El acuerdo de Ginebra abre un nuevo escenario regional y global para Irán
Roberto Toscano
investigador senior asociado, CIDOB
19 Diciembre 2013 Opinión CIDOB, nº. 215 / E-ISSN 2014-0843
El acuerdo alcanzado en Ginebra el 24 de noviembre entre Irán y los“5+1”(Estados Unidos, Rusia, Francia, Reino Unido, China y Alemania, más Lady Ashton, en representación de la Unión Europea) no constituye una solución completa de la cuestión nuclear iraní, pero sí pone las bases de un entendimiento final que habrá que conseguir dentro de los próximos seis meses. Durante esta fase intermedia, se pondrán en marcha una serie de medidas, limitadas pero significativas, que permitan acercarse a una solución global de un problema que al menos durante una década había parecido no solo irresoluble, sino capaz de producir tensiones y hasta un abierto conflicto militar.
Irán se compromete a no avanzar en el desarrollo de su capacidad nuclear, y sobre todo a no enriquecer el uranio mas allá del 5 por ciento, mientras los “5+1” aceptan que las ventas de petróleo iraníes sigan a nivel de los promedios actuales, sin tratar de reducirlas ulteriormente. Así mismo suspenden las sanciones sobre las exportaciones petroquímicas y las que se habían impuesto a la industria del automóvil. Más importante aún, se comprometen a no aumentar el nivel de sanciones actualmente aplicado.
El sentido del acuerdo sobrepasa su contenido textual y merece un análisis político. En primer lugar, el hecho mismo de que haya habido una negociación entre Irán y los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas más Alemania y se haya alcanzado un acuerdo marca un vuelco en las relaciones de Teherán con el mundo que va a tener un impacto profundo a nivel regional y también global. Más significativo aún es el hecho que se haya producido un diálogo directo de Irán con Estados Unidos después de treinta y cinco años de desencuentro total y de hostilidad recíproca.
Si preguntáramos porqué ha sido posible el acuerdo, sería muy fácil contestar que se trata de un resultado que tiene sentido para ambas partes, en vista de que el objetivo de evitar que Irán se transformase en un país militarmente nuclear no parecía poderse conseguir por otros medios que no fuese una descabellada hipótesis de ataque militar. Irán, por su parte, obtiene lo que en realidad era su principal objetivo en política exterior: ser reconocido y romper –sin renunciar al derecho de construir una industria nuclear civil– el cerco del aislamiento que, a raíz del problema nuclear, se había transformado en el asfixiante acoso de las sanciones.
La verdadera pregunta es: ¿por qué ahora? ¿Por qué lo que era imposible se ha convertido en posible?
Hay una respuesta simple y superficial, que es la que prefieren los halcones quienes, sobre todo en el Congreso de Estados Unidos, dicen que Irán ha aceptado flexibilizar su precedente intransigencia solamente gracias a la presión de las sanciones, y añaden que, si las sanciones se han revelado buenas, más sanciones se revelarían óptimas. Una gran equivocación (si es que de equivocación se trata, y no de una manera de echar al traste lo que se ha conseguido), ya que la aprobación de nuevas sanciones durante estos seis meses intermedios entre el acuerdo provisional y el acuerdo definitivo resultarían fatales no solamente para una solución de la cuestión nuclear, sino también para las perspectivas del nuevo gobierno iraní encabezado por el Presidente Rohaní.
Y es justamente el cambio en la política interior iraní, más que el efecto de las sanciones, lo que nos sirve para explicar el resultado de Ginebra. Si uno se pregunta –y hay algunos sondeos de opinión que nos proporcionan la respuesta– por qué el electorado iraní ha elegido un candidato moderado, y sobre todo por qué los reformistas han hecho confluir sus votos sobre un candidato centrista, resulta que las sanciones no han sido el factor principal. Los iraníes estaban hartos del populismo de Mahmud Ahmadinejad, un presidente cuya política demagógica e insensata hubiera producido un desastre económico aún sin las sanciones, y cuya actitud de grosera provocación a nivel internacional (como el negacionismo del Holocausto) iba en contra de lo que una abrumadora mayoría de iraníes, tanto reformistas como conservadores, quiere más que ninguna otra cosa: integrarse como un “país normal” a la comunidad internacional, siendo reconocidos, respetados y no aislados y demonizados como peligrosos fanáticos.
