El mundo en 2020: diez temas que marcarán la agenda global
* Texto finalizado el 16 de diciembre de 2019. Esta Nota Internacional es el resultado de una reflexión colectiva por parte del equipo de investigación de CIDOB en colaboración con EsadeGeo. Coordinada y editada por Eduard Soler i Lecha, se ha beneficiado de las contribuciones de Hannah Abdullah, Anna Ayuso, Jordi Bacaria, Ana Ballesteros, Pol Bargués, Moussa Bourekba, Carmen Claudín, Carme Colomina, Anna Estrada, Francesc Fàbregues, Oriol Farrés, Agustí Fernández de Losada, Blanca Garcés, Eva Garcia, Francis Ghilès, Sean Golden, Rafael Martínez, Óscar Mateos, Sergio Maydeu, Pol Morillas, Diego Muro, Yolanda Onghena, Francesco Pasetti, Enrique Rueda, Olatz Ribera, Jordi Quero, Héctor Sánchez, Ángel Saz, Cristina Serrano, Marie Vandendriessche y Lorenzo Vidal.
Empieza un nuevo año y también una nueva década. 2020 nos invitará a pensar no sólo en los retos inmediatos sino también en aquellos que se plantean a medio y largo plazo. Dejamos un 2019 con protestas ciudadanas en las calles de medio mundo, sin que haya estallado todavía la crisis económica que tantos decían que estaba al caer, con nuevas muestras de la errática política exterior de Donald Trump al frente de la que sigue siendo la principal potencia global y con un nivel de concienciación cada vez mayor sobre la emergencia climática y la brecha de género.
¿Cómo será el mundo en 2020? ¿Qué grandes retos van a marcar la década que ahora empieza? Estas cuestiones pueden resumirse en tres palabras: desorientación, desigualdad y desincronización. Estamos ante un mundo desorientado por la falta de referentes sólidos: fallan o se cuestionan unas instituciones que a menudo se muestran incapaces de canalizar las frustraciones de amplias capas de la población, de aliviar sus miedos y de apuntalar sus esperanzas. Y esta desorientación provoca perplejidad, o lo que es lo mismo, la incapacidad de tomar decisiones a tiempo.
También es un mundo desigual en más de un sentido: hablamos de la desigualdad entre países y, sobre todo, dentro de cada una de las sociedades, entre los pocos que tienen mucho y los muchos que tienen poco; de la desigualdad de género, ámbito en que los niveles de concienciación y movilización son cada vez mayores, aunque los avances sean demasiado lentos y se detengan por el auge de fuerzas políticas o sociales regresivas. La desigualdad es también territorial, bien sea dentro de una misma ciudad, o entre aquellas zonas de un país bien conectadas y las que han quedado en el olvido. La quinta desigualdad es la generacional, no solo material sino también de expectativas.
Fruto de estas desigualdades, pero también de la aceleración de los cambios tecnológicos, tendremos un mundo desincronizado. En otras palabras, que avanza a ritmos muy distintos. Existe desincronización global y desincronización social. Incluso podría hablarse de una nueva forma de desigualdad entre quienes se hallan preparados para la aceleración y aquellos que temen quedarse descolgados y se sienten aterrados ante la ausencia de una red de seguridad que amortigüe el golpe.
Como cada año, este ejercicio pone el foco en diez temas de la agenda global, que llega especialmente cargada, bien sea por motivos de calendario —las elecciones en Estados Unidos son el ejemplo más claro— o bien por los indicios de que las fuerzas de cambio van a ser más poderosas o más visibles este año.
Protestas y respuestas
La segunda mitad de 2019 ha sido especialmente intensa a nivel de protestas ciudadanas: desde los chalecos amarillos franceses a las movilizaciones en Hong Kong, pasando por el movimiento independentista en Cataluña, las persistentes marchas pacíficas en Argelia, los movimientos antisectarios en Iraq o el Líbano, los partidarios y detractores del Brexit o las protestas antigubernamentales en Guinea y en Zimbabue. Aunque nos enfrentamos a un fenómeno de alcance global, es en América Latina donde el ciclo de protestas ha adquirido mayor fuerza, con movilizaciones en Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Chile, Bolivia y Colombia, último país en sumarse.
En 2020 seguiremos debatiendo sobre cuán distintas son estas protestas entre sí pero también sobre algunos elementos compartidos. En clave diferencial, vemos que, en algunos casos, los movilizados hacen una enmienda a la totalidad al sistema y al poder establecido que lo dirige, mientras que en otros las protestas son reflejo de divisiones sociales o territoriales preexistentes. Entre los elementos comunes, existen procesos de emulación y aprendizaje que se intensificarán en 2020. También son compartidas la frustración y la rabia así como la incapacidad de las instituciones —democráticas o no— de canalizarlas o incluso de valorarlas en su justa medida antes de tomar decisiones que desatan la cólera social. Ahí no sólo están fallando las instituciones gubernamentales sino también las fuerzas de oposición política en lo que es un claro problema de representatividad. Y el tercero es un factor generacional: para los nacidos con el cambio de siglo, estas protestas tienen un valor formativo y pueden marcar su compromiso político y social.
Y después de las protestas, ¿qué? Este será el gran tema de 2020. El estallido de conflictividad política y social ha puesto en aprietos a las instituciones y generará reacciones de signo opuesto. Aquellos estados que se sientan más fuertes, pondrán en marcha mecanismos de acomodación e intentarán aprovechar el factor cansancio entre los propios manifestantes y en la sociedad en su conjunto. En cambio, si los estados se sienten débiles y existe una fuerte fragmentación social, aumentará el riesgo de violencia. Una de las consecuencias no deseadas de este ciclo de protestas será el ansia de orden en sectores no movilizados de la población, singularmente cuando las protestas hayan tomado tintes violentos. En materia represiva también se producen procesos de aprendizaje y veremos un empoderamiento de las fuerzas de seguridad, actuando de un modo cada vez más desacomplejado. Esto reforzará las tendencias de militarización y securitización preexistentes, especialmente en algunos países latinoamericanos y del mundo árabe.
Junto a estas protestas, localizadas pero simultáneas, en 2020 continuará tomando fuerza otro tipo de movilizaciones de naturaleza transnacional y que se articulan en torno al feminismo y a la emergencia climática. Estas protestas también tienen un fuerte componente generacional y destacan por su voluntad propositiva. Más que desafiar a las instituciones, lo que hacen es presionarlas para que respondan.
