Introducción. La revitalización de las derechas autoritarias: Europa, Estados Unidos, América Latina

Revista CIDOB d'Afers Internacionals nº 132
Fecha de publicación: 12/2022
Autor:
Alberto Martín Álvarez y Kristina Pirker
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Alberto Martín Álvarez. Investigador distinguido, Departamento de Derecho Público, Universitat de Girona. alberto.martin@udg.edu. ORCID: http://orcid.org/0000-0002-2492-932X

Kristina Pirker. Profesora-investigadora, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, México; Senior Research Fellow, Institut für Politikwissenschaft-Research Network Latin America/Universität Wien. kpirker@institutomora.edu.mx. ORCID: http://orcid.org/0000-0003-0865-612X

Los recientes éxitos electorales de actores de derecha radical y ultraderecha en diferentes regiones del planeta han impulsado una discusión en torno a diferentes tópicos: las causas de su crecimiento, sus diversos rasgos y estrategias, las motivaciones de los electorados o la profundidad de la derechización de un buen número de sociedades. Este artículo propone algunos ejes para sistematizar este debate y destacar claves de lectura que permitan comprender el auge de las derechas en realidades nacionales tan diversas y heterogéneas. También propone recuperar una conceptualización constructivista de la noción de «tradiciones autoritarias» para analizar los comportamientos, articulaciones y estrategias de movilización de las derechas desde una perspectiva que destaca su carácter dinámico e innovador. Este enfoque permite (re)pensar el autoritarismo como resultado de prácticas simbólicas y discursos que son ensamblados, (re)inventados y actualizados para cumplir diferentes propósitos. 

En los últimos años, estamos asistiendo a triunfos electorales y una mayor presencia en parlamentos, medios de comunicación, redes sociales y la calle de fuerzas sociales y políticas que critican a los partidos del establishment, atacan ruidosamente los derechos de minorías sexuales y grupos étnicos –vistos como amenazas a un orden patriarcal, heteronormativo y culturalmente homogéneo– y advierten sobre la necesidad de recuperar la soberanía del Estado de cara a instancias supranacionales y burocracias transnacionales. Acontecimientos políticos recientes como, por ejemplo, el avance electoral de partidos de ultraderecha en países europeos (Suecia, Italia, España) o la continua popularidad de presidentes con estilos autoritarios y discursos polarizantes como el salvadoreño Nayib Bukele o el expresidente Jair Bolsonaro en Brasil –quien en las elecciones de octubre de 2022 movilizó 58.206.354 votos a su favor, reduciendo a menos de un 1% la diferencia de votos respecto a su oponente, Ignacio Lula da Silva (quien ganó con 60.345.999 votos)– apuntan no solo a un giro coyuntural a la derecha o un voto de castigo en contra de gobiernos de centro o de izquierda, sino también a la resiliencia de valores autoritarios, asociados a ideologías de derecha y proyectos reaccionarios. Estos han sobrevivido diferentes momentos de secularización y democratización en los siglos xx y xxi, por lo que ofrecen un reservorio de símbolos y narrativas a quienes apuestan por una politización de la agenda cultural para lograr una efectiva movilización social y electoral e, incluso, por crear un nuevo «bloque hegemónico» en contra de los acuerdos liberales y progresistas (Kessler y Vommaro, 2021; Monestier, 2021).

Este fenómeno ha sido analizado en diversas publicaciones durante los últimos años: algunos estudios de caso han buscado explicar causas nacionales y racionalidades históricas (VVAA, 2014; Muggenthaler et al., 2020; Chaguaceda y Duno-Gottberg, 2020) y, otros, precisar las especificades del momento conservador actual, caracterizado para el caso de América Latina como «giro atenuado a la derecha» (Luna y Rovira Kaltwasser, 2021), «derechización» o «giro autoritario» (Hoetmer, 2020), después de un período relativamente prolongado de democratización política y cultural. Otro tema de interés para la investigación parte del reconocimiento de la heterogeneidad de las derechas en cuanto a sus trayectorias, dinámicas políticas o discursos, para formular una agenda de investigación que permita indagar sobre las particularidades de trayectorias, dinámicas políticas y discursos entre regiones o subregiones. Así, por ejemplo, el apoyo electoral a los nuevos proyectos autoritarios en el caso europeo (Inglehart, 2019; Norris y Inglehart, 2019) han sido explicados a partir de factores como la capitalización electoral de los miedos y ansiedades, producidos por el crecimiento de las desigualdades y la marginación de los territorios periféricos (Guilluy, 2019) o el efecto político de las inseguridades asociadas a las transformaciones económicas y la creciente diversidad étnica y cultural del continente. En el caso del Sur Global, se ha enfatizado más el papel del desencanto social con los pocos resultados tangibles de los sistemas democráticos para combatir la desigualdad y garantizar bienestar, el castigo a la corrupción de gobiernos y partidos, o el miedo a la inseguridad y la violencia social como temas que partidos y líderes autoritarios han podido capitalizar electoralmente (Bello, 2021). Especialmente en el caso de América Latina, una vertiente importante de investigaciones ha pretendido caracterizar el éxito de derechas y grupos conservadores como reacción a la crisis de los progresismos de primera generación, a los casos de corrupción y expectativas frustradas de bienestar y democratización (Svampa, 2020), agudizados por las estrategias desestabilizadoras de las élites para responder a las políticas de integración social y de reconocimiento de los gobiernos progresistas, disputándoles el control del Estado (Cannon, 2016; VVAA, 2014).