Además, es difícil afirmar que Irán se visto obligado por la presión de las sanciones a aceptar un acuerdo cuyos contenidos coinciden con lo que los mismos iraníes habían propuesto al comienzo de la cuestión nuclear, cuando el país estaba presidido por el reformista Khatamí y no el nacional-populista Ahmadinejad. Es un hecho que en 2004-2005 Irán estaba dispuesto a aceptar un trade-off entre el reconocimiento de su derecho al enriquecimiento del uranio y la aceptación de controles e inspecciones más allá de lo que prevé el Tratado de No Proliferación Nuclear, tanto es así que Teherán aceptó suspender, en la negociación con los EU3 (Francia, Reino Unido y Alemania), el enriquecimiento, y al mismo tiempo aplicar durante dos años el llamado Protocolo Adicional, que permite la extensión de las inspecciones mas allá de los sitios declarados como nucleares. Pero en esa fase eran los europeos (y detrás de ellos los estadounidenses) los que no buscaban un compromiso, sino una rendición total de Irán, y – en el caso de George W. Bush - un cambio de régimen en Teherán.
Después que la flexibilidad de Khatamí fuera rechazada por la intransigencia de Bush, la disponibilidad del presidente Barack Obama tampoco pudo desbloquear la situación frente a la intransigencia de Ahmadinejad y de su negociador nuclear, Saeed Jalili (el de la “diplomacia de la resistencia”).
Hoy que Ahmadinejad ha sido remplazado por Rohaní, y Jalili por Mohamad Javad Zarif, un gran diplomático que defiende los intereses de su país con inteligencia y auténtica capacidad de diálogo, no es ilusorio imaginar que la solución esté al alcance.
Los esfuerzos de Rohaní son auténticos. Rohaní no es un títere del Líder Supremo, el ayatolá Alí Khamenei –que sin ser un liberal-demócrata habría decidido dar una oportunidad a Rohaní y a su propuesta de moderación interna y apertura internacional– y tampoco, como afirma el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, “un lobo bajo piel de cordero”, pero sí es un presidente en situación frágil, expuesto a muchas dificultades y sobre todo a las maniobras de muchos enemigos.
Enemigos internos, como los radicales islámicos convencidos que en Ginebra los negociadores iraníes han concedido demasiado, y dispuestos a una ofensiva si el asunto nuclear terminara en fracaso por culpa de lo que para ellos es descontado: la intención del imperialismo americano de aislar la República islámica y, si fuera posible, acabar con ella. Pero también externos, como los israelíes, quiénes están utilizando medios descaradamente invasivos para convencer al Congreso de Estados Unidos de hacer fracasar el acuerdo, o los sauditas enfuriados contra un Obama considerado demasiado “soft on Iran” y decidido a abandonar a sus tradicionales aliados en Oriente Medio. En ambos casos, desde Israel o de Arabia Saudí, esta oposición revela que el asunto nuclear no es sino instrumental.
Tanto los israelíes como los sauditas no quieren que Irán salga de su aislamiento y empiece a ejercer un rol regional que cambiaría los equilibrios actuales. Si bien es legítimo oponerse a una perspectiva de hegemonía iraní (los árabes siempre han temido la potencia de Persia), también es cierto que su aislamiento no es posible.
El actual gobierno iraní, por otra parte, parece ser muy consciente de que éste, y no el asunto nuclear, es el verdadero problema, y se ha volcado inmediatamente a una intensa campaña de contactos con lo países del Golfo en búsqueda de restablecer relaciones menos tensas y de apaciguar sospechas.
A pesar de todas las fragilidades, las oposiciones y las dudas que aún genera la cuestión iraní, frente a un Oriente Medio desgarrado entre inestabilidad y conflictos (de Iraq a Siria, de Libia a Yemen), el acuerdo de Ginebra sobre el problema nuclear iraní puede constituir una de las pocas buenas noticias de este agitado decenio.