Irán. Y después del acuerdo nuclear, ¿qué?

Opinion CIDOB 380
Fecha de publicación: 02/2016
Autor:
Roberto Toscano, investigador sénior asociado
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D.L.: B-8439-2012

 

*Este artículo fue publicado previamente en La Repubblica

 

El difícil tira y afloja de las relaciones entre Irán y el resto del mundo han dado un importante paso adelante.

Con el informe de la agencia de la energía nuclear de Viena, la AIEA, entra en escena aquello que el acuerdo del 14 de julio define como el “día de la implementación” (implementation day) o, lo que es lo mismo, el momento en el que se reconoce oficialmente que Irán ha cumplido todos los pasos previstos en dicho acuerdo en lo que se refiere a la transferencia al exterior del uranio enriquecido, la reducción del número de centrifugadoras activas y una larga serie de limitaciones y controles.

La importancia de esta certificación deriva del hecho de que abre la vía a un proceso, aunque gradual, de eliminación de las sanciones a Irán impuestas tanto por los Estados Unidos como por Europa.

Las negociaciones han sido largas y complicadas (y con varios formatos desde 2003), desde el punto de vista técnico y también desde el punto de vista diplomático. Y aunque es verdad que en 2005 ya se hubiera podido llegar a una solución bajo la presidencia del reformista Jatami (cuando los iraníes, aunque no los estadounidenses ni los europeos, estaban dispuestos a aceptar un acuerdo no muy distinto al alcanzado el verano pasado), el compromiso solo ha sido posible gracias a la fuerza de voluntad política tanto de la Administración Obama como del presidente iraní Rohani.

Obama ha querido evitar por encima de todo que los Estados Unidos se vieran involucrados en otra guerra en Oriente Medio, una perspectiva que en ciertos momentos del tira y afloja quedaba peligrosamente cerca; Rohani, con el apoyo de la gran mayoría de la población, ha defendido que ni la seguridad ni el desarrollo económico del país serían posibles sin eliminar el obstáculo de la cuestión nuclear.

Entonces, ¿ya está? ¿Acaso se puede decir que desde ayer hay luz verde para la transformación de Irán en un “país normal”, capaz de interactuar con el resto del mundo y perseguir sus propios intereses, dejando a un lado la actitud de rechazo y provocación que ha caracterizado gran parte de su historia desde la revolución de 1979? No solo eso, sino que, además, ahora Irán podría contribuir, en base a un acuerdo, a la búsqueda de una solución al terrible conflicto sirio.

Los escépticos, a los que les encanta presentarse como realistas, señalan que el poder en Irán no está en manos de un presidente, una figura que en el sistema constitucional iraní se asemeja más a un primer ministro, sino que el verdadero jefe de Estado al que corresponde tomar las decisiones finales, también en materia de política exterior, es el líder supremo Jamenei. Un líder supremo que aun habiendo autorizado las negociaciones y, sobre todo, las concesiones iraníes que han permitido los compromisos necesarios, ha recalcado reiteradamente la necesidad de no fiarse de los estadounidenses y de no pensar que después de la cuestión nuclear el diálogo con ellos podría extenderse a otros temas. En la postura de Jamenei se vislumbra la preocupación de los conservadores de que el acuerdo pueda repercutir sobre el plano interno (una esperanza para los que quieren el cambio) y pueda atenuar una carga ideológica que ya desde hace tiempo viene dando señales de debilitarse en un país en el que las nuevas generaciones tienen dificultades para identificarse con el mensaje revolucionario. ¿Qué vamos a hacer si nos quedamos sin nuestro enemigo, el Gran Satán?

No obstante, son los hechos los que permitirán superar el escepticismo inicial. La jornada de ayer no fue importante solo porque señalara el “día de la implementación”, sino también por el anuncio de la puesta en libertad de cuatro irano-estadounidenses condenados por espionaje. Ahora bien, parece evidente que no estamos frente a un poco probable acto unilateral de clemencia, sino ante un acuerdo entre Teherán y Washington que implica, por parte de este último, la puesta en libertad de algunos iraníes detenidos en los Estados Unidos. Ya vimos hace unos días que había cambiado el clima de las relaciones entre los dos países, más allá de la cuestión nuclear, cuando un grupo de marineros estadounidenses, arrestados tras haber entrado por un error de navegación en aguas territoriales iraníes, fueron puestos en libertad tras menos de 24 horas, un gesto de evidente buena voluntad que fue recibido con un efusivo agradecimiento por parte del secretario de Estado, John Kerry.

Hechos concretos, hechos significativos. No obstante, abandonar un escepticismo sistemático no debería significar abandonar la prudencia. De hecho, el resultado alcanzado en este tira y afloja ha dependido mucho del empeño puesto por Obama (y Kerry) y por Rohani (y Zarif), y mientras en Irán las elecciones parlamentarias de febrero deberían confirmar la solidez del gobierno de Rohani, en los Estados Unidos las elecciones presidenciales podrían cambiar radicalmente la línea política estadounidense. Los candidatos republicanos parecen competir por denunciar el acuerdo y amenazan con anularlo, subrayando que sobre Irán había un bloqueo no solo por el problema nuclear, sino también por cuestiones como el terrorismo, el apoyo a Assad y su implacable hostilidad contra Israel. Pero aun queriendo dar por probable la elección como presidenta de Hillary Clinton, queda todavía el hecho de que parece difícil dar por descontado que ella pondrá un empeño similar (contra el Congreso, los aliados árabes y, sobre todo, Israel) en mantener el rumbo que ha fijado la Administración actual en su política con Irán.