Ley europea de chips: estrategia y diplomacia
La escasez de semiconductores tiene paralizadas industrias clave para la economía europea como lo automovilística. Más allá del daño económico, esta falta de chips a nivel global evidencia una tendencia clara en las relaciones internacionales: la competición tecnológica obliga a los actores a repensar las cadenas de suministro, y a actualizar sus listas de sectores críticos. La nueva Ley de Chips Europea anunciada en el discurso sobre el estado de la Unión que Ursula Von der Leyen pronunció el 16 de septiembre manifiesta la necesidad de movilizar más recursos para lograr la seguridad económica y de suministros europea. Sin embargo, la visión estratégica y la diplomacia deberían tener un papel clave en lograr que la UE alcance sus objetivos.
En los últimos años las tensiones en torno a tecnologías críticas como las de la información y la comunicación (TIC), o la inteligencia artificial han llenado las portadas de los periódicos más importantes. En el año 2018, The Economist se refería a las “guerras del chip” en un artículo sobre los esfuerzos estadounidenses para retener la dependencia china y la de sus aliados en la industria norteamericana de semiconductores, sobre todo en el diseño de chips de última generación. Poco después esta batalla se aceleraría.
La confrontación política entre China y Estados Unidos se agravó. En diciembre de 2019, Canadá arrestaba a la directora financiera de Huawei en nombre de Estados Unidos por violar las sanciones contra Irán. Cinco meses después, el entonces presidente Donald Trump firmó una orden ejecutiva limitando el acceso al mercado de las telecomunicaciones, clave para las big tech chinas, para evitar riesgos de seguridad nacional. Más de 50 empresas chinas entraron en la lista de entidades que necesitaban un permiso especial para acceder a este mercado o para hacerse con suministros, entre ellos, chips estadounidenses. En consecuencia, China, que no podía compra a sus proveedores habituales, amplió sus planes para diseñar y manufacturar semiconductores en casa. Todo ello provocó la disrupción de las cadenas de suministro que, ahora con la pandemia, se han visto más afectadas que nunca al no poder hacer frente a la creciente demanda de semiconductores que conlleva la aceleración de la digitalización. El resultado: esperas de hasta 21 semanas en agosto de 2021 para recibir un chip.
La escasez de semiconductores es más que un problema a corto plazo. Por un lado, evidencia el impacto negativo de las rivalidades geopolíticas en el entorno tecnológico en un momento de intensa transformación digital, y, por otro, demuestra la necesidad de repensar las industrias críticas europeas. No en vano, Thierry Breton se refirió a la “seguridad de suministro” como un componente más de la seguridad europea durante una intervención para Atlantic Council en septiembre de 2021.
Evitar la dependencia de rivales geopolíticos, o evitar la concentración de procesos clave lejos de Europa, son puntos fundamentales sobre los que se basará la ley europea de chips. La futura propuesta tendrá que ser capaz de adaptarse al mercado, y reforzar la posición de la Unión en las cadenas de valor. Además, la ley debería ser lo suficientemente flexible en sus objetivos, sacados del Digital Compass, para poderse adaptar a las nuevas innovaciones que vayan surgiendo en el futuro y evitar, así, que la UE esté periódicamente pendiente de ponerse al día. Para ello el diálogo multisectorial será esencial, así como invertir en industrias estratégicas con la mirada puesta en conseguir una mejorada presencia europea en industrias emergentes.
La diplomacia también es un elemento clave en la consecución de los objetivos de esta ley. Para la UE será imprescindible mejorar la colaboración científica y tecnológica con Japón, Corea del Sur y Taiwán, tanto con sus gobiernos como con sus empresas, que tienen una posición aventajada en la industria de los semiconductores. La Unión se beneficiaría de estrechar la cooperación en la creación de estándares tecnológicos, especialmente en inteligencia artificial, de fomentar partenariados e inversiones conjuntas en diseño y manufactura de semiconductores, y de elevar el debate sobre la resiliencia de las cadenas de suministro tecnológicas al nivel más alto.
Reforzar las relaciones entre la UE y estos tres países, apoyándose en las fortalezas individuales y buscando el beneficio mutuo, es también esencial para competir con China. Por un lado, ayudaría a frenar la expansión de la tecnología china en industrias clave como la computación en la nube y, por otro, beneficiaría a la visión europea de una gobernanza tecnológica humanista, basada en valores y en la protección de los derechos y libertades fundamentales.
Por último, la UE deberá esforzarse por tener una sola voz y evitar rivalidades internas. Con un valor de mercado global cercano a los 700 mil millones de dólares en 2026, y con la importancia de los semiconductores para la seguridad nacional, conseguir que todos los actores —empresas y gobiernos— actúen en sintonía con la Unión no será tarea fácil. Cierto es que en diciembre de 2020 22 estados miembros firmaron una declaración conjunta para promover la inversión en estos materiales. Después, la UE se comprometió a destinar parte de los fondos de recuperación en la industria de semiconductores europea y, en junio de 2021, se presentó una alianza industrial sobre procesadores y semiconductores. Pero, para conseguir resultados, la UE debe promover la coordinación entre sectores clave y fomentar la interlocución entre los diferentes actores.
Más allá de una ley, la Unión Europea necesitará una estrategia en la que confluyan la política interior y la exterior, la política industrial y la geoeconomía. Es una prueba de fuego para que Europa se posicione en un mundo cada vez más digital. Pero, para ello, primero debe decidir qué papel quiere jugar en el mundo.
Palabras clave: UE, digital, tecnología, chips, semiconductores, Digital Compass, China, Estados Unidos
E-ISSN: 2014-0843