Apuntes | Respuestas de la izquierda al ascenso de la derecha radical

APUNTE_HÉCTOR SÁNCHEZ MARGALEF
Publication date: 09/2024
Author:
Héctor Sánchez Margalef, investigador, CIDOB
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En el camino hacia las elecciones al Parlamento Europeo de junio de 2024, el ascenso de la derecha radical parecía imparable. Sin embargo, una vez celebrados los comicios, la realidad es que los diputados que pertenecen a los grupos de derecha radical han aumentado un modesto 2% respecto a la anterior legislatura (2019-2024); son ahora el 24% del total de 720 eurodiputados.

Si bien este incremento tan poco significativo no debería ser motivo de alarma, lo cierto es que se enmarca en una tendencia al alza que se mantiene desde 1979, y que se consolida en el seno del Parlamento Europeo coincidiendo con la crisis del 2008, momento en que se asienta en los dobles dígitos ‒aunque repartidos en distintos grupos‒. Si bien la fuerza de la derecha radical varía entre los distintos países de la UE, oscilando entre el 1% de los votos en Irlanda (elecciones de 2020), el 37% en Francia (elecciones legislativas de 2024) o un 54% en Hungría (elecciones de 2022), todo indica que estos partidos son ya una realidad electoral.

En términos generales, en estas últimas elecciones europeas los partidos de izquierda ‒a excepción de Los Verdes‒ no han empeorado significativamente sus resultados respecto a las elecciones de 2019. Las formaciones que podríamos enmarcar en la izquierda radical, y que se encuadran en el grupo de Los Verdes/Alianza Libre Europea o en el de La Izquierda, perdieron relativamente pocos escaños en las elecciones de 2024 respecto a las de 2019 (13 y 1, respectivamente). Las pérdidas de Los Verdes se deben particularmente a las dinámicas nacionales en Alemania y Francia; pero en términos porcentuales el grupo de La Izquierda mejoró mínimamente. Algo similar sucede con los partidos socialdemócratas; teniendo en cuenta los efectos del Brexit, los socialdemócratas han perdido «solo» cinco escaños, y han aumentado su porcentaje de voto un 0,7%. 

Sin embargo, las perspectivas electorales para la izquierda europea no son buenas, a pesar de haber podido cantar victoria (relativa) en las recientes elecciones francesas, avanzadas a julio de 2024. Aunque los socialistas gobiernan en seis países de la UE, solo en tres lo hacen con socios que también son de izquierdas. En España y Alemania, dos países grandes donde esta adscripción política encabeza el gobierno, quedaron en segundo lugar en las elecciones al PE. Y si nos fijamos en los partidos de izquierda radical, estos son menos pujantes que la derecha radical; solo gobiernan ‒en coalición‒ en España, mientras que la derecha radical lo hace en 7 de los 27 países de la UE, ya sea presidiendo el gobierno o apoyándolo desde el parlamento.

Con estos resultados, coexisten dos realidades. La primera es que los partidos de centroderecha cada vez dan más por superado el «cordón sanitario» a las fuerzas de derecha radical y, por tanto, se busca en qué circunstancias colaborar con ellas teniendo en cuenta que en el Parlamento Europeo existe hoy una mayoría de fuerzas de derecha que no tiene precedentes desde 1979. La segunda realidad es que los partidos socialdemócratas y de izquierda radical transmiten la sensación, en general, de ir a remolque y, sobre todo, de no marcar la agenda política ni fijar los marcos en los que se compite electoralmente. Mientras que la crisis de 2008 fue el escenario ideal para que fuerzas de izquierda dominaran la agenda política, el contexto internacional aún neoliberal, agudizado por la derrota simbólica de Syriza en Grecia y la mal llamada crisis de los refugiados en 2015 pusieron punto y final al ímpetu de las izquierdas.

Así pues, desde 2016, año del Brexit y la elección de Trump en EEUU, existe la percepción que las fuerzas de la derecha radical están en auge mientras que la izquierda está a la defensiva. De hecho, el argumento más utilizado estos últimos años ha sido el de la necesidad de contener a la derecha radical. Esta estrategia puede dar resultados en alguna elección y de manera puntual pero, a largo plazo, es insuficiente, porque no se sustenta en ningún proyecto o visión política, y obliga a la reacción, más que a llevar la iniciativa.

La izquierda puede esperar a que los votantes se decidan a darle de nuevo la oportunidad, como han hecho los británicos con los laboristas en 2024. Aun siendo conscientes que el contexto internacional es menos amable con la idea de democracia liberal, lo cierto es que en las democracias establecidas, gracias a la resiliencia de las instituciones democráticas, la alternancia del poder sigue siendo un hecho y una realidad incontestable. Ejercer el poder y tener que enfrentarse a las contradicciones inherentes que conlleva su ejercicio, son factores que desgastan a cualquier partido de gobierno, también a la derecha radical. Por tanto, el acceso de estos partidos al poder ejecutivo puede pasarles factura, hasta el punto de fisurarlos o de suavizar sus preceptos, tal como le pasó a los Verdaderos Finlandeses en 2017. No obstante, fiarlo todo a este postulado resulta problemático, ya que implica que la izquierda se posiciona a la defensiva.

Por tanto, ¿de qué manera puede responder la izquierda? ¿Existen fórmulas efectivas para frenar a la derecha radical? ¿Y qué buenas prácticas se puedan replicar en distintas realidades nacionales?

