Vencer sin librar batalla: estrategias de zona gris de China en Asia Oriental
La hibridez de China en los conflictos de Asia Oriental no es una novedad. Hablamos de una actualización de una tradición histórica basada en la filosofía de Sunzi y el pasado revolucionario del Partido Comunista Chino (PCCh) para adaptarse a una realidad definida por la competición entre potencias, revoluciones tecnológicas y el auge de contextos informatizados. A través de acciones en la zona gris, donde los límites entre la paz y el conflicto se vuelven difusos, China persigue sus intereses a expensas de un conflicto abierto con Estados Unidos y otros actores regionales.
En 1999, la publicación del libro Unrestricted Warfare escrito por dos coroneles del Ejército Popular de Liberación de China, Qiao Liang y Wang Xiangsui, sentenciaba cómo la efectividad del uso de «la fuerza militar para obligar al enemigo a someterse a la voluntad propia» había llegado a su fin, tras analizar la estrategia estadounidense durante la primera guerra del Golfo. En su lugar, las guerras contemporáneas se caracterizaban por una amalgama de tácticas políticas, económicas, culturales, diplomáticas y militares junto con fuerzas armadas y no convencionales para doblegar al enemigo —una definición similar al concepto occidental de guerra híbrida—.
Aunque este libro, y el análisis que contiene, se ha considerado como la conceptualización china para este tipo de conflictos, lo cierto es que algunos de los principios que rigen las amenazas híbridas contemporáneas son descritos ya por Sunzi en El Arte de la Guerra (2019 [siglo v a.C]) hace más de dos mil años. Para este filósofo chino, las guerras se caracterizan por su constante mutación, y la victoria requiere de respuestas adaptativas a cada situación para neutralizar al adversario mediante la búsqueda constante de la ventaja relativa. Esta visión insta al empleo de un enfoque asimétrico mediante el uso ilimitado de tácticas previsibles e imprevisibles simultáneamente —por ejemplo, tropas regulares e irregulares—, con el objetivo de confundir, desmoralizar y, en última instancia, disuadir al enemigo de entrar en guerra. Para Sunzi, «la excelencia suprema es vencer al enemigo sin librar batalla».
La puesta en práctica de las enseñanzas de esta obra es claramente visible en la historia de China y sus respuestas a los conflictos. En la época imperial, la estrategia frente a amenazas exteriores consistía en el uso de múltiples tácticas no convencionales: des del empleo de mercenarios de origen enemigo contra su propio pueblo para dividirlo, hasta ofrendas, tributos y sobornos al adversario, incluyendo también la construcción de fortificaciones, como la Gran Muralla, para disuadir ataques de pueblos nómadas norteños. Solo si fracasaban las tres estrategias previas, se recurría al despliegue militar. Más recientemente, el PCCh consiguió la victoria en la guerra civil china (1945-1949) mediante la combinación de propaganda, milicias revolucionarias y guerras informativas dirigidas a explotar las debilidades de las fuerzas nacionalistas del Kuomintang (KMT). En la actualidad, el equivalente a esas tácticas podrían ser las guerras cibernéticas, la utilización de milicias, el apoyo a insurgencias locales, la firma de contratos comerciales lucrativos y paquetes de ayuda al desarrollo o la construcción de islas artificiales en el Mar de la China Meridional, bajo fines —teóricamente— «defensivos» (Baker, 2015).
Entonces, en el caso de China, si la estrategia híbrida es milenaria, ¿qué hay de nuevo?