En el caso latinoamericano, representado en este monográfico por los artículos de Waldo Ansaldi, Irene Lungo o Omar Núñez y Valentín Palomé, el análisis de las tradiciones autoritarias se inscribe en el debate sobre las derechas latinoamericanas. Es posible identificar (al menos) tres ámbitos de análisis: en primer lugar, la discusión sobre si efectivamente es posible hablar de un «ciclo» o «auge» de nuevas derechas partidistas y, en caso de que sí, cuáles serían las características principales; en segundo lugar, la identificación de razones principales por la (re)emergencia, y, por último, la identificación, pese a la reconocida heterogeneidad de actores y sujetos autoritarios y conservadores, de ciertos temas, tópicos y códigos que permitirían hablar de un empíricamente fundamentado inicio de un ciclo regional (o incluso global) de derechización de estados y sociedades. Respecto al primer punto, es posible identificar matices en los nombramientos de la coyuntura actual: mientras algunos autores se refieren al momento político actual como «giro atenuado a la derecha» (Luna y Rovira Kaltwasser, 2021), otros lo nombran «radicalización conservadora» (Chaguaceda y Duno-Gottberg, 2020), «derechización» o «giro autoritario después de un período más largo de relativa democratización» (Hoetmer, 2020). No obstante, hay cierto consenso sobre el agotamiento de la gestión progresista, que se manifestaría incluso en las derivas autoritarias de países emblemáticos para la izquierda global como Venezuela o Nicaragua, y que las fuerzas de la derecha latinoamericana (algunas más cercanas a partidos tradicionales de derecha, otras de nueva índole de carácter más movimientista y encabezadas por líderes carismáticos) han podido capitalizar. En cuanto al segundo punto, se señalan como razones para el crecimiento de la influencia partidista, tanto el descontento social sobre promesas incumplidas y el desgaste de la gestión pública «progresista» (Monestier, 2021), como la politización de jóvenes hacía ideologías de derecha en escenarios polarizados en sus respectivos países (como, por ejemplo, Venezuela o Nicaragua), o el papel de iglesias conservadoras (evangélicas y pentecostales), de «influencers antipopulistas» (Kessler et al., 2022) en las redes sociales, u otras estrategias mediáticas para movilizar el descontento y alcanzar nuevos simpatizantes. Pero, sobre todo, se señala como factor transversal en países y sectores sociales la habilidad de la derecha actual de aprovechar electoralmente las ansiedades y miedos sociales provocados por los cambios culturales y la secularización promovida por gobiernos progresistas y de izquierda (Hoetmer, 2020; Kessler y Vommaro, 2021). En este contexto, y en relación con el tercer punto, el uso estratégico del miedo a Venezuela (Monestier, 2021), la crítica a los «populismos irresponsables» (Svampa, 2020), pero principalmente los cuestionamientos a la llamada «ideología de género» (Caminotti y Tabbusch, 2021) –que socavaría valores tradicionales, la familia heteronormativa y la estabilidad social– se han constituido en ejes transversales de un discurso antiliberal y antiizquierdista orientado a la articulación de un nuevo «bloque hegemónico», según algunas autoras y autores (Hoetmer, 2020; Svampa, 2020).

