Apuntes | Extrema derecha y religión: ¿afinidades electivas?

APUNTE_MAR GRIERA I MARTÍN COUTO
Fecha de publicación: 09/2024
Autor:
Mar Griera, catedrática de Sociología, Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), y Martín Couto, investigador predoctoral, Universidad Autónoma de Barcelona (UAB)
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Estamos inmersos en tiempos de polarización política. Los movimientos neoconservadores se articulan, cada vez más, alrededor de controversias morales que se convierten en privilegiados campos de batalla de la lucha política. La férrea oposición a cuestiones como la interrupción del embarazo, el matrimonio entre personas del mismo sexo, el reconocimiento de la identidad de género de las personas trans o las políticas de muerte asistida han marcado la agenda política de la extrema derecha durante la última década, y se han convertido en punto de encuentro de líderes políticos de todo el mundo como Orbán, Meloni, Trump o Bolsonaro. La idea de una sociedad en proceso de decadencia y el impulso de nuevos proyectos morales inspirados en imaginarios de naturaleza religiosa son el nexo común que vincula muchos de estos proyectos políticos neoconservadores, movimientos que se expanden tanto en Europa como en América. 

Este contexto favorece la siguiente paradoja: aunque los indicadores de pertenencia y práctica religiosa se reducen de forma significativa en toda Europa, y también en menor medida en América del Norte y del Sur, la religión adquiere una nueva relevancia pública y política; y, al mismo tiempo, gana visibilidad en la vertebración del discurso y la movilización política neoconservadora. La confluencia entre los movimientos de extrema derecha y las organizaciones religiosas es poliédrica y se produce tanto en términos organizativos como de discurso político y social. 

El factor religioso deviene cada vez más en un motor de movilización pública, generador de dinámicas de confrontación y oposición política. Se produce lo que el sociólogo argentino Marco Vaggione define como un proceso de «NGOización» de la esfera religiosa, con la emergencia de múltiples asociaciones y plataformas que, aunque a menudo no están formalmente vinculadas a las instituciones religiosas tradicionales, se reivindican como portavoces de valores religiosos y desarrollan un activismo con múltiples vertientes (legal, político o cultural). Un caso paradigmático de esta dinámica es CitizenGo, organización originalmente fundada por Hazte Oír en Madrid y que actualmente tiene una dimensión internacional, promoviendo campañas en once lenguas diferentes. Es un activismo religioso que adquiere tonos globales y que se expande a través de emprendedores morales que convierten causas concretas (por ejemplo, la oposición al aborto) en verdaderas cruzadas políticas, estableciendo alianzas transnacionales y difundiendo sus mensajes por las redes sociales. Estos emprendedores morales son los que establecen vínculos estratégicos con partidos políticos de extrema derecha y dan su apoyo a actores políticos concretos. Y es el crecimiento de esta red asociativa cristiana neoconservadora y su notable capacidad de incidencia pública lo que ayuda a entender el repunte del lenguaje religioso en los discursos de los partidos de extrema derecha en la última década. 

Al mismo tiempo, más allá del rol de las organizaciones religiosas en la promoción de una agenda neoconservadora, el cristianismo emerge cada vez más como un recurso estratégico, proporcionando un lenguaje ritualizado para escenificar y singularizar la protesta. Las manifestaciones públicas que incluyen rezar el rosario o hacer vigilias de plegarias han ganado visibilidad en los últimos años. El ritual religioso actúa como marcador simbólico que establece una frontera excluyente alrededor de la idea de un «nosotros» cristiano. Ilustrativo de esta tendencia es el caso de la asociación «40 days for life», nacida en Texas pero presente hoy en más de sesenta países, que incentiva campañas de plegarias ante clínicas de planificación familiar. Son rituales de plegarias que se prolongan durante 40 días, las 24 horas del día. Este tipo de ritualización religiosa de la protesta neoconservadora está en aumento, incluso en países donde parecía que la secularización había desplazado la religión al ámbito privado, como en Francia, España o Alemania. 

En el contexto actual, la religión se convierte también en una fuente de legitimidad para anclar, justificar y reforzar los discursos de la derecha y de la extrema derecha. La religión provee una matriz narrativa que se convierte en un recurso simbólico en la construcción de discursos morales: establece los límites entre el bien y el mal, entre aquello moralmente aceptable y aquello inmoral, al mismo tiempo que atribuye un carácter sagrado a estas disposiciones. El sociólogo vasco Joseba García Martín explica que en los últimos años se ha construido un marco narrativo basado en fuentes doctrinales que se articula a partir de la oposición entre lo que él ha definido como la «cultura de la vida» y la «cultura de la muerte». Es una oposición que adquiere un carácter omnicomprensivo, y que clasifica la realidad de forma dicotómica. Doctrinalmente, el origen del término se encuentra en la encíclica Centesimus annus promulgada por Juan Pablo II en 1991, pero también ha tenido un amplio eco en el mundo evangélico y ortodoxo. La síntesis que promueve es que hay que combatir todo lo que, desde su perspectiva, pertenece a la «cultura de la muerte» (interrupción del embarazo, investigación con células madre, matrimonio entre personas del mismo sexo, entre otros) y, por contra, fomentar todo lo que definen como parte de la «cultura de la vida» (familia nuclear, concepciones tradicionales de género, etc.). Este marco narrativo se contextualiza y se reconfigura en cada contexto local y en relación con la forma dominante de cristianismo que en él predomine (ortodoxo, protestante o católico), pero también funciona como narrativa global, como una lingua franca que permite tejer alianzas ecuménicas e impulsar iniciativas de alcance transnacional. La circulación de estos discursos a través de redes sociales y foros de encuentro de los movimientos de extrema derecha otorga aún más ímpetu a este marco narrativo, que gana relevancia en el momento de orientar la agenda política y comunicativa de estos movimientos.  

