Forjar un futuro mejor: el diseño ante las crisis globales
* El presente artículo es un extracto de Rawsthorn, Alice y Antonelli, Paola. Design Emergency: Building a Better Future. Londres: Phaidon, 2022.
Cuando en 1948 los estudiantes inscritos en la escuela de diseño de verano del Black Mountain College de Carolina del Norte descubrieron que su profesor había abandonado los estudios en Harvard y que su agencia inmobiliaria acababa de quebrar, es posible que se sintieran decepcionados. Con su marcha, quedaba en suspenso el proyecto de diseñar un refugio de emergencia con forma de cúpula autoportante que, hasta entonces, había sido un completo fracaso. No obstante, Richard Buckminster Fuller regresó a Black Mountain el verano siguiente, decidido a intentarlo de nuevo. Su llamada a los estudiantes era que le ayudaran a desarrollar una fórmula de diseño con la que cualquiera pudiera utilizar materiales fácilmente disponibles para construir estructuras ligeras y abovedadas de diferentes tamaños y para diversos terrenos. El objetivo era concebir un refugio de emergencia que pudiera servir como vivienda asequible en un momento en que éstas eran muy escasas en Estados Unidos. Por suerte para él y para sus alumnos, la escuela de verano de 1949 sí resultó productiva. Fuller registraría finalmente una nueva empresa –Geodesics Inc.– dedicada a producir lo que bautizó como «cúpula geodésica», de la que desde entonces se han producido millones de unidades en todo el mundo para dar refugio a las víctimas de una emergencia que han perdido su hogar.
La cúpula geodésica fue uno de los ambiciosos e ingeniosos programas de diseño que se desarrollaron profusamente tras la II Guerra Mundial con el objetivo de mitigar los daños causados por el conflicto y sustituir el modo de vida destruido por la guerra por algo mejor. Tras la traumática experiencia de la guerra, existía la sensación generalizada de que el mundo estaba ante una encrucijada y se ansiaba un cambio transformador.
De un modo similar, también hoy nos encontramos en una encrucijada que nos invita a rediseñar y reconstruir nuestras vidas para hacer frente a múltiples y severas crisis: desde el cambio climático y la crisis de los refugiados, al racismo sistémico, la misoginia, la transfobia y otras formas de intolerancia; el colapso de la justicia social y de los sistemas de atención a las personas; también los devastadores desastres naturales y aquellos provocados por el hombre; o la tecnofobia creciente ante el aumento de la ciberdelincuencia y los abusos de la Inteligencia Artificial. Todos estos retos ya existían antes de la crisis de la COVID-19 y de la atroz invasión de Ucrania por Vladimir Putin, pero se han visto agravados por la agitación económica y los traumas humanos derivados de estos últimos acontecimientos.
El diseño no hace milagros, pero es una herramienta potente para ayudarnos a enfrentarnos a nuestros problemas si se utiliza con sensibilidad y responsabilidad. Diseñadores de todo el mundo lo demostraron durante la pandemia de la COVID-19, al diseñar equipos médicos, programas de información pública y sistemas de pruebas que tan necesarios eran en ese momento. La comunidad de diseñadores ucranianos ha respondido con la misma valentía a la guerra de Putin: desde los arquitectos que diseñan viviendas para los refugiados retornados, hasta los diseñadores gráficos que han manipulado las señales de tráfico de Ucrania con intención de confundir a los invasores.
Desde un punto de vista crítico, ha surgido una nueva generación de diseñadores con conciencia social y ecológica, que se han comprometido a utilizar sus habilidades y conocimientos para abordar las complejas crisis interseccionales a las que nos enfrentamos. El principal catalizador, aparte del talento y la determinación de las personas implicadas, es la disponibilidad de herramientas digitales fácilmente accesibles que han transformado la práctica y las posibilidades del diseño. Mediante la recaudación de fondos suficientes para financiar sus proyectos, gracias a las plataformas de crowdfunding y a poder gestionar enormes cantidades de datos complejos en ordenadores personales, los diseñadores pueden definir sus propias formas de trabajar para perseguir sus objetivos sociales, humanitarios y medioambientales. Pueden recurrir, por ejemplo, a las redes sociales para dar a conocer su trabajo y encontrar colaboradores, proveedores y financiación. También pueden hacer uso de los teléfonos inteligentes para realizar fotos o vídeos, servirse de aplicaciones de rastreo, grabaciones de circuitos cerrados de televisión y otras formas de inteligencia de código abierto para desarrollar nuevas y potentes herramientas que les sean útiles para la defensa de una justicia reparadora, como ha hecho Forensic Architecture, agencia pionera de diseño de investigación fundada y dirigida por el arquitecto de origen israelí Eyal Weizman en la Universidad Goldsmiths de Londres.