Respecto de los estudios sobre Europa y Estados Unidos, que en este volumen están representados por los trabajos de Steven Forti, Guillermo Fernández-Vázquez y David Lerín, Bàrbara Molas, Tamir Bar-On y Miguel Paradela, el análisis de las tradiciones autoritarias se enmarca en las investigaciones más recientes sobre el auge de la ultraderecha en ambas regiones. Hay que decir que, pese a la proliferación de estudios sobre el tema, no existe un consenso académico respecto de su conceptualización y ello explica el uso de diferentes términos para definir el fenómeno y establecer fronteras entre sus distintas expresiones. Así, términos como derecha radical populista (Mudde, 2007), derecha 2.0 (Forti, 2021), derecha radical (Minkenberg, 2011) o nacionalpopulismo (Eatwell y Goodwin, 2019), entre otros, han sido utilizados para denominar a los partidos y movimientos situados más a la derecha en el espectro político que los partidos conservadores tradicionales. Pese a ello, y a que tampoco hay acuerdo respecto de cada uno de los rasgos ideológicos que caracterizan a este conjunto de partidos y movimientos políticos, consideramos, con Mudde (2007: 22), que el autoritarismo constituye uno de los rasgos definitorios de las nuevas formaciones políticas de derecha o de los liderazgos –como el de Donald Trump– surgidos en el interior de partidos conservadores de larga data. Autoritarismo entendido, de forma similar a como lo hace este mismo autor, como la creencia en una sociedad estrictamente jerarquizada, en la que las violaciones a la autoridad deben ser severamente penalizadas. Estos partidos, movimientos y liderazgos se caracterizan, además, por la creencia en el carácter natural, y por tanto inevitable, de las desigualdades sociales, así como por la convicción de que los estados no pueden ni deben tratar de corregir estas desigualdades. Junto con todo ello, y tanto en el caso europeo como en el estadounidense, existe otro rasgo ideológico característico de este nuevo autoritarismo: el nativismo. Esto es, la creencia, mezcla de nacionalismo y xenofobia, que considera que los estados deben ser habitados exclusivamente por miembros del grupo nativo y que los individuos considerados como no nativos respecto de algún criterio establecido –ya sea étnico, racial o religioso– constituyen una amenaza (Mudde, 2007: 23).

El número 132 de Revista CIDOBd’Afers Internacionals titulado «La recuperación de tradiciones autoritarias: procesos, actores y redes»se inscribe en estos esfuerzos por repensar las derechas autoritarias en la coyuntura actual, con el afán de complementar las miradas y enfoques de otras autoras y otros autores respecto a los rasgos políticos, sociales y culturales de la revitalización de prácticas, discursos e imaginarios conservadores en países ubicados en ambos lados del océano Atlántico. Con la noción de «tradiciones autoritarias», para enmarcar los artículos reunidos en este volumen, esta mirada procura diferenciarse de los estudios sobre el autoritarismo basado en definiciones de acuerdo al clásico estudio de Juan Linz (2009) como un «ejercicio opresivo del poder político» que permite caracterizar a tipos de régimen, al carácter o a estilos de gobernar de presidentes, o a situaciones en las que actores institucionales o extrainstitucionales cambian de manera abrupta las reglas del juego (Lesgart, 2020). Esta forma restrictiva de usar el término, si bien permite analizar el régimen político y sistema de partidos, fácilmente puede convertirse en un punto ciego que dificulta observar otras dinámicas societales –como la circulación de ideas, la recuperación de imaginarios o la convergencia de discursos– que, sin ser necesariamente procesos y fuerzas pertenecientes a los espacios formales de la política y del régimen, contribuyen a la conformación de consensos y alianzas autoritarias entre actores estatales y la sociedad civil. Por otra parte, centrarnos en la noción de «cultura política autoritaria» para explicar la permanencia del conservadurismo como fuerza política tampoco nos pareció adecuada por la carga normativa de este concepto, usado frecuentemente en los estudios politológicos comparados para estudiar valores, instituciones y comportamientos de acuerdo con la cercanía o distancia con sistemas de valores propios del modelo liberal-pluralista del mundo anglosajón. Además, implica una cierta tendencia a interpretar los comportamientos, valores e instituciones como aspectos residuales de regímenes y formas societales previos a procesos de modernización, transición política o redemocratización (Morlino, 2007); en otras palabras, se vuelve (casi) sinónimo de herencia, tradición, inercia, pasado.

En cambio, este monográfico parte como premisa del carácter dinámico, constructivista e incluso innovador de las tradiciones (Hobsbawm y Ranger, 2002) para, de esta manera, (re)pensar el autoritarismo como resultado de prácticas simbólicas y discursos que son ensamblados, (re)inventados y actualizados por diversos actores y en función de diferentes propósitos: articular(se) en alianzas más amplias, movilizar y ampliar bases electorales, capitalizar miedos sociales, posicionarse en contra de los consensos, programas y agendas culturales de secularización, diversidad e individuación en nombre de la estabilidad y del orden. ¿Cómo pensar desde esta perspectiva los autoritarismos de derecha y la activación de proyectos políticos (neo)conservadores en la actualidad? 