La politización del clima
Uno de los rostros del año 2019 es el de Greta Thunberg, representante por excelencia de la generación Z (los nacidos a partir de 1997) y de la movilización social para intentar detener el calentamiento global. Y es que en 2019, la retórica y los movimientos sociales han empezado a reflejar la urgencia que los científicos llevan años señalando. Claro ejemplo de este proceso de penetración del debate es que, en opinión del Oxford English Dictionary, la expresión del año en 2019 es emergencia climática. La joven activista sueca seguirá dando titulares en 2020 pero el verdadero éxito de este movimiento será su despersonalización y, sobre todo, su capacidad de sacudir conciencias, cambiar hábitos y aumentar la presión social sobre compañías y gobiernos. El último informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente no deja margen para duda: es imprescindible que en 2020 se acelere la acción contra el cambio climático. Durante los próximos diez años se decidirá la salud medioambiental del planeta en función de si se modera o se acelera el calentamiento global.
En 2020 entra en funcionamiento el Acuerdo de París, que, en su artículo 2, fijaba como objetivo mantener el aumento de la temperatura media mundial muy por debajo de los 2 °C con respecto a los niveles preindustriales, y proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1,5 °C. Durante este año, todos los estados —menos EE. UU., el único país del mundo que está en proceso de abandonar el acuerdo— tendrán que entregar sus nuevos planes nacionales voluntarios para alcanzar el objetivo colectivo. Junto con la retirada norteamericana, el otro paquete de decisiones nacionales de una transcendencia más destacada vendrá de China, el mayor emisor de gases de efecto invernadero del mundo, que anuncia la puesta en funcionamiento de nuevas centrales de carbón. El Acuerdo de París se basa en mecanismos de transparencia, y eso debería facilitar que se ejerza presión social sobre los estados que incumplen sus compromisos o sobre aquellos que entregan planes con un nivel de ambición deficiente. La naturaleza del acuerdo favorece, en principio, una mayor politización, aunque no siempre se manifieste en una misma dirección ni con el mismo tono.
En estos momentos, por ejemplo, los movimientos sociales que piden mayor acción para el cambio climático son mucho más fuertes en medios urbanos que rurales y todavía son muy débiles en la mayor parte de países en vías de desarrollo a pesar de ser los que sufren sus efectos de forma más extrema. Por otra parte, el pacifismo de los #FridaysForFuture (FFF) compartirá protagonismo con expresiones más radicales como las del Extinction Rebellion (XR). Mientras que movimientos climáticos marcarán agendas sociales y políticas y, en algunos casos, lo medioambiental puede convertirse en un espacio de contestación a regímenes autoritarios, también veremos la reacción opuesta: fuerzas que abrazan el negacionismo climático o que menosprecian la urgencia del reto como una preocupación de ricos urbanitas globalistas. Esta evolución es especialmente visible en los movimientos populistas de derechas a ambos lados del Atlántico, que alternan el discurso antiinmigración con la negación del calentamiento global o la crítica a las medidas para hacerle frente.
La lucha contra el cambio climático generará ganadores, perdedores y costes de transición. Es ahí donde el populismo de derechas intentará explotar los miedos de una parte de la población o de determinados territorios que todavía dependen de actividades productivas altamente contaminantes. Por esta razón, iniciativas como el European Green Deal —el objetivo de la UE de conseguir la neutralidad climática para 2050—, o las discusiones sobre la fiscalidad ambiental se juegan el éxito no sólo por lo que respecta a su ambición y capacidad para llevarlos a cabo, sino también en la medida que consigan tranquilizar los miedos de aquellos que se sientan perdedores de esta nueva realidad. Junto a esta dinámica también veremos cambios en el comportamiento empresarial: la industria, especialmente en Europa, invertirá cada vez más en tecnologías de descarbonización, pero también habrá empresas que opten por retrasar sus planes de inversión a la espera de constatar la profundidad de la transformación de los hábitos de consumo, de la implantación de nuevas tecnologías o del marco regulador. A un nivel micro, sucede lo mismo entre los ciudadanos. En este punto hay tres sectores especialmente sensibles: la automoción, los plásticos y la alimentación. Sin embargo, si en 2020 los Black Friday continúan batiendo records de consumo, y el tráfico aéreo no hace más que aumentar, habrá que preguntarse el porqué de tal distancia entre el discurso dominante y las acciones cotidianas.
La ONU a los 75: jubilación o reinvención
En 2020 se conmemorarán los setenta y cinco años de la entrada en vigor de la Carta de las Naciones Unidas, firmada en San Francisco en 1945. Un aniversario señalado que, sin embargo, coincide con un momento de cuestionamiento del multilateralismo y lo que ha venido a llamarse el orden global liberal, incluso por parte de quienes contribuyeron a edificarlo. En junio de 2019 la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) aprobó la resolución 73/299 en que determinaba el 75 aniversario como un momento de reflexión, y fijaba el 21 de septiembre de 2020 para organizar una reunión de alto nivel con la participación de jefes de Estado y de Gobierno. Se ha escogido para esta conmemoración un lema explícito: «El futuro que queremos, las Naciones Unidas que necesitamos: reafirmación de nuestro compromiso colectivo con el multilateralismo». En general, 2020 será un año en que no sólo se discutirá sobre el futuro de la ONU, sino también sobre el de otros marcos multilaterales como la Organización Mundial del Comercio (OMC), con la crisis abierta con la renovación del Tribunal de Resolución de Disputas —su mecanismo de arreglo de diferencias comerciales—, o sobre el G20, cuya presidencia rotatoria recaerá en Arabia Saudí, algo que en sí mismo generará controversia.
Pero si nos centramos en Naciones Unidas, debemos diferenciar entre la ONU como mecanismo de gobernanza global y la ONU como generador de agendas de trabajo colectivo. En el primer punto las disfunciones son más visibles y el riesgo de obsolescencia es más elevado, como muestra la necesaria reforma del Consejo de Seguridad. Por otro lado, su composición actual no refleja la nueva distribución del poder mundial. Hay consenso sobre la necesidad de actualizarla, pero no sobre cómo hacerlo, en buena medida porque aquellos que tienen la llave de la reforma son los que más perderían si se produjera un cambio. Mientras se espera que alguien descubra una fórmula mágica que logre convencer a los miembros permanentes, las reuniones del Consejo acaban siendo un escenario donde los principales actores globales reafirman su poder a través del derecho de veto más que un espacio donde articular respuestas de seguridad colectiva.