Considerados por separado, cada uno de estos cambios puede haber tenido un impacto positivo en el diseño, al igual que en otros sectores, pero si los consideramos como conjunto, el resultado es ambivalente. Al diseño aún le persigue el estereotipo de ser una mera herramienta de estilo, o publicitaria, propia de la era industrial; no obstante, está ganando fuerza otra manera de verlo, como un agente ecléctico de cambio que contribuye a apuntalar los avances en multitud de sectores –sociales, políticos, económicos, ecológicos, culturales, científicos, etc.– y de lograr que estos se apliquen positivamente y no negativamente. Son ejemplos de vanguardia en este sentido la diseñadora social británica Hilary Cottam, que está creando prototipos de sistemas sociales más eficientes y rentables o Marina Tabassum, arquitecta bangladeshí que diseña y construye casas móviles de bajo coste hechas con bambú de origen local para personas que se han quedado sin hogar a causa de las inundaciones monzónicas en el delta del Ganges.
¿Qué debe ocurrir para que el diseño alcance su verdadero potencial? Lo primero es que este potencial sea percibido ‒más allá de la comunidad de diseñadores‒ como capaz de dar respuesta a crisis complejas. De lo contrario, perderá no sólo la agencia política y económica que necesita para prosperar, sino también el compromiso de especialistas de otros sectores, como es el caso de Sara Saeed y Iffat Zafar, doctoras afincadas en Karachi, que diseñaron e implementaron «Sehat Kahani», una red de telemedicina que hasta la fecha ha tratado a 7 millones de personas en Pakistán, un país de 200 millones de habitantes donde sólo la mitad de ellos tiene acceso a atención sanitaria.
Esta transformación de la percepción pública y política está siendo ciertamente merecida, pero puede revertirse fácilmente si el diseño no está a la altura de las grandes expectativas que está generado. Cuanto más ambiciosos son los diseñadores, más rigurosos deben ser también a la hora de planificar y ejecutar su trabajo y de evaluar toda la amplitud de su impacto. Uno de los interesantes desarrollos a este respecto es la investigación emergente en el campo del diseño y que se centra en sus repercusiones más controvertidas o perjudiciales. Ejemplo de ello es el análisis del grupo italiano Formafantasma sobre el vasto –y a veces ilícito– comercio mundial de residuos digitales y electrónicos en el marco del proyecto Ore Streams, que también incorpora propuestas de diseño para garantizar un mayor reciclaje de los residuos de manera responsable.
La creciente complejidad de los proyectos de diseño acentúa la necesidad de analizarlos holísticamente desde sus inicios, para identificar todas las cuestiones interseccionales que puedan afectarles. Tomemos por ejemplo la Gran Muralla Verde de África (The Great Green Wall), un programa de restauración de tierras concebido como una ambiciosa estrategia de diseño que pretende invertir la desertificación en la región meridional del Sahel. Su destino es inseparable de la suerte económica de los veintiún países que participan en el proyecto, así como de las tensiones y conflictos políticos entre ellos. Igual de urgente es que la cultura del diseño sea más abierta e inclusiva, tras haber estado dominada demasiado tiempo por hombres cis-blancos. Se han hecho progresos, y muestra de ello son el creciente número de mujeres y de jóvenes diseñadores, arquitectos e ingenieros llenos de talento que están surgiendo en África, Asia Meridional y América Latina, pero estos progresos, no son suficientes. ¿Cómo puede la comunidad del diseño fomentar la igualdad y la equidad en el conjunto de la sociedad si, dentro de la propia comunidad de diseñadores, no refleja esos valores? El diseño tampoco podrá desplegar todo su potencial como motor de un cambio transformador a menos que pueda aprovechar los recursos de los mejores diseñadores posibles, que, por definición, deben representar a todos los géneros, todas las etnias, todas las demografías y todas las geografías.
Cada vez más, el objetivo del diseño será capacitar a otros especialistas para que alcancen sus metas a través de la colaboración con personas de diversos ámbitos en obras en que evolucionan permanentemente, dejando atrás el arraigado mito del héroe solitario del diseño (casi invariablemente blanco y hombre) que acude a resolver un problema. Será precisa una mayor sensibilidad, diplomacia y previsión –por ejemplo en la anticipación a los posibles abusos de las nuevas tecnologías, como puede ser la transformación de las redes sociales en un panal de odio o las nuevas formas de ciberdelincuencia–, al tiempo que se procura aprovechar al máximo sus ventajas. Resulta revelador que incluso los diseñadores más sofisticados digitalmente estén aplicando cada vez más las lecciones aprendidas del estudio de materiales y procesos naturales y ancestrales a las nuevas tecnologías, como hace por ejemplo, el arquitecto neoyorquino Neri Oxman.
Aun cuando sería insensato subestimar los obstáculos que pueden impedir que el diseño nos ayude a forjar un futuro mejor, existen razones para el optimismo. Una de ellas es la creciente aceptación de la necesidad de rediseñar radicalmente nuestras vidas. Otra, es el desarrollo de nuevas herramientas digitales que pueden ser de ayuda para los diseñadores para idear nuevas soluciones a los problemas existentes. Lo más importante es que contamos con la determinación de una nueva tipología de diseñadores activistas que trabajan por el bien de todas las comunidades, de todas las geografías y de todas las especies y hacen que nuestras vidas sean más justas, seguras, sanas y más agradables, productivas e inclusivas, tal y como esperaba Buckminster que fueran.