El giro conservador en América Latina: claves de lectura

Una revisión no exhaustiva de la literatura actual sobre el tema da cuenta de que el actual giro conservador tiene sus raíces en una larga historia del dominio de derechas en América Latina y refleja, en este sentido, la resiliencia de tradiciones e instituciones autoritarias a los procesos indudables de democratización política y cultural que se han producido desde inicios del siglo xx en la región. De hecho, desde finales del siglo xix, una figura paradigmática, que emergió de la literatura y el ensayismo latinoamericano como expresión de esta resiliencia es el caudillo personalista y carismático que representa valores, comportamientos y relaciones patriarcales y autoritarias, percibidos como opuestos al modelo normativo del orden político liberal de los países europeos y anglosajones. Desde el ensayo político de Domingo Faustino Sarmiento Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas (1845), que sienta las bases para una narrativa que desde entonces advertía sobre las dificultades de América Latina para imitar los patrones políticos y culturales europeos y anglosajones, a las novelas de Miguel Ángel Asturias El Señor Presidente (1946)o de Gabriel García Márquez El otoño del patriarca (1975),que incorporan los tópicos de la funcionalidad del autoritarismo interno para conservar la subordinación al imperialismo estadounidense, la cultura latinoamericana ha puesto énfasis en la especificidad histórica de las formas políticas latinoamericanas. Prestando especial atención a la capacidad de sobrevivencia de valores y prácticas autoritarias en instituciones formalmente democráticas, el «gatopardismo» de las oligarquías nativas y la resiliencia del pensamiento conservador ante los cambios socioculturales del siglo xx (Klaveren, 1986).

Sin embargo, es después de la Segunda Guerra Mundial, en los contextos marcados por los movimientos nacional-populares, el auge del populismo histórico y, a partir de las décadas de 1960 y 1970, el ascenso vía golpes de Estado de las Fuerzas Armadas –inspiradas en el anticomunismo y la Doctrina de Seguridad Nacional– que en las ciencias políticas y la sociología política latinoamericana creció el interés por analizar los consensos autoritarios de cuño anticomunista cristalizados en aparatos institucionales y actores políticos formales como partidos y burocracias cívico-militares. Conceptos como Estado burocrático-autoritario (Guillermo O´Donnell), fascismo dependiente (Agustín Cuevas) o Estado de contrainsurgencia (Ruy Mauro Marini) fueron clave para orientar el análisis crítico al estudio del aparato estatal, las relaciones de dependencia y las dinámicas económicas del capitalismo periférico como claves de lectura para explicar el recurrente autoritarismo político en la región. Los estudios de las transiciones políticas durante la década de 1980 y 1990 siguieron estas tendencias atendiendo específicamente los rasgos formales de actores y sistemas políticos o analizando la perseverancia de actores y comportamientos autoritarios como rezagos o elementos culturales heredados del régimen previo (Morlino, 2007).

En los trabajos sobre los populismos –tanto los de carácter neoliberal de la década de 1990 (por ejemplo, el Gobierno de Fujimorij en Perú), como los «neopopulismos» de izquierda (como el Gobierno de Evo Morales en Bolivia, de Rafael Correa en Ecuador o de Hugo Chávez en Venezuela)–, se identifican como denominadores comunes de una política populista latinoamericana estilos específicos de gobernar, la centralidad de figuras tradicionales de autoridad –«el caudillo» o el «hombre fuerte»–, o el uso de retóricas polarizantes y esquemas binarios. En este sentido, Maristella Svampa (2020) señala, por ejemplo, que los procesos actuales de derechización no pueden comprenderse cabalmente sin tomar en cuenta la deriva de los progresismos latinoamericanos en «populismos de alta intensidad»; es decir, estilos políticos personalistas combinados con políticas sociales y económicas inclusivas y orientadas hacia la justicia social. Pero significar la política en términos de polarización, de esquemas binarios –señala la socióloga argentina– ha contribuido también a una simplificación del espacio de la política y, en consecuencia, a que nuevas derechas retomaran estos esquemas binarios, aunque cambiando sus contenidos.

