Los países del Magreb pivotan hacia África… y no son los únicos
Marruecos y Argelia no suelen ponerse de acuerdo en muchas cosas. Pero hay algo en lo que sí comparten un diagnóstico: África es una oportunidad. El problema es que hasta ahora no parecen dispuestos a aprovecharla haciendo tándem, sino que han optado por convertirla en otro de los escenarios donde proyectan su atávica rivalidad. Y no son los únicos. Sus vecinos europeos temen que China acabe desplazándoles y cada vez son más las voces que en Bruselas y en otras capitales europeas abogan por una política más robusta y ambiciosa hacia África. Los países de Oriente Medio también miran al Sur y compiten abiertamente para consolidar posiciones, especialmente en el cuerno de África. Estos movimientos pueden ser el preludio de unas apuestas estratégicas aún mayores. Son un reflejo del peso creciente de África y, sobre todo, de su potencial. Se estima que de cara al 2050 el continente africano podría albergar a 2.500 millones de personas, el doble que en el 2019. La principal potencia demográfica y económica africana, Nigeria, alcanzaría los 400 millones y escalaría al puesto 14 entre las principales economías del mundo. El peso creciente de África ya está modificando los esquemas de prioridades. Veamos cómo se están posicionando algunos de los principales actores en este juego geopolítico, con especial atención a las potencias regionales del Magreb y Oriente Medio.
Marruecos: una apuesta de país y también de Mohamed VI
Uno de los factores diferenciales de la política exterior bajo el reinado de Mohamed VI ha sido el protagonismo de África. Durante el reinado de su padre, Hassan II, Marruecos tomó una decisión muy arriesgada: abandonar en el 1994 la Organización para la Unidad Africana -precedente de la Unión Africana actual– como protesta por la admisión de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) como miembro. Tras una reorientación estratégica, Marruecos consiguió su readmisión en enero del 2017 aunque no logró la expulsión de la RASD. Al mismo tiempo, Rabat ha solicitado su adhesión a la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO) pero esta candidatura tienes menos visos de prosperar por los recelos que genera entre algunos estados y sectores económicos de esta organización. Junto con estas apuestas multilaterales, se han reforzado de forma muy intensa algunas relaciones bilaterales. Uno de los casos más visibles es el de Gabón, cuyo presidente, Ali Bongo, escogió Marruecos para recibir atención hospitalaria.
La voluntad de Marruecos de potenciar su política africana ha ido mucho más lejos de estas dos iniciativas institucionales. Lleva años movilizado a su sector empresarial, que en muchos casos ha actuado como pionero de esta aventura africana. En el 2018 Tánger se convirtió en el primer puerto africano, superando al de Durban en Sudáfrica. También ha intentado hacer de Casablanca uno de los hubs de conexión aérea del continente y, en esta línea, ha eximido de visados a varios países africanos. No obstante, en el 2018 decidió marcha atrás con los ciudadanos de Malí, Guinea Conakry y Congo-Brazzaville, en parte por presiones de sus socios europeos. Otra de las peculiaridades de la política africana de Marruecos es la proyección del islam marroquí y, más recientemente, del sufismo como una forma de combatir la radicalización en otros países africanos. Es una carta de presentación no solo ante sus interlocutores africanos sino también ante sus socios occidentales. Y la novedad es que en su desembarco africano Marruecos ya no se limita al África francófona, otrora su ámbito de influencia natural. En el 2018 Marruecos acogió al presidente de Nigeria en visita oficial, con quien abordó un proyecto de gaseoducto marítimo que es visto como un rival al proyecto transahariano impulsado por Argelia.
La cuestión saharaui, y por extensión la competencia con Argelia, sigue teniendo un peso importante en el diseño de la política africana de Marruecos pero no es ni mucho menos el único factor. Marruecos cree que África es un espacio de oportunidad, que le da profundidad estratégica y que puede reforzar su posición internacional si es capaz de posicionarse como un puente natural entre África y Europa. Además, si tomamos como indicador los viajes oficiales realizados, parece que es una prioridad compartida al más alto nivel –es decir, por parte del propio Mohamed VI.
Argelia: proximidad e ideología
Argelia es el país más extenso de África, con un tamaño aproximadamente cinco veces el de España. Tiene frontera con tres países del Sahel: Mauritania, Malí y Níger. Y un dato curioso: Argel, está a la misma distancia (1.500 kilómetros) de Bruselas que de Tamanrasset, la principal ciudad del sur del país. La geografía, pues, pesa mucho en la definición de la política africana de Argelia. El otro factor es la historia: la Argelia revolucionaria que accedió a la independencia después de una traumática guerra trabó una fuerte relación con otros movimientos emancipadores, especialmente en África. Argel era, en los años sesenta, el lugar de encuentro de los líderes revolucionarios de lo que entonces se denominaba todavía “el tercer mundo”. África es, pues, una prioridad natural y también ideológica para Argelia.