Primero, la creciente rivalidad y competición con Estados Unidos a nivel regional e internacional, su inferioridad militar, así como la necesidad de mantener su narrativa de «desarrollo pacífico» favorecen la proliferación de tácticas híbridas. Estas prácticas están calculadas milimétricamente para mantenerse por debajo de los límites de una agresión abierta, obteniéndose pequeñas victorias a la vez que se evita un conflicto frontal con Estados Unidos y sus aliados en la región (Mazarr et al., 2018). Segundo, los nuevos avances tecnológicos han permitido la emergencia de nuevas tácticas informativas y cibernéticas, como la desinformación o los ciberataques y, en un futuro próximo, de formas innovadoras de guerra dirigidas por inteligencia artificial. Tercero, surge la necesidad de responder a las guerras híbridas, dada la certeza de una nueva tipología de guerra, donde la opinión pública, las instituciones o los sistemas legales pueden ser instrumentalizados como armas. Desde 2003, el ejército chino lleva preparándose para ello a través de la doctrina de «las tres guerras», basada en el uso de tácticas propias de guerras psicológicas, mediáticas y legales que complementen las medidas diplomáticas, económicas y militares existentes —incluyendo el uso de fuerza militar en tiempos de paz—. Su objetivo es cultivar un entorno estratégico favorable en su vecindario, promover y defender sus intereses fundamentales de soberanía e integridad territorial en tiempos de paz, mientras se preparan para una posible guerra (PLA Daily, 2004).
Mientras en otros contextos el auge de estas técnicas ha sido definido como «conflictos híbridos» (véase el capítulo de Bargués y Bourekba en este volumen), la ausencia de violencia y de la utilización de fuerza militar directa hasta la fecha enmarcaría las operaciones chinas en la «zona gris», aunque no se trate de un concepto popular en el país asiático. Este elemento es clave: China se siente cómoda tanteando los límites de la paz y desafiando el statu quo en zonas grises, donde el conflicto se prolonga durante años sin cruzar el límite de una agresión directa, aunque, también, sin victoria clara.
Geopolítica en la zona gris: del Mar de la China Meridional a Taiwán
En Asia, la geografía y la centralidad de los mares para la seguridad y las relaciones entre los actores regionales han permitido la emergencia de ciertas formas autóctonas de tácticas de zona gris. En concreto, se observa una predilección de China por el empleo de estrategias no convencionales en disputas sobre su soberanía donde existe la sombra de Estados Unidos, pero también una superioridad militar que actúa como disuasión frente a los poderes regionales, como en el conflicto del Mar de la China Meridional y las relaciones con Taiwán.
En el Mar de la China Meridional, Beijing reclama el control de territorios marítimos, delimitados por la «línea de nueve puntos», que representan cerca del 90% de las aguas —incluyendo las islas Paracelso, Spratly y el atolón de Scarborough–, disputados por Vietnam, Malasia, Indonesia, Brunéi y Filipinas. Para asentar sus reclamos históricos en la última década, ha articulado una estrategia de zona gris cuidadosamente diseñada basada en la unión de fuerzas civiles y milicias marítimas, la construcción de infraestructuras de uso dual —es decir, obras de ingeniería civil pero que pueden ser utilizadas con fines militares como puertos y aeródromos—, tácticas informativas y la reinterpretación de leyes internacionales.
Para empezar, mediante el despliegue de fuerzas civiles –como la guardia costera o buques oceanográficos– y milicias marítimas formadas por pescadores junto a la marina, China va rodeando islotes gradualmente para ocupar el territorio a través de hechos consumados, como en el incidente del atolón de Scarborough, en 2012, o el atolón Ayungin, en las Spratly, en 2013. En concreto, estos pescadores chinos, aparentemente no vinculados al Gobierno ni a las fuerzas armadas, han protagonizado episodios de acoso a embarcaciones extranjeras, impidiendo el acceso a aguas territoriales o el desarrollo de actividades comerciales bajo el pretexto de «hacer cumplir la ley» por iniciativa propia (Lendon, 2021). Además, estas acciones sirven para ejercer presión psicológica y tantear progresivamente los límites y las respuestas de otros contendientes a sus acciones, como en marzo de 2021, cuando 220 buques pesqueros anclaron cerca del arrecife Whitsun, perteneciente a Filipinas, debido «al mal tiempo». Una vez bajo su control, China ha ido implementando lo que se ha denominado como «estrategias antiacceso y de denegación de área» en la primera cadena de islas del Mar de la China Meridional, a través de la construcción de islas artificiales vertiendo arena, y de obras de ingeniería civil de uso dual (civil y militar) en los islotes ocupados, que le han permitido extender su control en la región, disuadir el acceso de fuerzas militares rivales y aumentar la proyección de poder chino, a la vez que ofrece un mayor margen de maniobra para sus fuerzas armadas en caso de una confrontación militar (CSIS, 2017). Por ejemplo, con la instalación de misiles antibuque y tierra-aire en tres arrecifes —Fiery Cross, Subi y Mischief—, China ha ejercido un control de facto desde 2018 sobre las islas Spratly al ser capaz de oponerse a cualquier movimiento por aire o mar en el archipiélago.
