La hora de la política en Afganistán
Juan Garrigues,
Investigador Principal, CIDOB
14 de junio de 2011 / Opinión CIDOB, n.º 119
El próximo anuncio de Obama especificando el ritmo de la retirada militar de Afganistán será más que una cuestión de cifras: podría señalar una nueva etapa política en la guerra en Afganistán y el reconocimiento implícito que el aumento de tropas que el Secretario de Defensa Robert Gates y las Fuerzas Armadas habían impulsado no ha tenido todo el éxito esperado.
En las últimas revisiones de la estrategia de EE.UU. en Afganistán y Pakistán, Obama ha dejado que la posición del Departamento de Defensa y de las Fuerzas Armadas a favor de mantener una fuerte presencia militar en Afganistán prevaleciese sobre otras voces de la Administración y de la sociedad civil, que pedían un cambio de estrategia que incluyese una clara reducción de tropas. Hasta ahora, el argumento de los militares ha sido que son necesarias más tropas para lanzar una serie de ofensivas que debiliten la insurgencia Talibán mientras que se avanza en la formación de las fuerzas armadas afganas. De esta manera se podrá negociar en su momento con los talibán desde una posición de fuerza.
En su libro ‘Obama’s wars’, Bob Woodward relata con morboso detalle la frustración del Vicepresidente Biden, del entonces representante para Afpak Richard Holbrooke y de otros miembros de su administración que pedían una presencia militar más limitada y centrada en atacar los cobijos de al Qaeda en Pakistán y en avanzar hacia una solución política que incluyese negociaciones con los talibán afganos.
Ahora parece que, con que la muerte de Osama Bin Laden y la salida de todas las tropas internacionales ya pactada para 2014, EE.UU. puede acelerar los ritmos de retirada. El Times londinense asegura que una primera retirada prevista de alrededor de unos 5.000 efectivos podría acabar abarcando la totalidad de las 30.000 tropas adicionales enviadas.
Existen buenos argumentos para defender esta retirada acelerada. Aunque se hayan conseguido victorias importantes en las ofensivas estratégicas en Helmland y Kandahar, éstas han sido a base de unos ataques y registros nocturnos que han enfurecido a muchos afganos, más contrarios que nunca a la presencia militar internacional en su país. Tanto, que tras la última matanza de civiles por ataques aéreos de la OTAN, el Presidente Karzai se vio obligado a dar un “último aviso” a EE.UU. Además, los avances en el Sur se han visto ensombrecidos por un empeoramiento claro en zonas del Norte y el Oeste del país, antes más tranquilas.
Por otro lado, el mayor éxito de EE.UU. –la muerte de Bin Laden- ha llegado por un ataque aéreo en territorio paquistaní, precisamente vía la estrategia contraterrorista que el Vicepresidente Biden y otros argumentaron era preferible a una contrainsurgencia en territorio afgano.
Obama escuchará a los militares decir que la retirada debe ser lenta para no dar espacios a una insurgencia moralmente debilitada tras la muerte de Bin Laden y otros líderes clave. El General Petraeus –que asumirá el cargo de director de la CIA a finales de junio en sustitución de Leon Panetta- ya ha avisado que los avances en el Sur son “frágiles y reversibles”.
A parte de Biden, se espera que Obama oiga esta vez más voces a favor de un cambio de estrategia. El nuevo Asesor de Seguridad Nacional, Thomas E. Donilon, es más favorable a una retirada rápida y al impulso de una solución política. Y los asesores políticos de Obama no cesarán de recordarle que la mitad de los estadounidenses sigue en contra de la misión afgana, y que los costes de la guerra (calculados en 2 mil millones de dólares por semana) son cada vez más insostenibles para los congresistas demócratas.
Parece, por tanto, que muchos factores confluyen para aconsejar una retirada acelerada de tropas estadounidenses que debería señalar el comienzo de una nueva etapa -también larga pero quizás final- en la guerra en Afganistán.
Esta etapa podría venir marcada por un anuncio oficial que se han comenzado las negociaciones con los talibán. Unas negociaciones que ya están en marcha informalmente y que pueden verse impulsadas por la decisión que, según avanza el New York Times, tomará pronto la ONU de borrar a varios dirigentes talibán afganos de su lista de sanciones. La puesta en escena de esta nueva etapa podría ser la cumbre que se celebrará en diciembre en Berlín con motivo del décimo aniversario del 11S.
Pero quizás el efecto más importante de una retirada acelerada y del anuncio de la apertura de negociaciones formales sería que EE.UU. empiece a tomarse más en serio los verdaderos retos para el futuro de Afganistán, que no son los avances o retrocesos puntuales de la insurgencia en terreno afgano sino, primero y ante todo, hacer frente a la inestabilidad de Pakistán.
Para ello EE.UU. tendrá que apaciguar los temores paquistaníes ante la creciente presencia india en Afganistán y ayudar a frenar la ola de atentados islamistas radicales que sacude el país. Una acelerada retirada de Afganistán y un nuevo enfoque regional basado en negociaciones multilaterales podría también servir para intentar recuperar la estabilidad y aliviar la difícil situación económica y social que viven los paquistaníes, desesperados ante la incompetencia de sus dirigentes políticos y la ineptitud de sus mandos militares.
La estabilidad y el desarrollo pacífico de Afganistán y Pakistán parecen, por tanto, más interrelacionados que nunca. Es urgente abrir una nueva etapa. Obama debe estar a la altura de las circunstancias.
Juan Garrigues,
Investigador Principal, CIDOB