Conversaciones CIDOB | «Los efectos de la guerra de Ucrania en el panorama energético global»
Víctor Burguete, investigador sénior en el área de Geopolítica Global y Seguridad de CIDOB
EN CONVERSACIÓN CON
Samantha Gross, directora del programa de Seguridad Energética y de la Iniciativa para el Clima de Brookings Institution
Samantha Gross es una de las principales expertas internacionales en materia de seguridad energética. Ingeniera química de formación con más de 25 años de experiencia, ha trabajado en la administración estadounidense ‒donde ejerció, entre otros cargos, de directora de Energía Limpia y Cambio Climático del Departamento de Energía de EEUU‒. En el mundo académico se ha convertido en una voz autorizada en los debates en torno a la energía, el medio ambiente y la gestión política. Gross conoce en especial el campo de la transición hacia una energía de bajas emisiones, y sus repercusiones sobre el mercado energético y las ambiciones geopolíticas de los estados.
Víctor Burguete (VB): Bienvenida Samantha, y gracias por acompañarnos hoy en una nueva edición de las conversaciones CIDOB, en este caso, para hablar de la dimensión securitaria de la energía; un tema que, desde la crisis ucraniana, está en el centro de la agenda internacional.
Samantha Gross (SG): Gracias a ustedes por invitarme, será un placer conversar acerca de todos estos temas.
VB: Quisiera empezar abordando la situación excepcional por la que el escenario energético ha transitado este último año. En un artículo reciente, usted hacía hincapié en que después del pico en los precios de la energía es muy posible que el tema vaya desapareciendo de los titulares de prensa. Sin embargo, debido a la guerra en Ucrania, que no tiene un horizonte claro, veremos aún cambios de gran calado en el panorama energético a lo largo de todo 2023. ¿Cuál es, a grandes rasgos, su previsión para el mercado energético global a lo largo de este año en curso, en lo relativo a los precios y a la seguridad energética? Y ¿podemos afirmar que Europa ya ha pasado el trago más amargo del auge de los precios de la energía y se encuentra fuera de peligro?
SG: Mucho me temo que los dolores de cabeza de Europa aún no se han disipado, por lo menos, en lo relativo a la seguridad de su suministro de gas. Me ha alegrado mucho ver que Europa ha podido pasar el invierno pasado sin grandes penurias. No obstante, el reto que tenemos ya a la vuelta de la esquina es que este año no se espera que se sumen nuevas reservas de gas licuado (LNG) al mercado. Y en China las políticas restrictivas por la COVID-19 han llegado a su fin, por lo que la misma oferta de gas deberá satisfacer una demanda mucho más alta, lo que es de prever que añadirá presión sobre el LNG disponible y puede comprometer el abastecimiento del próximo invierno, ya que el LNG fue clave para mantener los hogares calientes y los negocios funcionando durante el invierno. En lo relativo al petróleo, hemos sabido hace poco de la voluntad de la OPEP+ de recortar las cuotas de producción, lo que ha sido una decisión sorprendente en un mercado cada vez más presionado por el fin de los confinamientos en China. Esto coincide con la previsión por parte de la Agencia Internacional de la Energía que, a finales de este año, aumente la demanda de petróleo y la presión sobre el suministro, lo que conlleva que los dos componentes esenciales del mix energético, gas y petróleo, estarán tensionados lo que queda de 2023.
VB: Sin duda, ese parece un futuro sombrío para Europa. ¿Estaremos por tanto obligados a reducir la demanda de energía de cara al próximo invierno?
SG: Me temo que sí, que Europa se verá forzada a reducir aún más la demanda de energía. Parte de esta reducción es estructural y consecuencia de la mejora en la eficiencia energética ‒como, por ejemplo, la sustitución de calderas de gas por bombas de calor en los hogares‒, pero otra parte corresponde a una destrucción de demanda. Es decir, será necesario cerrar o limitar actividad industrial que requiere de grandes cantidades de energía para funcionar. Naturalmente, lo primero es más deseable que lo segundo. Pero lo que está claro es que Europa deberá reducir su demanda energética de cara al próximo invierno. Y ojalá que sea un invierno relativamente moderado, como lo fue el pasado.