Esta situación coincide con un problema agudo de financiación, con contribuciones que no llegan o llegan tarde. Antonio Guterres, secretario general de Naciones Unidas, envió una carta a los miembros de la organización a principios de 2019 alertando que los estados debían 2.000 millones de dólares sólo en materia de mantenimiento de la paz. De esta deuda, un tercio correspondía a Estados Unidos. A medida que avanzó el año la situación no hizo más que empeorar, con 64 estados que seguían sin hacer frente a sus cuotas, exponiendo a la organización a la peor crisis de liquidez en una década. Aunque desde la Secretaría General se intentará aprovechar el simbolismo del 75 aniversario para revertir esta situación, la falta de compromiso no es algo que se solucione con una conmemoración. Además, esta crisis de recursos es doblemente preocupante porque las emergencias a las que Naciones Unidas y sus agencias especializadas deben hacer frente son cada vez más agudas y también más recurrentes. Según la ONU, en 2020 más de 168 millones de personas necesitarán ayuda humanitaria en todo el mundo, la cifra más alta en décadas, y la previsión es que siga aumentando considerablemente los próximos años. Para 2020 la prioridad humanitaria estará centrada en Yemen, Sudán del Sur, Siria, Venezuela y, en menor medida, Afganistán, Burundi, Haití, Sudán, Iraq y la República Centroafricana. Asimismo, la atención a la infancia se convierte de nuevo en una prioridad para las agencias de Naciones Unidas, ya que será necesario atender a más de 59 millones de niños en más de 60 países de todo el mundo, triplicando las necesidades de financiación de hace una década.
La situación de impotencia contrasta con el efecto movilizador de las agendas internacionales, con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) o Agenda 2030 como foco de referencia. Empieza, pues, una década decisiva y se intensificará la discusión sobre qué se ha conseguido durante los cinco años anteriores y sobre lo que queda por hacer. De los ODS se ha dicho que son un proceso mucho más inclusivo que los precedentes Objetivos del Milenio y, sin duda, hay más apropiación por parte de administraciones públicas a todos los niveles y también de la sociedad civil. El reto es traducir este dinamismo en forma de cumplimiento de los objetivos a través de medidas efectivas. De lo contrario, los ODS correrán el riesgo de quedar solo como una marca, un logo, una imagen, y las futuras iniciativas se verán comprometidas. Lo mismo podríamos decir del resto de agendas como la climática, la urbana o la de la mujer, paz y seguridad. Esta última también adquirirá protagonismo en tanto que la resolución 1325 cumple veinte años y se espera que haya un impulso a la adopción de planes de acción nacionales.
Una economía desnortada
Empezamos 2019 con una aguda sensación de riesgo económico y la constatación de que había muchos posibles desencadenantes: el enfrentamiento comercial entre Estados Unidos y China, la desaceleración económica en Europa y especialmente en la locomotora alemana, el Brexit, la deuda italiana o las dudas sobre las economías emergentes. Ninguna de estas inquietudes ha desaparecido al empezar el año 2020. Otro de los temas recurrentes en 2019, que seguirá en boca de todos, es el debate sobre si se han extraído las lecciones necesarias de la crisis anterior y si hay herramientas suficientes para hacer frente a un nuevo crac financiero o de crecimiento. A estas preocupaciones se suman otras de más largo recorrido sobre el futuro del capitalismo, sobre el impacto de la digitalización y la automatización en el ámbito laboral y fiscal y sobre el aumento de todo tipo de desigualdades y las dinámicas de precarización social, especialmente en economías desarrolladas. En este ámbito, la justicia tendrá un papel protagonista. Las sentencias que se dicten a lo largo de 2020 en Europa, en América Latina y en Estados Unidos sobre el fenómeno de los riders, por ejemplo,ayudarán a plantearse colectivamente la sostenibilidad del modelo y sus implicaciones en clave de desigualdad y de dignidad de los trabajadores.
A todo este cúmulo de incertidumbres hay que sumarle otra: tras una década reduciendo tipos de interés y aplicando medidas de austeridad presupuestaria —en Europa pero también en países en vías de desarrollo— la economía no remonta o no lo hace a ritmos suficientes. Si las recetas de la economía ortodoxa no producen los resultados esperados esto puede dar pie a tres tipos de reacción. Primera, aumento el sentimiento de desorientación ya que se plantea la obsolescencia de las recetas que tenemos para hacer frente a este tipo de crisis. Segunda, ante el cuestionamiento de los planteamientos ortodoxos, visiones más heterodoxas, especialmente en materia de política monetaria, ganan presencia e incluso adeptos. La crítica a la ortodoxia también se traslada al mundo empresarial, con una corriente que cree que conseguir más beneficios no puede ser el único objetivo sino que este debe acompañarse de una mayor responsabilidad social, medioambiental y también de inversión respecto a los trabajadores. Y, finalmente, la tercera tendrá que ver con el debate de si lo que falla son los indicadores de medición, revitalizando así la discusión sobre el modelo de crecimiento y la necesidad de incorporar otros criterios a la hora de, por ejemplo, diseñar presupuestos. Nueva Zelanda ha sido pionera en hacerlo en 2019.
Al hablar de modelo de crecimiento, Europa tendrá que mirar hacia atrás. En el momento álgido de la última crisis, la UE adoptó la Estrategia 2020 con la idea de promover un crecimiento inteligente, sostenible e integrador. Se fijaron una serie de objetivos como el de invertir un 3% del PIB en I+D, o el de reducir en 20 millones el número de personas que viven por debajo del umbral de la pobreza o en riesgo de exclusión social, por poner dos ejemplos. También se aprobaron un conjunto de iniciativas emblemáticas en materia de juventud, agenda digital o política industrial. Ha llegado la hora de ver qué se ha logrado y, sobre todo, qué es lo que no se ha conseguido y el porqué. Será, además, el momento de articular una estrategia de cara a 2030 que muy probablemente ponga el foco en los temas de sostenibilidad.
Es precisamente en la intersección entre desigualdad, disrupción tecnológica y modelo de crecimiento donde irrumpe uno de los principales temas de 2020 y también de la década que ahora empieza: la fiscalidad. Uno de los puntos de desencuentro de 2019 ha sido la llamada tasa Google. Pese a un primer acuerdo en el G-7 de Biarritz para avanzar en el diseño de una tasa global para que las compañías digitales tributen allí donde han generado los beneficios, el año acabó con nuevas amenazas arancelarias por parte de Estados Unidos contra los países de la UE dispuestos a gravar los servicios digitales de las grandes plataformas norteamericanas. Los cambios de hábitos de consumo —por ejemplo, la compra en línea o la suscripción a plataformas de contenidos digitales— ha amplificado la importancia del fenómeno para la salud fiscal de las economías desarrolladas. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) es la encargada de preparar los trabajos técnicos al respecto y a lo largo de 2020 constataremos si se producen o no avances en este campo.
