Obama buscando alianzas por las américas

Opinion CIDOB 112
Fecha de publicación: 03/2011
Autor:
Anna Ayuso, Research Fellow, CIDOB
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Anna Ayuso,
Investigadora principal de CIDOB

30 de marzo de 2011 / Opinión CIDOB, n.º 112

La primera gira de Barack Obama a Centro y Sudamérica generó grandes expectativas, vino precedida de polémica, fue enturbiada por un contexto internacional convulso y terminó con más interrogantes que certezas. Las expectativas fueron alimentadas por la Casablanca, que calificó la gira de histórica y llamada a ser el pistoletazo de salida de la renovada política de Estados Unidos hacia América Latina con la cual superar la postergación y los desencuentros vividos durante la Administración Bush.

El primer encuentro de Obama con los líderes americanos fue a pocos días de su nombramiento, en la Cumbre de las Américas de Trinidad Tobago de abril del 2009, pero el relanzamiento de la relación tardó en llegar. El impacto de la crisis económica, la proliferación de escenarios de conflicto extrarregionales, y las dificultades para elegir al nuevo subsecretario de Estado para Asuntos Hemisféricos, Arturo Valenzuela, por la oposición de los republicanos en el Congreso, retrasaron su concreción.

El anuncio de los tres países elegidos fue polémico. Empezar por Brasil no sorprendió a nadie, pero escoger a Chile en lugar de Argentina o Colombia (el fiel aliado regional) levantó ampollas. Puede que los orígenes chilenos de Valenzuela tuvieran influencia, pero también abonaba el terreno el ser un país próspero y estable, que recientemente ha superado el reto de la alternancia tras la recuperación de la democracia, con un gobierno de centro derecha (los otros dos son de izquierda), el haber sido el primer país de América del Sur en firmar un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, el emotivo rescate de los mineros, la capacidad de recuperación tras el terremoto y el favorable devenir de las relaciones bilaterales. El discurso de Obama en el Palacio de la Moneda estuvo cargado de simbolismo al ser el mismo escenario en que el presidente chileno Salvador Allende cayó a manos de un golpe militar respaldado por los Estados Unidos.

Que durante la gira se iban a escuchar voces contra el imperialismo norteamericano se daba por descontado. Varios líderes de la región cultivan anticuerpos contra toda presencia norteamericana y han incorporado la constante denuncia de injerencias y conspiraciones de Estados Unidos como parte del ADN de su política exterior y, al tiempo, como factor de cohesión de sus bases y para mantener un estado de excepcionalidad que justifique la restricción o demonización de cualquier manifestación de oposición al líder. Esto no es nuevo y no se puede negar la base histórica que justifica las reticencias hacia el intervencionismo norteamericano en la región. Obama se refirió a ello en su discurso de Santiago, pero conjugándolo en pasado.

La ambivalencia en la relación con Estados Unidos de parte de la izquierda de la región tiene un claro exponente en Brasil. El gigante del Sur no contemporiza con la presencia norteamericana en la que considera su zona natural de influencia. Para contrarrestarla ha impulsado la creación de foros regionales como UNASUR que tratan de marginar la influencia hemisférica de la OEA y convertirse en árbitro de las tensiones regionales. Cuenta con la complicidad de los países de la ALBA, pero también despierta reticencias y pugnas de liderazgo. La oposición al mayor líder global puede incrementar la percepción del margen de autonomía para la ambición de global player de Brasil, pero también limita la capacidad de obtener logros, como mostraron sus incursiones en Oriente próximo y medio o en Honduras.

La alineación de Brasil en la reciente votación del Consejo de Seguridad de la ONU sobre la intervención en Libia con la abstención de China y Rusia, (actuales miembros permanentes), Alemania e India (junto a Brasil aspirantes a un asiento permanente) no ayudó a que se concretara un respaldo de Obama a la candidatura brasileña, como sí hiciera en su visita a Delhi. El escenario de un futuro incremento del número de miembros del Consejo que eluden asumir responsabilidades de intervención colectiva, especialmente en crisis humanitarias, no despierta el entusiasmo de Washington. Entre discurso y discurso de su periplo llamando a nuevas alianzas con Latinoamérica, Obama conversaba con sus aliados en la Coalición de intervención en Libia. No obstante, el principal escollo sigue siendo el apoyo de Brasil al programa nuclear iraní, sobre el que la Presidenta Dilma Rousseff aun no se ha pronunciado. A pesar de ello, Obama elogió el papel de Brasil en Haití y aludió al liderazgo de Brasil en la región.

Con la sombra de un Lula desafiante, que no quiso asistir con los demás expresidentes al almuerzo ofrecido por Dilma Rousseff a la pareja presidencial estadounidense, era improbable un salto político cualitativo. De ahí que oficialmente la agenda bilateral se decantara hacia temas económicos y de cooperación energética o tecnológica. Brasil es un mercado emergente en continuo crecimiento para Estados Unidos, y para Brasil es importante mantener una economía diversificada y el acceso a la tecnología puntera norteamericana. No obstante, es seguro que la seguridad regional y la lucha contra el narcotráfico tuvo espacio en el diálogo presidencial, atendiendo al protagonismo que está asumiendo Brasil en relación a Bolivia, país del que la DEA ha sido expulsada.

El esperado discurso de Obama en Santiago de Chile dirigido a la región, reiterando la mano tendida para mejorar la cooperación a pesar de las diferencias, difícilmente podría ser calificado de hito histórico. Obama llamó a pasar páginas de la historia, reforzar la democracia, unir fuerzas ante los retos comunes e incrementar los ya importantes lazos económicos y sociales, poco más. No es casual que la parte más propositiva se hiciera en El Salvador, un país que trata de superar la postergación económica y social y luchar contra la violencia en Mesoamérica, que es una de las principales preocupaciones para Barak Obama en la región. Allí anunció la “Alianza para la Seguridad Ciudadana en América Central” y la “Alianza para los cruces”. Previamente anunció la Alianza de las Américas para la Energía y el Clima y nuevos programas para incrementar los intercambios científicos y educativos. Sin embargo, reconoció sus limitaciones en temas cruciales como la reforma migratoria, el desmantelamiento del proteccionismo agrícola o la ratificación de los acuerdos comerciales con Colombia y Panamá por su falta de mayoría en el Congreso.

Una conclusión obvia de la gira es que Estados Unidos no tiene una política hacia América Latina porque no existe una sola Latinoamérica. Cada país tiene sus intereses, sus alianzas y sus aspiraciones que busca con estrategias diversas. Algunos países quieren que Estados Unidos se implique más y otros menos, así que la respuesta tiene que venir de un diálogo regional. Obama se esforzó en reiterar que los cambios globales y regionales exigen una nueva mirada adecuada al siglo XXI y ofreció alianzas en pie de igualdad. La terca realidad es que América sigue siendo el continente más desigual.

Anna Ayuso,
Investigadora principal de CIDOB