Se puede coincidir con la lectura de Svampa respecto a la apropiación y agudización de esquemas discursivos preexistentes por las nuevas derechas, así como con la conceptualización del populismo como «ideología delgada» (Stanley, 2008), capaz de articularse con tradiciones ideológicas diversas que conectan hacia la derecha y la izquierda. Sin embargo, estas aproximaciones no deberían desechar la observación de que, en América Latina (como en otros lados del mundo), en momentos de crisis política, la violencia verbal y física en contra de personas y colectividades identificados como enemigos internos u «otredades negativas» ha sido preparada y realizada primordialmente por fuerzas ligadas a las derechas y, en mucho menor grado, por movimientos de izquierda o nacional-populares. Así lo señala, por ejemplo, el gran estudio del historiador estadounidense Gregg Grandin (2007) sobre la masacre cometida por el Ejército guatemalteco en contra de campesinos mayas y mestizos en el municipio de Panzós en 1978. También en este volumen, artículos como el de Waldo Ansaldi o el de Irene Lungo apuntan precisamente a este carácter violento y excluyente de las tradiciones autoritarias del pasado reciente, recuperadas y actualizadas por las derechas latinoamericanas de hoy. 

El auge de la ultraderecha en Europa y Estados Unidos

Sobre las razones que explican el surgimiento de la ola actual de la ultraderecha en Europa y Estados Unidos hay un cierto consenso. La literatura ha explicado el auge de la ultraderecha desde inicios de los años 2000 –particularmente sus éxitos electorales– como resultado tanto de procesos económicos como culturales. Para autores como Hanspeter Kriesi (Kriesi et al., 2008: 4), la globalización ha creado ganadores y perdedores, y no solo en el campo económico, sino también en términos culturales. La desregulación y el incremento de la competitividad de las economías, el crecimiento de la diversidad cultural y las tensiones asociadas a la distribución de los recursos de los estados de bienestar son algunas de las consecuencias de la globalización. La marginalización económica de sectores de la clase trabajadora, particularmente los trabajadores manuales sin cualificación y los trabadores no cualificados del sector servicios, contribuirían a explicar su apoyo a los partidos de ultraderecha a lo largo de las dos últimas décadas. Mientras que, en términos culturales, los individuos que desaprueban las normas universalistas características de la globalización pueden ser considerados como los claros perdedores de este proceso. De acuerdo con Bornschier y Kriesi (2012), para aquellos segmentos de la sociedad que compartían el conservadurismo social característico de la segunda posguerra mundial, el cambio social asociado a la globalización ha implicado una pérdida fundamental de las certezas características del período de la edad de oro del capitalismo o de los «treinta gloriosos». Estos sectores se opondrían, sobre todo, a la inmigración, a la integración europea y al liberalismo cultural característico de la Nueva Izquierda1 y de los nuevos movimientos sociales de los años sesenta y setenta.

Por otro lado, y siguiendo a estos mismos autores, la globalización y la integración europea habrían contribuido a despolitizar la formulación de políticas económicas; políticas sobre las que los gobiernos nacionales tienen ahora una menor capacidad de decisión e intervención. Las constricciones establecidas en Europa por la Unión Europea o en Estados Unidos por las políticas neoliberales han socavado también la capacidad de los partidos de izquierda de implementar políticas económicas radicalmente diferentes a las de los partidos conservadores tradicionales. De un lado, esto habría potenciado el proceso de desalineamiento de las clases trabajadoras, mientas que, del otro lado, habría reforzado la prominencia de la dimensión cultural dentro del clivaje surgido entre los ganadores y los perdedores de la globalización. Por ello, la dimensión cultural, y particularmente la oposición a la inmigración y al empoderamiento de las mujeres, sería la variable fundamental en la explicación del auge de la ultraderecha. Una posición que es compartida, entre otros, por Cas Mudde (2021: 111), para quien la defensa por parte de los partidos socialdemócratas europeos no solo de la economía de mercado, sino también y principalmente de los valores cosmopolitas desde la década de los noventa, habría sido en buena parte responsable del crecimiento de la ultraderecha (ibídem: 111).

En el marco de estas transformaciones asociadas a la globalización, los atentados del 11 de septiembre de 2001, los efectos sociales y políticos de la crisis económica mundial de 2008 y la «crisis de los refugiados» de 2015 (ibídem: 137) habrían creado un caldo de cultivo favorable para que la ultraderecha consiguiera introducir en la agenda algunos de sus planteamientos principales: el nacionalismo, la xenofobia, el chauvinismo del Estado de bienestar o las visiones autoritarias del orden social. Estos factores explican que la ultraderecha cuente ahora con públicos receptivos, pero para Mudde, la introducción en la agenda pública de sus discursos se explicaría más bien por las acciones de los partidos y organizaciones que la encarnan y que habrían contribuido a dar relevancia a los nuevos conflictos originados dentro de las sociedades europeas y de Estados Unidos. El tipo de partidos y liderazgos surgidos desde los primeros años 2000 explicarían el éxito electoral de estos partidos, más allá de la existencia de los cambios o procesos sociopolíticos y económicos a nivel macro que han creado nuevos clivajes sociales. 

