Elecciones en Turquía: ¿qué está en juego?
Eduard Soler i Lecha
coordinador de investigación, CIDOB
5 de junio de 2015 / Opinión CIDOB, n.º 334
Los resultados de las elecciones parlamentarias determinarán no sólo quién y cómo gobierna Turquía, sino si el país se dota de una nueva constitución que instaure un sistema presidencial. O, lo que es lo mismo, cuánto poder tendrá Erdoğan los próximos años y cuán tensas serán las relaciones entre éste y la oposición. Las elecciones también condicionarán los avances en las conversaciones de paz con el PKK y, de forma más amplia, el tipo y nivel de acomodación de las reivindicaciones del nacionalismo kurdo.
El 7 de junio se cierra un intenso ciclo electoral en Turquía. Empezó con las municipales del 30 de marzo de 2014. Unas elecciones con un altísimo nivel de participación (cercano al 90%), marcadas por la polarización política y en las que el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) consiguió un 42% del voto pero estuvo a punto de perder la alcaldía de la capital, Ankara. Uno de los puntos más sombríos de estos comicios fueron las acusaciones de fraude por parte de la oposición. Estas acusaciones han dado pie a que se haya puesto en marcha una iniciativa llamada “Oy ve Ötesi”, que podría traducirse como “voto y más allá” que aspira a movilizar a decenas de miles de voluntarios para observar el desarrollo de las elecciones y, sobre todo, el recuento de votos.
En agosto de 2014 se celebraron las primeras elecciones presidenciales por voto directo. El hasta entonces primer ministro, Recep Tayyip Erdoğan obtuvo una victoria arrolladora: más de un 51% del voto, lo que hizo innecesaria la segunda vuelta. Algo que se explica por un nivel de participación (74,3%) significativamente menor que en las locales celebradas pocos meses atrás. Mientras que los partidarios de Erdoğan acudieron en masa a las urnas, parte de los votantes de fuerzas de oposición como el CHP (Partido Republicano del Pueblo) y el MHP (Partido de Acción Nacionalista) dieron por perdidas las elecciones. Pero Erdoğan no fue el único vencedor de estas presidenciales. Selahattin Demirtaş, líder del Partido Democrático del Pueblo (HDP) emergió como el candidato revelación. Este partido, creado en 2012, hunde sus raíces en el nacionalismo kurdo pero en poco más de dos años ha sabido articular un proyecto político de izquierdas abierto a todo tipo de minorías y colectivos vulnerables, obteniendo apoyos en todo el país y en sectores donde los partidos kurdos nunca habían penetrado. En las presidenciales Demirtaş obtuvo casi cuatro millones de votos, un meritorio 9,76%.
Ahora ha llegado el turno de escoger el Parlamento. Nadie duda que el AKP, con el actual primer ministro y arquitecto de la “nueva política exterior turca” Ahmet Davutoğlu como candidato, vaya a ser la primera fuerza. Lo que no se sabe es cuántos partidos entrarán en el Parlamento y cuán amplia será la mayoría con la que el AKP gobierne el país durante los próximos años. Esto dependerá de muchos factores pero los dos más relevantes son si el HDP superará o no la barrera del 10% y si el AKP seguirá la trayectoria ascendente en relación con otras elecciones legislativas.
Animado por los buenos resultados de las elecciones presidenciales, el HDP ha decidido concurrir a las elecciones como partido político. En las anteriores elecciones legislativas los candidatos de esta formación se presentaron como independientes, uniéndose luego en un grupo parlamentario. Era la única forma de esquivar el umbral del 10% que se impuso en 1983 para prevenir la fragmentación parlamentaria y que, de paso, dificultaba que el nacionalismo kurdo tuviera representación. En 2015 el HDP ha decido arriesgarse ya que sus expectativas electorales se sitúan, precisamente, en torno al 10%. Si rebasa esa cifra, podría obtener 60 escaños o más, de los 550 que tiene la Gran Asamblea Nacional. Pero por un puñado de votos podría quedar excluido del reparto. Si el nacionalismo kurdo se queda huérfano de representación política en el Parlamento, sobre todo si es por un margen tan estrecho, no va a ser fácil canalizar la frustración de sus votantes e, indirectamente, el proceso de paz con el PKK podría quedar comprometido.
Además, con el actual sistema electoral, la inmensa mayoría de estos escaños se asignarían al AKP ya que es el otro único partido con un nivel de apoyo significativo en las circunscripciones donde el HDP es primera fuerza política. Por lo tanto que el HDP se quede sin representación es una condición necesaria para que el AKP alcance el objetivo de contar no sólo con una mayoría sólida para gobernar con tranquilidad, sino también para reformar en solitario la constitución y llevarla a referéndum (para lo que necesita el apoyo al menos 330 diputados). De ahí que haya surgido una nueva dinámica de “voto útil” entre personas especialmente críticas con Erdoğan y el AKP que están dispuestas a votar a HDP no tanto por sintonía con su programa político como para impedir a sus rivales gobernar con comodidad. En la misma línea, el semanario The Economist, a priori nada cercano a las tesis izquierdistas del HDP, ha recomendado el voto a esta formación como la mejor garantía para que Erdoğan abandone una presidencia ejecutiva y para dar un nuevo aliento al proceso de paz con los kurdos.
A principios de 2015 Erdoğan pidió a sus electores una mayoría excepcional de 400 diputados (se necesitan 367 para reformar la constitución sin necesidad de referéndum) para hacer una “Nueva Turquía”. En declaraciones más recientes ha rebajado las expectativas y ha dicho que se contenta con 335. Para ello, no sólo se necesitaría que el HDP quedase fuera del Parlamento sino que el AKP siguiera pulverizando sus récords de apoyo popular. Desde 2002 ha seguido una trayectoria ascendente: ese año consiguió el 34% de los votos (algo menos de 11 millones); en 2007, el 46% (16 millones) y en 2011 casi el 50% con más de 21 millones de votos. Una cifra parecida a los votos que auparon Erdoğan a la presidencia en agosto de 2014.
Si se alcanza esa cifra Erdoğan seguirá con su hoja de ruta: constitución presidencialista y acumulación de poder. Ignorará las críticas, vengan de Turquía o del extranjero, argumentando que él tiene el respaldo popular. No sólo las ignorará sino que hará visible su desprecio a todo aquel que recele de sus planes. Es ese escenario Erdoğan saldría reforzado pero podría profundizarse la brecha política y social. Si el AKP se queda por debajo de los 330 pero tiene mayoría suficiente para formar un gobierno monocolor, podrían desatarse tensiones en el seno de su partido ya que algunos cuadros desaprueban el proyecto presidencialista de Erdoğan. Y si, por primera vez en 13 años, ningún partido es capaz de gobernar en solitario se abriría un nuevo ciclo político lleno de incógnitas, no sólo sobre cuál puede ser la próxima mayoría parlamentaria sino sobre la relación entre el gobierno y la presidencia de la República.
E-ISSN: 2014-0843