Conclusiones: hiperliderazgos, populismo y cambio social
Los casos analizados en este monográfico demuestran que las características del hiperliderazgo se reproducen en contextos diferentes pero, como no podía ser de otra manera, se manifiestan de forma heterogénea. Así, muchas de las conductas personalistas y carismáticas que comparten los hiperlíderes se apoyan en elementos ideosincráticos de la cultura política de cada país.
En algunos casos, la historia sirve como fuente de inspiración y legitimación. El hiperliderazgo de Shinzo Abe se sustenta en parte en un elitismo cuasi aristocrático y una jerarquización social vinculada al periodo imperial previo a la democracia japonesa. En otros casos, los elementos institucionales y de organización del sistema de gobierno son más relevantes, como en las repúblicas presidencialistas americanas y francesas. Macron, el presidente jupiteriano, fundamenta su hiperliderazgo en la explotación de las prerrogativas reservadas por el propio sistema político al “monarca republicano”, de inspiración gaulliana. Obama o Trump, gracias a su posición de “comandantes en jefe” de los Estados Unidos, son casos parecidos.
En ocasiones, los anclajes morales y éticos son también los resortes sobre los que se sustenta el hiperliderazgo. Merkel no sería Merkel sin su “ética de la responsabilidad”, la sobriedad y la rectitud tan propias de la moral protestante. En López Obrador conviven un contexto histórico marcado por el cesarismo priista del último siglo; un sistema político que favorece un liderazgo propio de un “presidencialismo imperial”; y la herencia éticorevolucionaria de liderazgos carismáticos del pasado.
Los análisis de caso también nos permiten confirmar la intuición inicial de que la comunicación política es un elemento central para los hiperlíderes. Muchas de las personalidades analizadas son ajenas al sistema o surgen en sus márgenes (Obama, Tsipras, López Obrador o Macron). La comunicación se encuentra en la génesis del fenómeno del hiperliderazgo y es la responsable de que estos perfiles pasen a ser conocidos por los ciudadanos. Los hiperlíderes son conscientes de cuánto le deben a la comunicación política, por lo que ésta sigue siendo una prioridad una vez han sido elegidos. El “gracias a las benditas redes sociales” de López Obrador podría ser lema de cabecera de muchos de los líderes analizados.
La comunicación, constante y directa, sirve también para asentar la construcción de un relato que convive con un clima de excepcionalidad política. Permite establecer vínculos inmediatos con la ciudadanía, a través de los cuales justificar y legitimar sus decisiones. El uso de la emocionalidad comunicativa y el simbolismo apelan a emociones compartidas y consolidan canales directos de interacción con los ciudadanos.
Para Macron, López Obrador o Tsipras la emocionalidad se acompaña de una frustración compartida para con los mimbres de la institucionalidad, que les impide hacer frente como es debido a las condiciones de excepcionalidad a las que se ven sometidos. En los pocos casos en que la emocionalidad es residual (como en Merkel), ésta se sustituye por una solemnidad institucional que cumple una función parecida a la emotividad.
En base al análisis realizado, cabe preguntarse si la consolidación de los hiperliderazgos está relacionada con el resurgimiento del populismo y la demagogia en la política actual. Por un lado, es posible que el hiperliderazgo nazca como una reacción a estos fenómenos y responda a la incertidumbre que caracteriza a las sociedades democráticas y liberales hoy. Si nuevas manifestaciones políticas pretenden desmontar los anclajes institucionales liberales, poner en cuestión el imperio de la ley, la separación de poderes o el pluralismo político, los hiperliderazgos se erigen como la excepcionalidad dentro del sistema, con el fin salvaguardarlo ante amenazas iliberales externas.
Esta reacción defensiva sólo sería tolerable mientras dure el peligro. En caso contrario, los hiperliderazgos se estarían contaminando de un modelo de hacer política que, en demasiadas ocasiones, consigue imponer los tiempos y contenidos de la conversación política global. El plus de liderazgo en los hiperlíderes sería pues un acto reflejo, que los aproxima y asemeja a aquellos que pretenden sustituir a su conveniencia la institucionalidad liberal.
Por el otro lado, tanto el populismo como el hiperliderazgo pueden parecer respuestas diferentes a unos mismos cambios sociales y políticos, que tienen su origen en la postmodernidad. La revolución tecnológica, junto con el derecho inalienable de todos los ciudadanos a participar en la gestión de los asuntos públicos, ha permitido reducir las distancias entre gobernantes y gobernados.
Ante la aceleración de los tiempos sociales y políticos, emerge con fuerza la lógica de la política directa, sin anclajes institucionales ni intermediarios. Mientras que para el populismo la receta pasa por una refundación del sistema de representación, el hiperliderazgo se basa en la necesidad de obtener respuestas más rápidas y directas a los problemas sociales. La progresiva sustitución de la institución por la emoción no sería más que la adaptación de la política a cambios de mayor calado en nuestras sociedades.