La Unión por el Mediterráneo: sobrevivir en tiempos de crisis
Eduard Soler i Lecha,
Investigador principal, CIDOB
3 de mayo de 2012 / Opinión CIDOB, n.º 147 / E-ISSN 2014-0843
En épocas de recortes presupuestarios cada vez es menos válido el dogma de que no hay nada más difícil que acabar con una organización internacional. En esa línea, empiezan a oírse voces proponiendo, simple y llanamente, dar por finiquitada la Unión por el Mediterráneo (UpM). Una drástica medida que para algunos sería un ajuste de cuentas con un Sarkozy que intentó re-nacionalizar la política euro-mediterránea y que para otros sería una medida más para poner coto al derroche meridional.
La UpM no puede presentar, a día de hoy, una brillante hoja de servicios ya que desde su nacimiento ha estado sometida a bloqueos políticos y sus proyectos avanzan muy lentamente. La inestabilidad política en el mundo árabe, sumada a la intensificación de una crisis económica que socava los cimientos del proyecto de construcción europea y debilita enormemente los países de la Europa mediterránea, hace todavía más complicado sacar a la UpM del callejón sin salida en que se encuentra. El contexto actual no es el más propicio ni para encontrar financiación para proyectos mediterráneos ni para que los principales responsables europeos puedan dedicar una mínima parte de su energía a resolver los problemas estructurales de la UpM. Entre los problemas a resolver destaca una necesaria simplificación institucional que la hiciera menos vulnerable a los bloqueos políticos, diera mayor margen de maniobra a su Secretario General e hiciera a la organización menos dependiente de la disposición de los estados de aportar personal y contribuciones económicas voluntarias.
Aún así, durante la primera mitad de 2012 se han producido dos noticias que contrastan con este sombrío panorama. Por un lado, el rápido nombramiento en febrero de un nuevo Secretario General, Fathallah Sijilmassi, algo que años atrás hubiera conllevado meses de negociaciones y que asegura una cierta estabilidad institucional. Y, por otro lado, el anuncio esta semana del Banco Europeo de Inversiones (BEI) de que aportará 500 millones de euros para financiar proyectos de la UpM que se encuentren en fase de madurez entre 2012 y 2013 y que cumplan con los criterios económicos, sociales y medioambientales del BEI.
En este momento, liquidar la Unión por el Mediterráneo, especialmente si no es para substituirla por un marco de relaciones más ágil, no resuelve ninguno de los problemas de esta región. Más bien al contrario, contribuiría a aumentar la sensación que ya tienen muchos socios mediterráneos de que la Unión Europea está dimitiendo de sus responsabilidades en la región. Y es que si muchos europeos están instalados en una especie de “fatiga mediterránea”, no es menos cierto que entre las elites y los ciudadanos de los países árabes va calando una “fatiga europea” al comprobar que los recursos que la UE pone a disposición del desarrollo económico son escasos, sobre todo en comparación con el esfuerzo dedicado en el pasado hacia los países de la Europa central y oriental, y que la inmigración sigue siendo presentada como una amenaza en los debates políticos en Europa.
En un contexto de confluencia de crisis múltiples, austeridad presupuestaria y difusa voluntad política, el riesgo de que la UpM se convierta en una organización residual e irrelevante es real. La vía de salvación de la UpM y más concretamente de su Secretariado Permanente, debería pasar por una estrategia posibilista, de pequeños pasos, de acción discreta y de resultados modestos pero tangibles, con la vista puesta en 2014. Ese año deberán entrar en vigor las nuevas perspectivas financieras, ya habrán tenido lugar las elecciones en países clave como Francia, Alemania, Egipto e Israel, la economía europea podría empezar a dar señales de recuperación y quizás se sepa con mayor certeza qué rumbo toman los cambios políticos en el Norte de África y Oriente Medio.
Para justificar no sólo su existencia sino un aumento de recursos, entre ahora y 2014, el Secretariado debería conseguir por lo menos algunos objetivos concretos: por ejemplo una mayor implicación de las instituciones europeas, aprovechando que la co-presidencia norte es asumida por la Alta Representante; la puesta en marcha operativa de una docena de proyectos de magnitud considerable y que impliquen en total la movilización de más de mil millones de euros; asegurar que una amplia mayoría de los 43 socios de la UpM estén aportando recursos o personal al secretariado; consolidarse como un actor que federa voluntades y multiplica resultados, ahondando por ejemplo la colaboración con el BEI; y, finalmente, tejer una amplia red de complicidades no sólo con actores políticos económicos sino también con creadores de opinión y miembros de la sociedad civil.
Sobrevivir también puede implicar transformarse. Una transformación que pueda pasar por agilizar y simplificar la gobernanza institucional de la UpM, por adaptar su misión en función de cómo evolucione la situación política y económica en la región o por articular una relación más estrecha con Europaid, la agencia de la Comisión Europea para al desarrollo, hasta el punto que el Secretariado actuara como su antena para el Mediterráneo pero con participación de los socios mediterráneos y del BEI.
Aunque los escenarios están muy abiertos, lo que está claro es que en el corto plazo no van a darse las circunstancias que permitan la celebración de una cumbre o una reunión de ministros de exteriores. Así pues, conseguir al menos algunos de los objetivos mencionados o iniciar una metamorfosis del secretariado tendrá que hacerse desde abajo, con el apoyo de los altos funcionarios y sin esperar un empujón de los líderes europeos y mediterráneos. Para que la UpM sobreviva a estos tiempos de crisis, quizás lo único plausible es aplicar el pragmatismo de los pequeños pasos y demostrarse a sí misma y, a sus socios del norte y del sur, que es capaz de andar por sí misma.
Eduard Soler i Lecha,
Investigador principal, CIDOB