxito diplomático, desactive el conflicto y garantice la independencia e integridad territorial de Moldavia debería ser apoyada por la Unión Europea (y Ucrania, Estados Unidos y la OSCE, los otros miembros del grupo 5+2), mostrando una disposición a cooperar con Rusia allí donde los intereses coincidan. El ejemplo puede servir en más adelante en otros espacios vecinos, como el Cáucaso, o más alejados, como Irán. Rusia debe entender que se la respeta y se reconoce su papel, sin que por ello tenga derecho a veto sobre las acciones de la Unión Europea en ningún país del mundo. La neutralidad ‘impuesta’ a Moldavia, si es aceptada por sus autoridades legítimas, no debe ser ningún obstáculo para su hipotética integración en la Unión en un futuro; al fin y al cabo, en perspectiva, a Finlandia las cosas no le fueron tan mal.
Jordi Vaquer i Fanés
Coordinador del Programa Europa, Fundació CIDOB