VB: Como ha mencionado en su primera respuesta, uno de los efectos colaterales de la drástica reducción de importaciones de gas ruso por parte de Europa ha sido el incremento de importaciones de LNG, acompañado de la reapertura de centrales térmicas de carbón y la reapertura del debate sobre la energía nuclear. En este nuevo escenario, en el que la seguridad energética se ha convertido de nuevo en la gran prioridad, ¿cómo imagina el mix energético con el que nos abasteceremos a corto y largo plazo?
SG: Coincido plenamente; la seguridad energética capta más atención ahora que antes por razones obvias pero, sinceramente, creo que nunca ha dejado de estar al frente de las prioridades de los estados. Como sabe, la seguridad energética se sustenta sobre tres grandes patas, como son la accesibilidad, la sostenibilidad y la seguridad. El gran secreto es mantener un equilibrio entre estos tres factores para disponer de un suministro razonable de energía. Y creo que, si miramos más allá de la crisis actual por la que atravesamos, el horizonte hacia el que nos encaminamos a largo plazo sigue siendo el mismo, el de un sistema energético de cero emisiones y sustentado en la electricidad. La situación actual nos ha obligado a tomar algunos desvíos y rutas alternativas. Esta crisis ha sido un bache en la carretera, pero el objetivo sigue siendo el mismo.
VB: No obstante, a veces da la impresión de que hemos querido avanzar demasiado rápido en la transición energética y que quizá hemos dejado cabos sueltos. Lo vimos por ejemplo el año pasado, cuando nos dimos cuenta de la importancia del caudal de los ríos para sostener la energía nuclear, y como la sequía en Europa la puso en aprietos. ¿Cuáles cree que serán los temas más importantes en el próximo año? ¿Dónde debemos poner una especial atención?
SG: Sinceramente, no espero grandes sorpresas a corto plazo. Creo que veremos más de lo mismo en términos de suministro y, por supuesto, desconozco y no tengo la capacidad de pronosticar si tendremos un invierno más o menos frío. De lo que sí estoy convencida es de que la crisis actual hubiera ocurrido igualmente antes o después, en el sentido en que dábamos por supuesto que el suministro de combustibles fósiles estaba garantizado durante todo el proceso y que, por tanto, podríamos concentrarnos exclusivamente en acometer los cambios. Gracias a la crisis del gas ruso, en Europa nos hemos percatado de que esto no es así en absoluto, y que además de centrarnos en el objetivo final, la transición energética, deberemos preocuparnos mucho más de los estadios intermedios de lo que habíamos previsto, lo que añade una capa de complejidad al asunto. Sin embargo, esta era una reflexión que tarde o temprano habría entrado a formar parte del debate y sin duda la crisis con Rusia la ha situado en el primer plano.
VB: Entonces… ¿esto significa que debemos prepararnos de nuevo para una inminente subida de precios? ¿Cómo espera que se comporten los precios en los próximos meses de cara al invierno, pero quizá también en verano?
SG: Sí, ciertamente. Creo que veremos un nuevo repunte de precios, cuya magnitud dependerá de múltiples factores, entre ellos de la demanda y, por supuesto, de la meteorología. Es más que probable que aumente de nuevo el precio del gas natural, así como del petróleo. La esperanza es que no suban tanto como lo hicieron el año pasado, especialmente durante el verano, cuando se generó un cierto pánico debido a que súbitamente Europa perdió una parte enorme de su suministro y no sabía cómo iba a cubrir sus necesidades. La situación actual es distinta y Europa se encuentra en una posición mejor. Tras el invierno, las reservas de gas almacenado están aun parcialmente llenas y no es de prever que el pánico vuelva a desatarse. Pero esto no impedirá que los precios suban de nuevo.
