Reseña de libros | La vuelta a la tribu: el populismo nativista en auge
Reseña de libros: Zygmunt Bauman. Retrotopia. Arcadia, 2017. 224 págs.
Michael Sandel. La tiranía del mérito. ¿Qué ha sido del bien común?. Debate, 2020. 368 págs.
Durante buena parte de la última década hemos presenciado el auge de muchas formaciones políticas categorizadas como nacionalistas, populistas, nativistas y antiinmigración. Partidos políticos como la Liga Norte de Salvini en Italia, el Frente Nacional de Le Pen en Francia, o el Fidesz-Unión Cívica Húngara de Orban son ejemplos paradigmáticos de un contexto político propio. En este sentido, el ascenso al poder político más importante del mundo, es decir, a la Presidencia de Estados Unidos, por parte de Donald Trump es la representación de una época marcada por el atractivo de unas determinadas ideas políticas nativistas y antinmigración. Sin embargo, ¿a qué se debe tal auge político?, ¿por qué millones de electores deciden apostar por unas ideas políticas aparentemente contrarias al espíritu de los derechos humanos? En definitiva: ¿por qué ha calado este discurso nacionalista y populista como el de Trump o el de Wilders, máximo dirigente político del Partido por la Libertad holandés? Son preguntas que, de una manera u otra, Zygmunt Bauman y Michael Sandel intentan responder. Ambos autores reflexionan sobre estos nuevos tiempos políticos en sus obras Retrotopia y La tiranía del mérito. ¿Qué ha sido del bien común?
Bauman plantea una obra de reflexión sociológica sobre qué nos pasa como sociedades occidentales para que resuciten los viejos fantasmas de las fronteras y los nacionalismos nativistas. En este sentido, Retrotopia es un diagnóstico crudamente servido de repliegue tribal y de necesidad de volver a identidades del pasado. Precisamente, la globalización, junto a la desarticulación del proceso legitimador del Estado como delegado de las necesidades de la ciudadanía, según Bauman, han provocado grandes cambios en el tejido social y cultural. Nos hemos empachado de progreso y, cuando nos hemos dado cuenta de que no hay más progreso sino retroceso e incertidumbre sistémica, anhelamos volver a la tribu, a la comunidad de antaño, al mundo de las diferencias y las fronteras, pero también de la certidumbre y la seguridad. En este contexto, el sociólogo polaco observa que el relato de una utopía de progreso se ve frustrado. El Estado-nación se ha desposeído de sus funciones en esta globalización, por lo menos en cuanto a las necesidades más personales y humanas que antaño encontraban respaldo en el sistema de control del leviatán, por lo que se produce un embrutecimiento social, un despertar de la ira, insinuados en contra de los más frágiles: los otros, los inmigrantes y refugiados, es decir, los situados al margen del sistema. La globalización es la punta del iceberg, pues ha acelerado las desigualdades y, con ella, se ha acelerado también un sistema de consumismo nocivo, llevándonos a la violencia y a la desagregación de una agencia colectiva en crisis, capaz antaño de movilizar por sentimientos de clase y que ahora se observa suspendida por el fervor de lo individual y el «sálvese quien pueda».
En este contexto, la violencia y la ira son perfectos artefactos para un nacionalismo capacitado, a diferencia de la clase social, para movilizar emociones explosivas. En esta obra póstuma y previa a la muerte del sociólogo de la sociedad líquida, se propone convertir este mundo desigual, desbocado y desanclado de sus estructuras más básicas, en un mundo de diálogo con la diversidad y la pluralidad humana. Retrotopia es una llamada de atención sobre los problemas globales que acucian a nuestro mundo contemporáneo que, producto de las trincheras nacionales, la indiferencia humana y el odio de la alteridad, pueden conducirnos a la tragedia. Por lo que se reivindica una vuelta al topos (lugar), pero no a cualquier topos, sino al de la aceptación de la diversidad humana, desde la experiencia de la libertad, pero imprescindiblemente, también, de la seguridad para afrontar los grandes desafíos del ser humano.
