La peligrosa transformación de la derecha convencional
Europa Occidental ha experimentado importantes transformaciones políticas en las últimas décadas. La narrativa predominante a menudo destaca el declive electoral de la socialdemocracia y la gradual consolidación de la derecha populista radical. Estas tendencias están representadas en el Gráfico 1, que ilustra los resultados electorales como promedio cada cinco años en las elecciones legislativas a nivel nacional en todos los países de Europa Occidental desde 1980 en adelante. El gráfico abarca también los partidos políticos típicamente asociados con la derecha convencional, es decir, conservadores, cristianos demócratas y liberales. La incorporación de todos ellos proporciona una visión más matizada de la situación política europea actual, puesto que queda en evidencia que la derecha convencional está enfrentando serios desafíos para mantener su competitividad electoral, lo cual es particularmente cierto para la Democracia Cristiana.
Un error común que se suele observar en el debate político europeo consiste en asumir que el declive de la socialdemocracia está directamente relacionado con el ascenso de la derecha populista radical, de manera que esta última le estaría robando votos a la primera. Sin embargo, los estudios académicos disponibles revelan que esta afirmación tiene poco fundamento empírico1. Más bien lo que sucede es que la derecha populista radical logra crecer sobre todo gracias a su capacidad de movilizar a personas que antiguamente votaban a la derecha convencional o que, simplemente, no estaban votando.
Siempre ha existido un segmento de la clase trabajadora con posturas conservadoras, que están siendo cautivadas por la ultraderecha de manera significativa. En consecuencia, cada vez se produce una mayor competencia en el bloque de derecha entre dos grupos: en el primero, la derecha convencional sigue apostando por posturas moderadas y por la defensa de la democracia liberal; en el segundo, la ultraderecha adopta posiciones sumamente radicales y críticas hacia la democracia liberal, particularmente dirigidas a la autonomía de los tribunales de justicia, la independencia de los medios de comunicación y la existencia de organismos ‒muchas veces de carácter supranacional‒ no directamente electos ni controlados por la ciudadanía.
Ahora bien, cuando se habla sobre la situación política de Europa, frecuentemente se pasa por alto que la consolidación de la democracia en la segunda mitad del siglo XX se explica por el rol no solo de la socialdemocracia, sino también el de las fuerzas de la derecha convencional. Quizás una de las consecuencias más importantes del fascismo sea la conformación y consolidación de partidos políticos de centroderecha, los cuales aprendieron a defender sus ideales tanto económicos ‒libre mercado‒ como culturales ‒conservadurismo‒, respetando el funcionamiento de la democracia liberal2. Esto trajo consigo una época de lentos pero sustantivos avances, como la consolidación del Estado de bienestar y la gradual incorporación de sectores históricamente marginalizados como migrantes, mujeres, etc. al mercado de trabajo, logros que fueron posibles gracias a la gradual acomodación de la derecha convencional a unas sociedades cada vez más liberales en términos morales y de derechos, y que en muchos casos apoyaban el establecimiento de una seguridad social.
Visto así, el declive electoral y la potencial transformación programática de la derecha convencional tiene implicaciones mayúsculas para el sistema democrático. No en vano, el panorama actual de países tan diversos como Estados Unidos, Hungría y Turquía demuestra que la mutación de la derecha convencional hacia formaciones ideológicamente de ultraderecha plantea una seria amenaza a la democracia liberal. Ante esta situación, cabe preguntarse si la derecha convencional en Europa Occidental está radicalizando sus posturas programáticas y si sigue siendo leal al sistema democrático. Dicho de otra manera, ¿podemos seguir etiquetando a la derecha convencional en Europa como un actor político moderado que defiende la democracia liberal? Para abordar esta pregunta, recientemente tuve la oportunidad de llevar a cabo una investigación para la Fundación Europea de Estudios Progresistas (FEPS), en la que se sistematizaron datos empíricos para el conjunto de Europa Occidental y también se incluyeron análisis detallados de seis casos de estudio: Alemania, Austria, España, Francia, Polonia y Suecia3. Tomando como base los principales hallazgos de este estudio, en las siguientes líneas reflexionaré sobre los motivos por los que hay que seguir observando en detalle la evolución de la derecha convencional. Tal como argumentaré a continuación, la supervivencia de la democracia liberal depende, en gran medida, de la evolución de la derecha convencional.
