Obama: tan cerca y tan lejos de America Latina

Opinion CIDOB 169
Fecha de publicación: 12/2012
Autor:
Anna Ayuso, investigadora principal, CIDOB
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Anna Ayuso,
investigadora principal, CIDOB

18 de diciembre de 2012 / Opinión CIDOB, n.º 169 / E-ISSN 2014-0843

Cuando en 2009 Barack Obama asumió su primer mandato presidencial en plena crisis económica, encarnó un icono de esperanza de cambio que traspasó fronteras y América Latina no fue excepción. No obstante, heredaba una relación maltrecha y fragmentada; cargó con una mochila de agravios tras décadas de intervencionismo unilateral, militarismo e imposición de condicionalidades de ajustes económicos que condenaron a la recesión a América Latina durante la década de purga de la deuda externa en los 80's. La saliente administración Bush, tras fracasar su intento de creación del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) adoptó una política maniquea de amigos (México, Colombia, Chile, Perú y la mayor parte de América Central) y enemigos (Cuba, Nicaragua y la Sudamérica bolivariana), que alimentó un creciente distanciamiento, rayando en antagonismo, por parte de la nueva izquierda latinoamericana.

 

Estados Unidos ha perdido poder blando de atracción, al tiempo que las hoy emergentes potencias regionales cuestionan el ejercicio del poder duro y con ello su presencia militar. El empeño norteamericano en azuzar la batalla contra el narcotráfico manu militari sumado a la globalización de la guerra contra el terrorismo aumentaron los recelos y, al tiempo, conllevaron un déficit de atención hacia Latinoamérica que favoreció la autonomía de la región. La aparición de nuevos socios extra-regionales (particularmente en Asia Pacífico, pero también en África) y el surgimiento de un nuevo regionalismo denominado post-hegemónico, que se extendió desde Sudamérica (UNASUR, ALBA) hacia América Latina Caribe (CELAC), han ido desplazando el liderazgo de Estados Unidos en el hemisferio y erosionando el rol de la Organización de Estados Americanos (OEA) en materia de Seguridad y Cooperación.

 

En su cuatro años de mandato Obama no ha logrado mejorar sustancialmente la influencia de Estados Unidos en la región. Tampoco le ha dedicado mucha atención. En su primera campaña presidencial Obama creó la plataforma “New Partnership for the Américas” para renovar las relaciones, sin embargo, como presidente tardó dos años en realizar la primera y única gira por Latinoamérica visitando tres países; el primero, Brasil, hoy convertido en actor global y líder regional, con el que están condenados a entenderse. Los otros dos fueron Chile, país socio e historia de éxito, y El Salvador, país en transición y relato de esperanza. Evitó países conflictivos, pero los discursos de conciliación para pasar página y de mano tendida para nuevas alianzas no cuajaron y confirmaron que Estados Unidos no consigue articular una relación fructífera con el conjunto de la región. La Cumbre de las Américas de 2012 en Cartagena de Indias acabó sin declaración final y con visiones encontradas respecto a Cuba, la lucha contra el narcotráfico y la seguridad regional.

 

La relación de Estados Unidos con México tiene singularidad propia por la creciente simbiosis económica y social, pero al tiempo es un termómetro del compromiso con la región. Con más de 50 millones de habitantes de origen latino en Estados Unidos, 32 de ellos mexicanos y la mitad en situación irregular, la reforma migratoria es un asunto de política interna que ha adquirido relevancia tras las elecciones debido a la influencia del voto latino. A pesar de las promesas incumplidas del primer mandato, la población latina se volcó en la candidatura de Obama y los países de origen piden soluciones. La intransigencia del partido republicano bloqueó iniciativas previas, pero el revés electoral ha despertado voces críticas que abren una ventana de oportunidad para solucionar un drama humano que recorre Mesoamérica.

 

Igual de acuciante es la inseguridad, y particularmente las consecuencias de la batalla contra el narcotráfico que ha elevado los índices de criminalidad a tasas históricas. La mayoría de países de América Latina cuestionan la ineficacia de las políticas represivas patrocinadas por Estados Unidos y señalan al gran mercado de consumo de estupefacientes del norte y a la desregulación del comercio de armas como principales causas de desestabilización regional. Estados Unidos repite el mantra de la responsabilidad compartida pero se niega a modificar políticas de efectos dañinos en la región por presiones de lobbies internos (con paradojas como la legalización de la marihuana en Colorado mientras se mantiene el prohibicionismo en clave regional). Si Obama sigue ofreciendo alianzas de más de lo mismo pero con menos recursos, no llegará lejos.

 

En el plano comercial la falta de avances es inapelable. No se han abierto nuevas negociaciones mientras que acuerdos como el de Colombia y Panamá, firmados en 2006, estuvieron bloqueados hasta 2011. La crisis en Estados Unidos y sus efectos globales ha revitalizado las medidas proteccionistas en todo el continente y ha retraído la inversión directa. Todos miran al Pacífico para abrazar el dinamismo asiático como tabla de salvación. En la agenda quedan además temas como la política monetaria, la explotación de los recursos energéticos, el cambio climático y la gran vulnerabilidad ante los desastres naturales (puesto en evidencia una vez más con el huracán Sandy) y los Derecho Humanos. Son asuntos globales que requieren de un enfoque regional, pero no hay consenso.

 

La falta de avances da argumentos a quieres sostienen que, en política exterior, no afectan los cambios de inquilino en la Casa Blanca y la agenda regional de Estados Unidos es puro interés nacional determinado por las mayorías parlamentarias. Cambian las formas y palabras, pero el fondo es el mismo. Los tímidos gestos en la relación con Cuba mientras se mantiene el embargo son un ejemplo leído también en clave nacional. Obama pasa de puntillas sobre los asuntos conflictivos y busca acuerdos bilaterales para defender el interés nacional. Eso evita confrontaciones pero tiene un coste, la perdida de liderazgo regional y la decadencia del sistema interamericano de cooperación de la OEA, desplazado por otros foros regionales. Las políticas regionales se han globalizado; la región se ha abierto al mundo y tiene nuevos aliados.

 

El balance de la política de Obama hacia Latinoamérica no puede ser complaciente; el mapa de acuerdos comerciales estancado, su liderazgo contestado, una institucionalidad hemisférica debilitada y marginada, un creciente rechazo a su presencia militar y un cuestionamiento de su compromiso con la paz y la seguridad son síntomas de una gran desafección por parte de sus vecinos. Pero Estados Unidos y Latinoamérica están demasiado cerca para ignorarse, el futuro sigue entrelazado, aunque ya sin tutelas hegemónicas. Los espacios del Atlántico y del Pacífico, ahora compartidos, pueden dar lugar a nuevas alianzas en el próximo futuro.

Anna Ayuso,
investigadora principal, CIDOB