Palestina-Israel: cuanto peor, peor
Pere Vilanova,
Catedrático de Ciencias Política de la UB e Investigador Senior Asociado de Cidob
10 de octubre de 2011 / Opinión CIDOB, n.º 129
El verano terminó con la entrada en la reunión anual de la Asamblea General de Naciones Unidas de un tema tan candente como esperado: la Autoridad Nacional Palestina (ANP) había decidido plantear su petición formal de ingreso como Estado de pleno derecho en la Organización. Al fin y al cabo, desde que la misma Asamblea General propuso en su Resolución 181 de 1947 la partición de la Palestina histórica en dos Estados, uno judío y otro árabe-palestino, el tema está encima de la mesa. Para ser exactos, hay que hacer dos precisiones. La primera es que el voto abrumadoramente favorable fue posible (en pleno inicio de la Guerra Fría!) gracias al acuerdo explícito de los representantes de la URSS y de Estados Unidos, que lo transmitieron adecuadamente a sus respectivos aliados. La segunda precisión tiene que ver con el hecho de que la comunidad judía (Israel no existía aún) entendió enseguida las ventajas de la oferta, y aceptó el plan. La parte palestina (que tampoco existía como Estado) no fue consultada, y los estados árabes de la ONU la rechazaron, y así se entró en la primera de las varias guerras árabe-israelí. El debate actual se sitúa, en apariencia y por suerte, en otros parámetros, pues todas las partes afirman querer un estado palestino, incluyendo a Netanyahu y su gobierno, con lo que la discusión se desplaza a “así no” , “todavía no”, “sólo a través de una negociación bilateral”, y la inefable e imperdonable frase con la que Obama enterró sus precarios activos en el mundo árabe (y no sólo árabe): “there are no shortcuts to peace” –no hay atajos para la paz-.
Las reacciones han sido varias, las más lucidas desde las propia filas israelíes. Yossi, Alpher, analista israelí de prestigio, que fue director del importante Jaffee Center for Strategic Studies de la Universidad de Tel-Aviv, y antes, dirigente del Mossad aboga explícitamente a favor del reconocimiento del Estado palestino. Esto no es nuevo, muchos dirigentes israelíes llevan años haciéndolo. Pero en este caso, el dato adicional es que Alpher propone que España y otros países europeos voten a favor de la propuesta palestina de crear dicho Estado, que parece tener el aval de más de 130 estados miembros. Añade Alpher que es decisivo ese voto, precisamente porque Estados Unidos no está ni preparado ni dispuesto para ello. Por supuesto, todo el mundo sabe que el voto en la Asamblea General no es jurídicamente vinculante, y en todo caso la iniciativa será tumbada por el veto de Estados Unidos cuando llegue al Consejo de Seguridad. De momento el tema está aparcado en los complejos trámites de procedimiento en el Comité de Admisiones. Pero en su día cada quien quedará retratado.
No basta con tener la llave jurídica para vetar una y otra vez la existencia de un Estado palestino, porque se va a crear una situación política insostenible para la Administración Obama. Y como señala Alpher, con el (largo) proceso electoral norteamericano a las puertas del 2012, el margen de Obama es estrecho. Precisamente por esto, en agosto y septiembre, y en una enésima provocación añadida, el Gobierno de Netanyahu ha aprobado la construcción de casi 3.000 viviendas adicionales en asentamientos ilegales tanto en Jerusalén como en Cisjordania. Se puede observar fácilmente que la situación es compleja: la resonancia de un voto masivo favorable en la Asamblea General será considerable y tendrá consecuencias.
La cuestión de fondo es como salir del estancamiento del conflicto de los últimos diez años. Estamos en el 2011, se ha cumplido una década del estallido de la segunda Intifada (aunque de hecho empezó en septiembre del 2000), que enterró el proceso de paz de Oslo-Washington, única negociación efectiva y real entre Israel y la OLP en toda su historia compartida. En efecto, en esta década, además del dramático reguero de muerte y destrucción, han pasado muchas cosas, y casi todas malas. Pero, sobre todo, no hay que olvidar el rosario de fracasos de la llamada comunidad internacional en relación al conflicto. Noviembre de 2007, la pomposa Conferencia de Annápolis, en la que George W. Bush convocó a Mahmud Abás, Ehud Olmert, Rusia, China, la Unión Europea, la Liga Árabe y Naciones Unidas. Mucha gente en la cocina para recordar que el objetivo final era la solución de dos estados, pero con pocos compromisos concretos. Mientras, Olmert siguió construyendo asentamientos y finalizando su muro de separación-segregación unilateral. Efectividad de Annápolis, cero. ¿Y antes? Bueno, siempre nos quedará el inolvidable cuarteto para Oriente Medio, creado en el 2002 supuestamente a iniciativa de José María Aznar (pero el interesado se prodiga poco), y cuyo alto representante es desde hace cinco años Tony Blair. ¿Qué ha hecho Blair en estos años? Los expertos no se ponen de acuerdo, unos dicen “nada”, otros afirman “ha hecho negocios personales” y otros añaden “ha defendido los intereses de Israel”. No olvidemos que la “Road Map” (hoja de Ruta) de 2004, dibujada por el Departamento de Estado de Estados Unidos, proponía que hubiera un Estado palestino en diciembre del 2005. Eso sí, con tres conferencias internacionales de por medio que no se han llegado a celebrar, mientras que el total de colonos israelíes en los territorios ocupados se incrementó en casi 27.000 en dos años, pasando de 558.988 en 2005 a 585.800 en 2007. Por hacer la lista más completa, hay que recordar el plan de paz conocido como Acuerdos de Ginebra, de 2003-2004, que está tan lleno de buena voluntad y de audacia política, como de desconexión del proceso político real; el plan de paz de la Liga Árabe, auspiciado por Arabia Saudí (sin objeciones por parte de Washington, sabiendo que el plan no saldría en ningún caso), que proponía en el 2002 (en plena fase inicial, la más violenta, de la segunda Intifada) la fórmula clásica de dos estados, retorno de Israel a la frontera de 1967, Jerusalén capital de ambos estados, etcétera. Cabe añadir las elecciones palestinas de 2005 y 2006, exigidas por la misma comunidad internacional, que luego rechazó las del 2006 porque las ganó Hamás, y aún se está a la espera de que alguien en la Unión Europea diga algo al respecto (su actual alta representante o quizá su predecesor en el cargo).
El muro con el que Israel rodea y cierra los territorios palestinos está terminado, y la red de carreteras (llamadas “by-pass”) de uso exclusivo para militares y colonos los trocea de arriba abajo y de lado a lado. Frente a esta situación, Europa tiene dos posibilidades: votar en conciencia o bien escudarse tras «la búsqueda de una posición de consenso de la UE» para cubrirse de ridículo una vez más. El consenso de la UE en esta materia ni está ni se le espera...
Pere Vilanova,
Catedrático de Ciencias Política de la UB e Investigador Senior Asociado de Cidob