Al Qaeda en Toulouse ¿o, simplemente, un “lobo solitario”?

Opinion CIDOB 142
Publication date: 03/2012
Author:
Francesc Badia i Dalmases, Investigador Senior y Gerente de CIDOB
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Francesc Badia i Dalmases,
Investigador Senior y Gerente de CIDOB

27 de marzo de 2012 / Opinión CIDOB, n.º 142 /E-ISSN 2014-0843

En las distintas tipologías del terrorista, la del “lobo solitario”, dada la dificultad que representa identificarlo y adelantarse a sus acciones, preocupa especialmente a las unidades de lucha antiterrorista. El caso de Mohamed Merah, francés de origen argelino de 23 años, autor confeso del asesinato a sangre fría de tres paracaidistas musulmanes del ejército francés y de tres niños y un profesor de una escuela judía de Toulouse, con toda probabilidad pasará a convertirse en un caso de estudio particularmente interesante de esta tipología del terrorista. Dos preguntas se plantean en casos parecidos: ¿hasta qué punto la persona que realiza en solitario actos de violencia terrorista actúa como brazo ejecutor de una banda organizada?, y ¿hasta dónde el proceso de radicalización es espontáneo o es fruto de una captación deliberada y está teledirigido? La cuestión, en el caso del joven Merah, es dilucidar si se trata de un verdadero jihadista, adoctrinado sistemáticamente o, por el contrario, se trata de un fanático de perfil narcisista que encuentra en webs islamistas radicales, y en visitas a la cuna del jihadismo, estímulo e información que le empujan a cometer horribles crímenes.

A priori, elementos para clasificarlo en la primera categoría, la de jihadista internacional, no faltarían. Encajaría en el perfil de muchos jóvenes jihadistas, seducidos por la épica que empezó a construir Osama bin Laden a partir de la lucha contra los soviéticos en Afganistán a finales de los años 80, que viajaron a la región para recibir entrenamiento en los campos allí instalados y se sumaron a la lucha global contra el infiel. El enorme impacto mundial del golpe al World Trade Center y al Pentágono el 11 de Septiembre del 2001 tuvo una doble consecuencia: arrastrar a Occidente a una guerra en Afganistán primero y a otra, por razones distintas, en Irak –atrayendo al “enemigo lejano” a suelo musulmán–, y funcionar como gran imán hacia la jihad para jóvenes más o menos desestructurados, en busca de una razón para luchar y convertirse en héroes o en mártires de la causa salafista. Miles de jóvenes musulmanes fueron seducidos por esta narrativa de al Qaeda, que acabó en un gran baño de sangre y que aún colea, aunque en franca implosión, en algunas regiones remotas del norte de Pakistán y Afganistán, deYemen o del Sahel. Según alguna interpretación, Mohamed Merah sería la demostración de que la red sigue viva, y que su acción forma parte de una nueva estrategia para golpear a Occidente, inspirada por el sucesor de Bin Laden, el egipcio al Zawahiri, y los suyos.

Si ello fuera así, se continuarían justificando los generosos presupuestos que todavía se dedican en los distintos centros de inteligencia occidentales a la lucha global contra el terrorismo radical de origen islamista y lo que queda de al Qaeda. Pero el perfil de Merah ha levantado muchas dudas y parece claro que cae del lado del “lobo solitario” que actúa por su cuenta y de forma espontánea. Se trataría, por ejemplo, de una versión “musulmana” del joven Breivik, que hace 9 meses asesinó a 92 personas en Noruega. En este caso no se trata de un muchacho de clase media con tendencias ultraderechistas y xenófobas, sino de un pequeño delincuente hijo de la inmigración argelina, crecido en un barrio marginal de Toulouse, a quien los tribunales habían citado 15 veces, y que acabó siendo condenado a 18 meses de prisión. Su biografía ha sido ampliamente analizada en busca del perfil psicológico que está detrás de su violencia extrema. No se trata de un fanático religioso asiduo de las mezquitas, sino más bien de un joven como tantos miles, al que le gustaban las chicas, los coches y las copas, pero cuyos problemas sociales y familiares le fueron acentuando un agrio resentimiento que empeoró con los meses de cárcel, el posterior despido de un taller mecánico y el rechazo de la legión extranjera por ser “inmaduro” y tener “tendencias antisociales”, como dice el informe del psicólogo del ejército Francés que lo entrevistó en esa ocasión. Es probable que la visita a un hermano islamista en el Cairo y unos viajes a Oriente Medio (incluido Israel), y a Pakistán y Afganistán contribuyesen a la narrativa jihadista y antisemita que escucharon los negociadores durante las dramáticas 32 horas del cerco policial al apartamento donde se parapetó.

Pero, más allá de los datos difundidos por la policía, que situarían a Merah en el norte de Pakistán siendo entrenado en el uso de armas por un supuesto instructor de Al Qaeda, la investigación parece confirmar que se trata de un lobo solitario de claro perfil psicopático, un caso de doble personalidad, que actuó por su cuenta. Tras el cambio que supuso la Primavera Árabe y la poco heroica muerte de bin Laden, la capacidad de mobilización del jihadismo internacional está en horas muy bajas, y es muy poco probable que jóvenes musulmanes de todo el mundo, incluso los de aspiraciones jihadistas, lleguen a considerar a Mohamed Merah un referente.

Prevenir la acción de un lobo solitario es un reto para la seguridad en todas partes. En Francia arrecia el debate sobre la capacidad de anticipación de los servicios de inteligencia, que habían entrevistado a Merah a su regreso de Afganistán en Noviembre pasado. La tentación de utilizar políticamente los hechos, sobre todo cuando el “agujero de seguridad” se produce en mitad de una campaña electoral, es enorme. Sería un error caer en una subasta de promesas electoralistas de modificación de leyes sobre la libertad de movimiento o de expresión en Internet. La respuesta adecuada es evitar la división social y los discursos alarmistas, y apelar a la unidad de la ciudadanía alrededor de los firmes principios republicanos de igualdad, pluralidad y laicidad. Más adelante, ya lejos del fragor electoral, habrá que emprender una seria reflexión sobre la manera de adaptar las estrategias de lucha contra el terror a la inquietante figura del lobo solitario.

Francesc Badia i Dalmases,
Investigador Senior y Gerente de CIDOB