La tecnología como nueva frontera del poder
2020 será el año del 5G y da paso a la década en que veremos grandes avances en materia de inteligencia artificial y computación cuántica, novedades que pueden alterar radicalmente el sistema económico, las políticas de seguridad y las relaciones de poder. Lo nuevo genera expectación, pero también desconcierto, especialmente entre quienes sienten que están entre los posibles perdedores de esta revolución. La frecuencia con la que hablamos de nacionalismo digital, soberanía digital o hegemonía tecnológica es un buen indicador. Vemos como se recuperan conceptos y visiones geopolíticas clásicas aunque adaptadas a una competición que no se centra tanto en la disputa por el territorio sino por los espacios virtuales. Durante este año, pero también más allá, se harán todavía más visibles tres tipos de tensiones: entre estados, entre estados y corporaciones y entre activistas digitales y fuerzas represivas.
En clave de competencia entre estados, la principal tensión seguirá encontrándose entre China y Estados Unidos, donde, a nivel empresarial, lo que vemos es la consolidación de una especie de G2 tecnológico y el resurgir de viejos reflejos de la Guerra Fría. En 2020, uno de los principales campos de batalla será la extensión de la tecnología 5G, un ámbito donde China lleva la delantera. En este sentido, EE. UU. lidera aquellos países que lo aprecian como una amenaza de seguridad. Esta bipolaridad tecnológica creará nuevas dependencias y esferas de influencia. Pero también provocará reacciones entre aquellos que se están quedando atrás y todavía confían en recuperar posiciones, quizás aliándose entre sí. El reciente acercamiento de la UE con Japón en materia de conectividad se mueve en esa dirección. Asimismo, India también intentará sacar la cabeza, especialmente en materia de computación cuántica. Para intentar reducir tensiones, lo deseable sería pensar algún tipo de iniciativa multilateral que replicara, en el ámbito tecnológico, lo que se ha hecho en materia de comercio, de desarme o de lucha contra el cambio climático. Quizás la idea de un régimen tecnológico global acabe tomando cuerpo en algún momento de esta década, pero durante el 2020 continuará primando la unilateralidad y la competición.
Es un lugar común decir que los datos son una especie de nuevo petróleo ya que se trata del recurso más valioso, hay competencia para acceder a ellos y quien puede acaparar en mayor cantidad se sitúa en posición de fuerza sobre el resto de piezas del sistema. Pues bien, en este caso no suelen ser los estados quienes disponen del recurso, alimentado de los datos de su ciudadanía, sino grandes imperios digitales que acaban conociendo a las poblaciones mejor que sus gobiernos y que han desarrollado una extraordinaria habilidad para escapar a su control, exceptuando el caso de China. En 2020 se irá afianzando el «capitalismo de vigilancia» como modelo de negocio de extracción, comercialización y predicción a partir de datos y conductas privadas.
Uno de los grandes retos de este inicio de década es precisamente el empoderamiento digital: cómo puede el ciudadano recuperar el control sobre la información que ha generado y cómo imaginar un modelo alternativo para una economía de datos que reduzca la actual asimetría entre la información que las grandes plataformas tienen de sus usuarios y la falta de transparencia sobre los algoritmos y modelos de negocio con que estos datos se procesan y explotan. Por eso, en el marco del debate sobre la soberanía digital, son cada vez más las voces que insisten que son los ciudadanos y no los gobiernos los que deben poder ejercer su «soberanía digital».
A esto se añade la preocupación de muchos gobiernos sobre la capacidad desestabilizadora de la desinformación, acelerada por unos cambios tecnológicos que avanzan a mucha mayor velocidad que cualquier intento de regularlos. En un año electoral en Estados Unidos, todo lo que tenga que ver con fake news y desinformación política ganará relevancia. Asimismo, la transformación digital es una de las prioridades de la nueva Comisión Europea de Ursula von der Leyen que, a finales de 2020, prevé presentar la Ley de Servicios Digitales (Digital Service Act, o DSA, en sus siglas inglesas). Se trata de un nuevo marco europeo que pretende legislar y regular el contenido ilegal, la desinformación y la transparencia publicitaria en internet. La Comisión está decidida a poner límites a esta era de la autorregulación que han vivido los gigantes tecnológicos. El nuevo cargo de Margrethe Vestager, responsable de la Competencia y la Agenda digital, que, además ocupa una de las vicepresidencias ejecutivas, es una señal de la prioridad otorgada a este tema. Sin embargo, los titanes de Silicon Valley han empezado ya una batalla legal y de influencias que puede convertir la DSA en la nueva línea de confrontación de la política tecnológica europea frente a las grandes plataformas globales.
La tecnología también es la nueva frontera del activismo y, claro está, de la represión. Discutiremos acaloradamente sobre los dilemas éticos que plantean nuevas aplicaciones de la inteligencia artificial y también cómo los algoritmos, los mecanismos de vigilancia y las tecnologías de reconocimiento pueden perpetuar o acentuar las desigualdades de género o la discriminación racial. Mientras que esta aceleración tecnológica provoca perplejidad entre amplios sectores de la población, también aumenta el interés por dominarla. Las distopías continuarán ganando espacio en el consumo literario y audiovisual, y es precisamente la conciencia de los peligros que se ciernen en el horizonte lo que puede generar una reacción de autodefensa en los sectores más movilizados o informados de la sociedad, pero también entre algunos gobiernos que siguen considerando que la privacidad o la libertad deben ser protegidas.
China: ¿obligados a elegir?
La reemergencia de China como potencia global genera división entre quienes lo perciben como un riesgo y quienes lo ven como una oportunidad. Entre los primeros hay preocupación por la pérdida de poder relativo o por las nuevas dependencias y vasallajes. Entre los segundos, resulta atractivo diversificar relaciones con potencias globales, y muchos ven en Beijing un socio fiable, un inversor comprometido, un aliado estratégico o incluso su única opción. Estas diferencias se plantean entre países pero también dentro de los mismos, donde las relaciones con China entran de lleno en el debate público.