VB: Me alegra que lo diga, porque en algunos momentos, detecto cierta complacencia entre los líderes europeos por la fortuna que hemos tenido. Pudimos superar el invierno sin grandes problemas, a diferencia de otros muchos países que pasaron por grandes penurias…
SG: ¡No puedo estar más de acuerdo! Yo también percibo esta complacencia, y la misma sensación de que tuvimos suerte. Pero no debemos engañarnos. El reajuste de expectativas puede suceder de la noche a la mañana, y sin previo aviso. No es momento de relajarse.
VB: El año pasado vimos como muchos gobiernos, especialmente el de EEUU y de los países europeos, anunciaron a bombo y platillo grandes proyectos de inversión en renovables ‒como el Inflation Reduction Act (IRA) en Estados Unidos o el Re-Power EU, en el caso europeo‒ orientados a reducir la dependencia de importaciones de gas ruso, ganar autonomía estratégica en el nuevo contexto marcado por la competición con China y acelerar la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. Me pregunto, no obstante, si estas medidas son suficientes para alcanzar los objetivos de transición verde y si puede señalarnos los que, a su parecer, son los principales obstáculos a los que deberemos hacer frente.
SG: Mi impresión es que, a raíz de la situación actual, hay muchas personas que han entendido que la transición ecológica ayuda a la seguridad energética. Y debemos felicitarnos de que así sea, ya que esto facilitará todo el proceso. En EEUU parece que no todos los actores políticos lo ven del mismo modo, pero lo cierto es que ambos objetivos requieren que dejemos atrás los combustibles fósiles. En relación a lo que mencionaba de los principales obstáculos para alcanzar la meta de la descarbonización, creo que lo principal hoy día es la velocidad y el volumen de lo que aspiramos a conseguir. Queremos reformar un sistema global que mueve billones de dólares e impulsa al conjunto de la economía. El volumen de gasto e inversiones que este ejercicio titánico requiere es colosal. Y no solo necesitamos de la implicación de los grandes científicos y tecnólogos para acometerlo. La implementación requiere una cantidad ingente de profesionales, como electricistas, lampistas o mecánicos, que trabajarán en proyectos que requerirán licencias, permisos, etc. El volumen de la empresa que nos planteamos es enorme, y lo cierto es que queda mucho por hacer. Debemos felicitarnos por la puesta en marcha de estos programas en EEUU y en Europa, pero no debemos perder de vista el enorme desafío que supone movilizar tal cantidad de recursos y en tan poco tiempo.
VB: China es el país que lidera gran parte de las tecnologías clave para la descarbonización. ¿Cree que estos planes industriales permitirán a Occidente alcanzar a China o, por el contrario, la dependencia de tecnología verde procedente de China se mantendrá dada la escasez de mano de obra en Occidente y las ventajas comparativas con las que aún cuenta el gigante asiático?
SG: Soy prudentemente optimista acerca de la posibilidad de que Occidente cumpla con sus objetivos. Respecto a la relación con China, seguro que nos detendremos sobre eso más adelante, pero debemos tener claro que no debemos entrar en el juego que nos plantea Beijing, ya que, si jugamos con sus reglas, jamás podremos ganar. Debemos tener muy claro lo que beneficia a nuestras economías, y centrarnos en ello. No es realista pensar que, por ejemplo, de la noche a la mañana EEUU o Europa vayan a convertirse en productores de paneles solares low cost; pero seguro que existen otros sectores en los que nuestras economías tienen una ventaja comparativa y son potentes y dinámicas, y donde podemos focalizar nuestro músculo inversor, como por ejemplo en el ecosistema de las startups. Si alcanzamos nuestros objetivos climáticos será gracias a impulsar estos sectores preferenciales, no por querer asemejarnos a China.
VB: ¿Y cuáles son las implicaciones que según usted tiene esto para la UE? Lo digo porque tanto en la UE como en EEUU estamos avanzando hacia una mejor regulación en sectores clave, pero hemos visto también como recientemente la aprobación de la nueva Ley de Reducción de la Inflación (en inglés, IRA) puede generar cierta competencia desleal, y tiranteces a ambos lados del Atlántico. ¿Cómo valora usted esta revisión y en especial sus implicaciones geopolíticas?
