Pakistán: “El aguafiestas”

Opinion CIDOB 135
Fecha de publicación: 12/2011
Autor:
Dr. Emma Hooper, Senior Research Fellow associate, CIDOB
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Dr. Emma Hooper,
investigadora senior asociada, CIDOB

12 de diciembre de 2011 / Opinión CIDOB, nº 135 /E-ISSN 2014-0843

La no comparecencia de los delegados paquistaníes en la Conferencia de Bonn sobre Afganistán el 5 de diciembre del 2011 es un intento por parte de Pakistán de mandar un mensaje claro expresando que “ya basta”, y que el país no tolerará que continúen enredándolo. O esto es el que el gobierno en el poder quiere que el mundo interprete. En realidad, lo más probable es que Pakistán se esté echando piedras al propio tejado. Con la no comparecencia en Bonn , el país ha perdido una oportunidad valiosa para declarar con firmeza su postura ante el mundo, para reafirmarse expresando su apoyo a la guerra continuada contra el terror de la era post-Bin Laden, y, algo que resulta fundamental para su propia política exterior y su preocupación por la seguridad, hacer de contrapeso a la creciente influencia y presencia de la India en Afganistán.

La falta de confianza que hay entre los principales protagonistas —Afganistán, Pakistán y los USA— es sin duda un tema crucial. Aun así, también es evidente que hay demasiadas cosas en juego, y mucho que perder, como para permitirse lo que podría interpretarse como un gesto de arrogancia. Afganistán es demasiado importante en lo que se refiere a la seguridad, para Pakistán, pero también para toda la región, como para que uno de los actores principales esté ausente en un encuentro donde se tienen que dirimir las vías de resolución de este conflicto permanente, diez años después de Bonn 1.

Últimamente se ha hablado mucho en la prensa internacional a propósito del “doble juego” de Islamabad en la guerra contra el terror. Aun así, a pesar de que la opinión mayoritaria considera que Pakistán es el saboteador de la zona, parece que hay una auténtica incapacidad para reconocer el sentimiento de los lugareños, que puede resumirse en una intensa desaprobación —de hecho hay que hablar de odio— hacia la política norteamericana desplegada en la región.

Los ataques con aviones no tripulados pueden parecer a Occidente simples daños colaterales “inevitables”, infligidos sobre todo al norte de Waziristán, una región percibida desde el exterior como “el Este más salvaje”, descrita como un terreno baldío y rocoso sin ley ni orden y pocos habitantes, si bien armados todos ellos. En Pakistan estos ataques son percibidos como una violación del territorio soberano, casi como un acto de guerra (por el hecho de matar civiles), y como una impugnación de la capacidad de Pakistán de gobernar su propio país.

Lo que piensa la población ordinaria es que si cesaran los ataques con aviones no tripulados y los norteamericanos se marcharan de Afganistán, todo se arreglaría, en términos de política económica local, en Pakistán, y que el país prosperaría. Con el anuncio de la retirada de las tropas norteamericanas de Afganistán, y el nuevo acontecimiento del trágico ataque a la OTAN de principios de diciembre del 2011, podemos sustituir “OTAN” por “EE.UU.”, pero la historia es la misma. La mayoría de los paquistaníes consideran que la situación en Afganistán es una guerra americana que loúnico que ha traído a Pakistán es destrucción y muerte. (Es cierto que Pakistán ha tenido más bajas de soldados luchando contra el extremismo islamista que no la OTAN). Es cierto que acusar un chivo expiatorio externo es una manera fácil para los gobernantes paquistaníes de explicar a su pueblo los fracasos sucesivos y múltiples para aportar desarrollo, un buen suministro energético, unos beneficios económicos, un buen funcionamiento de los servicios, una buena gobernanza y un acceso a las normas de la legalidad, a pesar de que la combinación de las dos series de factores puede provocar también de nuevo otro golpe militar en Islamabad.

La posición de Pakistán en Afganistan es que se considera como uno de los principales accionistas, y que ha sufrido gravemente las consecuencias de haber apoyado a las fuerzas aliadas occidentales. Ha tenido que afrontar muchos problemas internos durante años, y esto ha dado como resultado un flujo masivo de refugiados afganos, muchos de los cuales todavía están en Pakistán, con los problemas socioeconómicos consiguientes; un número considerable de bajas, pérdida de infraestructura y de inversión extranjera (debido a los problemas de seguridad); un aumento exponencial de secuestros; un aumento de la inseguridad dentro del país, con rachas de bombas suicidas; y la pujanza de grupos extremistas militantes, conocidos colectivamente como los “Talibanes paquistaníes”.

Se acusa habitualmente a Pakistán de no hacer lo suficiente en la guerra contra el terror, a pesar de que ellos piensan que ya hacen muchos sacrificios para apoyar este objetivo. En este sentido, sin embargo, no parece que favorezcan dicha imagen, apoyando de manera continuada a grupos militantes prohibidos, como los Laskar e Janghvi (implicados en la masacre de Ashura de chíitas en Afganistán la primera semana de diciembre). La conferencia de Bonn del 5 de diciembre, convocada con la intención de tratar las causas de la violencia continua de Afganistán, y buscar vías de solución, habría sido una oportunidad ideal para que Pakistán explicara su postura sobre Afganistán. Aun así, su lugar a la mesa quedó vacío, si bien la sombra de su espectro era considerable. Es una lástima, porque no es posible un final aceptable de la guerra contra el terror sin la cooperación entre Pakistán y Afganistán, y, evidentemente, entre Pakistán y los EE.UU.

Pakistán comparte una frontera abierta de 2.500 km con Afganistán (considerada vital por su estrategia de seguridad contra la India, siendo a la vez un vecino molesto). Por lo tanto, le hace falta un papel determinante para decidir quién manda en el gobierno de Kabul. La comunidad internacional tiende a pensar que para acabar la guerra es necesario un diálogo con los talibanes. Pakistán, con sus vínculos con los talibanes y otros grupos militantes aliados, es un socio esencial en estas negociaciones. La no participación de Pakistán en Bonn era una señal de que, a no ser que se salga con la suya, actuará como un aguafiestas en Afganistán. Ciertamente tiene la capacidad de hacerlo. Aun así, el boicot de Pakistán fue una táctica lamentable, que confirmaba lo que más se temía la comunidad internacional.

Algunos sostienen que parte de la causa de la tragedia del 11 de septiembre en las Torres gemelas fue que los servicios de inteligencia internacionales no quisieron escuchar ni dialogar con elementos cuyas opiniones no gustaban, de cuya política discrepaban y cuyas acciones les repugnaban. Si esto es verdad, es fundamental que los EE.UU. escuchen las preocupaciones actuales de Pakistán, en lugar de limitarse a regar con dinero, con ayudas masivas al desarrollo y con intentos a posteriori de maniobras diplomáticas de reconciliación cuando las cosas se complican. Y que lo hagan por el bien de Pakistán, de Afganistán, de la región, y de la seguridad global.

La incapacidad norteamericana de escuchar es un error grave. Sea cual sea la modalidad de la relación, no habrá una salida airosa de Afganistán sin Pakistán. Y podría asegurarse que Pakistán es bastante más importante para los intereses de EE.UU. (y de los europeos) de lo que nunca ha sido Afganistán.

Dr. Emma Hooper,
investigadora senior asociada, CIDOB