Diálogo en Cuba y con Cuba
Francesc Bayo,
investigador de CIDOB
13 de junio de 2010 / Opinión CIDOB, n.º 79
Durante años en Cuba se ha alimentado una épica nacional de la singularidad, fomentada y canalizada por el núcleo dirigente. Así se fraguó un régimen acostumbrado a la movilización con confianza ciega en el liderazgo, donde el poder sólo entendía la oposición como rechazo y no dejaba más espacio a los disidentes que el exilio, ya fuera interior o exterior. Esta misma norma ha imperado para los países que se han relacionado con Cuba, que por lo general han tenido que aceptar o rechazar los deseos del gobierno cubano y trabajar con un reducido margen de maniobra para la política y la diplomacia. La consecuencia ha sido una tendencia a la intransigencia y la confrontación.
Cuando Fidel Castro dejó formalmente el poder en 2006 a raíz de su enfermedad, su hermano le sucedió advirtiendo de la necesidad de aplicar ajustes en el gobierno y en el régimen. Raúl cuenta con la legitimidad de la legalidad vigente y también con la legitimidad histórica como miembro fundador de la guerrilla, pero también sabe que no tiene el carisma de Fidel y además es menos visionario y más pragmático que él. Con vagas promesas de reformas generó unas expectativas de cambio y consiguió movilizar a la militancia del Partido Comunista y a buena parte de la sociedad pero la apuesta tenía sus riesgos porque el incumplimiento de estas expectativas generaría nuevas frustraciones en la población. Pasados cuatro años las reformas han sido tímidas y muy limitadas, mientras que la situación económica y social ha empeorado gravemente, aumentando el desánimo entre la sociedad cubana.
A pesar del auge de las contradicciones, el sistema político no ha variado un ápice y el descontento social se ha ido canalizando entre la resignación, el hastío, la huida del país y la oposición al régimen. El poder no propicia ni facilita un debate político entre los ciudadanos críticos que permita llegar al conocimiento de la auténtica realidad y buscar soluciones viables que mejoren la acción de gobierno. Una muestra es que el Congreso del Partido sigue pospuesto sine die. Por otro lado, aunque el número de opositores es muy bajo, quienes deciden pasar abiertamente a la acción política tienen una fortaleza militante muy alta. Además de la persecución y de la amenaza de cárcel, sufren la infiltración por miembros de la seguridad para dividirlos y evitar que se organicen. Pueden llegar a ser auténticos héroes pero el aislamiento impuesto por el régimen les impide articular y liderar una verdadera oposición al sistema. Además del nulo reconocimiento interno, la solidaridad internacional que ha despertado la resistencia cívica ha sido utilizada en su contra, estigmatizados por el gobierno como traidores a la patria para evitar que cundiera el ejemplo. En este juego también se ha involucrado de una forma un tanto perversa una parte muy activa y militante del exilio cubano, que desde hace tiempo pugna para que el gobierno de EEUU se involucre en una política de acoso para provocar la caída del castrismo. Desde el exilio se ha apoyado moral y económicamente a la oposición interna cubana pero también se ha intentado influir en sus líderes tratando de marcar la hoja de ruta a seguir de cara a una eventual transición por la vía del colapso del régimen. En definitiva, la intransigencia y la confrontación ha sido la norma y a su vez el caldo de cultivo para que prosperara el rechazo al diálogo, pues muchos exiliados e incluso algunos gobiernos no aceptan la interlocución con el gobierno cubano.
Las voces en el exilio favorables al diálogo han aumentado en los últimos años, aunque aún no cuentan con la capacidad organizativa y la repercusión mediática de los más intransigentes. También ha aumentado el pragmatismo político de muchos gobiernos a la espera de que se manifiesten algunas perspectivas de cambio. Pero el inmovilismo del régimen continúa patente incluso ante nuevos episodios que ponen a prueba su supuesta voluntad de apertura. Las huelgas de hambre iniciadas hace unos meses por algunos miembros de la disidencia para denunciar la situación de los presos políticos forzaron nuevos movimientos. La repercusión internacional de estas acciones y la solidaridad que han recibido ha sido notable, sobretodo después de la muerte de Orlando Zapata en febrero pasado y la persistencia de Guillermo Fariñas en su ayuno. Sin embargo, el gobierno cubano volvió a enrocarse y denunció una campaña internacional de desprestigio en su contra.
En ese contexto enrarecido, Raúl Castro encontró una vez más un asidero en el Vaticano y a finales de mayo inició un diálogo con la Iglesia católica cubana para tratar de encontrar una solución humanitaria a la crisis de los presos políticos. Esta alternativa novedosa abre un diálogo entre dos instituciones estrictamente cubanas, alejando el fantasma de la injerencia externa, pero está limitada por la asimetría de intereses y objetivos que hay entre un gobierno y una organización religiosa. Paralelamente, el gobierno español ha seguido empeñado en avanzar con una política de diálogo y acompañamiento con la intención de propiciar una apertura interna y externa en Cuba para tratar de superar los lastres del pasado. Con ese propósito planteó a sus socios europeos iniciar una reflexión para retirar la Posición Común acordada en 1996 para establecer las condiciones de la relación con Cuba. También se ha implicado apoyando el proceso de diálogo interno entre la Iglesia y el Gobierno, que ha culminado con el anuncio de la liberación paulatina de los presos políticos y el posterior abandono de la huelga de hambre por Fariñas.
A pesar de la alegría por las liberaciones este resultado deja una sensación agridulce entre los activistas, sus familiares y quienes les apoyan porque desgraciadamente deberán tomar el camino del exilio. Igualmente, aunque Catherine Ashton y Hillary Clinton hayan felicitado a Moratinos por sus gestiones, las reacciones oficiales de la UE y EEUU han sido muy cautas, ya que permanecen intactos los mecanismos del sistema que conducen al encarcelamiento de los que disienten y se teme que la rueda represora pudiera volver a girar. En los próximos meses probablemente asistiremos a un debate entre diferentes actores internacionales sobre las virtudes y las desventajas del compromiso constructivo frente a la presión, pero no debemos olvidar que es el gobierno cubano el que tiene que manifestar una auténtica voluntad de apertura y procurar una solución a una situación interna bastante próxima a la catástrofe. En resumen, aunque los acontecimientos recientes abren un atisbo de esperanza porque trazan una vía hacia el diálogo y la negociación poco frecuente en la historia de Cuba, las reservas todavía son muy grandes y hará falta mucho temple y una gran visión de futuro para profundizar en el camino emprendido. El momento del cambio en Cuba vendrá cuando el gobierno, su sociedad y el exilio afronten verdaderamente la reconciliación nacional.
Francesc Bayo,
Investigador de CIDOB