China y su apuesta por el liderazgo en el Sudeste Asiático
China se ha convertido en un actor esencial en el devenir del Sudeste Asiático. El país busca en la región asegurar sus intereses económicos, políticos, y de seguridad con el objetivo de consolidar su estatus como superpotencia. No obstante, pese a que las relaciones entre China y los países del Sudeste Asiático han mejorado sustancialmente, persiste la desconfianza hacia el gigante asiático simbolizada por su influencia diplomática en diversos países y su creciente poder militar, visible en el Mar de China Meridional.
El ascenso económico de China ha modificado fundamentalmente el rol del país en el sistema internacional y, en consecuencia, en una de sus áreas de mayor interés, como es el Sudeste Asiático. Se trata de una región con la que goza de una importante conexión terrestre y marítima –comparte frontera terrestre con Myanmar, Laos y Vietnam – y con la que, a lo largo de los siglos, la interacción ha sido intensa, como lo demuestra la importante presencia de diáspora china dispersa por el territorio.
La relación de China con las once naciones del Sudeste Asiático, tanto en el área peninsular (Myanmar, Vietnam, Camboya, Laos, Tailandia, Malasia y Singapur) como en el insular (Filipinas, Indonesia, Brunéi y Timor Oriental) se ha ido modificando gradualmente en las últimas dos décadas, lo que ha sido causado por un doble proceso de cambio: por un lado, el ascenso económico de China, que ha situado al país como la primera economía del Indopacífico; y, por el otro, la profunda transformación de su política exterior, que ha convertido al gigante asiático en un actor extremadamente asertivo y con una agenda diseñada para maximizar su posición en la región. Sin embargo, si bien en ese período se ha producido la mejora de las relaciones de China a nivel global, todavía persisten importantes espacios de desconfianza en el Sudeste Asiático.
¿Qué busca China en el Sudeste Asiático?
La llegada al poder de Deng Xiaoping en 1978 supuso el fin del período más revolucionario en la política exterior de la República Popular de China (RPC), marcada por el apoyo a las diversas insurgencias comunistas y maoístas en la región. Así, la época de reforma y apertura simbolizó el inicio de una nueva etapa en la relación con el Sudeste Asiático, recuperando el principio de no interferencia en sus relaciones y definida por el proceso de globalización y una mayor cooperación e integración económica.
Economía
Beijing ha priorizado acercarse a una región que engloba actualmente más de 675 millones de habitantes y es la tercera fuerza económica en el Indopacífico, tras China e India. En total, la región representa alrededor del 15% del comercio total de China con el mundo y el 14% de sus inversiones1. El Sudeste Asiático es un mercado con gran potencial de crecimiento, tiene un destacado papel en las cadenas de valor regionales y cuenta con importantes recursos agrícolas, energéticos y minerales. Por ejemplo, China ha mostrado su interés en la importación de gas natural y petróleo de Myanmar y Malasia, en el níquel de Indonesia y de Filipinas o en los productos alimenticios –como arroz o fruta–, especialmente para garantizar la seguridad alimentaria cuya importancia ha aumentado en los últimos años.
Asimismo, China se ha convertido en el principal socio de todos los países del Sudeste Asiático, favorecido por la firma del Tratado de Libre Comercio entre la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN, por sus siglas en inglés) y China en 2010 y la entrada en vigor del acuerdo comercial de la Asociación Económica Integral (RCEP, por sus siglas en inglés) en 2022. China fue el principal socio comercial de la región en 2022, representando el 21% de las exportaciones de ASEAN y el 24% de sus importaciones. Como principales destinos de las exportaciones chinas a la región, destacan Vietnam (3,8%), Malasia (2,4%) y Singapur (2,2%), en los sectores de maquinaria y los productos electrónicos, con un porcentaje en los tres países por encima del 40%, lo que evidencia el papel de estas economías en las cadenas de valor regionales.
La gran apuesta china de la Iniciativa de la Franja y de la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés) tiene al Sudeste Asiático como una de sus principales áreas de actuación en el desarrollo –y financiación– de infraestructuras portuarias y corredores terrestres para facilitar el comercio. Así, dos de los corredores terrestres están previstos que atraviesen el Sudeste Asiático Peninsular. El Corredor Económico Bangladés-China-India-Myanmar, que uniría a China e India a través de la inestable Myanmar2; y el Corredor Económico Península Indochina-China, que cruza de norte a sur toda la región, son perfectos ejemplos de los intereses chinos. Además, la presentación de la iniciativa marítima –la Ruta de la Seda Marítima– en Yakarta por el presidente chino Xi Jinping en 2013, demuestra la importancia de esta región en el ímpetu chino de conectar China y Europa.