Buenas y malas noticias
A nadie se le escapa que en Estados Unidos el Partido Republicano ya no puede ser considerado como un ejemplo de derecha moderada. Afortunadamente, hoy este tipo de evolución no se observa en Europa Occidental, donde los partidos de derecha convencional siguen respetando las reglas de la democracia liberal, lo que es sin duda una buena señal. No obstante, también hay malas noticias: algunos análisis más detallados revelan que en no pocos países europeos se vislumbra un proceso de transformación de la derecha convencional, lo cual facilita gradualmente que los discursos y las políticas públicas promovidas por la derecha populista radical vayan ganando terreno.
Donde resulta más evidente esta mayor presencia de la derecha populista radical es en la cuestión migratoria. Aun cuando los países europeos necesitan de la población extranjera para mantener sus economías en pleno funcionamiento, las ideas de la ultraderecha han calado hondo y están permeando las propuestas de la derecha convencional. No son pocos los líderes conservadores, cristiano demócratas y liberales que han afirmado que la población extranjera mantiene valores no liberales incompatibles con la cultura europea, así como han argumentado de manera implícita o explícita discursos en contra de la formación de una sociedad multicultural. Así, por ejemplo, Friedrich Merz ‒actual líder de la Unión Demócrata Cristiana en Alemania (CDU)‒ sugirió recientemente que muchos refugiados políticos migran a su país para poder recibir tratamiento dental gratuito, mientras quien hasta hace poco era la ministra del Interior del Reino Unido, Suella Braverman, del Partido Conservador, no escatima esfuerzos en señalar que es preciso retirarse de la Convención Europea de Derechos Humanos para así poder avanzar con la deportación masiva de refugiados.
Si bien es cierto que estos ejemplos pueden ser vistos como casos aislados, son síntomas que reflejan un problema profundo que afecta a la derecha convencional europea: la existencia de facciones que están dispuestas a radicalizarse y que ven con buenos ojos un creciente acercamiento hacia las posturas de la ultraderecha. En efecto, muchas veces la aparición de la derecha populista radical está íntimamente ligada a una escisión en el seno de la derecha convencional. De la misma manera que Nigel Farage fue miembro del Partido Conservador en el Reino Unido, Santiago Abascal fue miembro del Partido Popular en España y Geert Wilders estuvo en las filas del Partido Liberal en los Países Bajos. En cierto sentido, podemos afirmar que el ascenso de la ultraderecha es una consecuencia no esperada de la gradual transformación que han experimentado las sociedades europeas en sus valores a favor de una mayor y mejor incorporación de sectores históricamente marginalizados, tales como la comunidad LGTBQ+, los migrantes y las mujeres4. No es casual que muchos de los lideres de la ultraderecha que provienen de la derecha convencional, critiquen la hipotética adaptación de esta última a los citados valores y elaboren un discurso nostálgico para retornar a un pasado idílico donde supuestamente todo funcionaba a la perfección. El eslogan «let’s make America great again» de Donald Trump es un buen ejemplo de ello.
Aun cuando es cierto que no es posible observar una clara radicalización de la derecha convencional en Europa Occidental, lo que sí se produce es una creciente disposición a unir fuerzas –implícita o explícitamente‒ de todo el espectro político de la derecha para formar gobiernos a nivel tanto local y nacional. Podemos encontrar ejemplos emblemáticos al respecto no solo en Austria e Italia, sino también en Dinamarca, Finlandia, Noruega y Suecia. Es verdad que ninguno de estos países ha experimentado una regresión democrática, pero este tipo de coaliciones allana el camino para normalizar discursos iliberales que afectan sobre todo a aquellos sectores históricamente marginalizados que han logrado una mejora en el reconocimiento de sus derechos en las últimas décadas. La llave está entonces en manos de la derecha convencional: son los líderes y los pesos pesados de los grupos políticos los que tienen la tarea de moderar a sus propias facciones, y exigirles que se mantengan leales y sin fisuras al sistema democrático. El ejemplo de la mutación del Partido Republicano de los Estados Unidos en una formación de ultraderecha nos debe servir de alerta; sería un error asumir que el carácter moderado de la derecha convencional en Europa se mantendrá indemne. Académicos, politólogos y policymakers deben no solo monitorear la evolución de los partidos de derecha convencional, sino también estar preparados para denunciar cualquier desviación de las reglas del juego intrínsecas a la democracia liberal.
