Guerra y paz en tiempos de la COVID-19

Opinion CIDOB 618
Fecha de publicación: 03/2020
Autor:
Juan Garrigues, director adjunto, Dialogue Advisory Group; investigador asociado, CIDOB
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¿Qué impacto tendrá la expansión global del coronavirus en los conflictos que están teniendo lugar alrededor del mundo? Sea con ceses temporales de hostilidades para prestar ayuda humanitaria o con la suavización de las sanciones internacionales a cambio de pasos políticos de distensión, esta pandemia está abriendo nuevos e inesperados escenarios para la guerra y la paz. Los conflictos de Afganistán, Libia y Venezuela ya están viéndose sacudidos y, de un modo u otro, siendo transformados.

Cuatro días después del tsunami de diciembre de 2004, los rebeldes separatistas armados de Aceh, Indonesia, declararon el alto al fuego para permitir una operación de ayuda humanitaria internacional. La coordinación que se estableció entre el Gobierno indonesio y los rebeldes fue esencial para allanar el camino hacia el acuerdo de paz que se firmó en agosto de 2005. El tsunami no solo abrió un espacio de diálogo, sino que también transformó a sus actores. Tal y como apuntaría más adelante Irwandi Yusuf, excomandante de los rebeldes, la tragedia del tsunami hizo que «ambas partes se volvieran más comprensivas».

La expansión global del coronavirus ya está teniendo un impacto considerable en los conflictos existentes alrededor del planeta. Los políticos y los dirigentes implicados en estos conflictos también sienten la incertidumbre sobre el futuro que nos envuelve a todos. De lo que quizás no se den tanta cuenta es que, tal y como sucedió con el tsunami, el alcance de la tragedia también puede afectar a sus principales intereses, sus objetivos e incluso sus visiones del mundo y abrir, por tanto, nuevos e inesperados escenarios para la guerra y la paz.

Quizás la única certeza de cualquier escenario futuro es que la pandemia de la COVID-19 situará la gestión de la inminente crisis económica global al frente de las agendas de la mayoría de países, especialmente en el sur global, más expuesto. Con la resolución de conflictos convirtiéndose en un tema menos central para los actores tanto locales como internacionales, la cuestión principal que definirá los nuevos escenarios es si estos actores buscarán en la pandemia nuevas oportunidades para distender los conflictos o si quienes toman decisiones sobre el terreno se aprovecharán de la situación para conseguir sus objetivos finales.

En Afganistán, la aparición de la COVID-19 tuvo lugar en el marco de unas disputadas elecciones presidenciales y un acuerdo entre los Estados Unidos y los talibanes que incluye la retirada de la mayor parte de las tropas norteamericanas. El 23 de marzo, cuando la pandemia ya había afectado gravemente Europa y los Estados Unidos, el secretario de Estado de este último país, Mike Pompeo, anunció que a causa de la falta de acuerdo local tras las disputadas elecciones afganas los Estados Unidos retirarían ayudas por valor de mil millones de dólares y darían comienzo a la retirada de sus tropas con arreglo al acuerdo con los talibanes.

Sin embargo, la decisión de los Estados Unidos debe de entenderse en gran parte como una medida de carácter político en un año de elecciones en medio de una inminente crisis económica global. Los potenciales efectos de la crisis de la COVID-19 en Afganistán, que comparte frontera con Irán (tercer país más afectado por la pandemia), son tan evidentes como aterradores de imaginar.

La cuestión ahora es cómo los actores políticos afganos reaccionarán ante este nuevo escenario. Los talibanes pueden entender el distanciamiento de los Estados Unidos como una ventana de oportunidad para imponer una victoria política o incluso militar. Por otro lado, impulsados por una crisis sanitaria que también les concernirá a ellos, los jefes de los talibanes podrían permitir un mayor acceso de la ayuda humanitaria a zonas que se encuentran bajo su control y, finalmente, tratar de imponer un alto el fuego en todo el país. En este contexto, podría imaginarse un acuerdo de paz intraafgano entre los sectores empoderados del Gobierno a favor de la paz y los talibanes.

En Libia, los actores internacionales, desesperados por que haya algún tipo de progreso en las negociaciones de paz, han empezado a apelar a las partes enfrentadas para que consensúen un «alto el fuego coronavirus». El Gobierno, después de afirmar que la COVID-19 todavía no había llegado al país, finalmente tuvo que reportar el primer caso de infección el pasado 25 de marzo. Dado que muchos ciudadanos libios viajan regularmente a Europa, es muy probable que estas cifras sean mucho mayores.

