¿Son todavía europeístas los españoles?
Laia Mestres,
Investigadora de CIDOB
13 de junio de 2012 / Opinión CIDOB, n.º 152 / E-ISSN 2014-0843
¿Está la grave crisis económica afectando a uno de los principios más inmutables de la España democrática: el tradicional europeísmo de los españoles que veían en la pertenencia a la Unión Europea el factor clave para la modernización y el prestigio internacional de España?
Las élites políticas se reafirman en su europeísmo. En un gesto sin precedentes, el Ministro José Manuel García-Margallo consensuó con todos los Ministros de Asuntos Exteriores de la democracia un artículo publicado en El Mundo a principios de febrero en el que afirmaban que “se trata de contribuir con ideas y apoyos políticos, desde una firme convicción europeísta, a aquellas iniciativas destinadas a mejorar el funcionamiento de la Unión Europea”. Estas mismas palabras podrían haber formado parte del discurso de un dirigente español en el acto solemne de entrada al club europeo en 1986. La política europea ayer y hoy continúa considerándose una cuestión de Estado. La idea de “Más Europa” ha formado y forma parte substantiva del consenso entre las principales fuerzas políticas del país. Quizás el último reducto del ya olvidado consenso en política exterior.
Pero según datos del Eurobarómetro, la confianza de los españoles en la UE ha ido disminuyendo drásticamente conforme se agudizaba la crisis. A finales de 2009, justo antes de iniciarse la última Presidencia española del Consejo, un 43% de españoles declaraban no tener confianza en la Unión Europea. Dos años más tarde, a finales de 2011, este porcentaje ya llegaba al 62%. La actitud española no es una excepción. No sólo aquellos países intervenidos como Grecia o Irlanda, sino también otros, como Francia y el Reino Unido, han visto aumentar ostensiblemente el grado de desconfianza en las instituciones europeas.
El apoyo a la moneda única ha sido uno de los grandes damnificados de la crisis. A primera vista, un 70% de los españoles valora la introducción del Euro como poco o nada beneficiosa para el país, según el Barómetro del Real Instituto Elcano de diciembre de 2011. Otra encuesta, la realizada por el Pew Global Attitudes Project en mayo de 2012, matizaba este porcentaje, situándolo en un 41%, aunque cabría sumar el 22% de españoles que consideran que el euro no ha tenido tampoco un efecto positivo. Aunque los españoles le vean los defectos a la moneda común, siguen pensando que salir de ella sería un escenario todavía más perjudicial y con una amplia mayoría rechazan la vuelta a la peseta.
Además de este rechazo a abandonar el euro, el europeísmo viene avalado por el grado de satisfacción de los españoles por su pertenencia a la Unión. Las encuestas del Eurobarómetro de los últimos diez años muestran como el porcentaje de españoles que se declaran satisfechos con la Unión Europea se mantiene sin cambios. Concretamente lo hacen seis de cada diez españoles, un dato, además, siempre por encima de la media del conjunto de ciudadanos de la Unión, que ese sitúa en 5 de cada 10.
Con estos datos en la mano y el consenso político en torno a la idea de “Más Europa”, podría decirse que los españoles siguen apoyando el proyecto de integración europea. Sin embargo, algo está cambiando en España. Por un lado, el europeísmo incondicional de las élites españolas prevalece, aunque hoy más que nunca éstas decidan vender internamente las políticas de austeridad como una imposición de Bruselas. Además, con la crisis económica como telón de fondo, hace ya años que los gobiernos españoles han perdido margen de maniobra dentro de la UE, no sólo en la agenda económica sino también en la política.
Por el otro, ante una supuesta vuelta a la Europa de las dos velocidades, los españoles y sus vecinos mediterráneos empiezan a desempolvar el complejo de inferioridad del sur respecto del norte. La redefinición de la idea de una Europa a dos velocidades, que antes servía para disociar europeístas de euroescépticos y que ahora parece destinada a diferenciar entre países ricos de pobres, no ha hecho más que agudizar este sentimiento. Para los ciudadanos del sur, esta modalidad de Europa significa pasar a ser ciudadanos europeos de segunda debido a la exclusión no voluntaria de los países de la periferia del núcleo duro del club europeo.
Todo ello está provocando una creciente desafección política de los ciudadanos en todos los niveles: local, regional, estatal y, por supuesto, europeo. Prueba de ello es la caída de la popularidad de la canciller alemana entre los ciudadanos españoles. Ángela Merkel, que se había mantenido como uno de los líderes mundiales más valorados, ha ido perdiendo dicho apoyo conforme se iba acercando el rescate español. Es más, una mayoría entiende que su defensa de los intereses de Alemania perjudica a los de España.
La desafección política sólo se combate con más participación y más debate. La crisis económica no debería tener como daño colateral un alejamiento irreversible de los ciudadanos del proyecto europeo o que la integración europea se percibiera como un patrimonio de las élites. Se podrá construir “más Europa” cuando todos, ciudadanos y líderes políticos, sean conscientes de que el futuro se juega en Bruselas y que el debate es de contraposición de modelos y no de enfrentamiento entre países. Los españoles deben superar el europeísmo ingenuo para construir un nuevo europeísmo basado en la conciencia de que la supervivencia del modelo de cohesión social pasa por la reafirmación de un proyecto común, solidario e inclusivo a escala europea. Un modelo basado no ya en un “sueño europeo” sino en la definición de una estrategia compartida para superar la crisis económica y encarrilar de nuevo la integración europea.
Laia Mestres,
Investigadora de CIDOB