Ahora bien, el vínculo entre la extrema derecha y la religión aún va más allá. No es solo que la religión aporte capacidad movilizadora a la agenda neoconservadora, o que le ofrezca un bagaje doctrinal a partir del cual construir un universo moral. La religión es, también, generadora de una identidad que permite conjugar una memoria ‒nostálgica‒ del pasado con un proyecto político para el futuro. El cristianismo ‒o en función de la ocasión, el judeocristianismo‒ se construye como herencia común que permite crear un sentido de pertenencia, al tiempo que excluye aquellos que no forman parte de él. Es lo que se ha identificado como el proceso de culturalización de la religión, que convierte la fe en una forma de identidad cultural de la que se forma parte por nacimiento, y no como resultado de la práctica religiosa. En virtud de este enfoque, la religión gana fuerza como marcador cultural y se suma a otras formas de xenofobia ‒por el color de la piel o la procedencia‒ que históricamente habían vertebrado la agenda de la extrema derecha. En este sentido, hay una lectura del cristianismo en términos más civilizacionales, que se construye por oposición al islam y que atribuye a la religión el «mérito» de la civilización occidental. Con una mirada retrospectiva se afirma que es la religión, y más específicamente el cristianismo, la variable esencial que nos define como sociedad, y que explica el proceso de modernización occidental. En este contexto, existe un cierto consenso en identificar el 11 de septiembre del 2001 como el momento culminante a partir del cual la teoría de Samuel Hungtington sobre el «choque de civilizaciones» sobrepasa el ámbito académico y de las élites políticas para convertirse en una narrativa que busca llegar a un gran público, difundida por los sectores conservadores y utilizada como brújula para explicar la evolución de la geopolítica mundial. La idea de una civilización cristiana, compacta y con unos límites trazables se convierte en una identidad de resistencia y de reacción frente al incremento de las migraciones, que a menudo recurre a la caracterización del islam como enemigo por excelencia. 

A pesar de todo, es necesario destacar que esta no es una narrativa que inicialmente fuera hegemónica entre los partidos de extrema derecha, especialmente en Europa. No todos los partidos de extrema derecha europeos han celebrado la herencia cristiana con el mismo énfasis, ni la han capitalizado como parte de su proyecto político. El caso del Partido por la Libertad de Gert Wilders, en los Países Bajos, es el ejemplo más paradigmático; la campaña islamófoba que ha promovido desde sus orígenes no se ha construido por contraposición al cristianismo, sino que ha hecho bandera de la herencia secular e ilustrada de la Europa contemporánea. La metáfora de la luz contra la oscuridad ha guiado su discurso ideológico, así como también la defensa de la diversidad sexual como estándar de una Europa que definen como secular y moderna. En el caso del Partido por la Libertad holandés, se suma que es un partido nacido con el instinto de diferenciarse de la socialdemocracia cristiana y con este objetivo ya se desmarcó de la herencia religiosa desde su génesis.

En los últimos años, el escenario político ha vivido transformaciones muy significativas. La socialdemocracia cristiana ha perdido fuerza, mientras que los movimientos neoconservadores de raíz cristiana han ganado protagonismo. Es por esto por lo que nos encontramos ante la realidad que son numerosos los partidos de extrema derecha que hacen malabarismos retóricos y mantienen no pocas fricciones internas para poder capitalizar ambas narrativas simultáneamente: una defensa de la herencia cristiana y de los valores tradicionales; y, al mismo tiempo, una reivindicación de la agenda liberal europea frente a un islam que definen como retrógrado e intolerante. Esta pugna es especialmente visible en partidos como Reagrupamiento Nacional (RN) en Francia y también, pero con menor intensidad, en Estados Unidos. 

 Sea como fuere, el vínculo entre extrema derecha y religión no va en retroceso sino todo lo contrario. Así que, en paralelo, provoca fracturas ‒cada vez más profundas‒ en el mundo cristiano. Un mundo religioso que es ideológicamente plural y culturalmente diverso pero que se encuentra cada vez más identificado en discursos de extrema derecha que prácticamente monopolizan la presencia pública del cristianismo. Voces como la del mismo Papa Francisco son, a menudo, eclipsadas por este cristianismo de rostro neoconservador que se construye a través de eslóganes dicotómicos. Este escenario dificulta la construcción de espacios de debate abiertos, razonados y sosegados sobre cuestiones fundamentales como la moral, la ética o la justicia social.