La difusión transnacional del populismo

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Fecha de publicación: 04/2017
Autor:
John Slocum, investigador visitante, CIDOB
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¿Cómo explicamos el resurgimiento del populismo en un país tras otro? ¿Tal vez en términos de condiciones estructurales comunes o de difusión pasiva de ideas a través de los contextos? ¿O una explicación adecuada requiere considerar el papel de los emprendedores políticos transnacionales involucrados en el «negocio de la importación/exportación» ideológico? Los analistas tienden cada vez más a hablar de una «internacional populista». Aceptar esta idea supone la existencia de una red transnacional que trabaja, de forma abierta o secreta, para promover activamente el porvenir electoral de los partidos populistas en más de un país.  

Hasta hace poco, esto habría parecido muy improbable. Las sensibilidades analíticas estaban condicionadas por el aumento y la propagación de las ideologías «gruesas», que incluían especialmente al socialismo en sus variantes socialdemócratas y comunistas, cuya difusión internacional fue propiciada por la organización activa y la propaganda. En cambio, el populismo ha sido considerado nacionalista más que internacionalista, una táctica dentro de un país para movilizar a los votantes contra las élites en nombre del pueblo. De hecho, el populismo de derechas ha sido explícitamente antiinternacionalista. No tanto el populismo de izquierdas, en la medida en que se inspira en símbolos de inspiración socialista de solidaridad internacional.  

Estudios sobre el «contagio» populista tienden a examinar la propensión de las técnicas y los mensajes populistas a difundirse de un partido a otro dentro de un determinado contexto nacional. Así, algunos analistas siguen aún descartando la idea del contagio populista transnacional, señalando en cambio la debilidad, la corrupción o el agotamiento ideológico de los partidos políticos tradicionales mayoritarios como explicaciones primordiales y quizás suficientes del aumento del populismo dentro de un país determinado. Sin embargo, en el contexto euroatlántico actual, parece poco plausible afirmar que la simultaneidad de los fenómenos Brexit, Trump, Le Pen y Wilders es pura coincidencia. Si bien la retórica del populismo derechista sigue siendo antiinternacionalista, sus tácticas incluyen cada vez más elementos internacionales.  

Varios factores estructurales comunes y coyunturas compartidas ayudan a explicar el aumento del populismo en el siglo xxi. En el ámbito de la economía política, décadas de una tendencia a la financiarización neoliberal y a la liberalización del comercio han provocado que los salarios reales se estancaran en gran parte del mundo desarrollado. Como señala Diego Muro en el capítulo introductorio de este volumen, la Gran Recesión marcó un momento clave en la ulterior politización de estas tendencias estructurales a más largo plazo. La opinión pública nacional, partidaria de hacer «pagar el precio» de la crisis a los culpables, se indignó al ver que apenas se impusieran sanciones legales a los ejecutivos financieros. Por su parte, los partidos políticos tradicionales fueron sobradamente castigados por su corrupción, por haber favorecido las condiciones que llevaron a la crisis y por su complicidad al proteger a los banqueros de las graves consecuencias de dicha crisis. Estos resentimientos se han manifestado en los llamamientos y los movimientos populistas tanto a la izquierda como a la derecha. Los viejos sistemas de partidos que han funcionado durante décadas se están desmoronando. En toda la Unión Europea, la imagen de los burócratas de Bruselas que toman decisiones legales sin tener que rendir cuentas  aporta objetivos adicionales para el resentimiento político populista.  

Los recientes avances tecnológicos también han ayudado a sentar las bases para la aparición y la propagación del populismo. Los medios sociales permiten que los mensajes y los mensajeros se salten a los guardianes del periodismo tradicional. Además, refuerzan el establecimiento de «burbujas» de información mutuamente aisladas y relativamente independientes, delimitadas por visiones del mundo ampliamente divergentes y por sospechas mutuas con respecto a la veracidad de la información que circula en la burbuja de sus opositores políticos.  

La creciente importancia política de los migrantes y de los refugiados también ha desempeñado un papel clave. La época actual se caracteriza a menudo por el aumento de la migración masiva, incluso si las estadísticas existentes muestran una realidad mucho más matizada. Los inmigrantes han sido históricamente un blanco fácil como chivo expiatorio de los populistas, pero ha sido el flujo de refugiados de Siria, en medio de un temor generalizado al terrorismo, el que ha colocado la migración en el primer lugar de la agenda política en Europa. Los mensajes antinmigrantes son el núcleo de casi todos los movimientos y partidos populistas de derechas contemporáneos. En su forma más extrema, los migrantes son retratados como la vanguardia de luchas raciales, religiosas y de civilización apocalípticas. A pesar de que el resto del espectro político puede rechazar tales opiniones, su influencia en el debate ha empujado a otros partidos más centristas en la dirección de las plataformas antinmigrantes.  