Sin embargo, quienes han suscitado la mayor controversia en torno a la COVID-19 han sido una serie de recién llegados al país: los mercenarios sirios. Combatientes sirios, fueron mandados inicialmente a Libia por Turquía. El objetivo era que apoyaran al Gobierno reconocido por la comunidad internacional en su esfuerzo por frenar la ofensiva militar sobre Trípoli liderada por Jalifa Haftar con el apoyo de los Emiratos Árabes Unidos y Egipto. Más recientemente, el Gobierno de Trípoli ha avisado que otros combatientes sirios, e incluso miembros de Hizbulah (Líbano) y la guardia revolucionaria iraní enviados por el gobierno sirio para dar apoyo a Haftar, están aumentando el riesgo de contagio de la población libia.

El este contexto de guerra subsidiaria cada vez más manifiesta, parece que se está creando un escenario que probablemente se reproducirá en otros conflictos que se ven afectados por la pandemia. Tanto el Gobierno como Haftar, quizás sintiendo la presión ejercida por sus apoyos externos, están repitiendo las llamadas internacionales por un alto el fuego por coronavirus, aunque solo sea de boquilla. Ello podría acabar resultando en algún alto al fuego puntual para acceso humanitario, pero sería muy difícil imaginar que los actores externos decidan dejar de dar apoyo a sus socios locales en Libia. Lo que parece más probable es que aprovechen este periodo para preparar la próxima ofensiva.

En Venezuela, la amenaza de la COVID-19 ha acentuado una de las crisis humanitarias más severas de todo el mundo y ha provocado algo que parecía imposible hace unas semanas: que Nicolás Maduro solicitara un préstamo de emergencia al FMI, una organización que no hace mucho él mismo tildó de modelo de «capitalismo salvaje». Mientras que Venezuela de momento sólo cuenta con un centenar de casos confirmados, Maduro ha comprendido la magnitud potencial del impacto del coronavirus y, quizás, ha vislumbrado una oportunidad.

Aunque el FMI se apresuró a rechazar la solicitud, el 26 de marzo Maduro hizo un llamado a la oposición para que se uniera a un diálogo nacional para dar respuesta a la pandemia. En el nivel local, los gobernadores y los alcaldes de los diferentes partidos ya se han puesto a trabajar conjuntamente. Asimismo, la semana pasada Colombia, uno de los mayores aliados de los Estados Unidos en su afán por derrocar a Maduro, comenzó a coordinar de manera indirecta con el Gobierno venezolano para dar respuesta al coronavirus en el marco de la Organización Panamericana de la Salud.

¿Podría la COVID-19 ser la excusa perfecta para que los actores relevantes de Venezuela guarden las apariencias y se den un paso atrás en sus posiciones maximalistas? Maduro podría aprovechar la crisis sanitaria para liberar a presos políticos, normalizar la situación en el Parlamento y entablar mejores relaciones con los actores internacionales que se muestran predispuestos a colaborar en el abordaje de esta crisis. Por otro lado, la oposición podría acceder a cooperar y convencer a los Estados Unidos para que suavicen las sanciones económicas impuestas a Venezuela. Estos pasos podrían servir para viabilizar de nuevo un acuerdo político más amplio.

Probablemente el escenario que emerja de estos conflictos y de otros que se están desarrollando en todo el planeta nos acabe sorprendiendo. Del mismo modo que nuestras vidas cotidianas, estos conflictos ya están viéndose sacudidos y, de un modo u otro, están siendo transformados. Ahora les toca a los políticos, los mediadores y los líderes de la sociedad civil, entre otros, aprovechar conjuntamente el efecto transformador de esta crisis humanitaria, tanto como les sea posible, a favor de la paz. Sea con altos al fuego para prestar ayuda humanitaria o con la suavización de las sanciones internacionales a cambio de medidas políticas, debemos entender que lo que era imposible antes de la pandemia hoy puede ser posible.

Palabras clave: coronavirus, COVID-19, conflicto, paz, Afganistan, Libia, Venezuela, crisis, pandemia

E-ISSN: 2013-4428

D.L.: B-8439-2012