Dos paradojas
Para obtener una perspectiva más detallada de las transformaciones políticas en curso, el estudio sistematizó datos de opinión pública para Europa Occidental con el objetivo analizar los niveles de apoyo y rechazo hacia las distintas familias de partidos políticos5. Este enfoque tiene la ventaja de proveer información sobre cuántas personas tienen una imagen tanto positiva como negativa hacia los partidos políticos que compiten en la arena electoral. De hecho, como se expone a continuación, la existencia de diferentes niveles de simpatía y antipatía revela que algunos partidos políticos teóricamente tienen mucho espacio para expandir su base electoral, mientras que otros deberían tener problemas para poder seguir aumentando su caudal de votos.
Uno de los hallazgos más relevantes del Gráfico 2 es el alto apoyo a la socialdemocracia: de promedio, el 60% de los ciudadanos de Europa Occidental dicen apoyar a esta familia de partidos políticos, siendo el número más elevado y estable en comparación a las demás formaciones políticas analizadas. Si se considera que actualmente la socialdemocracia obtiene aproximadamente un 20% de los votos a nivel nacional (ver Gráfico 1), esto concluye que existe un considerable potencial de crecimiento electoral que no se está logrando explotar. A su vez, el Gráfico 2 revela también una significativa estabilidad en el apoyo a los partidos de la derecha convencional. Las fluctuaciones que se observan a lo largo del tiempo para los partidos conservadores, cristiano demócratas y liberales son bastante menores y obedecen más bien a los ciclos electorales. Sin embargo, la situación es diferente en la derecha populista radical: los datos revelan un aumento en el apoyo hacia esta familia de partidos políticos ‒desde el 15% a mediados de la década de los 90 hasta el 30% en los últimos datos‒, lo cual coincide con su crecimiento electoral a lo largo del tiempo.
¿Qué sucede si observamos la otra cara de la moneda? El Gráfico 3 indica los niveles de rechazo para las familias de los partidos políticos en cuestión. La socialdemocracia sobresale por tener bajas tasas de rechazo de manera estable a lo largo del tiempo ‒alrededor de un 35% del electorado‒, mientras que los tres partidos de la derecha convencional muestran mayor oscilación, con un alza a mediados de los 2000 y un descenso a inicios de la década del 2010. Ahora bien, la situación más llamativa es la de la derecha populista radical, que muestra un incremento sostenido en sus tasas de rechazo: mientras que a finales de los años 90 un 30% de la población estaba en contra de dichos partidos, esta cifra ha crecido a un 50% hoy en día. Esto lleva a la conclusión que, a pesar del crecimiento electoral y la normalización de la derecha populista radical, el número de personas que se opone a ella va al alza, muy por encima de las tasas de rechazo hacia las otras familias de partidos políticos6.
Para concluir, merece especial relevancia la comparación entre ambos gráficos, ya que nos permite distinguir dos paradojas: la de la socialdemocracia y la de la derecha populista radical. En primer lugar, respecto a la primera paradoja, si bien es cierto que los socialdemócratas han venido perdiendo votos, se trata de la familia de partidos políticos que tiene el mayor nivel de simpatía ciudadana. Se puede deducir entonces que la marca de la socialdemocracia está muy bien vista, sin embargo, algo falla en su promoción porque no logra capitalizar todo su potencial de votos. Seguramente, parte del desafío pasa por recalibrar su oferta programática para conectar con demandas que son muy transversales en Europa, como el acceso asequible a la vivienda en las grandes ciudades y la discusión respecto a la reducción de la jornada laboral.