El Sahel es el espacio donde los argelinos han estado y siguen estando más presentes. También es allí donde se reconoce a Argelia como un actor de primer orden. Desde los años sesenta Argelia ha desempeñado un papel mediador en relación con el tema tuareg y durante la última década ha estado presente en varias iniciativas de cooperación regional como la creación del Comité de Estado Mayor Operacional Conjunto (CEMOC) con sus tres vecinos del Sahel, o el Proceso de Nouakchott con 11 países de la región. En cambio, a Argelia no le ha sentado bien su exclusión del G5, el grupo de coordinación en materia de seguridad formado por Burkina Faso, Chad, Malí, Mauritania y Níger, el que cuenta con más recursos y apoyo internacional en el Sahel.
De hecho, la influencia argelina en África ha ido mermando por varios factores. Uno es que la retórica revolucionaria y anti-imperialista ya no tiene la misma capacidad de movilización que antes. El segundo es los argelinos han quedado absorbidos por sus problemas internos durante los últimos treinta años: primero fue la década negra y sus casi 200.000 muertos y luego llegó la delicada salud de Buteflika, que privó a la política exterior de liderazgo al más alto nivel. El tercer elemento es una limitación que se deriva de la Constitución, que impide la intervención militar fuera de las fronteras del país y la injerencia en asuntos internos de terceros países. Y el cuarto es que ha aumentado la competencia, siendo la apuesta africana de Marruecos el caso más evidente y el que mayor desgaste ha comportado para las posiciones argelinas en el continente y también entre sus vecinos.
Libia: de líder africano a escenario de conflicto
Cuando Gaddafi estaba al mando, el principal rival de Argelia en África no era Marruecos, sino Libia. Gaddafi se autoproclamó “rey de reyes” en África, impulsó la refundación de la Unión Africana e invirtió grandes cantidades de dinero en varios países del continente. No obstante, esa “generosidad” no se tradujo en grandes apoyos por parte de sus supuestos socios africanos cuando en el 2011 se puso en marcha la operación militar que acabaría con su asesinato y un cambio de régimen.
Desde el 2011 Libia ha dejado de ser un actor y ahora es campo de juego; se han invertido los papeles. Sus vecinos africanos, al igual que los europeos, están preocupados por el riesgo de contagio y por cómo las amenazas desbordan al otro lado de la frontera. La crisis en Malí del 2011 fue algo más que un toque de atención. Los grupos insurgentes y yihadistas que tomaron el control del país pudieron hacerlo gracias al armamento que consiguieron en Libia. Actualmente, algunos de los grupos armados, como las milicias tuareg o tubu en el sur del país tiene fuertes lazos al otro lado de la frontera. Además, Libia está plenamente integrada en las rutas ilícitas que recorren el continente africano, conectadas con Europa (tráfico de migrantes) o América Latina (tráfico de drogas).
Egipto y el Nilo
Para Egipto, África y el Nilo son dos conceptos indisociables. Egipto se presenta a sí mismo como una potencia africana, pero su radio de acción y de interés primordial es mucho más limitado y se centra en los países de la cuenca del Nilo. Entre ellos destacan Sudán y Etiopía. Con respecto a Sudán, se han producido tensiones recurrentes tanto por el tema fluvial como por los vínculos del gobierno del depuesto al-Bashir a los Hermanos Musulmanes. Respecto a Etiopía la cuestión fluvial es aún más central y tiene un punto especialmente sensible: la construcción de la presa del Renacimiento, en la frontera entre Etiopía y Sudán. Etiopía ve en esta infraestructura –la mayor central hidroeléctrica del continente– la solución a sus necesidades energéticas, ya que tendrá una capacidad instalada de 6.00 MW así como una oportunidad para mejorar las comunicaciones y la irrigación en el noroeste del país.
Junto a la cuestión fluvial podemos añadir todo lo que tiene que ver con el tráfico marítimo en el mar Rojo ya que los ingresos derivados del Canal de Suez son otro de los pulmones de la economía egipcia. En este sentido, la seguridad en los países del cuerno de África adquiere una relevancia estratégica de primer orden.
