Más allá de la desinformación: las causas de los disturbios raciales en el Reino Unido

Opinion 810
810_OPINION_BLANCA GARCÉS_CAT
Fecha de publicación: 09/2024
Autor:
Blanca Garcés, investigadora sénior, CIDOB
Descargar PDF

A finales de julio, el asesinato de tres niñas a manos de un joven británico de padres ruandeses desencadenó manifestaciones violentas y ataques directos contra personas migradas y racializadas en diferentes ciudades del Reino Unido. Es la tercera vez en los últimos once años que un acto violento perpetuado por un individuo acaba en un intento de pogromo. Mientras que la mayor parte de los análisis ponen el énfasis en la responsabilidad de las redes sociales, las causas de fondo tienen que ver con la definición de la nación, el contexto socioeconómico y la normalización de los discursos antinmigración.

*Una versión reducida de este artículo fue publicada previamente en el diario ARA.

Este verano nos ha traído imágenes de auténticos pogromos contra inmigrantes, refugiados, miembros de la comunidad musulmana y personas racializadas en muchas ciudades del Reino Unido. El asesinato de tres niñas en una escuela de danza en la pequeña ciudad costera de Southport desencadenó una serie de ataques violentos contra personas y colectivos que no tenían nada que ver con los hechos. Durante diez días, grupos de encapuchados atacaron a personas racializadas e incendiaron mezquitas, negocios, un centro de acogida de refugiados y una biblioteca.

Nadie duda de que las redes sociales tuvieron un papel fundamental. A pesar de que el atacante fue un joven británico hijo de padres ruandeses, pronto circularon rumores afirmando que se trataba de un musulmán, solicitante de asilo o inmigrante indocumentado. Activistas de extrema derecha como Tommy Robinson (con más de 800.000 seguidores en X) llamaron a la movilización, apuntando como culpables a los «invasores que masacran a nuestras hijas» o al islam definido como «un problema de salud mental». Pero la explicación de los pogromos de este verano necesita ir más allá de la desinformación. Los disturbios raciales han sido una constante en la historia del Reino Unido y la pregunta realmente relevante es: ¿por qué ciertos mensajes (que, efectivamente, ahora se extienden más rápidamente que antes) son capaces de cuajar de forma tan inmediata y violenta?

La primera causa tiene que ver con la definición del nosotros. Como explica muy bien Achille Mbembe, la esclavitud y el imperio colonial comportaron la creación de dos órdenes simbólicos: el de la comunidad de los próximos, del «nosotros», y el de la comunidad de los «otros», de aquellos dejados al margen, percibidos como pura «mercancía» o como puro «excedente». Esta división entre el orden humano y el subhumano, que permitió justificar la barbarie de la esclavitud y la extrema violencia de los ejércitos coloniales durante los procesos de independencia, es, según Mbembe, la base de este nosotros/otros que articula los discursos racistas actuales. 

Sin embargo, en el caso del Reino Unido, el imperio colonial significó, a la vez, el otorgamiento de la nacionalidad británica a todos los súbditos de la Commonwealth y, por lo tanto, una política de puertas abiertas para más de 600 millones de personas procedentes de las colonias. Era el precio a pagar por la ilusión de un imperio en el que «no se ponía nunca el sol». Pero entonces nadie pensó que los que llegarían al Reino Unido serían otros más allá de los descendientes de aquellos que se fueron. Es importante recordar que, a lo largo de la historia moderna y contemporánea, el Reino Unido es uno de los países del mundo que ha generado más emigración.

El problema surgió cuando en poco tiempo se puso en evidencia que aquellos «otros», que se creían de facto confinados en las colonias, habían llegado al Reino Unido en número significativo. A finales de la década de los cincuenta del siglo pasado, los disturbios raciales en Nottingham y Notting Hill dieron el toque de alarma. La respuesta fue inmediata. Empujado por el miedo a la «furia» y las «malas maneras» del pueblo británico, el gobierno decidió parar radicalmente la llegada de inmigrantes no blancos procedentes de Asia, África y el Caribe. Desde entonces, el Reino Unido es uno de los países con una de las políticas migratorias más restrictivas del mundo.