Estos deseos de una mayor relación económica se han manifestado en el aumento vertiginoso de la inversión directa china en los diez países, que pasó de 1.590 millones de dólares en 2005 a más de 30.000 millones en 2018, aunque se ha reducido a 18.000 millones en 2022. La prioridad de estas inversiones ha estado dirigida hacia los sectores de manufacturas (3.512 millones de dólares), de la comunicación e información (2.439 millones) y el inmobiliario (2.355 millones) en 2021. Tras la reducción de los flujos por la pandemia de la COVID-19 y la desaceleración económica, China se situó en 2022 como el tercer mayor inversor en la región con un 6,8% del total, lejos de Estados Unidos (16%) y de la Unión Europea (10%) (ASEAN Stats, 2022).
Por países, Indonesia se ha constituido como el mayor receptor regional, especialmente en los sectores logísticos y mineros debido a la abundancia de recursos minerales en el país y la importancia geográfica en las rutas de comercio marítimo. Le siguen Singapur, con inversiones importantes en el sector inmobiliario, tecnológico y el logístico, a causa del enclave del país en el estrecho de Malaca (por donde pasa un 70% de las importaciones petroleras chinas); y Malasia, con inversiones importantes en servicios financieros, recursos naturales y nuevas tecnologías.
Apoyos diplomáticos
Asimismo, Beijing necesita aliados políticos en su búsqueda –nunca escondida– de reformar el orden mundial liderado por los Estados Unidos hacia un mundo multipolar. Para ello, es clave no solo el apoyo de las naciones del Sudeste Asiático en Naciones Unidas y a las nuevas iniciativas de gobernanza global de China, sino también, asegurar la aquiescencia en asuntos domésticos extremadamente sensibles y vitales para Beijing, como la cuestión de Taiwán, Hong Kong o Xinjiang. Respecto a esto último, el silencio sobre la situación de los uigures de la mayoría de los países del Sudeste Asiático, incluida Indonesia –el país con una mayor población musulmana del mundo– resulta paradigmático, limitándose a señalar que se trata de una cuestión doméstica de China.
Esta búsqueda de aliados es, quizás, uno de los puntos de mayor interés en la época actual de rivalidad sistémica entre Estados Unidos y China, en la que el Sudeste Asiático se establece como un área primordial de competición entre ambas potencias.
Desde hace años, Laos y Camboya son considerados países afines a China, siendo ambos dos de los principales receptores de ayuda al desarrollo de esta en la región (Lowy Institute, 2023). No obstante, mientras Laos ha acomodado a la potencia asiática para mejorar su situación doméstica y su posicionamiento regional en comparación a otros actores de su vecindario –como Vietnam y Tailandia–, Camboya ha apostado todas sus cartas por China (Pang, 2018), siendo el actor con mayor afinidad política a Beijing en la región, tal y como muestra el voto casi idéntico de ambos países en Naciones Unidas. Por su parte, en Myanmar, tras el golpe de estado protagonizado por el ejército en febrero de 2021 y la guerra civil que azota el país desde entonces, la Junta Militar ha basculado hacia China tras recibir cierto apoyo político –pese a la crítica del resto de miembros de ASEAN hacia la actitud de Beijing.
Paralelamente, Washington ha experimentado una disminución de su influencia en los países miembros de ASEAN, salvo en Singapur y Filipinas, debido a la importancia de la potencia estadounidense en la seguridad de ambos países (Patton y Sato, 2023). En Filipinas, la administración Biden ha conseguido éxitos significativos recientes como muestra el giro del nuevo gobierno de Ferdinand Marcos Jr. y la apertura de nuevas bases militares americanas en el país en 2023.
Así pues, la competición entre Estados Unidos y China será mayor en aquellos países en los que la influencia de ambos es similar –como en Vietnam y Tailandia– y en aquellos que mantienen una estrecha relación económica con Beijing, pero con Washington en las áreas de seguridad y defensa –como Indonesia, Malasia o Brunéi–. En concreto, Tailandia, como líder natural del Sudeste Asiático Peninsular, se sitúa como un campo de batalla crucial en la futura batalla por la hegemonía en el Sudeste Asiático; una batalla, en la que China seguirá intentando transformar su enorme poder económico en influencia política.