Los cambios políticos en esta parte del continente han obligado a Egipto a prestar más atención a sus vecinos meridionales. La política etíope ha dado muestras de un renovado dinamismo tras el nombramiento como primer ministro de Abiy Ahmed y la apertura de un proceso de reconciliación con Eritrea. Para Egipto se trata de no quedarse descolgado en la reconfiguración de alianzas que se está produciendo en esta parte del continente. Respecto a Sudán, la caída de Omar al-Bashir tras las protestas que se iniciaron a finales del 2018 fue vista como una oportunidad, ya que las relaciones políticas con el régimen anterior no eran buenas. Sin embargo, lo que genera inquietud en El Cairo es que el movimiento de protestas sea lo suficientemente fuerte como para condicionar la transición y que, haciéndolo, mande un mensaje a otras sociedades del mundo árabe.
La apertura africana de Turquía
Turquía ha redescubierto África, especialmente durante los gobiernos del AKP y muy especialmente bajo el liderazgo del anterior primer ministro y ministro de Asuntos Exteriores, Ahmet Davutoglu. La presencia turca en África ha aumentado exponencialmente. En el terreno diplomático Turquía ha pasado de tener 9 embajadas en el 2009 a 39 en solo diez años; las exportaciones se han multiplicado por seis (entre el 2003 y el 2015); y también lo han hecho los destinos africanos de Turkish Airways, con 49 enlaces regulares con diversas ciudades del continente. En el ámbito educativo o sanitario los turcos están también muy presentes en varios países africanos, como también lo está la agencia turca de cooperación al desarrollo (TIKA). A nivel político, los viajes oficiales al más alto nivel se han hecho más frecuentes y se han llevado a cabo iniciativas diplomáticas como las cumbres de cooperación Turquía-África. Y, poco a poco, lo militar ha aparecido en escena. África es un mercado potencial para la emergente industria turca de armamento y Turquía ya ha abierto una primera base naval en Somalia e intenta abrir una segunda en Suakin, en la costa sudanesa del mar Rojo.
La apertura africana de Turquía, especialmente intensa en el África Oriental y el mar Rojo –Somalia fue el primer punto de entrada– se ha visto con enorme recelo por parte de sus rivales regionales. Egipto es el que se ha sentido más amenazado, tanto por proximidad como por el nivel de hostilidad que mantiene con Turquía tras la intervención militar que precipitó la caída del presidente Mohamed Morsi en el 2013. Tampoco ha gustado a Arabia Saudí y a los Emiratos. El cambio político en Sudán ha hecho que todos estos actores se hayan reposicionado haciendo todavía más evidente cómo la rivalidad entre las potencias regionales en Oriente Medio desborda hacia el sur. Por el momento, Turquía es uno de los que se siente más perjudicados por la caída de al-Bashir.
Israel, en busca de aliados y reconocimiento
Bajo los gobiernos de Binyamin Netanyahu, África también ha ganado peso en la política exterior israelí. En la última década se han multiplicado las iniciativas para reforzar relaciones con algunos países o normalizarlas allí donde no existían. Rwanda es uno de los países donde la intensificación de relaciones ha sido más visible y ambiciosa: reuniones al más alto nivel entre Netanyahu y Kagame; apertura de embajada; puesta en marcha de proyectos de desarrollo e incluso el anuncio de que Rwandair abriría ruta aérea con Tel Aviv. Israel también ha conseguido la lealtad de pequeños países como Togo (los togoleses han votado sistemáticamente a favor de las tesis israelíes en Naciones Unidas y Togo incluso se ofreció para acoger en el 2017 un primer foro Israel-África que finalmente se canceló), Malawi (uno de los pocos países africanos que no rompió relaciones con Israel en el 1973 y que se abstuvo en el voto sobre la decisión de Estados Unidos de trasladar la capital a Jerusalén) o Liberia (país que acogió la cumbre de la CEDEAO del 2017 y que tuvo a Netanyahu como invitado especial pero que a pesar de todo no le ha apoyado en Naciones Unidas). Curiosamente, la presencia del primer ministro israelí tuvo como efecto secundario que el rey Mohamed VI de Marruecos cancelara su participación en la misma. No obstante, la noticia más significativa fue el anuncio de normalización de relaciones con Chad, país de mayoría musulmana, con visita de Netanyahu a la capital, N’Djamena, a pocas semanas de las elecciones del 2019. También circularon informaciones contradictorias, negadas por las autoridades locales, sobre contactos israelíes con representantes sudaneses, antes y después de la caída de al-Bashir.
