La extrema derecha y la desinformación: ¿de un problema para la democracia a una amenaza de política exterior?

Opinion 809
Opinión CIDOB_809
Fecha de publicación: 09/2024
Autor:
Javier Borràs, investigador, CIDOB
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La desinformación, independientemente de su origen, ha sido considerada por las fuerzas políticas tradicionales de la Unión Europea como un problema para la democracia. Sin embargo, el auge de la extrema derecha puede influir en cómo se enmarca el debate de las noticias falsas a nivel europeo. Podemos pasar a un modelo dicotómico más cercano al estadounidense, donde se continuaría luchando contra las noticias falsas que tienen su origen fuera de la UE, pero habría una tendencia a normalizar la desinformación política interna. 

El auge de los partidos de extrema derecha en Europa ha tenido un fuerte impacto en las políticas y en el discurso público en áreas como la migración o la lucha contra el cambio climático. La estrategia de estos partidos radicales ha sido politizar fuertemente debates públicos donde antes existía un consenso entre las grandes familias de centroizquierda y centroderecha. Otro campo en el que esta politización también podría aumentar es en el de la lucha contra la desinformación. El discurso de las fuerzas políticas tradicionales considera que la proliferación de noticias falsas es, en sí mismo, un peligro para la democracia, independientemente de su origen y motivación. En cambio, las fuerzas de extrema derecha -que en múltiples casos han hecho de las noticias falsas una de sus estrategias comunicativas centrales- se han mostrado críticas con el hecho de que se señale o limite la desinformación generada por actores locales con los que comparten posiciones políticas. A su vez, el segmento más proatlantista de la extrema derecha ha apoyado la lucha contra la desinformación en caso de que esta venga de actores externos como Rusia o China. Esta dicotomía entre ser permisivo con parte de la desinformación interna y poner el foco mayoritariamente en la externa encaja con una tendencia en auge en la Unión Europea, donde el discurso oficial incide mayoritariamente en las noticias falsas generadas por actores extranjeros -y en el que institucionalmente es más fácil luchar contra la desinformación «externa» que admitir vulnerabilidades democráticas internas-. El auge de la extrema derecha y su politización del debate podría reforzar esta política dicotómica que identifica la desinformación como un peligro fundamentalmente externo, a pesar de que la mayoría de noticias falsas se generan a nivel local, como por ejemplo las campañas de desinformación de Viktor Orbán contra la UE, la difusión de audios falsos en las últimas elecciones en Eslovaquia, o la coordinación de mensajes de grupos de extrema derecha contra refugiados y minorías en Europa.

Las diferentes familias de la extrema derecha han mostrado en varias ocasiones su escepticismo con la lucha contra la desinformación. Identidad y Democracia (ID), el grupo que en la anterior legislatura del Parlamento Europeo acogía tanto a Alternativa por Alemania como a Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen, criticó la idea misma de la batalla contra las noticias falsas. ID tildó la Ley de Servicios Digitales (DSA, en inglés) -la principal legislación comunitaria en materia de desinformación- como un mecanismo para imponer la «censura online» y votó en contra de resoluciones contra la injerencia extranjera y la desinformación.

En cambio, el grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos (CRE) ha adoptado la postura dicotómica entre desinformación interna y externa mencionada anteriormente. A pesar de dar apoyo a la lucha contra la desinformación de actores externos y haber votado a favor de la DSA, al inicio de la pandemia, el grupo alertó de la posibilidad de «censura» y criticó dar dinero público a organizaciones de fact-checking. Europarlamentarios del grupo han señalado  no sólo a actores externos, sino también a «organizaciones no gubernamentales» de fuerzas izquierdistas o verdes -es decir, las opuestas a la extrema derecha- como origen de la desinformación. La principal fuerza del CRE, los Hermanos de Italia de Giorgia Meloni, han catalogado la lucha contra la desinformación como parte de una «nueva Guerra Fría» y se han posicionado en contra de la «censura arbitraria» en redes sociales. La segunda fuerza en número de escaños de este grupo, el partido polaco Ley y Justicia, ha sido acusado de promover desinformación y, durante su gobierno, Polonia cayó del puesto 18 al 57 en libertad de expresión, según Reporteros Sin Fronteras.