Temas que han marcado los últimos meses de 2019, como las protestas en Hong Kong o la represión de los uigures, seguirán teniendo un papel destacado en la agenda internacional en 2020. Habrá silencios vergonzantes como el de la inmensa mayoría de los países islámicos sobre el hostigamiento hacia la minoría musulmana en la región de Xinjiang, o las tímidas expresiones de preocupación de muchas democracias occidentales en relación con Hong Kong.
En los espacios donde China ha ganado más peso se intensificará el debate sobre las nuevas dependencias en materia de deuda, de ayuda al desarrollo o de exportación. Hasta ahora, África era el caso más visible, pero América Latina ha entrado con fuerza en esta dinámica. El contexto de polarización política —de Venezuela a Bolivia, pasando por Brasil o Nicaragua— y de crisis económica —fundamentalmente por la bajada de los precios de las commodities— hará que aumente la fractura política y social a la hora de abordar las relaciones con Beijing.
El otro espacio donde empiezan a verse divisiones sobre qué significa el empoderamiento de China y como relacionarse con ella es la Unión Europea. En las instituciones y en las capitales de algunos estados —especialmente en Berlín y París— empieza a calificarse a China como un rival sistémico. En cambio, otros países más pequeños —de Portugal a Grecia, pasando por buena parte de los países del centro y del este de Europa— pero también Italia ven a China como un socio interesante, un tenedor de deuda soberana y un inversor clave, especialmente en relación con el megaproyecto de infraestructuras de la Belt and Road Initiative (BRI).
Otro punto de atención será la voluntad y capacidad del resto de potencias asiáticas para articular contrapesos al ascenso de China. La aproximación entre India y Japón es central, como lo es también la construcción de un nuevo imaginario geopolítico que cambie el foco de Asia-Pacífico al Indo-Pacífico. Finalmente, en Asia habrá quien intente sacar tajada de la creciente rivalidad entre Estados Unidos y China. Aunque se llegue a un miniacuerdo entre las dos principales potencias globales que permita enterrar el hacha de guerra comercial durante un tiempo, ambas partes tenderán a verlo como algo efímero, como una especie de tregua. Ante esta situación, otras economías emergentes como Vietnam, Indonesia o Filipinas intentarán atraer inversiones industriales de aquellos que quieren reducir su exposición a China o que temen sufrir represalias de Estados Unidos si se vuelve a la lógica de la confrontación.
Elecciones en Estados Unidos
Los norteamericanos elegirán su presidente el 3 de noviembre. El interés internacional no se limitará exclusivamente a la campaña electoral sino que incluirá la nominación de los candidatos de los dos principales partidos. Antes que eso, también generará un gran interés el desenlace del proceso de impeachment al presidente Trump, iniciado a finales de 2019. El comportamiento extravagante y las decisiones erráticas de la presidencia Trump han moldeado la agenda internacional durante los últimos tres años y se mantendrá como uno de los principales generadores de incertidumbre y perplejidad global en 2020.
Aunque la campaña electoral (y la preelectoral) se centrará en temas domésticos, por no decir personales, lo internacional no estará ausente del debate. Por un lado, porque el proceso de destitución arranca en la acusación de que Trump retuvo casi 400 millones de dólares en ayuda militar aprobada por el Congreso para presionar al nuevo presidente de Ucrania para que iniciase una investigación sobre Joe Biden —uno de sus posibles rivales demócratas en 2020— y su hijo. Al factor impeachment hay que añadir otros elementos. Por ejemplo, Trump ha hecho bandera de revertir el legado de Obama en temas internacionales. El acuerdo nuclear con Irán es el caso más claro pero hay que sumar también la retirada de Siria o el abandono del Acuerdo de París sobre el cambio climático. También se ha presentado como un negociador agresivo y capaz de conseguir mejores acuerdos, con China como principal foco de atención. La inmigración, un tema a medio camino entre lo interno y lo internacional, volverá a tener un lugar destacado en estas elecciones.
A medida que avance el año 2020, se irá intensificando la conexión entre las decisiones en materia de política exterior y el calendario electoral, fundamentalmente en los temas en los que Trump decida centrarse para consolidar una determinada imagen de liderazgo o para garantizarse el apoyo de algunos colectivos que puedan ser clave para la reelección. En este sentido, podemos esperar una posición más agresiva respecto a Venezuela o Cuba, dureza en la agenda migratoria (especialmente hacia México), más muestras de apoyo al expansionismo israelí y una paz comercial con China que salvaguarde intereses agrícolas norteamericanos. Atención también a Afganistán porque, siguiendo la estela de Siria, Trump quiere retirarse lo antes posible de un país y una guerra que habría costado a las arcas estadounidenses casi un billón de dólares. Los talibanes lo saben e intentarán negociar desde una posición de fuerza.
Los principales actores internacionales están escrutando estas posiciones e intentarán sacar provecho de las necesidades electorales del actual inquilino de la Casa Blanca. China interpreta que Trump prefiere concluir un acuerdo antes de su cita con las urnas, y Beijing lo utilizará como baza negociadora. Rusia también encontrará nuevos espacios de oportunidad, ofreciendo apoyo a aquellos gobiernos o territorios que son blanco de los ataques norteamericanos y llenando los vacíos de poder e influencia que Estados Unidos deje a su paso.
Finalmente, las elecciones estadounidenses darán pie a otros dos temas de discusión a nivel internacional. El primero es qué esperar de un segundo mandato Trump si, como todo parece indicar, se confirma como candidato republicano. La hipótesis de que el ejercicio del poder iba a actuar como un factor moderador no se ha visto confirmada o quizás sólo en parte. Aunque Trump ha evitado entrar en zonas de riesgo excesivo y la dimisión de John Bolton como consejero de Seguridad Nacional lo alejó de posiciones más belicistas, lo que no ha cambiado es su imprevisibilidad e impulsividad así como la falta de contrapesos efectivos. En un segundo mandato, esta forma de hacer política —interior y exterior— puede acentuarse y, por lo tanto, aumentarían los riesgos de accidente y de cambio brusco de dirección, especialmente en temas de seguridad. En materia económica, sólo se pondrá freno al proteccionismo y a la destrucción del sistema multilateral de comercio, si Estados Unidos sufre las consecuencias del mismo y más por la presión interna que por convicción.
