Rousseff y Obama: una relación umbilical y al tiempo emancipada
Anna Ayuso,
Investigadora principal, CIDOB
16 de Abril de 2012 / Opinión CIDOB, n.º 145 /E-ISSN 2014-0843
En vísperas de la VI Cumbre de las Américas que ha reunido a los mandatarios de los países miembros de la Organización de Estados Americanos (OEA) en Cartagena de Indias, y sólo 10 días después de la IV Cumbre BRICS del 29 de marzo en Nueva Delhi, que sucedió a la Cumbre sobre Seguridad Nuclear celebrada dos días antes en Seúl, Barack Obama y Dilma Rousseff se encontraron en Washington. Esta cumbre bilateral se enmarcó pues entre tres citas multilaterales, que forman parte de un entramado de relaciones cruzadas en las que los dos grandes países del hemisferio americano juegan sus cartas, aunque no necesariamente en la misma mesa, ni en el mismo bando, ni tampoco con la misma baraja.
Durante las dos legislaturas de Lula da Silva, las relaciones entre Estados Unidos y Brasil vivieron un progresivo distanciamiento político que se sustenta tanto en razones ideológicas como en transformaciones del contexto y la posición relativa de ambos países. Brasil ha tenido una evolución ascendente que le ha llevado a situarse, impulsado por la voraz demanda China, como 6ª potencia económica mundial en términos de PIB y una transformación social que le ha permitido reducir de forma significativa la extrema desigualdad social que mantenía a millones de personas condenadas a la miseria y a la exclusión. La pujanza del gigante sudamericano le proporciona un estatus de líder regional y un incremento de su influencia global que responde a una política exterior asertiva y de múltiples alianzas, unas alianzas que se definen por contraposición (aunque no frontal oposición) a las de las potencias tradicionales.
Durante el mismo periodo, Estados Unidos ha pasado de ser la indiscutida potencia hegemónica de la postguerra fría a ser un líder con demasiados frentes internos y externos que le restan margen de maniobra. Aún así, la política estadounidense hacia América Latina de los últimos años siguió la inercia de un patrón unilateral dominado por dos ejes; la creación de una zona de libre comercio y la Seguridad y lucha contra el narcotráfico, buscando ampliar mercados y justificar su presencia militar en una región muy próxima y rica en recursos. Ambas ambiciones han tropezado con las resistencias de varios países de la zona y, entre ellos, particularmente Brasil.
Junto a sus aliados del Mercosur, Brasil fue el principal causante del fracaso de la Alianza de Libre Comercio de la Américas (ALCA). Además, digiere mal la presencia de las tropas norteamericanas en bases de América del sur y ha impulsado foros como UNASUR y su Consejo Suramericano de Defensa o la CELAC con la finalidad de disminuir la presencia norteamericana, y de paso de la OEA, organismo a través del que tradicionalmente Estados Unidos ejerció su influencia. Para ello Brasil cuenta con aliados, algunos con un discurso directamente anti-norteamericano como Venezuela, Cuba y los demás miembros del ALBA.
En el ámbito de la gobernanza global, Brasil, que aspira a obtener un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, se ha alineado en los últimos años con los otros BRICS, en contra de Estados Unidos y sus aliados, en temas como las operaciones de Libia, las condenas a Siria o las sanciones a Irán. Asimismo defiende el derecho de éste último a desarrollar su energía nuclear con fines pacíficos, partiendo de la defensa de su propio derecho a hacerlo. Estos posicionamientos se suman a los desencuentros en relación al golpe de Honduras en 2009 y las sanciones norteamericanas a Cuba. Estados Unidos también ve en Brasil un actor incómodo, capaz de aliarse para bloquear las negociaciones comerciales en la OMC, descarrilar las conversaciones sobre Medio Ambiente en la Cumbre de Copenhague de 2009 o incrementar sus exigencias de reformas de las instituciones financieras para aumentar su influencia en el G20. Por su parte Brasil ve con preocupación cómo la política monetaria expansionista norteamericana mina su competitividad exportadora.
Con la llegada al poder de Dilma Rousseff, de talante supuestamente más pragmático que Lula, y el nombramiento de Antonio Patriota, antiguo embajador en los Estados Unidos, como Canciller, se especuló con una mejora de las relaciones. No obstante, si en toda relación los prolegómenos son importantes, digamos que las dos primeras citas entre Obama y Rousseff han sido más bien incómodas. El viaje de Obama a Brasil en 2011 se vio ensombrecido por la intervención en Libia y su silencio sobre las aspiraciones brasileñas respecto al Consejo de Seguridad. En la visita de Dilma a Washington reverberaba el eco de la oposición de los BRICS a las sanciones a Irán y la condena a Siria, pero también las discrepancias sobre dos temas que se abordarán en la Cumbre de las Américas; el problema de la asistencia de Cuba, vetada por Estados Unidos y apoyada por Brasil, y la controversia sobre el fracaso de la lucha contra el narcotráfico, con visiones que no concuerdan con las de los norteamericanos.
El resultado ha sido un encuentro de bajo perfil, en el que predominaron temas económicos, aunque tampoco exentos de polémica. Por ejemplo, Estados Unidos hoy es el segundo socio comercial, detrás de China, pero el intercambio bilateral ha seguido acumulando un importante déficit comercial para Brasil, origen de los reproches de Rousseff sobre el llamado “tsunami monetario”. A Rousseff también le preocupa que las sanciones de Estados Unidos puedan afectar los intereses de empresas brasileñas como Odebrecht, el gigante de infraestructuras y logística que trabaja en Cuba y Miami y por ello pidió el final del embargo. Además Estados Unidos congeló una compra de aviones de Embraer ya prevista a la espera de la decisión de Brasil sobre su adquisición de aviones caza entre las ofertas de Estados Unidos, Francia o Suecia. Los avances más destacables han sido en materia de cooperación tecnológica y aeronáutica, en la facilitación del acceso de estudiantes universitarios brasileños a las mejores universidades de Estados Unidos y en la apertura de dos nuevos consulados de Estados Unidos en Porto Alegre y Belo Horizonte con el fin de facilitar los visados. Ambos mandatarios hablaron de las grandes posibilidades de colaboración energética pero no hubo acuerdos de envergadura.
La Secretaria de Estado Hillary Clinton y su homólogo brasileño Antonio Patriota dieron ante un grupo de empresarios el tono de las relaciones bilaterales: a las palabras con velado reproche que lanzó Clinton sobre la necesidad de llegar a acuerdos, Patriota respondió que Brasil era consciente de los diversos polos de un mundo multipolar y que su país “no privilegia a los emergentes sobre los tradicionales” (a contrario léase y viceversa).
Mantener autonomía y ganar reconocimiento mientras se persigue una re-configuración del orden vigente mediante alianzas de geometría variable entre las cuales Estados Unidos es uno más es la línea que, trazada por Lula da Silva, mantiene ahora Dilma Rousseff. Estados Unidos sabe que Brasil es un socio importante y un interlocutor necesario, pero aun no es un aliado estratégico en temas globales. En una relación umbilical y al tiempo emancipada, el pragmatismo de ambos se impone.
Anna Ayuso,
Investigadora principal, CIDOB