¿Por qué las democracias europeas están virando a la extrema derecha?
Hoy en día asistimos a un auge significativo de los partidos de extrema derecha en toda Europa, que se refleja en la emergencia de nuevos partidos y la consolidación electoral de los más veteranos. A imagen y semejanza del Reagrupamiento Nacional (RN) en Francia y de Alternativa para Alemania (AfD), estos movimientos están rebrotando, lo que podría ser el preludio de un nuevo ciclo de extremismo en el conjunto del continente que acabaría repercutiendo en los equilibrios políticos de la Unión tras las elecciones al Parlamento Europeo de junio.
Las fuerzas de extrema derecha en Europa
Las recientes elecciones nacionales han puesto de manifiesto el renovado apoyo a los movimientos de extrema derecha en muchos países europeos. En Francia, Marine Le Pen batió un nuevo récord y cosechó el 41,5% de los votos en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de abril de 2022. En Italia, Giorgia Meloni, líder del partido posfascista Hermanos de Italia, ganó las elecciones de septiembre de 2022 con el 26% de los votos, lo que le permitió asumir la jefatura del nuevo gobierno. Pocos días antes, en Suecia, los Demócratas de Suecia (SD) de Jimmie Åkesson habían logrado quedar segundos en las elecciones generales, con el 20,5% de los votos y, tras un mes de negociaciones, entraron a formar parte de la coalición conservadora en el gobierno, haciéndose con diversas carteras ministeriales, incluida la de viceprimera ministra.
En el resto de Europa, estos grupos están ganando posiciones en el centro del tablero político; Basta (Chega) en Portugal, VOX en España y el Partido de los Finlandeses en Finlandia. En los Países Bajos, Geert Wilders, el exaltado líder del Partido por la Libertad (PVV), obtuvo una sorprendente victoria en las elecciones generales de noviembre de 2023 con el 23,5% de los votos y, desde entonces, encabeza las encuestas con casi el 30% de los apoyos. La derecha populista también domina las intenciones de voto en Austria y Bélgica, donde podría obtener en torno al 25-30% de los sufragios. En Alemania, a pesar de una preocupante deriva hacia el extremismo y la amenaza de prohibición, la AfD sigue teniendo el 18% de los votos a nivel nacional y hasta el 30% en algunos Länder del este de Alemania.
En Europa del Este, la extrema derecha está en alza en Estonia, Croacia y Rumanía, donde la Alianza para la Unión de los Rumanos (AUR) duplicará probablemente sus resultados de las elecciones generales de 2020, con casi el 20% de la intención de voto en los comicios previstos para septiembre de 2024. En Polonia, a pesar de su fracaso en las últimas elecciones legislativas, el Partido Libertad y Justicia (PiS) sigue codo con codo con la Plataforma Cívica (PO) de Donald Tusk, con el 31% de la intención de voto, flanqueado por la extrema derecha de Confederación, que podría cosechar en torno al 10% de los sufragios. Es también el caso de Hungría, donde la derecha populista sigue firmemente atrincherada en el escenario político: a pesar de haber experimentado un retroceso, el Fidesz de Viktor Orbán sigue aplastando a todos sus oponentes con un 42% de la intención de voto; y más escorado hacia la extrema derecha, el Movimiento Nuestra Patria (MH) obtuvo 6 escaños en el parlamento en 2022 y cuenta con una popularidad creciente, que le adjudicó un 9% de la intención de voto en las últimas encuestas de enero de 2024.
La agenda común de la extrema derecha europea
La actual formula de éxito de la extrema derecha europea se basa en un programa común: rechazo de la inmigración y del islam; afirmación de la identidad y la soberanía nacionales, en particular frente a la Unión Europea; y un programa autoritario y orientado a la seguridad basado en la ley y el orden.
El rechazo a la inmigración representa el núcleo ideológico central de la extrema derecha y una de sus principales claves de movilización. En todos los países, estos partidos se oponen a la inmigración por considerarla una amenaza cultural, además de una carga social y económica. Desde una perspectiva cultural, movimientos como el RN en Francia, el austriaco FPÖ, el húngaro Fidesz y el alemán AfD estigmatizan el islam ante el supuesto peligro de islamización de Europa.
En su vertiente más eminentemente política, el nacionalismo xenófobo hace bandera de la soberanía nacional que, a su modo de ver, está amenazada por la Unión Europea, que es el blanco de sus críticas. Como alternativa, muchos de ellos defienden una suerte de coalición intergubernamental conservadora y xenófoba, constituida por estados soberanos y naciones fuertes e independientes, opuesta al proyecto de una Europa federal1.