El segundo tema de debate global vendrá dado por el perfil de su oponente. Es decir, sobre si el candidato o la candidata demócrata tiene o no agenda internacional y, en caso afirmativo, cuál es su dirección, y si dentro de ésta va a buscar recomponer relaciones con sus aliados. Lo más probable es que Estados Unidos continúe en la senda de la polarización, e inevitablemente esto permeará en la agenda exterior de los candidatos a las elecciones y en la percepción del público. Por tanto, a medida que se acerque el 3 de noviembre, discutiremos cada vez más sobre qué elementos son estructurales en la evolución de la posición de Estados Unidos en el sistema internacional y cuáles dependen de quién ocupe la Casa Blanca.
Una Europa geopolítica: ¿algo más que un lema?
Tras un proceso de elección más dilatado que en otras ocasiones, la nueva Comisión Europea —con Ursula von der Leyen, como presidenta, y Josep Borrell, como vicepresidente y alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad—, empezó a andar en diciembre de 2019. Pero será a lo largo de 2020 cuando podremos constatar si los nuevos liderazgos imprimen un rumbo distinto, si se modifican prioridades y si cambian las formas de hacer política. Alemania asumirá la Presidencia rotatoria de la UE durante la segunda mitad de 2020 y, junto con la cercanía de las elecciones del 2021 al Bundestag, aumentará la discusión sobre qué ha representado Merkel para la construcción europea y acerca del vacío que puede dejar su marcha. Una de las promesas de von der Leyen es la de adoptar una visión más geopolítica, sin llegar a clarificar qué es lo que implica. Esto coincide con una serie de declaraciones, discursos y entrevistas del presidente francés, Emmanuel Macron, marcadamente geopolíticas y que buscan sacudir el pensamiento y la acción del resto de colegas europeos. En 2020 veremos si lo de la Europa geopolítica es algo más que un lema y si el discurso de Macron queda en algo más que una provocación.
Lo que es una realidad incontestable es que los principales vecinos de la UE, Rusia y Turquía, sí que actúan en clave geopolítica y que sus relaciones con la Unión forman parte de la ecuación. Precisamente por eso, el contraste es aún mayor si se tienen en cuenta algunas de las decisiones tomadas a finales de 2019 como la negativa a abrir negociaciones de adhesión con Macedonia del Norte y Albania, los viajes en solitario y sin coordinación previa de líderes europeos a China o la timidísima respuesta de la UE ante la intervención turca en el norte de Siria.
Para desarrollar una visión geopolítica se necesitan recursos y aliados. Respecto a lo primero, lo más probable es que la PESCO (Cooperación Estructurada Permanente en materia de Defensa) continúe avanzando pero a un ritmo o con una ambición que dejará todavía insatisfechos a los países que querrían ir más lejos. Más preocupante es la cuestión de los presupuestos. Las nuevas perspectivas financieras siguen sin acuerdo y el llamado instrumento único —que debe racionalizar y flexibilizar la acción exterior de la UE— no está despertando grandes expectativas de cambio. En cuanto a los aliados, se impondrá la prudencia con Estados Unidos hasta que pasen las elecciones. Con Turquía habrá que manejar la tensión puesto que la UE ha intensificado una relación de dependencia o incluso de subordinación en materia migratoria. Respecto al Reino Unido post-Brexithabrá que ver si se le percibe como un aliado fiable o como un vecino resentido como sucede con Turquía.
Ante esta situación, lo más tentador será volcarse en los temas donde la UE todavía se siente fuerte y respetada. Los casos más claros son el cambio climático y el comercio, pues permiten a la Unión proyectarse como un poder regulador. En 2020 veremos si se utilizan las negociaciones comerciales para intentar incidir en cuestiones medioambientales, de comercio justo, respecto a las cadenas de suministro de minerales y a los derechos laborales, con un fuerte énfasis en materia de lucha contra la explotación infantil, tal como ha prometido von der Leyen. Para tener éxito en estos ámbitos será esencial establecer alianzas con otros actores internacionales, trabajar en ámbitos multilaterales como la OMC y la OCDE y, sobre todo, asegurarse de que haya el mayor consenso posible entre estados miembros. Otro frente regulatorio que explorará la Comisión es el de diseñar un mecanismo de ajuste en frontera de las emisiones de carbono, con el objetivo doble de luchar contra el cambio climático dentro de la UE sin perder competitividad, y de incentivar así una industria menos intensiva en carbono fuera de la Unión. Poner el énfasis en el medio ambiente también puede permitir a la UE desarrollar una visión geopolítica propia. Por una parte, la Unión pondrá cada vez más el foco en los efectos geopolíticos de la transición energética, a través de iniciativas como la Alianza Europea de Baterías. Por la otra, la desertificación, la subida del nivel del mar o la mala calidad del agua potable o del aire pueden no ser problemas de seguridad nacional clásica, pero sí de seguridad humana, una idea acuñada 25 años atrás y que parece algo olvidada. Si Europa quiere ser geopolítica, ésta tiene que ser una geopolítica humana.
Además del comercio y el medio ambiente, la otra gran prioridad va a ser el continente africano. En parte porque los líderes europeos y también los nuevos altos cargos llevan tiempo anunciándolo. Pero también por razones objetivas (proximidad y creciente peso de África en el sistema político y económico internacional), porque aquellos que plantean a China como rival estratégico ven en el continente africano un espacio en disputa, y también porque expira Cotonú y, por lo tanto, en 2020 debe acelerarse la negociación de un nuevo marco de relación con los países del bloque ACP (África-Caribe-Pacífico).
Aunque en Europa existe un amplio consenso de que África representa una prioridad, coexisten maneras muy distintas de aproximarse a la cooperación con el continente. Mientras que en las instituciones e incluso en algunos estados se ha adoptado el discurso de África como espacio generador de oportunidades, para otros —especialmente países vecinos o con fuerte presencia de movimientos de derecha xenófoba— prima un enfoque securitizado y con el control de flujos migratorios como punto número uno de la agenda. Algunos países africanos podrán sentirse tentados de utilizar el supuesto miedo migratorio para negociar bilateralmente y desde una posición de fuerza contra la UE o alguno de sus estados miembros. Eso constituiría un obstáculo para desarrollar una cooperación continente-continente y con una agenda transformadora.
Afrooptimismo y afrorrealismo
África ha ganado centralidad. A nadie se le ocurre ya calificarla como un continente olvidado. África genera muchísimo interés, quizás más de lo que el continente puede absorber. Sobre todo, cuando este interés va acompañado de ambiciones geopolíticas que, planteadas en un contexto de rivalidad global o regional, sitúan este territorio como un espacio preferente de competición. En todo caso, los tiempos del afropesimismo ya han pasado y, en la década que ahora empieza, la discusión sobre África oscilará entre los afrooptimistas, que describirán el continente como un pulmón de vitalidad y generador de oportunidades, y los afrorrealistas, que reconocerán estos desarrollos positivos pero señalarán también su fragilidad o aportarán contrapuntos menos prometedores, como la magnitud de las crisis humanitarias o la vulnerabilidad climática.