Lo que es indiscutible es la emergencia de África como uno de los espacios donde Israel intenta romper el aislamiento internacional. Lo hace aproximándose, sobre todo, a países africanos que a menudo se encuentran en una situación difícil y para quienes la colaboración israelí en materia de ayuda al desarrollo o cooperación en el ámbito de la seguridad puede marcar la diferencia. No es nada nuevo: en el 1999, por ejemplo, Mauritania se convirtió en uno de los tres países de la Liga Árabe en establecer relaciones diplomáticas con Israel a cambio de la ayuda israelí y estadounidense en la lucha antiterrorista. Sin embargo, tras la guerra de Gaza de 2008-2009, los mauritanos rompieron relaciones y estas no volvieron a restaurarse.
El Golfo redescubre el mar Rojo y el Cuerno de África
Una de las tendencias más visibles del reequilibrio geopolítico a escala regional es la nueva centralidad de los países del Golfo. Disponen de recursos más que suficientes y sobre todo de ambición para competir entre ellos. La rivalidad es mayúscula y su proyección más allá del Golfo se plantea de forma cada vez más abierta y descarnada.
El interés de los países del Golfo por África no es nuevo. Es conocida –y a menudo criticada– la política saudí de promocionar el wahabismo, así como los altibajos de sus relaciones con Etiopía y Sudán. Su principal rival regional, Irán, también ha intentado mantener buenas relaciones con países africanos para romper el aislamiento internacional. Las excelentes relaciones con Sudáfrica post-apartheid son el mejor ejemplo. No obstante, las presiones de saudíes y de los Emiratos han dado frutos y en los últimos años países como Eritrea, Comores o Tanzania han rebajado sus relaciones con Irán.
La principal novedad es que cada vez hay más actores en juego y las apuestas han aumentado en riesgo y valor. Hace algo más de una década Qatar dio un paso al frente y lo hizo de una forma muy peculiar: posicionándose como potencia mediadora en el conflicto de Darfur, pero también en la disputa fronteriza entre Eritrea y Djibouti. Las relaciones con el gobierno sudanés y también con sus vecinos etíopes aumentaron significativamente. También fueron uno de los pioneros en la inversión en agricultura, incluida la compra de tierras en Sudán y Kenya, que a menudo han sido recibidas con hostilidad por la población local. En Somalia su presencia ha sido, sobre todo, en materia de ayuda humanitaria y ha sido un aliado esencial para el gobierno de Mogadiscio.
Para frenar la presencia qatarí en África, pero también con el objetivo de limitar la influencia de Irán y, en menor medida, de Qatar, han movido pieza Arabia Saudí y Emiratos Árabes. Aquí también encontramos el fenómeno de la adquisición de tierras agrícolas –llamado land grabbing–, especialmente en Etiopía. Pero lo novedoso es que tanto Arabia Saudí como EAU se hayan posicionado también como actores mediadores. Riad y Abu Dhabi han facilitado la distensión entre Etiopía y Eritrea, y entre Eritrea y Djibouti. Además, han reforzado su presencia militar en la región del mar Rojo, con la vista puesta no solo en sus rivales inmediatos sino también en Turquía y el conflicto en Yemen. Los saudíes ya tienen presencia permanente en Djibouti, y EAU en Assab (Eritrea). A esto le ha seguido el anuncio de inversión de 442 millones de dólares por parte de Dubai Ports para modernizar el puerto de Berbera, en Somaliland, un territorio que en la práctica actúa como estado independiente. En paralelo, avanzan los trabajos de construcción de una nueva base militar de EAU en este territorio que podría estar operativa a finales del 2019 o principios del 2020. La apuesta por Somaliland se ha interpretado como una forma de compensar el revés sufrido en Djibouti tras la cancelación del acuerdo para construir el puerto de Doraleh. Por último, la adquisición de tierras para uso agrícola también forma parte de esta estrategia hacia el cuerno de África.
Tras la destitución de Omar al-Bashir, Sudán se ha convertido en el epicentro de estas rivalidades. Arabia Saudí y Emiratos fueron los que más se alegraron de su caída. No porque simpatizaran con los manifestantes sino por las cuentas pendientes con el anterior presidente. El gobierno sudanés había sido criticado por los saudíes y sus aliados por haber sido una base operativa de Hezbollah, y tampoco había sentado nada bien la cordialidad de las relaciones de Jartum con Ankara y Doha. Por eso que saudíes y EAU se apresuraron, al igual que sus aliados egipcios, a ofrecer ayuda a las autoridades militares, con el objetivo de atraer a Sudán hacia sus posiciones o, en todo caso, alejarlo de sus rivales.