No obstante, si bien coinciden en su oposición al proyecto de la Unión Europea, difieren en cuanto a sus expresiones, actitudes y alternativas a considerar, lo que ilustra una divergencia entre los partidos de extrema derecha y las diferentes estrategias de estos movimientos en relación con la Unión2. Esta heterogeneidad también se observa a nivel político en la falta de cohesión de la derecha radical y su actual fragmentación en los distintos grupos con representación en el Parlamento Europeo3.
Por último, el populismo es un componente importante en muchos de estos partidos. Como veremos, mediante su implacable crítica a las élites, el populismo permite a estos partidos explotar todas las formas de resentimiento e ira. La apelación al pueblo y a la soberanía popular también permite a estos movimientos presentarse como paladines de la democracia, zafándose en parte de las acusaciones de extremismo político.
Las policrisis y las sucesivas capas de resentimiento
Teniendo en cuenta que, a menudo, las elecciones al Parlamento Europeo son percibidas como elecciones de segundo orden, en las que no hay tanto en juego, era de prever que se iban a celebrar en junio de 2024 se convirtiesen en la expresión de un voto de castigo contra los grandes partidos gubernamentales, hecho que con toda probabilidad, beneficiará a la extrema derecha en muchos países.
Y es que la tendencia general es que estos partidos capitalicen políticamente las dificultades y el desgaste de los gobiernos en el poder. En Alemania, el auge de AfD se alimenta del descontento con el Gobierno de Olaf Scholz; en Francia, la impopularidad de Emmanuel Macron es un poderoso factor en la intención de voto a favor del RN; en Italia, Georgia Meloni ha cimentado su victoria en las elecciones generales de 2022 en el rechazo al Gobierno de coalición de Mario Draghi; en los Países Bajos, el inesperado éxito de Geert Wilders el pasado noviembre se alimentó también de la crisis del gobierno liberal de Mark Rutte. Más allá de estos efectos coyunturales, la consolidación de la extrema derecha refleja también determinadas tendencias importantes a escala europea.
Estos partidos se nutren de la policrisis que vivimos desde hace por lo menos quince años, es decir, de la sucesión casi ininterrumpida de crisis: la crisis financiera (2008-2012), la crisis de los refugiados (2015), la pandemia de la COVID-19 (2020), la guerra en Ucrania (2022), el conflicto entre Israel y Hamás (2023); a lo que hay que sumar el impacto del cambio climático. Además, las políticas de transición energética aplicadas a escala europea y nacional han constituido, como se ha visto, el eje de las revueltas agrícolas de los últimos meses. Cada una de estas crisis ha brindado la oportunidad a los partidos de extrema derecha de explotar la ira y el resentimiento con fines electorales, pidiendo cuentas a las élites políticas de todo signo por sus responsabilidades ante los retos sociales, económicos y culturales planteados por estas múltiples crisis4.
La crisis económica y la subida de los precios son, sin duda alguna, poderosos promotores de este descontento, especialmente entre las clases medias y trabajadoras, gravemente perjudicadas por la crisis financiera de 2008. Preguntados en febrero de 2024, casi una tercera parte (31%) de los europeos mencionaba el coste de la vida entre sus dos problemas más importantes5. Partidos como el RN en Francia y AfD en Alemania han situado los temores económicos en el centro de sus campañas y llaman a la movilización a través de la proclama «nuestro dinero para nuestro pueblo». Siguiendo la estela de RN, la Liga italiana, el Interés Flamenco (Vlaams Belang), Basta (Chega) en Portugal y Libertad y Democracia Directa (SPD) en la República Checa, muchos de estos movimientos se sirven del argumento económico para criticar las sanciones contra Rusia, puntualizando que en último término penalizan también a los ciudadanos de sus respectivos países, para los que reclaman una mayor protección social.
Esta explotación de la inseguridad económica también saca réditos de las secuelas dejadas por la pandemia de la COVID-19. Muchos de estos partidos, como el FPÖ austriaco y AfD en Alemania, se opusieron ferozmente a las medidas sanitarias, lo que les permitió capitalizar el descontento de una parte de la sociedad. En Francia, el RN se ha erigido en defensor de las libertades individuales frente a las medidas de confinamiento o los certificados de vacunación. En Polonia, la Confederación azuzó la oposición a las medidas de lucha contra la COVID-19, lo mismo que sucedió en Alemania y Austria, donde AfD y el FPÖ coquetearon con las teorías conspirativas y avivaron la protesta popular contra las políticas sanitarias.
