La necropolítica de la frontera
* Este artículo se publicó previamente en el ARA
Se calcula que, sólo en 2021, 4.404 personas han muerto ahogadas intentando llegar a las costas españolas. A diferencia de 2013, ahora nadie parece sentirse culpable. Tres relatos (sobre el rescate, los traficantes y los gobiernos de los países vecinos) explican esta creciente indiferencia y la aceptación de que estas muertes, que a menudo son muertes por omisión, son los efectos colaterales de nuestras propias políticas de no llegada.
"Esta no es la Europa que queremos". Así reaccionaba la comisaria europea de Interior Cecilia Malmström ante la muerte de 366 personas en las costas de Lampedusa. Era octubre de 2013. Ocho años después se han contabilizado más de 23.000 muertes en el Mediterráneo. En realidad, son muchos más. La mayoría desaparecen antes de ser contabilizados, también en la extensión del Mediterráneo (migratoriamente hablando) que es el Sáhara. Según el informe anual de Caminando Fronteras, sólo en 2021, 4.404 personas han muerto ahogadas intentando llegar a las costas españolas. También en 2021 hemos sabido de refugiados muertos de frío en la frontera con Polonia, o de otros ahogados en el Canal de la Mancha en el intento cada vez más desesperado de llegar al Reino Unido.
A diferencia del 2013, ya nadie parece sentirse culpable. Esta indiferencia se explica por un triple giro en los relatos sobre las muertes en frontera. El primer giro es de finales de 2014, cuando el rescate marítimo dejó de ser una prioridad. Si bien se siguió hablando de la necesidad de salvar vidas, entonces el argumento fue que la mejor manera de hacerlo era acabando con las operaciones de rescate, que se entendía animaban a las personas migrantes a jugarse la vida. La lógica era que cuanto más control y más devoluciones, menos salidas y, por lo tanto, menos muertes. Sabiendo que no serían rescatados o que serían devueltos de inmediato, ¿quién se atrevería a poner en riesgo su vida? “Ahoga a un migrante para salvar a un migrante”, así lo sintetizó un periodista británico en The Telegraph.
El segundo giro llegó con la crisis de recepción de refugiados de 2015. Entonces las políticas para "salvar vidas" tomaron la forma de operaciones de "lucha y combate contra los traficantes". El razonamiento era que destruyendo los barcos que los transportaban no sólo se salvaban las vidas de los migrantes, sino que también se evitaba que cayesen en la esclavitud. El rescate, pues, pasaba a hacerse de forma “preventiva” dejándolos en tierra. A nivel discursivo, la culpa pasaba a ser de los traficantes. Cuanto más inhumanos y salvajes se presentaban los traficantes, más humana y carente de responsabilidad se mostraba la frontera europea.
A partir de 2020 el uso de los refugiados como arma política por parte de los países vecinos (Turquía en febrero de 2020, Marruecos en mayo de 2021 y Bielorrusia en otoño de 2021) ha dado un tercer giro al argumento. En cada crisis, la UE se ha escandalizado por el "cinismo" e "indecencia" de los gobiernos de estos países, pero al mismo tiempo no ha dudado en declararse en "guerra", tanto con el tono de sus palabras como con el despliegue de los ejércitos nacionales en frontera. En ese nuevo contexto, nadie habla de salvar vidas. Ahora la cuestión se plantea en términos de no caer en su “trampa” y la trampa son los migrantes, que se considera deben ser contenidos y devueltos lo antes posible. Así es como se llega a afirmar que "cualquier método" es válido a fin de "garantizar las fronteras y la integridad territorial".
Tres relatos en poco más de ocho años: dejar de rescatar para que dejen de salir; luchar contra los traficantes por dejarlos en tierra; y devolverlos como sea y lo antes posible para responder con contundencia a los chantajes de los países vecinos. No son sólo justificaciones. La fuerza del relato es profundamente performativa. Las interpretaciones (más que los hechos) son lo que determinan nuestras respuestas. Así es como de estos relatos surgen estas políticas: desde la reducción drástica de la capacidad de rescate de las guardias costeras del norte y la externalización de ese mismo rescate a las guardias costeras del sur (sin importar el cómo) a la criminalización de las ONGs que trabajan en frontera y, con la percepción de los migrantes como “armas” políticas, a la normalización de las devoluciones en caliente y la suspensión del derecho de asilo.
Sin darnos cuenta, ahora sí, nos hemos convertido en la Europa que no queríamos. No sólo porque hemos normalizado la muerte, cada año, de miles de personas (y cientos de niños) en nuestras fronteras. También porque hemos aceptado que estas muertes, que a menudo son muertes por omisión, son la otra cara de la frontera, los efectos colaterales de nuestras propias políticas de no llegada. En este sentido, no son sólo muertes accidentales. Forman parte de la necropolítica de la frontera, aquella que subordina el derecho a la vida de unos (los no-ciudadanos, los de fuera, aquellos que no son percibidos como parte de nosotros) al derecho de los estados a “defender” sus propias fronteras.
Palabras clave: migraciones, frontera, migrantes, externalización, Mediterráneo, rescate, tráfico de personas, UE, necropolítica, Europa
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E-ISSN: 2014-0843