La revitalización de las tradiciones autoritarias a ambos lados del Atlántico

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial y hasta la década de los ochenta, en Europa y Estados Unidos la ultraderecha era un actor político marginal. Privada de contextos sociales y políticos favorables, sus ideas, discursos y programas sobrevivieron a menudo al interior de lo que la sociología de los movimientos sociales denomina «estructuras de latencia» (Taylor, 1989): movimientos sociales, subculturas, organizaciones locales o pequeños partidos políticos. Estas estructuras habrían permitido mantener vivas las identidades, las conexiones sociales y las ideas-fuerza características de estas derechas en períodos de desmovilización como los que atravesaron en el marco del auge del keynesianismo de mediados del siglo xx. Solo a partir de los años noventa, y de forma mucho más decidida en los primeros años del siglo xxi, en presencia de un entorno social favorable producto de los efectos de la globalización neoliberal, la ultraderecha comenzó a convertirse en un actor político relevante en un buen número de países europeos. Forti (2021: 33) condensa los efectos de las transformaciones producidas por la globalización en el concepto de privación relativa, una sensación que afectaría no solo a los trabajadores en riesgo de perder su posición económica, sino también a aquellos –pertenecientes a distintas clases sociales– que temen perder su estatus frente a las mujeres o incluso a seguidores de religiones que han visto reducida su presencia social. El miedo a perder lo que se tiene o a estar peor en el futuro es lo que explica en buena medida, para este autor, el apoyo ciudadano a la ultraderecha en Europa a lo largo del presente siglo (ibídem). La ultraderecha responde al miedo y a la incertidumbre de la población ofreciendo análisis simplificados de problemas complejos, buscando chivos expiatorios para las ansiedades y los miedos existenciales de la ciudadanía –los inmigrantes– o prometiendo restaurar por decreto un orden social donde los valores tradicionales –religión, familia– vuelvan a ser hegemónicos.

En el caso de América Latina, el marco temporal es sensiblemente diferente. En esa región, la salida del poder de las dictaduras militares y los regímenes autoritarios de derecha se produjo a lo largo de las décadas de los ochenta y noventa del siglo pasado. La consiguiente instauración de regímenes democráticos, sumada al propio descrédito de las ideas autoritarias que acompañó al final de las dictaduras, provocó que, salvo excepciones puntuales –como el Gobierno de Fujimori en Perú entre 1990 y 2000–, las derechas populistas se vieran relegadas a un papel marginal en buena parte de los países de la región durante la década de los noventa y buena parte de la de 2000. Será ya a inicios de la década actual y en el marco del final de la «marea rosa» en la región, y tras el triunfo en las elecciones brasileñas de Jair Bolsonaro (2018) y la posterior elección de Nayib Bukele en El Salvador (2019), cuando organizaciones y liderazgos de derecha radical asciendan a posiciones de poder.

Las causas de la revitalización del autoritarismo de derecha en este caso tienen similitudes, pero también diferencias, respecto de los casos europeo y estadounidense. En esta región, las políticas neoliberales se aplicaron de forma profunda en varias oleadas, desmontando los estados desarrollistas que habían sido construidos a lo largo de las décadas previas. Los efectos sobre las estructuras sociales en este caso fueron más agudos al producirse en el marco de sociedades más frágiles que en el caso europeo o norteamericano. El incremento del desempleo y del empleo informal –precarización a gran escala del trabajo–, el desmantelamiento de unos servicios públicos de por sí precarios o el crecimiento de la desigualdad son algunos de los efectos de tres décadas de políticas neoliberales en la región. Junto con ello, y afectando de forma muy notable a algunos países en particular, sobresale el crecimiento de la inseguridad debido al auge del narcotráfico, las pandillas juveniles o la delincuencia común, productos a su vez de una profunda desintegración social. La incapacidad de los estados latinoamericanos, debilitados tras décadas de adelgazamiento, para controlar la inseguridad y revertir el miedo al crimen, constituye una de las razones que explican el apoyo –junto con otros factores– a los discursos de ultraderecha en países como Guatemala, El Salvador o Brasil. A la necesidad de seguridad –primera y principalmente de seguridad existencial– las formaciones de ultraderecha han respondido con el populismo punitivo o con discursos de ley y orden y a favor de la autodefensa a través de la libertad para portar armas de fuego como en el caso de Bolsonaro. Convirtiendo, con ello, a la delincuencia y a los infractores – normalmente pobres y mestizos– en chivos expiatorios de males sociales que obedecen a causas mucho más complejas y profundas.