Otro elemento de incertidumbre son las turbulencias geopolíticas y económicas derivadas de la invasión rusa de Ucrania, un conflicto a las puertas de Europa que parece cada vez más enrocado. Para la extrema derecha, la guerra en Ucrania ha supuesto una validación de su tradicional retórica proteccionista y nacionalista, que, en el actual contexto de cuestionamiento de las élites políticas, se traduce en un apetito de autoridad y un liderazgo fuerte, que son dos postulados esenciales de estos movimientos. Es más, como demuestra el ejemplo de Giorgia Meloni en Italia, el apoyo incondicional a Ucrania por parte de algunos partidos de extrema derecha ha sido una carta de respetabilidad política frente a otros movimientos prorrusos, como el RN o la Liga, que se han mostrado mucho más ambiguos sobre esta cuestión.
Las inseguridades económicas y geopolíticas producen el caldo de cultivo ideal que alimentan las actitudes xenófobas y el descontento político. Con la crisis económica como telón de fondo, la cuestión de la inmigración vuelve a marcar la actualidad en muchos países. El resurgimiento de la extrema derecha refleja profundas inseguridades sobre la identidad, vinculadas a la inmigración, el islam y el terrorismo fundamentalista. Las cuestiones migratorias siguen afectando profundamente al electorado europeo, así lo confirma el actual resurgimiento de estos debates en Francia, Alemania, Italia, Austria y el Reino Unido. En los Países Bajos, la campaña del PVV de Geert Wilders en las elecciones de 2023 se centró en gran medida en la cuestión de la migración y la creciente oposición a los refugiados; este mismo tema es un asunto central en el programa de AfD en Alemania, que, por ejemplo, se materializa en el controvertido proyecto de remigración –deportación masiva de inmigrantes o alemanes de origen extranjero– presentado por el partido de Alice Weidel.
Por último, el auge de la extrema derecha también responde en algunos casos a una reacción contra las políticas de transición energética y el Pacto Verde Europeo, como ponen de manifiesto los recientes disturbios agrarios en Alemania, Francia, Bélgica, Polonia, los Países Bajos y Rumanía. En estos casos, la extrema derecha capitaliza la ira de los sectores populares o agrícolas que pagan un alto coste financiero de las medidas de transición energética. El Movimiento Campesino-Ciudadano (Boer Burger Beweging, BBB) surgido en los Países Bajos y liderado por Caroline van der Plas, ilustra a la perfección la capitalización del malestar de los medios rurales que, en este caso, le permitió imponerse en las elecciones provinciales de marzo de 2023.
Cabe recordar que la mayoría de los partidos de extrema derecha han adoptado posiciones ambiguas, en general escépticas, sobre el cambio climático6. En coherencia con su euroescepticismo, muchos de estos partidos se oponen al Pacto Verde Europeo, al que vinculan a la burocracia de Bruselas. También denuncian el diktat ecologista y la denominada ecología punitiva7. Su mensaje se dirige principalmente al electorado de clase media y trabajadora, preocupado por el coste económico de la transición energética, y también a los irritados sectores agrícolas8. En el plano europeo, las posiciones de la extrema derecha se están acercando a las de la derecha tradicional (que encarna el Partido Popular Europeo o PPE), cada vez más crítica con el Pacto Verde y las ambiciones de transición energética de Europa.
El mainstreaming de la extrema derecha
En términos generales, la convergencia en torno a la cuestión climática es un síntoma de mainstreaming o de apropiación del discurso dominante por parte de la extrema derecha europea9. Esta reorientación se está logrando mediante dos procesos coincidentes.
El primero es el proceso de normalización de la extrema derecha contemporánea. Muchos de estos partidos están haciendo un importante trabajo de lavado de imagen para despojarse de su reputación extremista y granjearse la credibilidad necesaria para acceder al poder. Este proceso está perfectamente ilustrado por la desdiabolización del RN de Marine Le Pen en Francia o los esfuerzos que lleva a cabo desde 2014 Hermanos de Italia, con Giorgia Meloni al frente, para distanciarse de las acusaciones de simpatías neofascistas. El ascenso de los Demócratas de Suecia se debe igualmente a la disolución gradual de las raíces del movimiento dentro de la galaxia neonazi.