Así será cuando hablemos de desarrollo y crecimiento económico. El 1 de julio de 2020 empezarán a estar operativos los mecanismos del Tratado Continental Africano de Libre Comercio que formalmente entró en vigor en 2019. La creación de esta área de libre comercio, una vez haya sido ratificada por todos los estados que ya dieron su acuerdo, será la mayor del mundo en número de países y hay estimaciones que apuntan a que, como resultado, el comercio intraafricano puede incrementarse en un 50%. Además, en el continente africano se encuentran algunas de las economías que crecen más rápidamente. Es el caso, por ejemplo de Etiopía, con estimaciones que llegarían a superar el 9%. Pero también los de Ruanda, Senegal, Ghana, Tanzania o Costa de Marfil, todas ellas economías con crecimientos superiores al 6%. A pesar de estas cifras, el punto débil es que el crecimiento va acompañado de mayores niveles de desigualdad y de mayores retos medioambientales y urbanísticos. Además, la principal potencia económica y demográfica del continente, Nigeria, no consigue superar la barrera del 3% de crecimiento anual desde 2014 y no hay perspectivas de mejora a corto plazo. Y la segunda economía, Suráfrica, tiene niveles de crecimiento todavía más anémicos.
Las visiones optimistas también se han trasladado al ámbito político. Los vientos de cambio en Sudán, tras la destitución de Omar al-Bashir, o el liderazgo del primer ministro de Etiopía, Abiy Ahmed, laureado con el Premio Nobel de la Paz, han despertado expectativas. También ha generado interés el dinamismo de las movilizaciones sociales y políticas —a las que a veces se ha llamado primaveras africanas— o el hecho de que a pesar de los muchos problemas, los cambios de liderazgo en países como Nigeria o la República Democrática del Congo se hayan hecho sin mediar violencia. El contrapunto a esta narrativa está en la fragilidad de las transiciones en curso —empezando por la de Sudán—; en el hecho de que los cambios de liderazgo (como en Zimbabue tras la destitución de Mugabe) no implican necesariamente un cambio de sistema; en los dictadores o en estirpes como los Obiang o los Bongo, que siguen aferrándose al poder; o que incluso Etiopía —a la que se presenta como modelo de éxito y fuente de esperanza— tiene que hacer frente a fuertes tensiones internas con los Oromo y a corrientes de fondo de malestar social.
El regionalismo en África también parece gozar de mejor salud que en el resto del mundo. La Unión Africana se siente reforzada y reclama mayor protagonismo aunque como organización todavía no sea autosuficiente y siga dependiendo, en buena medida, del apoyo que recibe de actores no africanos como la Unión Europea. Aún más exagerada es la dependencia internacional del G5 en el Sahel. En todo caso, la voluntad de articular relaciones con el conjunto del continente africano ha despertado el apetito de muchos actores globales para celebrar cumbres e incluso competir entre sí. La primera cumbre ruso-africana de octubre de 2019, sumándose a las que ya organizaban China, la UE, Turquía o India, apuntaló esta tendencia. En esa misma lógica de competición y espacios de influencia, en 2020 habrá que estar muy atentos a las dinámicas geopolíticas en el mar Rojo, el espacio que conecta África con el complejo de seguridad de Oriente Medio, y a través del cual los países del Golfo también buscan hacerse un hueco en esta competición.
Mediterráneo: cooperación y conflicto
Mientras que África ha transitado del pesimismo al optimismo, el Mediterráneo ha recorrido el camino inverso. En 2020 se conmemorará el 25 aniversario del lanzamiento del Partenariado Euromediterráneo, también conocido como Proceso de Barcelona, por ser en esta ciudad donde tuvo lugar la reunión fundacional. El Mediterráneo representará un desafío colectivo pero especialmente para la UE: no solo por cercanía, sino por la aproximación que pueda realizar una Unión Europea que ha renovado su liderazgo. Desde otros puntos del planeta será difícil atribuir a la UE una capacidad transformadora o estabilizadora si no es capaz de conseguir resultados en su entorno más cercano.
A pesar de las buenas intenciones y del espíritu original, durante estos años no se ha podido construir ni un espacio de estabilidad, ni una dinámica de prosperidad compartida, ni se han intensificado suficientemente los contactos entre las sociedades de ambas orillas. Lo que sí ha sucedido es que se ha ampliado la agenda: medio ambiente, juventud, empleo y refugiados tienen hoy un papel destacado. Además, Europa ya no disfruta de la posición dominante que tenía hace veinte años: Rusia ha reemergido como potencia en el Mediterráneo, y China lo hace de forma más paulatina pero con paso seguro.
En 2020, hablar de Mediterráneo continuará siendo sinónimo de inmigración y refugiados. Comparado con 1995, hoy en día aún es más visible la imagen del Mediterráneo como una enorme frontera, a menudo infranqueable. El temor de las sociedades y los gobiernos europeos a una llegada masiva de refugiados o migrantes será utilizado por los gobiernos del sur y conseguir así contrapartidas o la compra de sus silencios. Y en el norte, coexistirán los discursos del miedo con las iniciativas que, desde la sociedad civil, intentan desfronterizar este espacio y proponen políticas y discursos más amables. De todos los temas que hay sobre la mesa, la forma en que se aborde la agenda migratoria es la que marcará el tono del conjunto de relaciones.
La zona mediterránea es escenario de varios conflictos. En 2020 la violencia no desaparecerá ni en Siria ni en Libia y, en cualquier momento, la temperatura puede aumentar en Palestina o en Líbano. Una de las noticias de 2019 fue el abatimiento de Abu Bakr al-Baghdadi, pero en 2020 vamos a poder comprobar cómo la amenaza del autoproclamado Estado Islámico no ha desaparecido, sino que se ha transformado. El tema de los retornados, especialmente europeos y magrebíes, también escalará posiciones en la agenda de seguridad y de política exterior.
