La democracia en el mundo árabe: señales de alerta
25 de septiembre de 2008 / Opinión CIDOB, n.º 12
Desde hace décadas, políticos, académicos y activistas llevan discutiendo sobre las dificultades que encuentra el mundo árabe para llevar a cabo procesos de democratización que vayan más allá del pluralismo político controlado. Muchos se han preguntado si hay algún elemento que haga que, en términos políticos, el mundo árabe sea distinto al resto del planeta. Desde hacía relativamente poco, Mauritania parecía indicar que otra tendencia era posible y que, en un plazo de tiempo relativamente corto, un país árabe, poco desarrollado y con profundas fracturas internas, podía llevar a cabo una transición hacia la democracia.
No obstante, en pleno verano Mauritania ha visto como se truncaba un proceso que, paradójicamente, se inició con otro golpe de estado, tres años atrás. En agosto de 2005 los golpistas habían derrocado al gobierno de Maaouya Ould Sid'Ahmed Taya e iniciaron un proceso de transición democrática. En pocos meses se aprobó una nueva constitución y se celebraron diversas elecciones, juzgadas libres y transparentes por observadores internacionales. Este proceso recibió el apoyo de la comunidad internacional aunque en otros países árabes se miraba con recelo la evolución política en Nuakchott.
El golpe de este verano ha depuesto al Presidente Sidi Mohamed Uld Cheij Abdellahi, elegido democráticamente pero acusado de mala gestión por sus opositores. Se da la casualidad, además, que pocos días antes del golpe, Abdellahi había realizado una vista oficial a España. Como sucedió en 2005, los golpistas no han tardado en afirmar que se iniciará un nuevo proceso de transición. Sin embargo, esta vez la reacción de la comunidad internacional ha sido ahora mucho más dura. Se ha congelado buena parte de la ayuda a este país y la Presidencia de la UE, en manos de Francia durante este semestre, ha llegado a amenazar con un largo “aislamiento para el país en la escena internacional”.
El golpe de estado en Mauritania ha vuelto a poner sobre la mesa el debate sobre si son posibles procesos de democratización en los países del mundo árabe. Un debate peligroso pues son muchos quienes caen en la tentación de analizar los sistemas políticos del mundo árabe como si fueran “objetos políticos” que obedecen a unas lógicas distintas, determinadas por elementos de índole cultural o incluso religiosa. No es extraño toparse con argumentos que discuten si el Islam es una religión compatible con los valores democráticos o sobre el impacto de las estructuras tribales y clánicas en la evolución de los sistemas políticos de la región. Este determinismo culturalista no es de gran ayuda para los activistas que se baten por avanzar hacia la democracia y el respeto de los derechos humanos en el mundo árabe.
El golpe de estado en Nuakchott nos remite también a otro de los temas recurrentes: el hecho de que los procesos democráticos en el mundo árabe tienen como efecto secundario la llegada al poder de los partidos islamistas. Desde hace unos años, Mauritania está sufriendo los azotes del terrorismo yihadista que ha tenido, entre otras consecuancias, la suspensión del rally París-Dakar y una hipoteca para el desarrollo turístico y económico del país. Además, la coalición que gobernaba Mauritania hasta este mes de agosto incluía a un partido de tendencia islamista, el Tawassoul (Agrupación Nacional para la Democracia y el Desarrollo) que aboga por la democracia como sistema de gobierno aunque también solicita la ruptura de relaciones diplomáticas con Israel. La presencia de este partido generó inquietud en diversas capitales y conocedores de este clima de opinión, los golpistas no han dudado en afirmar que el golpe de estado ha permitido frenar estas tendencias. Sin cuestionar que algunos movimientos extremistas pueden suponer un peligro real, desde Europa debería hacerse un esfuerzo por distinguirlos de los movimientos islamistas que acepten la democracia, no sólo como sistema sino como principio. Además, deben rechazarse las manipulaciones que en este sentido transmiten algunos países árabes.