La revitalización de las derechas autoritarias en América Latina responde también a cambios culturales, aunque de una forma probablemente menos importante que en los casos europeo o estadounidense. En este caso, el resurgimiento del autoritarismo se articula también, siquiera en parte, como una respuesta al auge del movimiento feminista y su reivindicación de un nuevo equilibrio de las relaciones de poder entre hombres y mujeres, o a los éxitos de las luchas por la diversidad sexual y los derechos del colectivo LGTBIQ+. En ambos casos se produjeron avances sustanciales en el marco de los gobiernos progresistas que administraron la región en la primera década y media del presente siglo. En este sentido, la revitalización de la ultraderecha asume la forma de un contramovimiento frente al cambio cultural y a favor de la persistencia de la familia y los valores religiosos que se ha nutrido de las redes, identidades y estructuras organizativas construidas todavía en tiempos de las dictaduras militares. Por otro lado, y como muestran Zanotti y Roberts (2021), en alguna ocasión, como en Chile (con la figura de José Antonio Kast), el nativismo se encuentra presente en algunas organizaciones de la derecha radical latinoamericana, aunque se articula de forma sensiblemente diferente al de los casos europeo o estadounidense. 

Acerca de este monográfico

Frente a la relativa abundancia de análisis regionales o estudios de caso centrados en esta nueva oleada de la ultraderecha, este volumen reúne trabajos que buscan trascender y complejizar el debate en torno a este tópico de estudio, en dos planos. En primer lugar, trascendiendo los «nacionalismos metodológicos», por medio de una perspectiva transnacional que permite profundizar en las condiciones de posibilidad, factores de éxito, estrategias e ideas de la ultraderecha. Nos interesa especialmente mostrar, en un marco más amplio, las continuidades y rupturas en las estrategias de apropiación y adaptación de esta derecha en diferentes regiones y países, los intercambios y diálogos que establecen con correligionarios en diferentes latitudes, identificando vertientes y actores, así como mostrando las diferencias y matices que se expresan en sus discursos, prácticas políticas y trayectorias.

En segundo lugar, teniendo en cuenta que, si bien es cierto que nos encontramos ante un fenómeno que responde a las condiciones de posibilidad propias del período actual, no es menos cierto que existen también importantes continuidades respecto de tradiciones, prácticas, ideas y sistemas de creencias surgidos previamente. Se ha buscado, por ello, reunir trabajos construidos utilizando perspectivas que trascienden las miradas coyunturales o evenemenciales y que sean capaces de dar cuenta de procesos de mayor duración en la construcción de identidades, ideologías o espacios de intercambio de ideas y prácticas de la ultraderecha en diferentes latitudes.

A partir de estas bases, este monográfico reúne siete contribuciones considerablemente diversas desde el punto de vista del marco geográfico –Europa del Sur, América Latina y Estados Unidos– y novedosas en términos de las perspectivas desde las que se construyen.

El trabajo de Steven Forti analiza la evolución de la ultraderecha italiana a lo largo de las últimas tres décadas, para poner de relieve las causas de su crecimiento electoral. Su investigación apunta tanto hacia el impacto de la crisis económica mundial de 2008, como a la transformación del sistema político italiano en el marco de la crisis de la Segunda República, como razones fundamentales de este crecimiento. De forma interesante, su artículo ofrece claves de comprensión de la lucha por la hegemonía al interior de la ultraderecha italiana. Una lucha que parece haber sido ganada por la formación Fratelli d'Italia y su líder Giorgia Meloni, convertida recientemente en presidenta del Consejo de Ministros del país transalpino.

Por su parte, el artículo de Guillermo Fernández-Vázquez y David Lerín Ibarra indaga en los fundamentos y características principales del particular nativismo de la ultraderecha española: el «hispanismo étnico» del partido Vox, que constituye uno de sus rasgos ideológicos característicos. Junto con ello, estos autores analizan el proyecto político por el que este partido pretende proyectar esta peculiar visión nativista de la nación, el de la iberosfera, que Vox concibe como un área de influencia que posiciona a las organizaciones de la ultraderecha españolas y portuguesas como actores centrales en el combate contra los gobiernos progresistas latinoamericanos y como fuerzas relevantes dentro del contexto geopolítico global.