Una «americanización» del debate

Para entender hacia qué dirección podría virar la Unión Europea, es ilustrativo analizar el caso de Estados Unidos, donde -al contrario que en la UE- el debate sobre la desinformación ya está absolutamente polarizado y se ha convertido en un arma de batalla partidista. A grandes rasgos, para el Partido Demócrata, la lucha contra la desinformación es una manera de defender la buena salud de la democracia. El Partido Republicano, en cambio, la considera una excusa para la censura y la supresión de la libertad de expresión. La mayoría del electorado republicano cree que retirar una noticia, aunque sea falsa, constituye censura. Como ha explicado el periodista Mark Scott, entre las élites republicanas se ha extendido la teoría de que existe una alianza entre los demócratas, Silicon Valley, el llamado movimiento woke, y los académicos expertos en desinformación, que tiene como objetivo censurar los mensajes de derechas e imponer un pensamiento único liberal. Esta visión ha tenido eco en distintos grupos políticos europeos de extrema derecha.

La politización extrema de este debate en Estados Unidos ha hecho que las plataformas digitales, ante la proliferación de la desinformación, miren hacia otro lado, para evitar ser acusadas de partidistas y pro-Partido Demócrata. La «neutralidad», en el caso estadounidense, se equipara con permitir la desinformación. En el contexto legal de Estados Unidos, además, son las plataformas las que deciden qué contenido se queda o se elimina de la red social, dándoles una autonomía total en la moderación de contenidos -al contrario que en el caso europeo, donde la DSA obliga a estas empresas a combatir activamente la desinformación-. Aunque diversas plataformas han decidido simplemente retirarse de la batalla contra la desinformación, otras como X (antiguo Twitter) de Elon Musk han integrado esta proliferación de contenidos falsos en su modelo de negocio. El resultado es la generación a gran escala de desinformación local que no está regulada ni por la administración ni por las propias redes sociales.

Una securitización de la lucha contra las noticias falsas

¿Podría, entonces, el auge de la extrema derecha europea provocar un viraje hacia la politizada -y a la vez permisiva- dirección estadounidense? En el campo regulatorio, eso parece poco probable. La extrema derecha no tiene mayoría en el Parlamento Europeo y parte de ella -el grupo CRE- ha votado a favor de la DSA. Sin embargo, lo que sí puede cambiar es el discurso hegemónico sobre la desinformación en Europa.

De una visión negativa en su totalidad de la desinformación y las noticias falsas, se puede pasar a una dicotómica que considera la interna como discurso amparado en la libertad de expresión y la externa como una amenaza contra la que se debe luchar -a pesar de que la frontera entre actores internos y externos es difusa, y la línea divisoria entre temas locales e internacionales no está clara-. Una deriva en este sentido replicaría la permisividad -especialmente de la derecha tradicional europea- ante ciertas prácticas autoritarias internas de la nueva derecha radical, siempre y cuando mantengan una postura geopolítica proatlantista y antirrusa. Más que generar un sano debate sobre la necesidad y el grado de poder regulador de las autoridades públicas -en un ámbito donde existen preocupaciones legítimas y visiones distintas sobre cómo proteger la libertad de expresión-, la tolerancia hacia cierta desinformación local abriría la puerta a una aplicación partidista sin apenas atisbos de neutralidad. La lucha contra la desinformación ya no sería un mecanismo de protección del derecho de los ciudadanos a una información veraz, sino un arma de defensa selectiva frente a ciertos actores externos. Un viraje así no sería impensable en una Europa con un discurso cada vez más securitizado.

Palabras clave: desinformación, extrema derecha, democracia, noticias falsas, UE, Estados Unidos, DSA, regulación, censura, politización, polarización

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