La hora de Santos: ¿Un nuevo encaje internacional para Colombia?

Opinion CIDOB 85
Fecha de publicación: 09/2010
Autor:
Anna Ayuso, investigadora principal CIDOB
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Anna Ayuso,
investigadora principal CIDOB

20 de septiembre de 2010 / Opinión CIDOB, n.º 85

Tras 10 años de uribismo las elecciones presidenciales de 2010 en Colombia se plantearon en términos sucesorios. Ningún aspirante con posibilidades cuestionó la herencia de un presidente valorado como positivo para el país por la mayoría de colombianos. De hecho, la campaña electoral no se lanzó hasta despejar las dudas sobre el intento de tercera reelección de Uribe abortado por la Corte Constitucional. Tras el disparo de salida, Santos partió como favorito. Su labor al frente del ministerio de Comercio con el liberal Cesar Gaviria, del ministerio de Finanzas con el conservador Pastrana y de la cartera de Defensa con Uribe, avalaban su capacidad de gestión y su compromiso con la llamada “política de seguridad democrática”.

Sin embargo, durante la campaña Santos sostuvo que su presidencia no iba a ser de mera continuidad. Ni el inicial sorprendente ascenso de la coalición verde encabezada por el ex-alcalde de Bogotá Antanas Mockus con un discurso de cambio y transparencia consiguió amilanar a Santos, quien negó al opositor tener en monopolio la bandera de la integridad moral. A pesar de haber desempeñado altas responsabilidades de gobierno, Santos consiguió distanciarse de las prácticas de corte autoritario y el tono de confrontación dentro y fuera del país que caracterizaron a Uribe. Tampoco las acusaciones sobre violaciones de los Derechos Humanos han hecho mella en el ciudadano medio.

Aunque Uribe y Santos iniciaron su carrera en el partido liberal, ni los orígenes ni la trayectoria de ambos son coincidentes. Uribe, jurista y de profundas creencias religiosas, representa la Colombia rural de los terratenientes de Antioquía, conservadora y tradicional, aderezada con un discurso asistencialista. Juan Manuel Santos, economista con formación de élite internacional, representa las oligarquías capitalinas y pertenece a una influyente saga de periodistas que él mismo engrosó como profesional. Diferencias aparte, Uribe y Santos han colaborado estrechamente y ambos mandatarios son identificados con la mano dura contra la guerrilla (aunque en algún momento ambos apoyaran negociaciones con los grupos armados). Ambos, aunque más de cerca Uribe, fueron víctimas de la violencia terrorista. Y ambos han sorteado escándalos que les relacionaron con la parapolítica y los falsos positivos (civiles asesinados por el ejército).

A Santos se le atribuye un pragmatismo que le permite dialogar con el espectro político y sobrevivir a luchas intestinas con olfato político de ganador. En cambio, su capacidad de conectar con la ciudadanía está lejos del discurso directo de Uribe. Durante la campaña electoral Santos se centró en cuestiones domésticas; dando por sentada la continuidad de la política de Seguridad democrática, las promesas electorales pusieron el acento en carencias sociales como el desempleo y la informalidad, la falta de infraestructuras, la restitución de tierras a los campesinos desplazados, el déficit de vivienda, la seguridad alimentaria y planes obligatorios de salud, sin olvidar la reducción de impuestos gracias a la reforma de las regalías para las clases medias. En un contexto económico optimista por el auge de los precios mineros, Santos parece contar de momento con el respaldo parlamentario de la mesa de Unidad Nacional y una inusitada popularidad del 64%. Pero se enfrenta a un resurgimiento de la violencia enquistada y demandas de depuración de responsabilidades y corrupción que afectan a políticos, militares y paramilitares por graves violaciones de los Derechos Humanos con consecuencias internas y externas.

Las primeras semanas de presidencia de Santos muestran que el nuevo mandatario pretende tender puentes con los vecinos y diversificar su inserción internacional. El presidente colombiano es defensor del libre comercio y la integración económica y fue activo en las negociaciones del arancel Externo Común de la Comunidad Andina, el ingreso de Colombia en el GATT y otros acuerdos bilaterales y regionales. Pero sortear las dificultades para la ratificación del tratado de libre comercio en Estados Unidos y en la Unión Europea a causa de los Derechos Humanos requiere de una rehabilitación de la imagen internacional. Santos también sabe de las perdidas económicas causadas al país por el cierre de fronteras con Venezuela y Ecuador a causa del conflicto armado.

Durante la gira por Europa antes de su toma de posesión se reunió con Angela Merkel, José Luís Rodríguez Zapatero y Nicolas Sarkozy a quienes pidió respaldo para convertirse, tras México y Chile, en el tercer miembro latinoamericano de la OCDE. Chile ha sido señalado por Santos como ejemplo a seguir en su política comercial y su apertura al mercado asiático. Tras tomar posesión, Santos se reunió con el presidente Rafael Correa de Ecuador, quien había roto relaciones diplomáticas a raíz del ataque del ejército colombiano al campamento de las FARC en territorio ecuatoriano. Y además le entregó los discos duros incautados en la operación que él ordenó siendo Ministro de Defensa. La reunión con Chávez también desactivó la escalada de tensión y ruptura de relaciones con Venezuela tras las amenazas de Uribe en sus últimos días de mandato de acudir ante la OEA y la Corte Penal Internacional por proteger a las FARC. El anuncio de reactivación de la cooperación bilateral con ambos países son buenas noticias. En su búsqueda de aliados regionales, Santos eligió Brasil para su primera visita oficial, país con el cual no faltaron tensiones tras el anuncio del acuerdo con Estados Unidos para permitir el uso de las bases colombianas por parte del ejército norteamericano.

La tradicional alianza con Estados Unidos que convirtió a Colombia en el principal receptor regional de fondos americanos destinados al Plan Colombia para la represión del llamado narcoterrorismo entra en colisión con los vecinos. La declaración de inconstitucionalidad del acuerdo militar con Estados Unidos no acabará ni con las suspicacias de unos ni con las presiones de otros. Tampoco la guerrilla va a dar tregua, como demostró con la cadena de atentados perpetrados tras el juramento del cargo de presidente. El reciente acuerdo de colaboración militar firmado con China y las reuniones de Santos con el Secretario General de UNASUR parecen querer desmentir la condición de fiel servidor del imperio de la que le acusan los adalides de la revolución bolivariana. Pero cuesta imaginar un nuevo encaje regional e internacional de Colombia sin cambios significativos en la estrategia de seguridad democrática que incorporen mayor cooperación regional. De otro modo, el actual margen de confianza del que goza Santos tiene fecha de caducidad.

Anna Ayuso,
investigadora principal CIDOB