Una lección en positivo de la COVID-19: familias y escuelas deben colaborar más
No cabe duda de que la pandemia de la COVID-19 ha ocasionado innumerables disrupciones y discontinuidades en la práctica curricular escolar y en los resultados académicos en todo el mundo. Según un informe reciente de la UNESCO, la estimación es que en los dos últimos años, unos 150 millones de niños y niñas han perdido más de la mitad de su tiempo de escolarización presencial en el mundo1. El Banco Mundial calcula que una proporción alarmante de niños y niñas –del orden del 70% en los países de renta media y baja– podría encontrarse en una situación de «pobreza de aprendizaje», definida como la situación en la que un niño o niña de 10 años no es capaz de leer y entender un relato corto. Los cálculos estimativos del Banco Mundial apuntan también a que por culpa de la COVID-19, la actual generación de estudiantes en el mundo corre el riesgo de perder 17 billones de dólares en ingresos a lo largo de su vida2. El cierre prolongado de las escuelas también ha demostrado ser perjudicial para la salud y el bienestar de los alumnos; un ejemplo lo hemos visto en EEUU, donde un grupo de expertos en salud pediátrica ha declarado una emergencia nacional de salud mental infantil, lo que ha relanzado el interés por el aprendizaje socioemocional.
Conscientes de los muchos problemas y retos que han afrontado las escuelas para alcanzar la nueva normalidad podemos, por lo menos, apuntar un aspecto positivo que se ha derivado de la crisis pandémica: la colaboración más estrecha entre las familias y las escuelas, que promete convertirse en una poderosa fuerza motriz de los sistemas educativos. A lo largo de los tres últimos años, desde el Center for Universal Education (CUE) de la Brookings Institution hemos entrevistado a casi 25.000 padres y madres y 6.000 maestros en más de 10 países de todo el mundo, y hemos constatado su demanda de una colaboración más estrecha con las familias. En ocho de las diez jurisdicciones estudiadas nos han manifestado que, después de haber experimentado las consecuencias del cierre de las escuelas, desean aumentar la relación con las familias.
Antes de la pandemia, la comunidad pedagógica mundial dedicaba relativamente poco tiempo a colaborar con las familias. Históricamente, las escuelas no han sido diseñadas para involucrar a las familias de manera holística en la educación de sus estudiantes. En consecuencia, en muchos casos los profesionales de la educación no cuentan ni con el apoyo, ni con las habilidades y las estrategias que podrían permitirles tejer una relación más fructífera con las familias. A ello se suma que algunas familias, especialmente en las comunidades más marginalizadas, se sienten a menudo inseguras y no especialmente bienvenidas a la hora de relacionarse con las escuelas, ya sea por falta de comunicación con el personal docente o por un legado de discriminación experimentado por los padres o madres durante su propia escolarización. La implicación de las familias ha sido históricamente subestimada como estrategia para mejorar la educación de los estudiantes. Sin embargo, en el contexto de la pandemia y surgida de la necesidad, hemos asistido a una interacción sin precedentes entre familia y escuela que nos brinda ahora una oportunidad inmejorable para explotar el potencial de la colaboración entre las familias y las escuelas.
A continuación, exponemos cinco ideas3 clave acerca de cómo y por qué las familias y las escuelas pueden colaborar para atender mejor las necesidades de los estudiantes y transformar a la larga los sistemas educativos.
En primer lugar, debemos potenciar el compromiso entre familia y escuela. Cuando se pone en práctica de manera eficaz, el compromiso de las familias mejora los resultados del aprendizaje y facilita el éxito de cualquier reforma. Un estudio llevado a cabo en 200 escuelas públicas de enseñanza primaria en Estados Unidos rebela que las escuelas en las que existe este compromiso, se multiplican por diez las probabilidades de mejorar las calificaciones de los estudiantes en lectura y matemáticas, mejorando también la tasa de graduados con éxito. Los datos revelan que la confianza entre familias, maestros y estudiantes es un factor predictivo mejor que el estatus socioeconómico de las familias a la hora de identificar qué alumnos tienen más probabilidades de tener un buen rendimiento escolar. Y no solo eso, sino que es un modo económicamente rentable de mejorar el resultado escolar. Así lo determinó un estudio global realizado en 46 países de renta media y baja, en comparación con otros tipos de intervención educativa como la formación del profesorado, el aprovisionamiento de material o las becas.