Parece del todo plausible que el populismo se propague en parte por efectos miméticos (con representantes políticos de un país aprendiendo del éxito de los llamamientos populistas en otro). Aunque también parece cada vez más claro que el populismo está siendo exportado de forma intencionada; o, más exactamente, que ciertos actores intentan impulsar la fortuna electoral de los partidos populistas de otros países. Un ejemplo de ello es la expansión internacional de la Breitbart News Network, la compañía de medios de comunicación de la «derecha alternativa» (alt-right) antes dirigida por el actual asesor de la Casa Blanca, Steve Bannon. A principios del 2017, Breitbart ha añadido servicios franceses y alemanes a sus sitios web de Estados Unidos y Reino Unido. Este y otros medios de comunicación parecen tener la intención de cosechar beneficios publicitarios y una mayor exposición mediante la promoción y la ampliación de su mensaje antiglobalista y antiélite a través de las fronteras.  

Los líderes de los partidos políticos de derecha de Europa han fortalecido los lazos entre sí. Los miembros del Parlamento Europeo pertenecientes a partidos de extrema derecha –como el Frente Nacional (FN) de Francia, la Alternativa para Alemania (AfD) y el Partido por la Libertad (PVV) de Holanda– se han unido en un nuevo grupo parlamentario, la «Europa de las Naciones y de la Libertad» (ENL), mediante el cual los líderes de los distintos partidos se han comprometido a respaldar los esfuerzos electorales de los demás (sobre todo en la conferencia de la ENL de enero de 2017 en Coblenza, Alemania).  

En cuanto a la propagación activa del populismo de derechas, ningún fenómeno destaca más claramente que el apoyo ruso a los partidos de derecha en Europa. El presidente Putin ha presentado cada vez más a Rusia como un poder antiliberal, antiglobalización, como defensora internacional de los valores sociales conservadores. Rusia ha apoyado activamente a los partidos populistas de derecha en Europa (incluida la financiación directa del Frente Nacional de Francia), y el partido ruso pro-Putin Rodina organizó en marzo de 2015 una reunión de partidos de derecha europeos. Los hackers de origen ruso han sembrado activamente «noticias falsas» en los medios de comunicación europeos; historias que tratan de exagerar la presunta amenaza de los inmigrantes (hasta el punto de relatar incluso violaciones supuestamente cometidas por refugiados, que nunca tuvieron lugar). Estas historias, a veces de origen muy incierto, se amplifican gracias a los esfuerzos de Breitbart y de otros medios de comunicación de la derecha alternativa menos conocidos, pero localmente influyentes.  

El Brexit y la elección de Donald Trump fueron bien recibidos por los líderes populistas europeos (en el caso de Trump, incluso con euforia). Estas victorias electorales de 2016 dieron alas a los políticos populistas de cara a las elecciones de 2017. De hecho, esas señales funcionan en ambos sentidos. Por lo tanto, tal vez no sea sorprendente que la reacción antipopulista juegue un papel en la política europea. El efecto Brexit-Trump en sí mismo puede presentarse fácilmente como advertencia o como estímulo para otros partidos populistas. En la segunda ronda de las elecciones presidenciales de Austria, realizada a principios de diciembre de 2016, la entonces reciente victoria de Trump contribuyó casi sin duda a la derrota del candidato del Partido de la Libertad, Norbert Hofer. De forma similar, el esfuerzo de demostración de la victoria populista contribuyó claramente al estancamiento del apoyo a Gert Wilders en el periodo previo a las elecciones holandesas, así como a la consolidación del sentimiento anti-Le Pen en torno al candidato presidencial centrista Emmanuel Macron en Francia.  

Al igual que el populismo es promovido activamente a través de las fronteras, los próximos meses y años pueden ser testigo de los esfuerzos transnacionales coordinados para hacerlo retroceder –o al menos para contrarrestar lo que el primer ministro holandés, Mark Rutte, llama «el tipo de populismo equivocado»–.