Paralelamente, China ha tratado de legitimar parte de estas demandas mediante acciones en el plano informativo, con la articulación de campañas a favor de sus reclamos territoriales mediante la difusión del mapa con la línea de nueve puntos, incluso en películas para niños (Reuters, 2019), y la instrumentalización de la jurisdicción internacional y nacional a su favor. Aunque Beijing defiende vehementemente el cumplimiento de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (UNCLOS, por sus siglas en inglés), sus acciones parecen insinuar que esas reglas no se aplican totalmente en la región. En 2016, rechazó la opinión del Tribunal Internacional de la Haya a favor de Filipinas, justificando una inconsistencia con el principio de soberanía y contestando parte de la UNCLOS, defendiendo el derecho de regular, oponerse o impedir la navegación en las aguas bajo su jurisdicción. En la misma línea, China aprobó en 2021 dos nuevas leyes nacionales —la Ley de Guardacostas y la Nueva Ley de Seguridad Marítima—, en las que se definen medidas de control de las embarcaciones y las condiciones que amparan el uso de la fuerza por parte de la guardia costera china contra barcos extranjeros en las «aguas bajo jurisdicción china». La falta de concreción sobre qué territorio está bajo jurisdicción china, unido al resto de medidas coercitivas y psicológicas, ha conseguido el objetivo primordial de la estrategia: la disuasión de acciones de otros actores regionales en la zona –aunque no de Estados Unidos, que realiza sistemáticamente «operaciones de libre navegación»– y el control efectivo de ese territorio sin usar la fuerza.
La singularidad del caso taiwanés —debido a su soberanía contestada, la cuestión identitaria, el apoyo estadounidense y la historia y los vínculos con la China continental— implica el uso de otras tácticas para explotar debilidades específicas. En este caso, Beijing utiliza la economía, la diplomacia, la prensa y desinformación basadas en la atracción, la coerción y el desconcierto de la sociedad taiwanesa con el fin de alimentar una mayor polarización respecto su futuro y las relaciones con el continente.
En el ámbito de la economía, China ha propuesto un paquete de medidas para atraer a taiwaneses a estudiar, invertir y trabajar en la China continental, especialmente con el objetivo de cosechar apoyos de una parte de la sociedad taiwanesa, incluidos políticos, empresarios y figuras clave. Es más, en periodos electorales o de mayor tensión, China no duda en recurrir a formas de coerción comercial para ejercer influencia sobre las políticas de la isla y fomentar la rivalidad entre los dos partidos principales, el Partido Progresista Democrático (DPP) y el KMT. El caso más reciente fue la restricción de importación de piñas taiwanesas en 2021 por motivos de «seguridad alimentaria». Una táctica bien familiar para los lituanos, quienes han sufrido restricciones comerciales similares por parte de Beijing después de que Taiwán abriera una oficina de representación en el país báltico en noviembre de 2021.
Estas tácticas han sido complementadas con una guerra informativa, activa desde los años cincuenta del siglo pasado, por medio de la propaganda, la financiación de medios de comunicación taiwaneses para la publicación de noticias favorables a China y, más recientemente, la difusión de noticias falsas y campañas de desinformación a través de redes sociales, llegando a decantar la balanza a favor de candidatos más favorables a China, como el populista Han Kuo-yu, en 2018 (Huang, 2020).
