Una globalización con características chinas
La reciente ola de globalización ha cambiado radicalmente el reparto del poder económico en el mundo. El ascenso de China resulta el fenómeno más llamativo de este proceso y uno de los interrogantes clave en muchos de los debates internacionales es acerca del rol que podría desempeñar China en un nuevo orden económico global. También, qué cambiaría en el próximo estadio de la globalización si se confirma el cambio es estatus de China como uno de los grandes líderes planetarios.
La entrada de China en la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001 fue el paso previo a su incorporación al engranaje de la normativa que rige el comercio internacional y al orden regulado por la legislación internacional. Desde entonces, China ha interactuado activamente con la comunidad internacional gracias a su rápido crecimiento económico, la integración de sus cadenas de valor global y su expansión comercial e inversora. El gigante asiático ya es la primera potencia comercial del mundo y la segunda economía mundial. China es también uno de los principales acreedores planetarios, gracias al enorme volumen de su ahorro doméstico y a su superávit por cuenta corriente.
China participa activamente en la globalización y es uno de sus principales beneficiarios, lo que explica que no tenga motivos para querer revertir el curso de este proceso. Por ese motivo, China tiene razones de peso para promover una mayor conectividad global: las cuestiones más relevantes entonces son conocer cómo China percibe el mundo futuro y cuáles son los enfoques que adopta para alcanzar sus objetivos.
En primer lugar, el multilateralismo es el principal enfoque a través del cual China participa en la cooperación internacional. China considera la existencia de vacíos de gobernanza global en las instituciones internacionales como una oportunidad para lograr un verdadero multilateralismo. Y para que sea genuino, es preciso que el multilateralismo sea inclusivo, justo en términos de representación y estructurado para que todos los interesados participen en la toma de decisiones.
La apuesta china por el multilateralismo se refleja, por ejemplo, en su implicación en la reforma de las instituciones financieras internacionales vigentes para paliar el descuadre entre el peso económico y el poder financiero. Es por ello que el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial –las más importantes instituciones de Bretton Woods en el mundo–, reformaron su sistema de cuotas tras la crisis financiera global de 2007-2008. La cuota de participación china –como la de otras economías emergentes– ha aumentado en ambas organizaciones. La moneda china, el renminbi, también se ha convertido en una de las divisas fundamentales de los Special Drawing Rights (SDR) o Derechos Especiales de Giro (DEG) del FMI, lo que supone un hito en pro de un sistema internacional diversificado de moneda de reserva. Junto a otros socios, China ha promovido la creación de instituciones financieras nuevas, como por ejemplo el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (en inglés, AIIB) y el Nuevo Banco de Desarrollo (en inglés, NDB). Estos esfuerzos han contribuido a un mejor equilibrio de poder dentro de las instituciones multilaterales.
China busca también, de manera activa y abierta, la reforma del sistema multilateral de comercio. Ha aceptado establecer negociaciones dentro de la OMC en áreas potencialmente sensibles como la economía digital, el comercio y el medio ambiente, los subsidios industriales o las empresas de propiedad estatal. Recientemente ha entrado en vigor la Asociación Económica Integral Regional (RCEP por sus siglas en inglés) –de la cual China es uno de los grandes impulsores–, que establece un bloque comercial multilateral que da cabida a la mitad de la población y a un tercio del comercio mundial. Estos esfuerzos son constructivos y deberían contar con mayores apoyos en un momento en el que el multilateralismo está en retroceso.
En segundo lugar, en cuanto a los ejes en que China se basa para alcanzar sus objetivos, cabe considerar su posición económica peculiar. Si nos fijamos en el tamaño de su economía, por ejemplo, China es una superpotencia global que, además, marca el paso en algunas áreas clave como la de la transformación digital. Y, sin embargo, en términos de riqueza por habitante, China está muy por detrás de las economías avanzadas. Permanece aún en la fase en la que la renta de los individuos crece más lentamente que la riqueza total de la nación. Este estatus mixto hace que, por un lado, la economía china tenga una importancia sistemática –según la definición del FMI–, y al mismo tiempo, siga protegiendo algunos de sus sectores domésticos incipientes cuando es necesario, algo quizá más propio de los países en vías de desarrollo.