SG: Mi sensación es que para entender las razones detrás de la IRA debemos entender cuáles son los condicionantes reales de la política estadounidense. A diferencia de Europa, en EEUU no hay ningún deseo de regular más las cuestiones climáticas. Aquí es imposible aprobar leyes similares a las europeas, centradas en los límites y el precio del carbono, en EEUU se piensa más en términos de dar zanahorias para el sector privado, es decir, subsidios, que son mucho más fáciles de aprobar. El proteccionismo que exhibe esta ley responde a la obsesión estadounidense de competir con China, que es una de las pocas cuestiones que genera consenso entre los dos grandes partidos que, como digo, están obcecados por el rol emergente de China en el mundo y las posibilidades reales de competir con ella. Hablando con franqueza, creo que esta ley no se entiende sin el factor China. Creo que Washington es consciente de que la ley resulta problemática para nuestros amigos europeos y asiáticos, y está intentando hallar fórmulas de diálogo bilateral sobre si empresas de otros países aliados pueden beneficiarse del esquema de subsidios estadounidense. No obstante, creo que no hubiera sido realista esperar más de los EEUU en este momento, y creo que tendremos que conformarnos con el tamaño y el alcance actual de la IRA.
VB: Hablando pues de la competencia con China, ¿cree usted que esta competencia por producir tecnologías verdes favorece o perjudica la lucha contra el cambio climático? Dicho de otro modo: ¿acelerará el desarrollo y la innovación o ralentizará la implementación efectiva?
SG: La respuesta a su pregunta está en los motivos que nos trajeron hasta aquí. Y se mueve en dos direcciones. Primero: como he dicho, si intentamos jugar al juego que nos propone China y bajo sus reglas, creo que la transición será más lenta. Si, por ejemplo, EEUU decide que va a apostar por tecnologías locales y que por tanto va a exigir un mayor contenido doméstico en los paneles solares, esto ralentizará la transición y la encarecerá, ya que China lidera la producción de esta tecnología a bajo coste. Nuestro foco debe centrarse en las áreas donde sí podemos ganar, en las que somos buenos, como por ejemplo en el desarrollo de nuevas tecnologías que pasan rápidamente del laboratorio a la comercialización. En los EEUU somos particularmente buenos en trabajar en el subsuelo, disponemos de una industria gasística y petrolera potente y acostumbrada a trabajos bajo tierra, algo que puede ser muy útil en relación a la captura de carbono. Es en esto en lo que debemos centrarnos, y no obcecarnos con medidas proteccionistas que lo que persiguen es penalizar la tecnología china y que van a ralentizar y encarecer el proceso. Es realmente un encaje muy, muy difícil, que los políticos de mí país ‒y creo que también del suyo‒ están buscando la manera de resolver.
VB: No sé si comparte mi visión de que, desde una perspectiva amplia, esta nueva regulación no distingue suficientemente entre nuevas y viejas energías renovables, entre por ejemplo, paneles solares y tecnologías como la del hidrógeno, en las que quizá exista algo más de margen para competir con China. Mi preocupación es que al aumentar el proteccionismo de manera general se dificulte la transición energética. ¿No sería mejor cierta competición y cooperación con China?
