Apuntes | Una crítica al neoliberalismo: ni es nuevo ni es liberal

APUNTE_WALDO ANSALDI
Fecha de publicación: 09/2024
Autor:
Waldo Ansaldi, sociólogo, Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires
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Mi análisis de los movimientos políticos de derechas parte de dos premisas fundamentales. En primer lugar, no son sujetos políticos en sí, son la expresión ideológica y política de una clase social, la burguesía, que ha logrado en buena parte del planeta un alto grado de hegemonía sobre las clases subalternas o populares. En segundo lugar, no hay nuevas derechas, pero sí hay nuevas formas de expresión de las derechas. En ese supuesto, confunde, más que aclara, llamar nuevo, nueva o neo, a un concepto que ya existe, aunque se muestre con ropaje y lenguaje distintos. 

Asistimos en la actualidad a una proliferación de nombres para identificar a los movimientos políticos de derecha: nueva derecha, extrema derecha, derecha radical, ultraderecha, etc. En casi todos los casos, si no en todos, estos términos se utilizan para designar a sujetos de acción política de ideología conservadora. Cuando los sujetos sociales ‒las clases‒ se expresan como sujetos políticos (primarios o secundarios) lo hacen mediante diferentes posiciones ideológicas. La historia sin sujetos no es historia, ni tampoco permite explicar la realidad. En otras palabras: la historia sin sujetos no permite ninguna lectura ni, menos aún, la explicación de los procesos y las construcciones sociales. 

Sobre esta querencia a emplear prefijos en el campo semántico de «nuevo», cuando se trata del campo científico, coincido con el historiador británico Alan Knight, quien afirma que «la moda es una pobre guía hacia la verdad». Más aún, añadiría que nos priva de la necesaria perspectiva. Mi reticencia se multiplica si, como sucede en los estudios sobre las supuestas «nuevas derechas», el análisis se acompaña del uso generalizado del adjetivo «nuevo». En estos casos, lo habitual es que estemos ante un estudio sin conexión alguna con la temporalidad ni, mucho menos, con la historicidad. Antonio Gramsci nos enseñó que todo análisis de coyuntura requiere superar el error frecuente de «no saber encontrar la relación justa entre lo que es orgánico y lo que es ocasional», es decir, entre los movimientos y hechos orgánicos ‒que son más o menos permanentes, de larga duración o, utilizando el concepto introducido por Piotr Sztompka, parte del coeficiente histórico de una sociedad‒ y los coyunturales u ocasionales. La nueva derecha es en realidad la derecha de siempre con nuevas formas. Ahora explicaré el porqué de esta afirmación:

No es lo mismo hablar de las nuevas derechas, que de lo que tienen de nuevo las derechas. Y no es un juego de palabras, es una distinción fundamental. En el pensamiento y la ideología de derechas hay un núcleo duro que es permanente u orgánico: su posición respecto de la dualidad igualdad/desigualdad, a la que consideran un fenómeno natural y permanente, que se acompaña en el caso de las extremas derechas con componentes de machismo, misoginia, xenofobia, homofobia, reducción de derechos ‒sobre todo sociales y humanos‒, rechazo a lo intelectual, y cultura de la violencia ‒que puede tornarse rápidamente en militarismo‒. 

En América Latina hay actualmente un significativo avance de las posiciones de derecha y extrema derecha, alcanzando en algunos casos posiciones de gobierno ‒Argentina, Ecuador, El Salvador, Paraguay, Perú, Uruguay‒ o bien con una fuerte o muy fuerte presencia en ejecutivos o parlamentos ‒Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Guatemala‒. En los últimos años las manifestaciones más extremas han sido las del bolsonarismo en Brasil ‒en el gobierno de 2019 a 2022‒ y las de los anarcolibertarios argentinos, cuyo líder y actual presidente de Argentina, Javier Milei, es un confeso partidario del partido de ultraderecha español VOX.

En el discurso político de Milei destaca ‒más allá de la descalificación absoluta de todo pensamiento que no sea el suyo‒ la protección y defensa acérrima de la propiedad privada y del mercado, el antiestatalismo extremo que reduce el papel del Estado a satisfacer las necesidades de seguridad ‒más en el ámbito interior que en el exterior‒ y a administrar la justicia. Su discurso enfatiza la distinción entre la gente «de bien» y las masas (orcos, en palabras del expresidente Mauricio Macri), y la reducción y represión de las libertades, en una inversión del pensamiento liberal original, que las exaltaba. El discurso de Milei afirma también que el calentamiento global es un invento del socialismo, y ataca a la educación pública ‒un orgullo histórico de la sociedad argentina‒ por considerar que «ha hecho mucho daño lavando el cerebro de la gente». Por último, en cuanto a economía se refiere, se proclama anticomunista y antisocialista, así como defensor de la escuela austriaca de economía, en oposición al keynesianismo ‒considerando a su Teoría general de la ocupación, el interés, y el dinero (1936), «la basura general»‒ y, obviamente, a toda la teoría marxista, que afirma que empobrece y se aprovecha de la ignorancia de las mayorías. 

El filósofo e historiador italiano Benedetto Croce, denominó a esta corriente de pensamiento los liberistas, para diferenciarlos de los que consideraba auténticos liberales, herederos de las originales proposiciones político-filosóficas. En ese sentido, los liberistas son una clara muestra de la relevante relación entre democracia y exclusión, o entre democracia y capitalismo. Conocidos también con el equívoco vocablo neoliberales, privilegian las políticas de ajuste estructural frente a ‒y en contra de‒ los derechos humanos, lo que los lleva a aplicar políticas que conducen a la pobreza, la indigencia, la exclusión y la represión, es decir, a violaciones de los derechos fundamentales.

Estos liberistas, anarcocapitalistas o libertarios afirman querer armonizar el ajuste estructural con la estabilidad democrática, una tarea imposible, ya que el ajuste tiende a crear inestabilidad política. Además, buscan transferir al mercado el protagonismo en la organización de las relaciones sociales, desplazando a los estados y a la política, y eso torna más grave la situación, especialmente en mercados como los latinoamericanos que son poco dinámicos e incapaces de desarrollar una óptima integración social. Más aún: la exclusión de sectores mayoritarios de la sociedad impide el propio desarrollo, e incluso el mero crecimiento de un capitalismo genuino, y puede ser el germen de futura inestabilidad social. Los liberistas son incapaces de advertir que el sistema capitalista requiere, para desarrollarse en el medio plazo, que la mayoría de la población sea partícipe del crecimiento. Una sociedad polarizada ‒a veces extremadamente polarizada‒, donde las mayorías son excluidas del acceso a bienes, servicios y al propio mercado, marca un límite material al desarrollo, e incluso al crecimiento, económico, que se vuelve más rígido aún si esa exclusión se reproduce ‒tal como sucede hoy‒ a nivel mundial, exacerbando la desigualdad en el interior de cada sociedad y entre los diferentes países.

Un dato significativo, este sí efectivamente «nuevo», es la formidable capacidad que las fuerzas políticas de derecha y extrema derecha han generado para cooptar a cada vez más mujeres y hombres de las clases subalternas y trabajadoras, para ejercer la hegemonía sobre ellas, sin dejar de aplicar la dominación.