La contribución de Bàrbara Molas se centra en un movimiento digital de ultraderecha, el de la Alt-Right de Estados Unidos. En concreto, la autora explora el uso que, de las ideas de Friederich Nietzsche o Julius Evola, realiza Richard B. Spencer, líder de este movimiento. El artículo de Molas muestra cómo Spencer utiliza el nombre de Nietzsche y recrea sus ideas de forma impropia para legitimar los postulados iliberales, antidemocráticos y racistas de la Alt-Right; mientras que, de otro lado, obvia aquellos aspectos del filósofo alemán que se encuentran en abierta oposición a la ideología del ultraderechista norteamericano, particularmente su secularidad.

La aportación de Tamir Bar-On y Miguel Paradela examina cómo diversos ideólogos y movimientos de ultraderecha han construido sus propias versiones del pensamiento anticolonial y antiimperialista. Las conclusiones de su trabajo sugieren que, si bien algunos grupos de ultraderecha claramente instrumentalizan el antiimperialismo como una forma de defensa de sus propios intereses, otros han intentado desarrollar ideologías más o menos consistentes alrededor de principios anticolonialistas y antiimperialistas.

Por su parte, el artículo de Waldo Ansaldi plantea una reflexión acerca de la tendencia a la derechización de buena parte del mundo occidental a lo largo de los últimos años. Este autor sostiene que, tanto en América Latina como en Europa, la aparición de partidos de extrema derecha está empujando a los partidos de la derecha tradicional hacia el extremo del espectro político. Entre otras proposiciones relevantes, merece la pena destacar aquí que Ansaldi apunta a la necesidad de construir el análisis de las diferentes expresiones de las derechas a partir de dos niveles analíticos interrelacionados: el nivel sistémico –de los ciclos sistémicos de acumulación– y a nivel de cada Estado, a través del análisis de los patrones históricos de acumulación de capital.

La contribución de Irene Lungo analiza los soportes culturales del autoritarismo en El Salvador y Guatemala, a través de una indagación sobre las narrativas sobre la subalternidad – la del comunista y la del marero–, promovidas tanto por el Estado como por grupos de poder conservadores. De acuerdo con esta autora, para comprender la persistencia de prácticas autoritarias por parte de los estados guatemalteco y salvadoreño, es necesario atender a elementos culturales tales como estas narrativas, cuyo papel es el de dotar de racionalidad a prácticas autoritarias extremadamente violentas y de larga data en la región.

Cierra este monográfico el trabajo de Omar Núñez Rodríguez y Valentín Palomé Délano, el cual tiene su centro de interés en el análisis de las distintas vertientes del pensamiento de las derechas chilenas, desde el neoliberalismo hasta el corporativismo, pasando por el socialcristianismo o el nacionalismo. Los autores enmarcan este análisis en las reacciones de estas distintas expresiones de la derecha frente al estallido social de octubre de 2019. Un hecho que erosionó el canon ideológico hegemónico en el país, esto es, el neoliberalismo. Para Núñez y Palomé, el momento actual en Chile es uno de profunda crisis de identidad de las derechas, producto del desplome del sistema de creencias que las había sustentado a lo largo de las últimas décadas.

Aún es pronto para concluir si estamos o no ante un giro global hacia la derecha, o una radicalización conservadora, pero los artículos reunidos permiten reconocer elementos compartidos por actores de ultraderecha y, por lo tanto, invitan a profundizar las reflexiones analíticas en torno a cuáles serían los comportamientos, imágenes y discursos qué permitirían pensar el momento actual como un nuevo momento conservador en ciernes. 

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Notes:

1- Con este término se hace referencia a un amplio y complejo «movimiento de movimientos» de los años sesenta y primeros setenta del siglo pasado, activo fundamentalmente en Europa occidental, Estados Unidos y América Latina. La Nueva Izquierda se movilizó a favor de asuntos como los derechos civiles o el feminismo, y en contra del imperialismo, el colonialismo y el autoritarismo. 

Palabras clavederechas, tradiciones autoritarias, ultraderecha, constructivismo

Cómo citar este artículo:  Martín Álvarez, Alberto y Pirker, Kristina. «La revitalización de las derechas autoritarias: Europa, Estados Unidos, América Latina». Revista CIDOB d’Afers Internacionals, n.º 132 (diciembre de 2022), p. 7-23. DOI: doi.org/10.24241/rcai.2022.132.3.7

Revista CIDOB d’Afers Internacionals, nº 132, p. 7-23
Cuatrimestral (octubre-diciembre 2022)
ISSN:1133-6595 | E-ISSN:2013-035X
DOI:  https://doi.org/10.24241/rcai.2022.132.3.7