SG: No hay duda de que el caso de los paneles solares es el más extremo, ya que el liderazgo chino es tan grande que intentar ponernos al nivel de China sería inasumible. No obstante, la situación como dice es distinta en el caso de otras tecnologías; las baterías o los minerales críticos son buenos ejemplos de ello. Constantemente me preguntan si la economía mundial pasará de depender del petróleo y el gas de los petroestados a depender de los minerales críticos de China, es decir, si pasaremos de depender de un régimen autoritario a otro. Y no, no comparto esta idea, ya que son productos fundamentalmente distintos; una cosa es un combustible, que hace que el sistema funcione y la otra, son los materiales necesarios para construir un nuevo sistema. Vamos a necesitar una cantidad colosal de estos materiales, tantos que creo que hay lugar para todo el mundo en el mercado. Por ejemplo, desde la óptica de los EEUU, buena parte de la atención del IRA se focaliza en el desarrollo de nuevos minerales críticos y de baterías para los vehículos eléctricos, en particular, de las que necesitan los minerales críticos para funcionar. Y no son solo los minerales que están en boca de todos, como el cobalto o las tierras raras, sino también aquellos más modestos, como el cobre, sin el que será imposible electrificar el mundo. Y necesitaremos mucho más del que tenemos ahora, por lo que creo que existe mucho margen para la expansión. No será solamente una opción, sino una obligación, ya que debe aumentar el suministro de minerales que, dicho sea de paso, son un recurso natural que está distribuido de manera más generosa por el mundo. Incluso las denominadas tierras raras no lo son tanto, ya que están realmente en muchos lugares que podríamos minar. Creo que esa debería ser la actitud, en lugar de quejarnos permanentemente de que China tiene ventaja ahora, y creer que siempre será así. Esto deberá cambiar si aspiramos a abastecer suficientemente a todo el mundo.
VB: Imaginemos pues que estamos en esta situación, y que logramos extraer estos minerales que, como dice, están más o menos distribuidos por todo el mundo. Llega el momento de procesarlos y refinarlos, una operativa que, como sabe, tiene enormes costes ambientales. ¿Considera que también este proceso podría relocalizarse y retornar a los países occidentales?
SG: Sí, sí lo creo. Y no en términos de relocalización, sino que deberemos procesar más porque necesitaremos más cantidad. No es tanto un proceso de reshoring como de dotación de nuevas capacidades de procesamiento de tierras raras, ciertamente, pero también de los minerales más mundanos, como el cobre, y bajo estándares mejores. A veces da la impresión de que hay quien quiere creer que la transición energética será, ya sabe, como un retorno a la «madre naturaleza» que nos situará de nuevo en comunión con el medio ambiente… pero la realidad es que estaremos aún dentro de un modelo extractivo y un sistema energético con una lógica industrial, que por tanto, producirá bienes industriales. Debemos aprovechar esta necesidad imperante de aumentar la capacidad energética para reducir al mínimo nuestras emisiones y los niveles de contaminación local. Creo que debemos verlo como una oportunidad. Ya que debemos hacerlo, por lo menos, hagámoslo bien.
VB: Permítame preguntarle pues, específicamente, por el hidrógeno verde. En España ha habido un boom de proyectos y una gran expectativa generada por la proyección de un nuevo gaseoducto con Francia para el transporte del hidrógeno. ¿Cuál es su opinión acerca del futuro de esta tecnología?
SG: Creo que para juzgar el entusiasmo que despiertan estas nuevas tecnologías debemos tener una buena comprensión de cómo funcionan. En el caso del hidrógeno, debemos saber lo que puede hacer y lo que no. El hidrógeno es un transportador de energía, como la electricidad, no es un combustible como pueden ser el gas natural o el petróleo. Por lo tanto, debemos producir el hidrógeno a partir de otros elementos. Necesitamos, por tanto, utilizar energía renovable o de bajas emisiones para desprender el hidrógeno del oxígeno contenido en el agua. Si puedes utilizar esa energía directamente para otras utilidades, deberías hacerlo ya que siempre será más eficiente. La ventaja del hidrógeno es que es un conductor de energía, que, además, tiene algunos de los atributos de un combustible; es una molécula, que puede almacenarse, transportarse e incluso quemarse fácilmente, lo que son atributos fantásticos. Por ejemplo, existen procesos industriales que necesitan temperaturas muy elevadas, para los que la electricidad no es suficiente, y se debe quemar combustible. Para este tipo de procesos, que son difíciles de descarbonizar, el hidrógeno es una solución ideal. También si queremos transportar electricidad, en el tiempo o en el espacio, el hidrógeno es un recurso estupendo ya que nos permite almacenar fácilmente energía verde ‒lo que no es sencillo‒, y más incluso, si lo hacemos mediante transportadores de hidrógeno, como pueda ser el amoniaco. También es útil para el transporte de larga distancia, que requiere de una gran intensidad de energía almacenada. No es la «bala de plata» que pondrá fin a todos nuestros problemas, pero soy muy optimista respecto a los usos específicos que le podremos dar en el futuro. Y más en países tan soleados como España, con un gran potencial para las renovables, en el que la opción de emplear hidrógeno para exportar parte de su superávit energético es una muy buena idea.