Motivada por las mismas cuestiones respecto al triunfo sociológico de una agenda política cada vez más polarizada y populista, la obra de Sandel, sin embargo, alberga elementos novedosos hasta el momento poco explorados en el estudio de las transformaciones sociales y políticas de la globalización. Tomando como referencia la sociedad estadounidense, con el afán de estudiar por qué ha calado el populismo, este autor sostiene que es una revuelta de los de abajo frente a los de arriba, es decir, en contra de la élite que gobierna la globalización. El origen de tal rebelión tiene relación con la retórica meritocrática de las oportunidades, pues es la causante de las inflamables consecuencias del populismo que está emergiendo en Europa y Estados Unidos.
En efecto, de acuerdo con Sandel, detrás del hartazgo social está la ideología meritocrática, cuya premisa fundamental ha sido celebrar la sociedad de las oportunidades y del mérito individual. Lejos de ser esto último una promesa certera de nuestras sociedades, ha acabado siendo un lastre que, viendo las consecuencias de la globalización y de la cada vez mayor brecha social y económica entre los más ricos y la sociedad media estadounidense, ha contribuido a distanciar significativamente a los ganadores, es decir, los autodenominados legítimos merecedores de sus progresos personales, de los perdedores, los que se considera que por irresponsabilidad individual no se han esforzado lo suficiente como para lograr avances personales.
Esta premisa del mérito individual, que, de acuerdo con Sandel, es contraria a las aspiraciones del bien común, ha arraigado en la sociedad, reproduciendo entornos sociales donde los más ricos desprecian a los más pobres por no ser capaces de lograr lo que ellos han conseguido. Porque en una sociedad donde se retribuya justamente los méritos individuales de cada persona, piensan estos que la existencia de personas que no han podido ascender socialmente es exclusivamente prueba de su incompetencia individual. Esta lógica allana el camino a una sociedad donde venza el desprecio y se difumine la responsabilidad, solidaridad y la confianza social. En definitiva, cediendo paso a una sociedad donde el individualismo campa a sus anchas.
En cierto sentido, este desvarío de la ética meritocrática ha sido ampliamente promocionado por los medios de comunicación y los partidos políticos, considerando la izquierda liberal estadounidense como una de las más responsables de su utilización y descrédito. Descrédito porque las sociedades funcionan de otra manera y no siempre el esfuerzo acaba siendo premiado justamente. Por eso, la brecha social y, también, el móvil político antielitista de la globalización, que señala inequívocamente a los ganadores de esta, han atraído a los perdedores, es decir a parte importante de la sociedad que, movida por el desprecio que sienten por las élites político-económicas, se movilizan para derrotar este sistema social que falsamente les ha prometido éxito.
En efecto, Sandel considera que la lógica del populismo tiene su despliegue, y de ahí su sugerente aportación académica, en la proyección de los perdedores de la globalización, explicando que dicha movilización de los fracasados es gracias a este lenguaje político perverso que distancia ética y moralmente los ganadores de la globalización de los perdedores de esta. Pero su visión no se queda ahí. Su concepción es, incluso, crítica con el sistema de reparto en función del mérito como filosofía básica del sistema de recompensas sociales, pues pervierte el bien común de la solidaridad y la cooperación entre clases sociales: pues los de arriba se ven legitimados para estar donde están por mérito, descontextualizando todo tipo de apoyos ambientales y sociales; y los de abajo, humillados por esa visión, revolviéndose en contra del sistema con ira y enfado social.
El resultado es un sistema social individualista que pone en jaque todo tipo de compromisos sociales y cívicos. Una sociedad donde todos miran sus intereses individuales, pero nadie mira el bien común. Por eso, si pretendemos lograr sociedades cohesionadas donde no exista distancia social y, sobre todo, moral entre los diferentes estratos sociales, es importante promover la ética del bien común por encima de la ética meritocrática. Pues la primera, independientemente de la posición que se ostente, trata por igual a todos bajo el principio de la dignidad humana; mientras que la segunda, siendo justa o no, defiende las jerarquías y la posición social.
Revista CIDOB d’Afers Internacionals, nº 130, p. 221-236
Cuatrimestral (enero-abril 2022)
ISSN:1133-6595 | E-ISSN:2013-035X
DOI: https://doi.org/10.24241/rcai.2022.130.1.231