En Francia, como en otros países, este trabajo ha supuesto durante varios años una recalibración de los programas, en particular, en relación con Europa. En 2022, Marine Le Pen tuvo buen cuidado de maquillar su programa europeo, prescindiendo de las referencias a la salida del euro o el Frexit que dominó su campaña de 2017, si bien mantuvo su adhesión al viejo proyecto del FN de una unión de naciones libres e independientes. También se dio el giro de 180 grados de Matteo Salvini en cuestiones europeas una vez en el poder en 2018. Y es este pragmatismo lo que explica la actual popularidad de Giorgia Meloni en Italia. Tan pronto fue elegida, la nueva jefa del gobierno rebajó el tono de su retórica euroescéptica, buscando tranquilizar al electorado conservador y que Italia siguiese beneficiándose de la ayuda económica de la Unión Europea. Lo mismo sucedió en Austria y, más recientemente, en los Países Bajos, donde Geert Wilders abandonó rápidamente su proyecto de Nexit –la salida de los Países Bajos de la UE– cuando apuntó a convertirse en primer ministro.
El segundo es que en Europa los grandes partidos de la derecha clásica se han apropiado de muchas de las tesis de la extrema derecha sobre inmigración e identidad, lo que ha llevado a un proceso de radicalización de los partidos liberales y conservadores y a la incorporación de los temas y de los enfoques propios de la extrema derecha al centro del debate público. El movimiento de derechas de los Republicanos, en Francia, es un caso paradigmático de este proceso de porosidad ideológica. Pero los ejemplos se multiplican también en Austria, Suecia y los Países Bajos, y alcanzan su máxima expresión en la deriva antiliberal de partidos conservadores en Europa del Este, como el PiS polaco y el Fidesz húngaro.
¿Hacia una alianza entre la derecha y la extrema derecha?
Este doble proceso de normalización de la extrema derecha, por una parte, y de radicalización de la derecha tradicional, por otra, ha abierto nuevos ámbitos de cooperación entre ambas. Italia, Finlandia, Suecia, España y, en el futuro, Austria e incluso Bélgica, son claro testimonio de esta unión de la derecha política. Incluso la CDU alemana parece emprender el peligroso camino de una alianza con la AfD a nivel local. Y es más que probable que esta consolidación de los movimientos de extrema derecha sea una de las principales consecuencias de las elecciones europeas de junio de 202410. En el momento de escribir estas líneas, la extrema derecha se perfila como primera fuerza política en países como Francia, Italia, Austria, Bélgica, Países Bajos y Hungría. Según los sondeos nacionales de intención de voto disponibles, estas formaciones podrían hacerse con más de 180 escaños en el Parlamento de Estrasburgo, un aumento notable respecto a los 130 que tienen actualmente, de un total de 705. Además, a los pesos pesados del RN, Hermanos de Italia, AfD y PiS, se sumarán nuevos actores como la Alianza para la Unión de los Rumanos (AUR), Basta (Chega) en Portugal, Sme Rodina en Eslovaquia y los Demócratas daneses.
No obstante, por el momento, las fuerzas de extrema derecha siguen fragmentadas en el Parlamento Europeo. El mapa actual de los grupos parlamentarios muestra una división entre los partidos más mainstream –y a menudo más atlantistas, como Hermanos de Italia, VOX y el PiS polaco– que se integran en el grupo Conservadores y Reformistas Europeos (CRE), y aquéllos que forman parte del grupo Identidad y Democracia (ID) que, con el tiempo, se ha convertido en el espacio de encuentro de las fuerzas prorrusas, en torno a Marine Le Pen, Matteo Salvini, el FPÖ austriaco y la AfD.
Una opción franca es que en base a las lecciones aprendidas en Italia, Giorgia Meloni busque estrechar lazos con el PPE de Manfred Weber y atraer al CRE hacia el centro de la política europea. A ello podrían contribuir también partidos como VOX, el Partido de los Finlandeses, la Alianza Nacional en Letonia y la rumana AUR, mientras se aguarda la esperada llegada de Viktor Orbán de Hungría, que ha anunciado su voluntad de unirse al CRE. El aggiornamento estratégico de Meloni en relación con Europa y su acreditado pragmatismo dan credibilidad a la posibilidad de una congregación de la derecha europea.
Otro factor de convergencia gira alrededor de determinadas cuestiones sociales y morales. Partidos de extrema derecha como Hermanos de Italia, VOX en España, Basta (Chega) en Portugal, Éric Zemmour en Francia y el Partido Ley y Justicia (PiS) en Polonia adoptan posturas muy conservadoras en materia de género, derechos LGBTQ+ y aborto, y a menudo amenazan más o menos abiertamente con socavar los derechos de las mujeres y las minorías. Todos estos movimientos estigmatizan el liberalismo cultural y se oponen virulentamente al supuesto wokismo de las élites. Y si bien han permanecido en el margen durante mucho tiempo, cada vez tenemos más ejemplos de como la derecha conservadora también incorpora estos temas, dando lugar a una nueva galaxia política autodenominada nacional-conservadora, que pretende expandir la batalla de valores en toda Europa y otras regiones11.