Aunque África Oriental es el principal escenario de esta competición, vemos como los países del Golfo han ido tomando posiciones en espacios más alejados. Por ejemplo, tanto Arabia Saudí como Emiratos se han convertido en donantes del G5 en el Sahel, con 100 y 35 millones de dólares respectivamente. Emiratos también ha apostado por el desarrollo de las infraestructuras portuarias de la ciudad mauritana de Noudhibou y en el ámbito militar con la construcción de una “Escuela de Guerra” en Nouakchott para las fuerzas del G5. Qatar también ha tomado posiciones y se ha fijado en Burkina Faso como posible socio. En mayo del 2019 entregó 24 vehículos blindados al ejército burkinés. El súbito interés hacia el Sahel –recordemos que Mohamed Bin Salman también recaló en Mauritania en su viaje hacia Buenos Aires para asistir a la cumbre del G20 en el 2018– ha de interpretarse como muestra del creciente importancia del Sahel y también como un ejemplo de cómo las rivalidades entre los países del Golfo han alcanzado el Magreb. Las relaciones de Marruecos con Emiratos y Arabia Saudí están en uno de sus peores momentos. En buena medida porque Marruecos decidió no sumarse al boicot contra Qatar en el 2017. En cambio, Mauritania sí que lo hizo y ahora obtiene recompensas. En todo caso, no hay que cometer el error de pensar que los países africanos son meros peones en estas disputas. A menudo lo que hacen es aprovechar las rivalidades regionales para negociar ayudas más generosas, inversiones o apoyo político y militar. Y a veces lo hacen con maestría, llegando a cortejar a varios rivales a la vez o cambiando de bando cuando más les interesa. El caso paradigmático es el de la Eritrea de Isaías Afewerki, que ha aprovechado esta ocasión para despojarse del estigma como Estado paria y con alianzas peligrosas con iraníes y con el grupo yihadista somalí Al-Shabab para rehabilitarse como un socio necesario en la región.
¿Y Europa?
No es fácil encontrar consensos en materia de política exterior en Europa, pero parece que tanto los estados miembros como las instituciones europeas coinciden en que hay que prestar más atención a África. La inmigración y la fragilidad de muchos países del Sahel, por un lado, pero también la creciente presencia de China en el continente –desplazando a menudo a los europeos como principal socio económico y político– han hecho saltar las alarmas. Tampoco faltan voces que plantean la necesidad de estar presentes en África no en términos de amenazas o competencia, sino como oportunidad. El continente africano es uno de los espacios donde se esperan mayores crecimientos económicos: hay avances reales en materia de integración regional; hay enormes necesidades de inversión en sectores estratégicos; y además, las sociedades africanas están dando sobradas muestras de dinamismo, creatividad e innovación.
Aun estando de acuerdo en que África es una de las prioridades emergentes de la política exterior europea hay dudas sobre cómo ponerlo en práctica y lo que se ha hecho ha cosechado críticas internas o por parte de organizaciones no gubernamentales. Entre los puntos más polémicos está la externalización de fronteras, el hecho de condicionar la ayuda al desarrollo a la cooperación en materia de inmigración o el peso de la lucha antiterrorista y las soluciones militares ante el fenómeno de los estados fallidos. La renegociación del marco de cooperación con los países ACP (África-Caribe-Pacífico) será uno de los bancos de prueba donde comprobar cuál es la ambición y dirección de la apuesta africana de la Unión Europea. Tampoco está claro qué papel tendrá el Magreb dentro de este esquema. ¿Se planteará la política hacia África como algo desligado de la política hacia el Mediterráneo o se buscarán sinergias entre ambas prioridades? De ser así, parece razonable pensar que Marruecos y Argelia sean potenciales socios de referencia, especialmente si son capaces de dejar de lado su rivalidad.
Conclusión
Los países del Magreb, las potencias regionales de Oriente Medio y también la Unión Europea parecen coincidir en que África es una prioridad emergente. Sin embargo, hay cuatro formas distintas de articular una política hacia este continente: en clave de contención de riesgos; para aprovechar conjuntamente las oportunidades que genera; como escenario donde proyectar viejas y nuevas rivalidades; o como un laboratorio para la cooperación multilateral. Como hemos visto, las dinámicas competitivas y con un fuerte enfoque de seguridad son las que, hasta ahora, han dominado los movimientos de la mayor parte de actores implicados. Son tan potentes que incluso están cambiando la forma de entender la geopolítica en esta región. Del mismo modo que cada vez es más difícil establecer una frontera clara entre las dinámicas de (in)seguridad entre el Sahel y el Magreb, lo mismo sucede entre Oriente Medio y el cuerno de África. No obstante, la verdadera revolución se producirá si las oportunidades sustituyen a los riesgos a la hora de marcar prioridades y si los esfuerzos cooperativos alcanzan a producir mejores resultados para todas las partes implicadas. He aquí otro ámbito donde los europeos podrían empezar predicando con el ejemplo.