Coherencia ideológica

En líneas generales, podemos señalar por lo menos dos motivos que han contribuido al debilitamiento de la socialdemocracia en los países de la UE: primero, el abandono de su base electoral, que se explica en buena medida por la transformación que han experimentado las sociedades posindustriales; y segundo, su desideologización en favor de un «social liberalismo» que no tuvo reparos en abrazar el neoliberalismo en virtud de la creencia de que las elecciones se ganan ocupando el centro sociológico. Si nos remitimos a los casos más recientes de victorias de partidos de izquierda socialdemócrata (Portugal en 2015; España, en 2019; Alemania, en 2021 o Francia en 2024) o donde han mejorado resultados electorales, en todos ellos las fuerzas políticas han virado a la izquierda (Países Bajos, en 2023; o Italia en las elecciones al Parlamento Europeo de 2024).

Ante esta perspectiva, los partidos de izquierda deberían rearmarse ideológicamente para ser coherentes. Existen ámbitos políticos que son determinantes en el siglo XXI: migraciones, impuestos, cambio climático, igualdad de género o la lucha contra la desigualdad. Sin tener una posición de mínimos y coherente compartida por los partidos del espacio político de izquierdas en estos ámbitos, será difícil ser percibida como una fuerza política creíble.

Es más, la credibilidad se volatiliza cuando se copian prácticas y discursos que no son coherentes con los planteamientos ideológicos de izquierda. El caso más evidente se da en el ámbito migratorio: si la izquierda tiene una concepción universal de solidaridad respecto a los derechos y al género humano, no valen posiciones políticas que hagan distinciones por origen. La aparente contradicción entre defender la soberanía estatal y los derechos de sus ciudadanos y los retos que generan las migraciones debe abordarse manteniendo la coherencia. En este sentido, practicar políticas simbólicas de poco recorrido (como se hizo con las personas rescatadas de pateras por el buque Aquarius y trasladadas a Valencia en 2018, para las que no se facilitó en su momento ni asilo ni regularización), no mantener la coherencia entre el discurso y la praxis, o directamente, copiar políticas que podrían poner en marcha fuerzas de derecha radical, como han hecho los socialistas daneses, resta credibilidad a los proyectos de la izquierda.

Unidad sí, pero con un propósito

Independientemente de sus diferencias, entre los partidos de izquierdas hay más temas que los unen que los que los separan. Entre los ámbitos políticos determinantes en el siglo XXI, existe un hilo conductor que debe servir para superar la división imaginaria entre lo material y lo posmaterial: la lucha contra la desigualdad. Sea de clase, de origen, de género o del tipo que sea, la izquierda debería encontrar aquí su origen y su razón de ser. Ante un mundo cada vez más desigual e injusto, esta es la causa común de la izquierda, la que debe ser capaz de fijar los marcos de competición electoral y la que puede enarbolar cualquier partido progresista en cualquier lugar del planeta.

A nivel organizativo y sobre cómo afrontar unas elecciones, todo progresista sueña con la unidad de la izquierda. Pero la unidad necesita un propósito y un contexto electoral propicio. La unidad por la unidad nunca es suficiente; y si la unidad es en contra de algo, puede servir a corto plazo, pero no funcionará en el largo. Del mismo modo, la unidad hay que cuidarla, y puede tomar muchas formas: desde listas electorales conjuntas, a programas compartidos o, simplemente, un apoyo parlamentario.

En Portugal, la primera Geringonça (2015-2019) tenía como propósito revertir las políticas de austeridad, y la unidad se dio en forma de apoyo parlamentario de los dos partidos de izquierda radical (Bloco de Esquerda y Partido Comunista Portugués) al Partido Socialista. En Países Bajos (2023) o Francia (2024), el motivo para la unidad fue frenar a la derecha radical. Mientras en el primero no fue suficiente, en el segundo sí se consiguió ese objetivo. Sin embargo, es necesario preguntarse cómo pueden sobrevivir estas colaboraciones con un objetivo limitado en el tiempo o si el propósito es suficientemente cohesionador. En Portugal, de 2015 a 2019 había una figura ‒con rango de secretario de Estado‒ dedicada casi en exclusiva a limar asperezas entre socios. En Francia, en cambio, si bien el Nuevo Frente Popular parece más robusto que la Nueva Unión Popular Ecológica y Social (2022-2024, mismos partidos, diferente equilibrio de fuerzas), las discrepancias en torno al liderazgo pueden dar al traste con la alianza; aunque unirse en la victoria es más sencillo.

Colaboración y futuro

Para construir unidad pero también para debatir sobre temas donde existen discrepancias, intercambiar opiniones y formarse se necesitan espacios de colaboración. Estos deben ser inclusivos y abarcar los movimientos sociales. En el Parlamento Europeo existió este espacio, llamado Progressive Caucus, durante la legislatura 2015-2019. Recuperarlo sería una buena iniciativa para esta legislatura, donde ha dejado de existir la posible mayoría de izquierdas, porque en el Parlamento Europeo es más fácil cooperar, lejos de la presión y los focos de la política nacional.

Para poder hacer frente a los desafíos que plantea el mundo en 2024, la izquierda tiene que rearmarse ideológicamente, reestructurarse organizativamente y, ya sea ganando elecciones nacionales o siendo resiliente al perderlas, proveer de una visión alternativa esperanzadora.