¿Cuáles pueden ser las consecuencias para Europa?
En vistas a la composición del nuevo Parlamento Europeo saliente de las elecciones de junio de 2024, los dos grupos de extrema derecha –CRE e ID– podrían hacerse juntos con hasta el 23% de los escaños, sin contar los partidos que aún no han manifestado su futura afiliación y que, por tanto, se contabilizan como No Inscritos (NI). Si bien se pueden prever cambios de aquí a la celebración de los comicios, los sondeos apuntan claramente a un desplazamiento del centro de gravedad de la política europea hacia la derecha, y a un aumento del poder corrosivo de la extrema derecha, que sigue oponiéndose a los valores fundacionales de la Unión Europea.
El escenario de una extrema derecha fuerte supone más y mayor peligro para el respeto del Estado de derecho en los estados miembros de la UE. La extrema derecha europea promueve una visión autoritaria de la sociedad, apoyada en la obediencia a las autoridades y el respeto a la ley y el orden –mediante políticas represivas– y en la restricción de los derechos de las minorías. Su sociedad política es, ante todo, una sociedad iliberal, caracterizada por el debilitamiento de las normas y prácticas democráticas, así como de todos los controles y equilibrios judiciales, mediáticos y constitucionales, a imagen y semejanza del escenario político de Polonia o Hungría12.
La creciente influencia de la extrema derecha representa también un importante reto para la derecha tradicional, que se enfrenta a la competencia de estos movimientos en toda Europa. Como consecuencia de ello, existe el riesgo de un mayor endurecimiento de las políticas de inmigración de la UE y, lo que es más importante, de un retroceso conservador en los grandes retos futuros del cambio climático y la transición energética. En este sentido, la presión ejercida por la extrema derecha sobre la derecha conservadora es una amenaza indirecta para el Green Deal europeo y el paquete de ajuste al Objetivo 55 (Fit for 55) destinado a reducir las emisiones netas de gases de efecto invernadero en al menos un 55% en el horizonte 2030.
A nivel geopolítico, el peso de la extrema derecha podría impactar negativamente en el compromiso europeo con Ucrania: aunque los partidos siguen muy divididos sobre esta cuestión, fraccionados entre los grupos CRE e ID y por la naturaleza de sus relaciones con Rusia, los previsibles buenos resultados esperados del RN en Francia y de la AfD en Alemania debilitarán la capacidad de la UE para seguir apoyando a Ucrania y de sostener las sanciones contra el régimen de Vladímir Putin13.
Por último, y por ello no menos importante, cabe señalar que la cuestión del auge de la extrema derecha trasciende el Parlamento Europeo saliente de las urnas en junio. También afecta al Consejo Europeo, donde la probable presencia futura de nuevos jefes de gobierno procedentes de la extrema derecha, o que cooperen con ella, podría alterar los futuros equilibrios políticos, la búsqueda de compromisos y la capacidad de la Unión Europea para hablar con una sola voz en un contexto económico y geopolítico mundial más marcado que nunca por la incertidumbre y la inestabilidad.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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Unión Europea. Eurobarómetro de enero y febrero de 2024, «Public opinion in the EU regions», (en línea): https://europa.eu/eurobarometer/surveys/detail/3218
Notas:
1- Véase McMahon (2022).
2- Véase Falkner y Plattner (2018).
3- Véase McDonnell y Werner (2018).
4- Me extiendo más sobre este tema en una reciente entrevista concedida a Michel Lefebvre y Gaïdz Minassian para Le Monde; «Gilles Ivaldi, politiste : Le populisme, c’est l’exploitation politique du ressentiment», publicada en julio de 2023 y accesible en línea.
5- Unión Europea, Eurobarómetro de enero y febrero de 2024, «Public opinion in the EU regions», encuesta accesible en línea. https://europa.eu/eurobarometer/surveys/detail/3218
7- N. del Ed.: la expresión «ecología punitiva», popularizada por Olivier Blond, expresa la implementación de políticas ambientales impopulares mediante la aprobación de leyes, impuestos y sanciones que aumentan los costes de determinados sectores como, por ejemplo, los que movilizaron los chalecos amarillos en Francia en contra del impuesto sobre los combustibles fósiles.
8- Véase Forchtner y Lubarda (2023).
9- Véase Mondon y Winter (2020); Mudde (2019).
10- Véase Cunningham et al. (2024).
11-. Véase The Economist (2024).
12- Véase Laruelle (2022).
13- Véase Balfour y Lehne (2024).