Un nuevo banco asiático para llenar un vacío financiero y otro de poder

Opinion CIDOB 333
Fecha de publicación: 06/2015
Autor:
Josep M Lloveras, doctor en economia, exconsultor financer internacional i funcionari europeu
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Josep M Lloveras, Doctor en Economía, ha sido consultor financiero internacional y funcionario de la Comisión Europea 

4 de junio, 2015 / Opinión CIDOB, nº. 333 

En octubre de 2013 el presidente chino Xi Jinping anunció la creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (AIIB en inglés), la nueva ruta marítima de la seda y un fondo para financiarla. El AIIB debe constituirse en Beijing a finales de junio de 2015 y podría iniciar sus actividades a finales de año. Su objetivo es convertirse en un potente instrumento para el desarrollo de  Asia. Jim Yong Kim, presidente del Banco Mundial, reconocía recientemente que todos los bancos multilaterales de desarrollo juntos no tienen capacidad suficiente para hacer frente a las ingentes necesidades de financiación de infraestructuras en Asia. El volumen de recursos necesarios se estima en unos 100.000 millones de dólares por año; los bancos de desarrollo más activos en la zona (Banco Mundial y Banco Asiático de Desarrollo) cubren solo una cuarta parte, y la financiación pública y privada son insuficientes para colmar el resto.

El déficit de infraestructuras – energía, transporte, telecomunicaciones y otras –es un freno al desarrollo de China, cuyo ritmo de crecimiento se encuentra en fase de desaceleración. También es un obstáculo para el crecimiento de la región en su conjunto. Los potenciales recursos del AIIB serán importantes en este sentido: contará con un capital escriturado de 100.000 millones de dólares, casi la mitad que el Banco Mundial y más de la mitad que el Banco Asiático de Desarrollo. El proyecto del AIIB tiene también otro sentido económico: crear un mecanismo capaz de reciclar parte de las ingentes reservas chinas de divisas (cuatro billones de dólares, las mayores del mundo) hacia proyectos intensivos en capital.

Pero China no busca solamente llenar un vacío económico y financiero. Se trata también de crear un instrumento de influencia económica en Asia que se añade al recientemente creado Nuevo Banco de Desarrollo de alcance mundial (banco de los BRICS, con participación de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). China pretende, además, aumentar su influencia en la gobernanza financiera mundial, después de repetidos intentos de aumentar su cuota de poder en el FMI, el Banco Mundial y el Banco Asiático de Desarrollo con escaso resultado. En efecto, su peso relativo en estas instituciones refleja más la situación geopolítica al final de la Segunda Guerra Mundial que su poderío económico actual. Los derechos de voto de China en las instituciones de Bretton Woods no son muy superiores a los del Benelux y en el caso del Banco Asiático de Desarrollo no alcanzan la mitad de EE.UU o Japón. China queda además marginada de la presidencia de estas instituciones.

La administración Obama ha mantenido desde el principio una actitud de prevención, si no de rechazo, frente al nuevo proyecto chino. Ha señalado dudas sobre sus estándares de gobernanza, transparencia, sociales y medioambientales. Por ello, no solamente ha declinado su participación sino que ha tratado de disuadir la de otros países. Es una postura comprensible en el país que ha jugado durante 70 años el papel dominante en la gobernanza económica mundial. La inquietud respecto a los estándares del nuevo banco está fundamentada en la experiencia con China. Pero no deja de ser paradójico que se le discuta a China lo que ella cuestiona en las instituciones financieras multilaterales: la capacidad para ejercer una buena gobernanza. Se han alzado voces autorizadas en EE.UU criticando la reticencia del gobierno y abogando por una actitud menos defensiva, más abierta y positiva: Stigliz, Rogoff, Summers, Albright.

La actitud americana no ha impedido que el AIIB sume 57 países fundadores, incluyendo 20 no asiáticos, las principales economías del mundo con la excepción de EE.UU, Japón, Canadá y Méjico y la mitad de los miembros de la Unión Europea.  Entre los países latinoamericanos solo se cuenta Brasil y entre los africanos, Sudáfrica y Egipto. La carrera de los principales miembros de la UE para unirse al banco en el último minuto empezó por Luxemburgo y el Reino Unido, temerosos de perder influencia como centros financieros. Les siguió en cuestión de horas Alemania, preocupada por mantener la influencia financiera de Frankfurt y aprovechar el potencial exportador. En los días siguientes lo hizo un precipitado tropel de miembros de la UE, entre ellos Francia, Italia, España y Polonia, igualmente ávidos de no perder posiciones y mantener buenas relaciones con el gigante asiático. China ha marcado hábilmente la agenda, una vez más, frente a una Europa que ha dado otro ejemplo de falta de coordinación ante una decisión estratégica.

Las autoridades chinas parecen decididas a dar algunas respuestas a las legítimas inquietudes que han despertado. Se prevé que China tendrá entre 25-30% de los derechos de voto del banco, seguida por India con 10-15%, hasta un total de 75% para el conjunto de Asia. Pekín no pretende reservarse el derecho de veto. Se espera que el primer ejecutivo del banco sea una persona de reconocido prestigio profesional y que el proceso de reclutamiento sea objetivo. Los procedimientos de gestión, control y aprovisionamiento quedan por definir pero es probable que China aspire a reunir algunas de las mejores prácticas del sector.

La reacción de Japón ilustra la influencia del nuevo banco antes incluso de iniciar su singladura. El primer ministro Shinzo Abe ha anunciado en mayo de 2015 la determinación de Japón de incrementar de forma importante sus inversiones en infraestructuras en Asia utilizando su propia agencia de desarrollo y otros instrumentos a su alcance, como el aumento en un 50 % de la capacidad de préstamo del Banco Asiático de Desarrollo, donde Japón juega un papel preponderante.

No es fácil predecir el futuro del AIIB ni anticipar si alcanzará los niveles de buena gobernanza que se ponen en duda. Crear una institución de este tipo es un proceso largo y complejo como lo ha demostrado la creación de otras similares. Pero se trata de un proyecto de importancia estratégica para China por lo que cabe pensar que estará dispuesta a invertir todo tipo de recursos para convertirlo en un escaparate de su influencia. De la misma forma que es proverbial la capacidad China para asombrar al mundo creando infraestructuras de la noche a la mañana, es posible que el nuevo banco depare también sorpresas.

Con este ambicioso proyecto China da un paso más para pasar del bilateralismo a un multilateralismo más activo, que se añade al gran paso que supuso el acceso a la Organización Mundial del Comercio. La amplia participación de países en el banco refuerza esta dimensión. Quedan sin duda grandes retos por resolver pero es precisamente a través de esta dimensión multilateral como mejor se podrá influir positivamente en el diseño y funcionamiento del BAII.