En segundo lugar, respecto a la paradoja de la derecha populista radical, si bien es cierto que los partidos de esta ideología han venido aumentando su caudal de votos, se trata de la familia de partidos políticos que tiene los mayores niveles de antipatía ciudadana. No en vano, Alemania experimentó a inicios de este año una serie de masivas movilizaciones en contra del partido de ultraderecha Alternativa para Alemania (AfD), y en otros países del continente amplios segmentos del electorado se oponen a las ideas de la derecha populista radical. Se puede concluir entonces que la ultraderecha es vista por muchos como tóxica y, por lo tanto, es preciso plantearse cómo los partidos políticos progresistas pueden movilizar este amplio segmento de la ciudadanía que la rechaza. Un buen ejemplo al respecto fueron las recientes elecciones en Polonia a finales de 2023, donde bajo el liderazgo de Donald Tusk se formó una amplia coalición electoral capaz de combinar fuerzas progresistas y de derecha convencional para oponerse al proyecto iliberal del Partido Ley y Justicia (PiS).
No podemos dar por supuesto que la derecha populista radical seguirá siendo ampliamente rechazada por la ciudadanía. Esto dependerá no solo de sus propias acciones y omisiones, sino también y sobre todo del discurso político y de la evolución de la derecha convencional. Si esta última está dispuesta a tomar prestadas las ideas de la ultraderecha, terminará facilitando su normalización y de paso allanará el camino para su propio ocaso. De hecho, Nicolás Sarkozy en Francia llegó al poder haciendo suyas muchas de las propuestas de la derecha populista radical. ¿Y cuál fue el resultado? A corto plazo logró gobernar, pero a largo plazo terminó aniquilando su propio partido y favoreciendo la normalización del proyecto iliberal de Marine Le Pen. La lección es simple: dado que los votantes prefieren el original antes que la copia, la derecha convencional tiene que mantenerse fiel a su ideario político moderado. De lo contrario, desaparecerá la derecha convencional y como consecuencia se pondrá en grave peligro la democracia liberal.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
Abou-Chadi, T.; Mitteregger, R. y Mudde, C. Left Behind by the Working Class? Social Democracy’s Electoral Crisis and the Rise of the Radical Right. Berlin: Friedrich Ebert Foundation, 2021.
Bale, Tim y Rovira Kaltwasser, Cristóbal (eds.) Riding the Populist Wave: Europe’s Mainstream Right in Crisis. Cambridge: Cambridge University Press, 2021.
Meléndez, Carlos y Rovira Kaltwasser, Cristóbal. «Negative Partisanship Towards the Populist Radical Right and Democratic Resilience in Western Europe». Democratization n.º 28 (5), p. 949-969.
Müller, Jan-Werner (2011). Contesting Democracy: Political Ideas in Twentieth-Century Europe. Princeton: Princeton University Press, 2011.
Rovira Kaltwasser, Cristóbal (ed.). The Transformation of the Mainstream Right in Europe and its Implications for (Social) Democracy. Bruselas: Foundation for European Progressive Studies (FEPS), 2024.
Notas:
1- Véase Abou-Chadi et al. (2021).
2- Véase Müller (2011).
3- Véase Rovira Kaltwasser (2024).
4- Véase Bale y Rovira Kaltwasser (2021).
5- Se toman los datos del Comparative Study of Electoral Systems (CSES) y se usan los promedios nacionales de las encuestas realizadas entre 1996 y 2021 en Europa Occidental para preguntar a los encuestados cómo evalúan los partidos políticos en una escala de 0 a 10, donde 0 indica alto rechazo y 10 indica alto apoyo. Para medir apoyo a un partido político se suman los valores que van de 6 a 10, mientras que para medir rechazo a un partido político se suman los valores que van de 0 a 4. Quienes responden 5 no son considerados en el análisis, ni tampoco quienes no responden a esta pregunta.
6- Véase Meléndez y Rovira Kaltwasser (2021).
Imagen: Composición original creada por Joan Antoni Balcells a partir de la fotografia de Pink Sherbet.