VB: ¡Me alegra mucho oír eso! Volvamos por un momento a la geopolítica. Europa y el G7 han invertido una enorme cantidad de recursos para imponer sanciones sobre las exportaciones energéticas de Rusia. Sin embargo, hay quien discute la efectividad real de estas sanciones, básicamente, porque sigue siendo posible importar energía rusa hacia suelo europeo. ¿Cómo valora usted el diseño y la efectividad de las sanciones? ¿Existe la posibilidad de que asistamos pronto al endurecimiento o incluso a la introducción de sanciones secundarias sobre la economía rusa?
SG: Empezaré puntualizando que lo que está en liza es el petróleo ruso, ya que Rusia ya cerró el grifo del gas natural para Europa por su propia cuenta. Por tanto, cuando hablamos de sanciones, nos referimos al petróleo. Y la verdad es que sancionar a Rusia en este campo es muy complicado, ya que lo queramos o no Rusia es un gran productor de petróleo que el mundo necesita para abastecerse. El crudo ruso no puede reemplazarse fácilmente en el corto plazo sin que los precios se disparen de manera alarmante. Por ello, las sanciones sobre Rusia tienen un enfoque totalmente nuevo. En lugar de negarnos a comprar petróleo ruso, como hemos hecho con Venezuela o Irán, la opción ha sido intentar limitar el beneficio que Rusia obtiene por su petróleo y que podría financiar la guerra en Ucrania. Y debo decir que las sanciones están funcionando ‒para mi sorpresa‒ mejor de lo que esperaba, por lo que me alegra haber errado en mis predicciones. Por ejemplo, según las cifras más recientes publicadas por la Agencia Internacional de la Energía, las exportaciones rusas de petróleo están aumentando, y han alcanzado ya niveles anteriores a la invasión de Ucrania, en torno a los 8 millones de barriles diarios ‒más o menos el 8% del suministro global‒, pero el ingreso obtenido a cambio por Rusia, es un 43% menor que hace un año por el mismo volumen. Eso es exactamente lo que pretendían las sanciones; evitar el colapso del mercado energético debido a una caída del suministro, pero, al mismo tiempo, reducir el dinero que Rusia obtiene de su entramado energético. Moscú tiene ahora muchos menos clientes, que, además, pueden exigirle mejores condiciones y más descuentos. Como conclusión pues, no creo que veamos nuevas rondas de sanciones secundarias ya que el modelo de sanciones está funcionando incluso mejor de lo esperado.
VB: Yo mismo me encuentro entre los sorprendidos por el éxito de las sanciones. No obstante, me pregunto si parte del éxito de esta estrategia no depende demasiado del factor precio del petróleo. En su última reunión, la OPEP+ optó por no aumentar la producción de petróleo, lo que podría aumentar el precio del crudo y cuestionar el éxito de las sanciones sobre el petróleo ruso. ¿Le preocupa un creciente alineamiento de Rusia con los países de la OPEP? ¿Y qué impactos podría tener sobre el mercado global de la energía?
