Obama II, en clave asiática
Nicolás de Pedro,
investigador principal, CIDOB
18 de diciembre de 2012 / Opinión CIDOB, n.º 170 / E-ISSN 2014-0843
La coincidencia de las elecciones presidenciales norteamericanas con el ascenso al poder de la “quinta generación” de líderes chinos representa un hito dentro del proceso de configuración de un nuevo orden internacional centrado en la cuenca Indo-Pacífica y protagonizado por China y EEUU. El momento se antoja crucial y problemático. Ni Washington ni Beijing parecen tener demasiado claro cómo abordar una relación bilateral que se ha enrarecido visiblemente en los últimos dos años.
Los analistas chinos han seguido con preocupación el tono con el que se trataban las cuestiones relacionadas con China durante la campaña electoral estadounidense. Los candidatos prometían firmeza a los electores frente a un país caracterizado como manipulador del mercado de divisas y crecientemente agresivo. Percepción que parece estar imponiéndose en Washington. La reelección de Obama habrá sido, sin duda, recibida con alivio por los nuevos líderes chinos. Con él, restablecer un diálogo fluido parece, a priori, más sencillo. Sin embargo, el giro asiático, lanzado por su administración con vistas a reforzar el papel de EEUU en Asia Pacífico, plantea, desde la perspectiva de Beijing, un escenario complicado.
China parece estar desarrollando su propia ‘doctrina Monroe’ en sus contenciosos territoriales en los mares del Sur y Este de China. De hecho, por vez primera desde el inicio de su fulgurante ascenso en 1978, algunos estrategas chinos parecen cuestionarse la idoneidad de mantener un perfil internacional bajo y prudente. Al menos en su vecindario, donde Beijing muestra una disposición creciente a hacer valer, militarmente si es preciso, sus intereses en lo que considera “territorios marítimos de China”. Y buena parte de estos contenciosos los mantiene con aliados de EEUU como Japón, Filipinas o Vietnam. La colisión con Washington parece, pues, peligrosamente posible.
Aún es una incógnita que línea adoptará esta nueva generación de líderes, pero todo apunta a un continuismo ascendente en este enfoque más asertivo. De hecho, más que por lo que puedan hacer Xi Jiping o Li Keqiang, probablemente deba concentrar más preocupación aquello que no pueden hacer. O lo que es lo mismo, las dificultades del Gobierno chino para contener un nacionalismo agresivo, promovido desde el poder, pero que ha tomado vida propia entre sectores del ejército y de la población. Los nuevos líderes serán, probablemente, más cautivos que guardianes de la retórica nacionalista.
En la evolución de la ecuación sino-estadounidense jugará un papel destacado la interacción de ambos con India. Junto con Washington y Beijing, Nueva Delhi conforma el triángulo estratégico sobre el que se está fraguando el orden geopolítico asiático del siglo XXI. Si bien, en contraste con el lugar ocupado por China, Nueva Delhi, para disgusto de la comunidad estratégica india, apenas recibió atención durante la campaña electoral estadounidense. La relación bilateral también se ha enfriado en los últimos dos años. Aunque en el caso indio, no responde a un creciente choque de intereses, sino, fundamentalmente, a la frustración de Washington con lo que entiende como una falta de decisión de Delhi para aplicar reformas económicas y adoptar un papel más activo en el escenario internacional. La parálisis que caracteriza al Gobierno de Manmohan Singh durante los últimos meses está pasando factura dentro y fuera. Cuando aún queda alrededor de un año y medio hasta las elecciones, el ciclo político parece agotado e India corre el riesgo de contar menos en el escenario asiático.
Entre los analistas indios existe un cierto consenso en cuanto a que el partido republicano es más sensible a las aspiraciones geopolíticas de Nueva Delhi. No en vano, si hubo un país favorecido por la administración Bush Jr., ese fue, sin duda, India con los acuerdos de cooperación en materia de defensa y de energía nuclear civil alcanzados en marzo de 2005. No obstante, la victoria de Obama, que ejerce en India la misma fascinación que en el resto del mundo, ha sido bien recibida. El giro asiático de Obama ayuda, toda vez que el acercamiento entre India y EEUU se sustenta en su preocupación común por el ascenso de China. La tentación por conceptualizar una nueva guerra fría en clave asiática resulta, pues, evidente.
Sin embargo, y por añorada que resulte para muchos la dinámica bipolar, ni existe un desafío ideológico, ni los países se encuadrarán en bloques cerrados y enfrentados entre sí. EEUU recela de una China capaz de desafiar su liderazgo mundial, aunque, probablemente, más en el largo que en el medio plazo; igual que India teme la proyección china hacia el Índico y más si se produce a través de vecinos tan poco propicios a Nueva Delhi como Pakistán o Bangladesh. Pero, de igual forma, son muchos los intereses compartidos y el auge de las relaciones comerciales y, en el caso, sino-estadounidense, la interdependencia económica plantean un panorama mucho más complejo e incierto. La competencia y las rupturas se combinarán, inevitablemente, con la cooperación y los acuerdos.
Por no mencionar que las posiciones y opciones no resultan tan evidentes. La forja de una alianza indo-estadounidense, por ejemplo, está plagada de dificultades y, desde la perspectiva de Nueva Delhi, riesgos. India es la parte más débil de este triángulo estratégico y una excesiva dependencia de la agenda estadounidense podría obligarle a asumir importantes costes. En los últimos meses, por ejemplo, no son pocos los que abogan por exhortar a India a hacer concesiones a Pakistán y lograr así una cierta estabilidad en el Afganistán post-retirada. Y es dudoso que un “premio” a la cobertura de Islamabad al extremismo islamista y el terrorismo internacional contribuya a la seguridad de India en el medio y largo plazo.
Todo apunta, de esta manera, a un escenario asiático fluido y abierto, aunque crecientemente inestable y conflictivo. De hecho, que no se constituyan bloques enfrentados no implica que el triángulo EEUU – China – India no pueda evolucionar hacia una mayor confrontación o que las tensiones no estallen en determinados puntos calientes, particularmente de los lmares del Sur y Este de Chin, con consecuencias y evolución imprevisibles para la economía y estabilidad globales.
Nicolás de Pedro,
investigador principal, CIDOB