Año de tránsito para la (de)construcción europea

Opinion CIDOB 382
Publication date: 02/2016
Author:
Pol Morillas, investigador principal, CIDOB
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D.L.: B-8439-2012

 

*Este artículo fue publicado en la versión web del diario El Pais el 10 de febrero de 2016.  

 

Si uno se atiene a los alarmantes titulares de la prensa, el año 2016 bien podría ser el de la desintegración de la Unión Europea. El politólogo Iván Krastev nos recuerda que los grandes proyectos políticos se desmoronan desde el centro, no desde la periferia. Y la crisis del euro, que tuvo en vilo a la Unión el pasado verano era, al fin y al cabo, una crisis de la periferia. En su momento más álgido, el efecto contagio del Grexit al resto de economías del sur de Europa era ya limitado. En cambio, el centro de la Unión se mostraba unido en torno a las recetas de austeridad de Alemania, con las instituciones europeas bailando al mismo ritmo.

Algo ha cambiado desde mediados del 2015. La crisis de los refugiados ha hecho tambalear el liderazgo de Alemania. Angela Merkel se ha visto cuestionada dentro y fuera de sus fronteras. Su política de brazos abiertos del inicio de la crisis ha ido mutando conforme aumentaba la oposición interna y se fraguaba una alianza entre los países del este de Europa, contrarios a las cuotas de reubicación y a la gestión conjunta de la crisis de los refugiados. A Merkel le han faltado aliados y por ello las propuestas políticas provenientes del centro de Europa (ya sea de la Comisión Europea o de la propia Alemania) han sido marginalizadas.

El Reino Unido, por su lado, pone también en jaque el futuro de la Unión, amenazando con convertirse en el primer país que abandona el barco por voluntad propia. Durante su negociación con Bruselas, David Cameron se alejó del centro de Europa pidiendo limitar principios básicos de la Unión como la libre circulación de trabajadores. Su “freno de emergencia” a los beneficios sociales de trabajadores europeos en el Reino Unido amenaza con producir un efecto cascada, con otros países sumándose a la excepción de Cameron.

Cabría argumentar que el Reino Unido nunca ha formado parte del centro de la Unión y que sólo ha jugado la carta europea cuando ha sacado réditos económicos de ella. Pero desde su integración en 1973, el centro de la UE se ha articulado alrededor de los “tres grandes”, al lado de Francia y Alemania. Su salida provocaría la mutación de los entresijos de esta relación a tres, con Alemania lamentando el debilitamiento del liberalismo en Europa y Francia echando de menos un socio diplomático de primer orden.

Si a estas crisis del centro se añade un posible retorno de la crisis de la periferia en 2016, el cóctel para la desintegración de la UE puede ser explosivo. Todo parece indicar que en la próxima primavera y verano aumentará el número de refugiados que desean alcanzar las costas de la Unión. Y no es descartable tampoco que se reproduzcan defecciones en Syriza, haciendo necesarias nuevas elecciones anticipadas cuando Alexis Tsipras deba implementar nuevas reformas fiscales o aumentar los recortes en pensiones para cumplir con el memorándum. La periferia habrá añadido entonces un poco más de revoluciones a las fuerzas centrífugas que tambalean el centro de la Unión.

Aún así, es poco probable que este año sea el de la precipitación de la deconstrucción europea. En primer lugar, 2016 es un año pre-electoral. Ni Angela Merkel ni François Hollande tomarán decisiones fundamentales un año antes de sus elecciones generales y presidenciales, respectivamente. El referéndum británico tendrá lugar, como pronto, durante el segundo semestre de 2016, así que el año que empezó con titulares catastróficos sobre el futuro de la Unión será más bien un año de impasse.

Por otro lado, una deconstrucción de la Unión seguiría un método parecido al de la construcción europea. El método Monnet, según el cual pequeños avances en la integración hacen que no haya vuelta atrás al tejer una unión cada vez más estrecha, sería remplazado por una deconstrucción también paulatina. Cada vez tenemos más muestras que muchos países de la Unión abogan hoy por una deconstrucción à la Monnet.

No se trata de finiquitar el proyecto de la UE de un plumazo sino más bien de seguir el “método JAI” de deconstrucción, según el cual pequeños pasos van reduciendo Europa a su mínima expresión: en vez de 6 meses de restablecimiento extraordinario de las fronteras de la Unión, los ministros de Justicia y Asuntos Interiores deciden ampliar las trabas a Schengen hasta dos años. En vez de potenciar el control común de las fronteras, el “método JAI” plantea expulsar de Schengen a uno de los miembros, Grecia, sin concederle ayudas sustanciales ante la llegada inasumible de refugiados a sus costas.

Es un método paulatino de deconstrucción, pero de deconstrucción de los hitos de la Unión al fin y al cabo. Pero para bien o para mal, 65 años de proyecto europeo han generado también unas dinámicas institucionales difíciles de desmantelar. La lenta maquinaria institucional de la UE no parece preparada para superar los déficits estructurales de la zona euro o de la libertad de movimientos. Pero tampoco es tan débil cómo para permitir su desintegración inmediata.

Durante años, el centro-izquierda y centro-derecha europeos habían encontrado un común denominador político en el avance de la construcción europea. Hoy, sin embargo, muchos estados de la UE ven cómo las fuerzas políticas tradicionales no son capaces de sustentar la tradicional permisividad de los ciudadanos con el proyecto europeo, construido con un método Monnet que esquivaba el escrutinio público. La nueva política, por su parte, aún no ha hecho de Europa el campo de batalla principal y surgen en muchos países de la UE partidos de claro posicionamiento eurófobo.

Si la vieja política no tiene la fuerza suficiente para diseñar la nueva Europa sola, la nueva política no tiene aún la UE como prioridad principal. Urge pues ampliar el grueso social europeo con las aportaciones de las nuevas fuerzas políticas no euroescépticas, probablemente relegando el método Monnet pero sin abrazar el método JAI. El impasse de 2016 será positivo si no se menoscaban los fundamentos de la Unión de forma irreversible. 2017 debería ser el momento para pensar en la nueva Europa.