En segundo lugar, deben cultivarse todas aquellas formas innovadoras de vincular a las familias en la escolarización de sus hijos e hijas y que surgieron en el contexto de pandemia alrededor del mundo. Algunos ejemplos: en Botswana se optó por compartir actividades matemáticas a través de mensajes SMS con los padres; en Argentina, se crearon líneas telefónicas de ayuda para las familias en busca de consejos y recursos didácticos; en la India, con el paso de las reuniones padres-maestros presenciales a las plataformas virtuales, la participación de las familias ha pasado del 20% al 80%. En la mayoría de los casos, los enfoques más efectivos consisten en encontrar vías creativas que puedan llegar a todos los padres, especialmente a los que disponen de poco tiempo para participar4.
Tercero, constatamos que determinados tipos de colaboración familia-escuela son más efectivos que otros. Los enfoques más efectivos son aquellos que son sostenibles en el tiempo y que están vinculados al aprendizaje y al desarrollo de niños y niñas en la escuela. Los enfoques más puntuales y menos ligados al aprendizaje –como la asistencia a eventos en la escuela–, si bien son útiles para construir comunidad, tienen un menor impacto sobre el rendimiento de los estudiantes. Los expertos a menudo distinguen entre implicación familiar y compromiso familiar. La implicación familiar es la respuesta a una escuela proactiva, que identifica e informa a los padres de qué forma pueden colaborar (por ejemplo, asistiendo a actos organizados por la escuela). El compromiso familiar, por su parte, responde a una escuela que escucha a los padres y hace también suyos sus objetivos, identificando junto con ellos diversas formas de colaboración y, en última instancia, convirtiéndolos en socios de la escuela.
Cuarto, a raíz de nuestros estudios empíricos, constatamos que las familias tienen distintas visiones de lo que constituye una «educación de calidad» en función de la comunidad en la que viven. Por ejemplo, los padres de Buenos Aires (Argentina) dan prioridad al desarrollo socioemocional de los niños y niñas, a diferencia de los padres de Cajon Valley (California), que priorizan la preparación académica. En muchos casos, vemos incluso que, dentro de las propias comunidades, existen divergencias entre lo que los padres creen que sus maestros consideran que es «educación de calidad» y lo que estos realmente piensan, y viceversa.
Quinto; para los gestores pedagógicos y los educadores que se preguntan cómo pueden involucrar más a las familias, una buena manera de lograrlo es a través de conversaciones intencionales con las familias respecto al propósito de la escuela y a los elementos que conforman una «educación de calidad». La mayoría de las interacciones entre maestros, padres y estudiantes se dan en torno a los elementos más cotidianos de la escuela y a menudo se reducen al seguimiento del comportamiento y del progreso académico. Entablar una discusión intencional respecto a qué esperan las familias, los maestros y los gestores pedagógicos para sus hijos y estudiantes crea una oportunidad para alinearse en torno a una visión común respecto a las características de una buena educación, además de tejer relaciones de confianza5.
A medida que las escuelas se adaptan a su nueva normalidad, deberán elegir entre abandonar y conservar algunas de las prácticas surgidas en el contexto de la pandemia. Debemos subrayar la importancia de no perder el impulso de la colaboración familia-escuela, y de su enorme potencial para transformar positivamente la forma en que impartimos la educación. Aparecerán nuevos retos a medida que la pandemia pase a un segundo plano y, tanto familias como escuelas, estarán mejor equipadas para servir a sus hijos y estudiantes si trabajan juntas.
Notas:
- Véase UNESCO. «Where are we on Education Recovery?», 2022. (en línea) https://www.unicef.org/reports/where-are-we-education-recovery
- Véase Banco Mundial. «Learning Losses from COVID-19 Could Cost this Generation of Students Close to $17 Trillion in Lifetime Earnings», diciembre de 2021. (en línea) https://www.worldbank.org/en/news/press-release/2021/12/06/learning-losses-from-covid-19-could-cost-this-generation-of-students-close-to-17-trillion-in-lifetime-earnings
- Estas ideas han sido desarrolladas más extensamente en un informe publicado recientemente por el Center for Universal Education de Brookings Institution, titulado «Collaborating to transform and improve education systems: A playbook for family-school engagement», y que se encuentra accesible en línea en: https://www.brookings.edu/essay/collaborating-to-transform-and-improve-education-systems-a-playbook-for-family-school-engagement/ .
- Para más información sobre estas estrategias y para fomentar la inspiración sobre otros tipos de estrategias, se recomienda consultar el Strategy Finder del Center for Universal Education, una base de datos interactiva con más de 60 estrategias específicas. Accesible en línea en: https://www.brookings.edu/essay/collaborating-to-transform-and-improve-education-systems-a-playbook-for-family-school-engagement-strategy-finder/
- La aplicación «Conversation Starter» del CUE proporciona una guía para dar comienzo a dicho diálogo. Accesible en línea: https://www.brookings.edu/essay/collaborating-to-transform-and-improve-education-systems-a-playbook-for-family-school-engagement-conversation-starter-tools/