Hay quien sostiene que China utiliza su estatus dual para no respetar de manera rigurosa las normas y los estándares establecidos. En realidad, la posición mixta de China refleja sencillamente la necesidad de legitimar los derechos de los países emergentes y en vías de desarrollo como un todo, si es que el mundo aspira a dar cabida a actores más diversificados en los escenarios globales.
En tercer lugar, la adscripción más identificable de China a la globalización es a través del rápido crecimiento de su inversión externa. Quizá el ejemplo más paradigmático sea la «Iniciativa del Cinturón y la Ruta» (en inglés, BRI), cuya concepción se atribuye al presidente Xi Jinping y que ejemplifica su visión de la próxima fase de la globalización: que la prosperidad compartida mediante las integraciones física, económica y financiera no entiende de fronteras. Dejando a un lado un análisis detallado de la BRI, esta se focaliza en la conectividad de las infraestructuras. El líder chino cree que todo el planeta se beneficia de que se cubran los vacíos de inversión en aquellos países pobres donde la falta de inversión doméstica en infraestructuras se ha convertido en el cuello de botella de su desarrollo económico. Aún más: China puede compartir las experiencias y el conocimiento adquirido de primera mano en la implementación exitosa de sus propios proyectos infraestructurales.
La BRI ha suscitado mucho interés desde su implementación, ya que plantea debates acerca de cuestiones clave como la viabilidad económica de los proyectos, los problemas de transparencia, la sostenibilidad de la deuda, etcétera. De hecho, como nuevo acreedor, muchas empresas e instituciones financieras chinas están aprendiendo sobre la marcha, ya que no están familiarizadas con la inversión extranjera a gran escala. Sin embargo, resulta clave entender que la intención de China no es promover en el extranjero su modelo económico y su política industrial. Y es por ello que la expansión inversora de China no debe interpretarse como un desafío estratégicamente premeditado a las normas vigentes.
Por último, y no por ello menos importante, el desarrollo doméstico de China es esencial para determinar su papel en el escenario global. Los logros económicos del pasado reciente de China son el resultado de una ambiciosa reforma hacia la economía de mercado y de la continua apertura económica. Tras décadas de un robusto crecimiento, China debe enfrentar ahora nuevos retos, como el problema demográfico y la muy necesaria reforma del mercado de factores. El lanzamiento reciente por parte de Beiging de la estrategia económica de la «circulación dual» se ha visto lastrado por la gran recesión causada por la COVID-19 y por cambios en el ámbito económico y geopolítico internacional. No obstante, esa nueva estrategia debería permitir que inversión y consumo doméstico sean los impulsores del crecimiento, al tiempo que el sector externo sigue involucrado en los mercados globales.
¿Se volverá China más autosuficiente e introspectiva? La respuesta es, rotundamente no. Es más, la reciente estrategia de apertura de «alta calidad» puede ser considerada como una contramedida frente al inestable vínculo entre China y EEUU. Muestra de ello es que China fue muy cautelosa a la hora de abrir su mercado de capital, ya que el riesgo podía ser demasiado elevado si el mercado doméstico tenía poco recorrido. Sin embargo, la apertura financiera puede ser beneficiosa siempre que la eficiencia sea considerada como un factor clave para una mejor asignación de recursos. La apertura financiera también puede contribuir a ampliar y dar más calado al mercado doméstico, y a hacer que el renminbi sea más accesible y utilizable para los inversores extranjeros. Es de esperar que una apertura continua acerque a China al camino que lleva hacia un mercado más maduro y liberalizado.
El estallido de la pandemia de la COVID-19 ha tenido un impacto catastrófico en los medios de vida humanos y ha causado un daño sin precedentes a la economía mundial. La crisis ruso-ucraniana ha intensificado aún más la tensión geopolítica, que podría tener implicaciones de largo alcance en el orden mundial cambiante. Por esas circunstancias del momento, China se encuentra en una posición en la que su influencia global radica en el tamaño de la economía y en su interconexión económica con el mundo. Si alguna enseñanza puede extraerse del pasado, y si la cooperación internacional sigue siendo relevante hoy, el continuo compromiso de China con el resto del mundo será una gran contribución a la siguiente fase de la globalización.