Este cierre drástico de las fronteras se justificó con un doble argumento. Por un lado, se asumió que la inmigración era un fenómeno negativo para el «pueblo» británico, que —tal como declaró entonces el político conservador Enoch Power—«se encontraba convertido en extranjero en su propio país». Por el otro, se construyó toda una narrativa, que dura hasta hoy, según la que la armonía social y la integración de aquellos que ya habían llegado dependía de que no entraran más. Dicho de otro modo, hay cierto consenso en que a menos inmigración, más paz social y más integración. Todo esto fue acompañado, eso sí, de unas políticas antidiscriminación incomparablemente más valientes que las del resto de países europeos.

La segunda causa de los disturbios raciales de este verano es de cariz socioeconómico. La deslocalización de la industria a partir de la década de los setenta, pero sobre todo las políticas neoliberales del gobierno conservador de Margaret Thatcher, condujeron a un empobrecimiento generalizado de las clases trabajadoras y al abandono, por parte del estado, de aquellos que, en este contexto, dejaron de valerse por sí mismos. Los últimos diez años de políticas conservadoras y el efecto devastador del Brexit no han hecho más que empeorar la situación.

Al mismo tiempo, aunque parezca contradictorio, la economía británica ha pasado a depender más y más de la llegada de trabajadores extranjeros. Primero fueron principalmente ciudadanos europeos. En este caso, el malestar se manifestó sobre todo contra los trabajadores polacos, a quienes se acusaba de robar el trabajo a los británicos. No es de extrañar, pues, que la cuestión migratoria fuera un elemento crucial en los debates en torno al Brexit. Con la salida de la Unión Europea, el origen de quienes llegan al Reino Unido ha cambiado (ya no son mayoritariamente europeos) pero, desde entonces, el número no ha hecho más que aumentar. Si antes de la pandemia el saldo migratorio anual aproximado era de 330.000 personas, en los últimos años ha superado la cifra de 750.000.

Finalmente, la responsabilidad de los disturbios recae también en el discurso político de los gobiernos conservadores de los últimos años y de los medios de comunicación afines. ¿Quién no recuerda el eslogan «stop the boats» o la propuesta de deportar solicitantes de asilo a Ruanda? Pero no solo han sido palabras, las políticas también han acelerado la normalización de estos discursos. Los últimos años, por ejemplo, se ha limitado el acceso a los servicios sociales y el derecho a vivir en familia de muchos residentes extranjeros, y los solicitantes de asilo han visto como eran encerrados en centros de emergencia, hasta el punto de llegar a la imagen grotesca de las semi prisiones flotantes del puerto de Portland. En este sentido, como decía Daniel Trilling, la «gasolina ideológica [de los disturbios] proviene de fuentes más respetables». 

No obstante, todos los representantes políticos británicos —incluyendo a Nigel Farage— han condenado los actos violentos de este verano. Nadie quiere violencia en la calle o un escenario de guerra civil, tal como vaticinaba Elon Musk. Algunos políticos lo han denunciado con la boca pequeña; otros, de un modo más contundente pero excusando o justificando los motivos de los atacantes. En todo caso, es evidente que quien juega con fuego se acaba quemando. Es fácil atribuir la culpa a los agitadores de extrema derecha o al efecto perverso de los algoritmos de las plataformas. Si bien es fundamental frenar a los primeros y regular a los segundos, la solución final no puede pasar sino por abordar las causas de fondo, revisando la definición de las identidades nacionales, abordando los malestares sociales acercándose a quienes se sienten abandonados y, finalmente, yendo más allá de los relatos polarizadores y las políticas simbólicas, que cada vez más caracterizan los discursos sobre la inmigración de todas las fuerzas políticas sin excepción.

Palabras clave: Reino Unido, disturbios, inmigración, racismo, extrema derecha, desinformación, redes sociales, algoritmos, Southport

Todas las publicaciones expresan las opiniones de sus autores/as y no reflejan necesariamente los puntos de vista de CIDOB como institución