Aguas turbulentas: el conflicto del Mar de China Meridional
El auge de China y la integración económica de la región ha ido acompañado de un aumento de la intensidad de las reclamaciones de soberanía y jurisdicción de Beijing sobre el Mar de China Meridional, que ha causado una gran fricción con Vietnam, Filipinas, Malasia, Indonesia y Brunéi, países que también reclaman jurisdicción sobre parte de este territorio. Si bien se trata de un conflicto latente desde los años setenta del siglo pasado, con refriegas militares en 1974 entre China y Vietnam en las Paracelso y en 1988 en las Spratly, desde 2012 ha habido un incremento del número de incidentes coincidiendo con un aumento de la asertividad de las élites y diferentes actores chinos, así como la inclusión de estos territorios como de «interés fundamental».
A través del reclamo histórico de control de los territorios marítimos dentro de la famosa demarcación de «línea de nueve puntos», que representan cerca del 90% de las aguas de la región incluyendo las Islas Spratly y Paracelso, Beijing trata de afianzar un cinturón de seguridad, tanto terrestre como marítimo, con un triple objetivo. Primero, defender y proteger las provincias costeras de China continental, el motor económico del país y donde se concentra una gran parte de la población. Segundo, proteger las vías marítimas de una región donde pasa alrededor del 65% del comercio chino y, a su vez, romper la barrera de islas de Estados Unidos que impide el desarrollo de China como potencia marítima. Tercero, Beijing también aspira a reordenar, por la vía de la fuerza un gran espacio marítimo clave para su estabilidad política y económica, demostrando su capacidad de influir en su vecindario como gran potencia en el Indopacífico.
Así, el fallo sobre la pertenencia del arrecife Mischief en favor de Filipinas y el rechazo de los derechos históricos de China sobre el Mar de China Meridional, por carecer de base legal, por el Tribunal Internacional de la Haya en 2016 marcaron un nuevo hito en este conflicto. Dicho arbitraje fue rechazado por las autoridades en Beijing, aunque contradice lo establecido en la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, de la cual China es parte desde 1996. Para afianzar su control de dicha área marítima con fines defensivos, China ha iniciado una creciente militarización de las islas en las que ejerce control de facto, especialmente a través de la construcción de infraestructuras de uso dual (civil y militar), y el uso de acciones coercitivas por parte de guardacostas chinos.
Estos avances por parte de China han ido acompañados de una tendencia regional de un aumento del gasto en defensa, especialmente visible en el caso del gigante asiático, con la modernización del Ejército de Liberación Nacional bajo aspiraciones hegemónicas en la región asiática, aumentando las tensiones y el riesgo de accidentes. No obstante, este comportamiento es justamente el que ha levantado mayores ampollas con sus vecinos, principalmente en Filipinas –que mantiene un Acuerdo Mutuo de Seguridad con Estados Unidos– y Vietnam, así como, aunque en menor medida, en Indonesia, Malasia y Brunéi, lo que ha despertado reminiscencias de experiencias de violencia durante el pasado colonial europeo y japonés o el impacto de la Guerra Fría, como la guerra de Vietnam.
China como factor disruptivo del consenso en ASEAN
Desde la década de 1990, China y ASEAN han elevado su relación gradualmente, facilitando un proceso de convergencia institucional mutuo. Si el primer contacto data de 1991, fue ya en 1996 cuando China adquirió el estatus de socio de ASEAN de diálogo completo. Tras ello, China, se ha ido incorporando a todos los mecanismos de cooperación establecidos por la organización, como el ASEAN Plus Three –una plataforma de cooperación económica donde participan ASEAN y Corea del Sur, Japón y China–, o la Cumbre de Asia Oriental –el foro regional de cooperación y diálogo estratégico donde participan los 10 estados miembros de ASEAN, más Australia, China, Japón India, Nueva Zelanda, Corea del Sur, Estados Unidos y Rusia–. No obstante, desde la llegada al poder del presidente chino Xi Jinping en 2012, la relevancia y la intensidad de las interacciones con el Sudeste Asiático se ha incrementado, dada la prioridad de esta región en la «diplomacia de vecindad», dirigida a garantizar un entorno regional favorable para la seguridad y desarrollo chinos.