Sin embargo, aunque la mejor estrategia posible sigue siendo «someterla sin luchar» y usar la zona gris como una «mejor alternativa a un ataque militar», según Cui Lei (2021), la llegada al poder de Tsai Ing-wen (DPP) en 2016 ha ido acompañada de una posición más asertiva, con amenazas de una «reunificación por la fuerza», rotaciones militares alrededor de Fujian e incursiones en la zona de defensa aérea de Taiwán dirigidas a desalentar a la isla de cualquier acción secesionista.
Donde el gris se puede volver negro
Pese al abanico de tácticas utilizadas para perseguir sus objetivos, los resultados de la estrategia china en la zona gris han sido agridulces. Si bien China ha conseguido avanzar progresivamente sus objetivos territoriales en el Mar de la China Meridional, también ha erosionado su legitimidad en la región mientras aumenta el riesgo de un conflicto con Estados Unidos. En Taiwán, el éxito también es esquivo: a finales de 2021, más de un 62% de la población de Taiwán se definía como taiwanesa –frente a un 2% como china– y más del 80% se oponía a la reunificación (NCCU, 2022). Esta situación demuestra cómo el resultado final tiene muchos matices, aunque las tácticas híbridas y los conflictos en la zona gris hayan sido considerados especialmente efectivos para el progreso de los intereses y objetivos de ciertos actores.
Por estas razones es necesario preguntarnos bajo qué circunstancias China podría dar un salto a la «zona negra» e iniciar una guerra convencional. El primer caso sería un aumento voluntario de las tensiones y el uso de fuerza militar por parte de China, por ejemplo, con la invasión de Taiwán —un caso que tendría paralelismos con la invasión rusa en Ucrania—. Aunque se trata de un escenario poco probable en la actualidad, una posibilidad más realista sería un incremento de tensiones estratégicas en cualquiera de los dos conflictos que acabe en un simple error de cálculo y termine provocando una confrontación directa o un conflicto abierto debido a la acumulación de actividades que rocen el límite de la paz y la guerra, como hemos visto en las tensiones en la frontera con India en verano de 2020. Por ahora, la influencia de Sunzi sigue guiando la estrategia de China.
Referencias
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Baker, Benjamin D. «Hybrid warfare with chinese characteristics». The Diplomat (23 de septiembre de 2015) (en línea) [Fecha de consulta: 26.07.2022]: https://thediplomat.com/2015/09/hybrid-warfare-with-chinese-characteristics/
CSIS. «Chinese Power Projection Capabilities in the South China Sea». CSIS, 2017 (en línea) [Fecha de consulta: 26.07.2022]: https://amti.csis.org/chinese-power-projection/
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Huang, Paul. «Chinese cyber-operatives boosted Taiwan’s insurgent candidate». Foreign Policy, 2020 (en línea) [Fecha de consulta: 26.07.2022]: https://foreignpolicy.com/2019/06/26/chinese-cyber-operatives-boosted-taiwans-insurgent-candidate/
Lendon, Brad. «Beijing has a navy it doesn’t even admit exists, experts say. And it’s swarming parts of the South China Sea». CNN, 2021 (en línea) [Fecha de consulta: 26.07.2022]: https://edition.cnn.com/2021/04/12/china/china-maritime-militia-explainer-intl-hnk-ml-dst/index.html
Mazarr, Michael J.; Heath, T. R. & Cevallos, A. China and the International Order. Santa Monica, CA: RAND Corporation, 2018.
National Chengchi University (NCCU). «Taiwanese/Chinese Identity (1992/06~2021/12)». Election Study Center, NCCU, 2022 (en línea) [Fecha de consulta: 26.07.2022]: https://esc.nccu.edu.tw/PageDoc/Detail?fid=7800&id=6961
PLA Daily. «El ejército popular de liberación de China empieza el estudio y el entrenamiento de las “Tres Guerras”». Sina.cn, 2004. (en línea) [Fecha de consulta: 26.07.2022]: http://mil.news.sina.com.cn/2004-07-16/1738210714.html
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Sunzi. L’Art de la guerra. Barcelona: Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 2019.