La OTAN a los sesenta y cinco
Pere Vilanova
Catedrático de Ciencia Política (UB) e investigador senior asociado de CIDOB
05 de Maiyo, 2014 / Opinión CIDOB, n.º 235 / E-ISSN 2014-0843
La OTAN, organización militar de la Alianza Atlántica, cumple este 2014 la respetable edad de sesenta y cinco años, no es poca cosa, algunos hablan de “tercera edad”, otros de “segunda juventud”, pero la verdad es más complicada de leer.
En 2014 la OTAN es sobre todo un compendio de paradojas. Aunque su perfil es militar, se trata sobre todo de una alianza política, que ha atravesado la historia contemporánea desde 1949 hasta hoy, la Guerra Fría, la caída del Comunismo Soviético -su auténtica razón de ser-, y estos últimos veinticinco años “post-bipolares” tan complicados de entender.
La primera paradoja es que desde 1949, el texto fundacional, el Tratado de Washington o más formalmente el Tratado del Atlántico Norte, parece haber cumplido su función como tratado internacional. No ha tenido que ser modificado, excepto dos detalles menores: en 1951 se añadió una mención a las islas mediterráneas territorio de estados miembros (por Turquía y Grecia, que ingresaron en 1951), y en 1962 desaparece la anacrónica mención a los “departamentos franceses” (como Argelia) que entraban en el concepto de protección territorial. La independencia de Argelia cerró el debate. Ahora bien, la clave de esta estabilidad e inmutabilidad del texto se debe a que, si se lee hoy (está en la web de la OTAN), su formulación es tan abierta, tan poco coyuntural, que valdría para todos los tiempos. En cambio, lo que sí ha cambiado -más de una vez- son cosas como las estructuras operativas militares de la OTAN, el número de miembros en crecer hasta veintiocho a día de hoy, y otras estructuras complementarias.
Pero la paradoja reside en el detalle. En lo que sí es muy preciso el Tratado es en el campo geográfico de aplicación, que es, literalmente, el Atlántico Norte, al norte del Trópico de Cáncer, incluidas algunas islas del Mediterráneo que son parte de estados miembros de la Alianza. Sin embargo, no habla de ningún Meridiano, no pone límites de actuación hacia oriente. De modo que si el campo de operaciones debiera ser literalmente el Océano Atlántico Norte, más las Baleares, Córcega, Cerdeña y toda isla o islote de Turquía o Grecia, entonces ¿qué hace la OTAN en Afganistán? En Bruselas, sede de la Alianza Atlántica, estas preguntas no interesan mucho o suscitan una leve sonrisa de suficiencia. Pero hay una falla entre la letra del Tratado y la dinámica operativa de la OTAN.
Una segunda paradoja es aún más seria. La OTAN cumplió -hay unanimidad entre los expertos- las funciones asignadas durante toda la Guerra Fría: la disuasión militar ante el enemigo central, de hecho único, la Unión Soviética. No hubo guerra efectiva directa entre el Este y el Oeste, a pesar de que la OTAN y el Pacto de Varsovia (organización homóloga del bloque soviético) se miraron fijamente a los ojos durante cuarenta y cinco años. Con algunos sobresaltos: crisis de Berlín (1953, 1961), las revueltas en Budapest y Praga, en Polonia, la crisis de los misiles de Cuba, etc.). Es decir, la disuasión, visto desde 2014, parece que funcionó, porque “no pasó nada”, al menos en Europa, directamente entre los Estados Unidos y la Unión Soviética (y sus aliados respectivos). Dicho de otro modo, se puede considerar que la OTAN funcionó a base de no entrar nunca en operaciones. Nunca, ninguna operación. En cambio, a partir de 1991, desaparecida la Unión Soviética, a lo largo de los años la Alianza Atlántica ha entrado realmente varias veces en operaciones (Bosnia y Herzegovina, Kosovo, Afganistán, piratería en aguas del Índico), y el problema es que estas operaciones, por bien que hayan ido (y algunas funcionaron adecuadamente en relación a los objetivos buscados), dan la sensación de que no han acabado de funcionar correctamente, incluso en casos como los de Bosnia y Herzegovina y Kosovo. Es el problema de pasar de la teoría a la práctica, las cosas -como en la vida real- muchas veces no acaban de ir según el libro de instrucciones. No es una paradoja menor.
La tercera paradoja es aún más seria, y se ha puesto de manifiesto realmente en estos veinticinco años de mundo “post-bipolar”. La OTAN ganó la Guerra Fría, poca gente lo duda, pero quedó tan desorientada al verse sin enemigo visible y creíble (al desaparecer la Unión Soviética como amenaza frontal) que aún no se ha repuesto. Por un lado, porque ganó la Guerra Fría, sin ninguna batalla militar, sin rendición de las tropas enemigas. De hecho, el adversario, jugando “sucio”, se volatilizó, implosionó por dentro, la Perestroika empezó un trabajo que remataron con entusiasmo las quince repúblicas federativas que conformaban la URSS, y que pactaron convertirse en quince nuevos estados soberanos internacionalmente reconocidos, que Rusia, desde mucho antes de Putin, quiere hacer “volver a casa”, o al menos bajo su área de influencia directa. Ante el desconcierto que se vive en Ucrania sólo hay que recordar que, desde 1992, Rusia ha potenciado, tolerado o amparado al menos cinco amputaciones territoriales de Estados ex soviéticos vecinos: Abjasia, Osetia del Sur, Nagorno Karabaj, Transnistria y ahora partes de Ucrania. Y la OTAN, ante esto, no puede hacer mucho más que maniobras simbólicas en los países Bálticos o Polonia. El escenario de una guerra real con Rusia está totalmente excluido, y además, los artículos 5 y 6 del Tratado de Washington son taxativos: mientras no haya una amenaza o ataque militar contra un estado miembro, la OTAN no puede actuar. De esta peculiar “visión del mundo” en la que vive la Alianza desde 1992, se llama desorientación estratégica.
Por ello, vale la pena mirar un documento esencial en la doctrina OTAN: el llamado Concepto Estratégico, que es el documento de referencia que la OTAN produce regularmente, a fin de fijar su posición en el mundo, y las diferentes hipótesis con las que se puede ver confrontada. El actual es de 2010, los anteriores son de 1999 (por el 50º Aniversario del Tratado), de 1991, y los anteriores, escasos, ya son mucho más “de Guerra Fría”, es decir, convencionales ideológicamente y operativamente. El de 2010 (como los de 1999 y 1991) merece una lectura atenta, porque describe bien este desconcierto estratégico.
Sin embargo, en descargo de la OTAN, hay que preguntarse ¿quién no está desorientado estratégicamente desde hace un cuarto de siglo? Adaptarse a un mundo mutante y difícil de entender, o dejarlo, este sería el dilema.