En paralelo, China también constituye un factor divisorio de la unidad de acción de la ASEAN en aspectos vitales como el conflicto en el Mar de China Meridional. En este destaca el papel jugado por Camboya, que ha impedido el consenso en ASEAN respecto al contencioso. A ello se ha unido el aumento de retos internos, como la cuestión de Myanmar y el principio de no interferencia de la organización; además de desarrollos externos, como la creación del AUKUS (la alianza militar estratégica entre Australia, Reino Unido y Estados Unidos) o la guerra de Ucrania, lo que provoca una preocupación creciente de la desunión entre los miembros de ASEAN. Según el informe State of Southeast Asia 2023 Survey, un 61% de los entrevistados opinaba que ASEAN estaba cada vez más fragmentada y un 73% temía la transformación de la institución en un espacio de competición geopolítica entre potencias donde sus miembros actuasen como proxis de los intereses de las grandes potencias.
El Sudeste Asiático se levanta
Debido a la importancia de su vecindario como área de influencia natural, el Sudeste Asiático es crucial para las aspiraciones de China como potencia regional y global. La visión que se ostenta de China en la región ha variado enormemente en las últimas décadas. Inicialmente percibida por algunos gobiernos como una amenaza por el apoyo a las insurgencias comunistas, ahora ha pasado a ser un socio comercial imprescindible y clave para mantener el desarrollo económico y un actor regional de primer orden. Sin embargo, dicho rol preminente como socio comercial no esconde las profundas suspicacias que genera: por su agresiva política en el Mar de China Meridional, por su ascenso político en la región, por la aparición de tendencias hegemónicas y por la dependencia económica que los países de este vecindario han adquirido hacia China.
Respecto al poder blando (soft power), China ha realizado una importante incursión en materia cultural a través de los Institutos Confucio, que llegan a ser más de treinta en toda la región, y mediante una ingente política de becas para continuar estudios en la propia China. Pero pese a la importante actividad desarrollada para mejorar la imagen del país en el exterior, el gigante asiático no es tan popular, ni tan querido como desearía. Aun cuando su ingente poder económico y político persiste, es percibida como un «poder revisionista» que intenta convertir la región en su área de influencia.
Y es aquí donde se esconde una de las principales fuentes de inestabilidad futuras. Esto es, el difícil equilibrio entre los objetivos chinos de ostentar un mayor protagonismo como líder regional, su política expansiva dentro del Mar de China Meridional y la respuesta que se dé desde las naciones del Sudeste Asiático. La situación es compleja, ya que uno de los legados más importantes que dejó la época colonial en el área fue la necesidad de luchar por la libertad y la independencia. Es por ello que, a pesar de que la tensión esta soterrada, si Beijing sigue mostrando un comportamiento hegemónico, no debe descartarse un deterioro de las relaciones entre China y los países del Sudeste Asiático en su conjunto.
Referencias bibliográficas
ASEAN Secretariat. ASEAN Statistical Yearbook 2022. Jakarta: ASEAN Secretariat, 2022. (en línea) https://www.aseanstats.org/wp-content/uploads/2023/04/ASYB_2022_423.pdf
ASEAN Stats. «Flows of Inward Foreign Direct Investment (FDI) into ASEAN by Source Country (in million US$)». ASEAN Stats Database. (en línea) https://data.aseanstats.org/fdi-by-hosts-and-sources
Pang, Edgar. «Same-Same but Different: Laos and Cambodia’s Political Embrace of China». ISEAS Yusof-Ishak Institute Perspectives, n.º 66 (2017). (en línea) https://www.iseas.edu.sg/wp-content/uploads/2018/05/ISEAS_Perspective_2017_66.pdf
Patton, Susannah y Sato, Jack. Asia Power Snapshot: China and the United States in Southeast Asia. Sidney: Lowy Institute Report, 2023. (en línea) https://www.lowyinstitute.org/sites/default/files/2023-04/API%20Snapshot%20PDF%20v3.pdf
Seah, Sharon et al. The State of Southeast Asia 2023 Survey Report. Singapur: ISEAS-Yusof Institute, 2023. (en línea) https://www.iseas.edu.sg/wp-content/uploads/2025/07/The-State-of-SEA-2023-Final-Digital-V4-09-Feb-2023.pdf
Lowy Institute. «Southeast Asia Map Database». Lowy Institute (2023). (en línea) https://seamap.lowyinstitute.org/
Notas:
1- Véase el Anexo del final de este volumen.
2- El corredor Bangladés-China-India-Myanmar se encuentra en pausa debido a la negativa de India a formar parte del BRI y de la inestabilidad interna de Myanmar, especialmente tras el golpe de estado de la Junta Militar en 2021.