El caso de Mauritania es uno más de tantos casos en que los procesos de promoción democrática dan pasos adelante para luego recular. El caso de Palestina, tras la victoria de Hamas en las elecciones de 2006 y la negativa reacción de la comunidad internacional, es el precedente más llamativo de cómo los procesos democráticos chocan con todo tipo de obstáculos. Conflictos regionales, miedo al islamismo político y economías rentistas contribuyen a que los procesos de apertura política en el mundo árabe se asemejen más a un laberinto que a una carrera de obstáculos que toda transición democrática debe sortear.
Todo proceso de apertura política se ve afectado por estímulos internos y externos. De hecho, la comunidad internacional puede desempeñar un papel positivo pero también negativo si acaba legitimando reformas tímidas que acaben retrasando procesos de mayor calado. Además, los principales actores internacionales y entre ellos la Unión Europea, se enfrentan a la cuestión de si tienen suficiente legitimidad para actuar en este campo y de si están realmente convencidos de que el resultado de estos procesos sería más conveniente a sus intereses que el mantenimiento del status quo. ¿A caso creen que este status quo puede prolongarse en el tiempo sin acabar estallando y quizás en una dirección todavía menos conveniente?
Mientras académicos y activistas de ambas orillas del Mediterráneo siguen debatiendo sobre estas cuestiones, la vida política no se detiene y en 2009 el Magreb vivirá dos procesos electorales bien distintos. El primero será en abril en Argelia donde se celebran elecciones presidenciales. Este país, que tanto sufrimiento ha acumulado desde la guerra de independencia y que acaba de vivir uno de los veranos más cruentos en cuanto a atentados terroristas, tiene una nueva cita ante las urnas con la incógnita sobre si Abdelaziz Buteflika puede asumir de nuevo la presidencia de la República. Meses después, en octubre, están previstas elecciones presidenciales y legislativas en Túnez, aunque dado el sistema político de este país, hay poco margen para la sorpresa.
En el plano internacional tampoco se detienen los acontecimientos. Por un lado, en las próximas semanas deberán desarrollarse los acuerdos de la cumbre de París para el Mediterráneo del pasado mes de julio. En esta nueva etapa de las relaciones euromediterráneas es importante aprender lecciones de las insuficiencias del Proceso de Barcelona en el campo de la promoción democrática y de los derechos humanos y evitar las tentaciones de arrinconar completamente estas cuestiones de la agenda. Las elecciones norteamericanas también son vistas con interés en la región ya que lejos de la retórica oficial, la política de la administración Bush poco ha contribuido al florecimiento democrático en el mundo árabe. ¿Pueden Obama o McCain reconducir la política norteamericana en la región y, sobre todo, mejorar la legitimidad de los Estados Unidos a ojos de la población de los países árabe? Finalmente, las negociaciones en Oriente Medio prosiguen en varios formatos aunque la complicada situación política en Israel no ayuda demasiado a que haya progresos significativos. No obstante, de todos es sabido que para los regímenes autoritarios, el mantenimiento de enemigos exteriores es una excelente oportunidad para legitimarse en el poder. Por lo tanto, cualquier esperanza de paz en la región es un balón de oxígeno para la apertura política.
Con todo, sin la implicación de los activistas del mundo árabe, toda estrategia es baldía. Desde el año 2002 los informes sobre el desarrollo humano árabe están canalizando las demandas y preocupaciones de estos actores. El informe de este año 2008 estará consagrado a la seguridad humana. Este concepto, al que la Fundación CIDOB ha prestado una atención especial, nos sitúa en el centro de este debate. Los ciudadanos de la orilla sur del Mediterráneo ven amenazada su seguridad tanto por actores externos como por los resortes más autoritarios de los sistemas políticos de la región. Sólo un avance paulatino hacia un proceso democrático acabará garantizando la seguridad individual de nuestros vecinos del sur. No será nada fácil ni nada rápido llegar a esta meta, pero al menos debe tenerse claro que ése es el objetivo al que desea llegarse.
Eduard Soler i Lecha
Coordinador del Programa Mediterráneo de la Fundación CIDOB