SG: Esta es, sin duda, una pregunta clave. Este tema es tremendamente importante: debemos aceptar que con las sanciones estamos reduciendo la eficiencia de los mercados globales. Si pensamos en como funcionaba anteriormente el mercado, el petróleo acababa dirigiéndose a aquellos lugares donde tenía más sentido que fuera, en términos de distancia y de cercanía de las refinerías. Al limitar el número de compradores, estamos haciendo que el petróleo acabe en manos distintas de las habituales, quizá más distantes y menos eficientes. En el momento actual, vemos que parte del petróleo ruso se envía a India, donde es refinado, para luego ser enviado a Europa, donde podría haber sido refinado directamente, ahorrando un proceso. Aun así, si se ha logrado reducir los ingresos de Rusia y su capacidad de alimentar la maquinaria de guerra, las sanciones son efectivas, independientemente del camino por el cual el petróleo acabe llegando a Europa. Esta ineficiencia es el precio que estamos pagando por implementar las sanciones, pero creo que merece la pena. El gran interrogante es, como apuntaba acertadamente con su pregunta, si los mercados de la energía van a balcanizarse como resultado del contexto actual, o si los cambios serán temporales. A este respecto, la decisión de la OPEP de no aumentar las cuotas de producción es realmente llamativa, ya que alinea a la organización con las posiciones de Rusia, en la línea de aumentar el precio del petróleo y no reducirlo, que es lo que está intentando occidente. Me preocupa mucho este tema, ya que parece que la división entre Occidente y el resto de países se traduce también al mercado de la energía, y no tengo claras aún todas las derivadas que esto puede comportar. Quizá sea pronto para decirlo. En cualquier caso, creo que la pregunta es de vital importancia.
VB: Me sorprende que veamos también resonar la discordia entre el Norte y el Sur Global en el tema de la energía y que, más allá de la retórica, esta discrepancia esté tomando la forma de acciones concretas, que buscan minar los valores y principios sobre los que hemos edificado la economía global. Me refiero, por ejemplo, a las recientes declaraciones del presidente brasileño Lula da Silva, cuando apela a diversificar las monedas dominantes en el comercio mundial, algo de lo que hablaron también Arabia Saudí y China el año pasado cuando propusieron buscar alternativas al comercio en dólares estadounidenses. Las implicaciones que esto tendría para el mercado energético son enormes. ¿Cómo las valora y cuál es su opinión respecto a esta posibilidad?
SG: Si le dijera que me sorprenden, le mentiría. Estados Unidos ya no es el gigantesco comprador de energía que solía ser, por lo que tiene sentido que parte de este comercio ya no se siga realizando en dólares. Lo que no veo tan claro es que nos movamos hacia un nuevo escenario en el que el dólar deje de ser del todo la moneda del comercio internacional, más que nada porque no veo ningún candidato creíble a reemplazarlo. Seguro que hay mucha gente a la que le gustaría que esto ocurriera para comprometer la hegemonía norteamericana, y quizá ocurra en espacios marginales del mercado, pero sinceramente no creo que alcance al núcleo duro de la economía. Actualmente, existe un malestar notable en el denominado Sur Global respecto a la situación actual, y algo tiene que ver lo bien que Europa ha capeado el invierno a costa de adquirir enormes cantidades de gas natural licuado que no han acabado de llegar a otros potenciales compradores, en particular, de Asia Meridional y del Sudeste Asiático que se quedaron sin esta energía, bien por falta de suministro o bien el incremento de precio. Esto los ha empujado de nuevo a quemar carbón, que como sabe tiene enormes problemas para el clima y la contaminación local. Así pues, debemos ser conscientes de que efectivamente Europa ha pasado bien el invierno, y esto ha sucedido a expensas de otros países del Sur Global, que han sido plenamente conscientes de ello, por lo que es muy posible que veamos resurgir este tema a la hora de entablar futuras negociaciones sobre geopolítica o en materia ambiental, porque es una dinámica sensible y totalmente real.
VB: Gracias Samantha Gross por esta estupenda conversación sobre energía, y por anticiparnos algunos de los temas que serán clave en el futuro inminente.
SG: Un placer. Gracias a ustedes por invitarme.
Esta entrevista es una síntesis editada de una conversación más extensa, que se encuentra disponible en formato vídeo en el canal YouTube de CIDOB