Ante tal panorama, el reto será desarrollar una agenda mediterránea en positivo. Hay que poner en valor la normalidad que ha caracterizado el ciclo electoral en Túnez o el carácter pacífico de las persistentes movilizaciones en Argelia. Pero también hay que incluir temas de fondo como el empoderamiento de la mujer, el desarrollo de las energías renovables, la creciente hibridación cultural, la movilización medioambiental o la voluntad de recuperar el terreno perdido en la agenda de la digitalización. Además, los reflejos de cooperación siguen activados y hay instrumentos disponibles, empezando por la Unión por el Mediterráneo, pero también toda la red de iniciativas que desarrollan las ciudades, las organizaciones de la sociedad civil o los sectores económicos. 2020 no será el año en el que culminen las esperanzas transformadoras que emergieron 25 años atrás pero tampoco debe ser el año en que se entierren definitivamente.
El Mediterráneo encapsula buena parte de los temas que marcarán el 2020. Las tres tendencias que anunciábamos al principio —desigualdad, desincronización y desorientación— se manifiestan con especial intensidad en esta región. Varios países de la zona han sido escenario de protestas y, por tanto, habrá que estar pendientes de las respuestas y de los procesos de aprendizaje. El Mediterráneo continuará siendo uno de los espacios más vulnerables al cambio climático y a otras formas de degradación medioambiental; será el escenario donde constatar la intensidad de las alteraciones en el equilibrio global del poder y también la disrupción tecnológica. Asimismo, la propia idea de cooperación mediterránea nos traslada a la discusión sobre la delicada salud del multilateralismo, y si la Europa geopolítica quiere ser más que un lema tendrá que demostrarlo con hechos en su frontera sur.
Calendario CIDOB 2020
1 de enero. Renovación del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Vietnam, Níger, Túnez, San Vicente y las Granadinas y Estonia formarán parte del Consejo de Seguridad de la ONU como miembros no permanentes en sustitución de Costa de Marfil, Guinea Ecuatorial, Kuwait, Perú y Polonia, que acaban mandato.
11 de enero. Elecciones presidenciales y legislativas en Taiwán. La tensión creciente entre el Gobierno de Taipéi y el de Beijing estos últimos cuatro años marca un ciclo electoral en que los taiwaneses deberán elegir entre varias propuestas que pugnan por un mayor acercamiento a Beijing o a Washington. Las protestas de los últimos meses en Hong Kong han propulsado la candidatura pro-Washington de la actual presidenta Tsai Ing-wen.
12 de enero. 10 años del terremoto de Haití. Fallecieron más de 300.000 personas, hubo más de 350.000 heridos, más de 1,5 millones de personas perdieron su hogar, y la economía del país quedó absolutamente hundida. Haití, todavía hoy, sigue recuperándose de los efectos de uno de los peores desastres naturales de la historia moderna.
22–25 de enero. Foro de Davos. Cita anual que reúne a los principales líderes políticos, altos ejecutivos de las compañías más importantes del mundo, líderes de organizaciones internacionales y ONG, así como personalidades culturales y sociales destacadas.
26 de enero. 25 aniversario de la Guerra del Cenepa (Ecuador–Perú). La intervención decidida de Argentina, Chile, Brasil y Estados Unidos puso fin a un enfrentamiento que pudo haber derivado en un conflicto armado a mayor escala entre Ecuador y Perú. Supuso el inicio de un nuevo marco de relación entre ambos países.
26 de enero. Elecciones parlamentarias en Perú. La crisis política abierta entre el Gobierno y el Congreso a cuenta de una reforma constitucional puso al país al borde de una crisis mayor en 2019. La convocatoria anticipada de elecciones, promovida por el presidente Vizcarra, pretende rebajar la tensión social y política en todo el país.
31 de enero. Salida del Reino Unido de la Unión Europea. La crisis política abierta en el Reino Unido por la gestión del Brexit ha llevado a un aplazamiento del calendario previsto inicialmente hasta finales del mes de enero.
4–11 de febrero. 75 aniversario de la Conferencia de Yalta. La reunión de los líderes de la URSS, Estados Unidos y Reino Unido marcó el curso final de la Segunda Guerra Mundial y las primeras decisiones del período de posguerra, como la partición de Alemania o la creación de Naciones Unidas. Su celebración se considera el preludio del inicio de la Guerra Fría.
5–6 de febrero. Proceso de Varsovia sobre Asuntos Humanitarios y Refugiados. Estados Unidos, Polonia y Brasil son los promotores de esta iniciativa que reúne a más de cuarenta naciones y a múltiples organizaciones internacionales. Esta sexta edición se centrará en compartir las mejores prácticas y lecciones aprendidas sobre la educación y la protección de niños y jóvenes en las respuestas humanitarias a las crisis en Oriente Medio.
9 de febrero. Elecciones legislativas y locales en Camerún. Estas elecciones vendrán marcadas por el clima de inestabilidad política y social del país y por el aumento de la inseguridad y los enfrentamientos armados en la región anglófila del mismo. El principal partido de la oposición ha anunciado su intención de no participar en este proceso electoral, denunciando la pérdida de derechos civiles.
14–16 de febrero. Conferencia de Seguridad de Múnich #MSC20. Con carácter anual, es el mayor foro independiente sobre políticas de seguridad internacional que reúne a figuras de alto nivel de más de setenta países.
16 de febrero. Elecciones legislativas en la República de Guinea. Las crecientes tensiones políticas y sociales en el país en los últimos años, con múltiples denuncias de violaciones de los derechos humanos, condicionan la celebración de estas elecciones a las que, según marca la Constitución guineana, el presidente Alpha Condé no puede presentarse para un tercer mandato sin celebrar antes un referéndum que le permita optar a una nueva reelección.
8–13 de febrero. Décimo Foro Urbano Mundial en Abu Dabi (WUF10). Organizado y convocado por ONU-Hábitat, es la reunión internacional más importante en materia de urbanización y asentamientos humanos. En esta edición el debate estará centrado en torno al lema «Ciudades de oportunidades: conectando cultura e innovación».
21 de febrero. Elecciones legislativas en Irán. Serán un buen termómetro de la popularidad del presidente Hassan Rohani y sus aliados. Las tensiones y disputas con Estados Unidos, la fragilidad del Acuerdo Nuclear de 2015, una profunda crisis económica y la creciente tensión social interna pueden movilizar al electorado más conservador y nacionalista.
2 de marzo. Apertura de archivos secretos del Pontificado de Pío XII. El papa Francisco anunció que se harían públicos todos los documentos del pontificado de Pío XII, quien lideró la Iglesia católica entre el 2 de marzo de 1939 y el 9 de octubre de 1958. Su papado sigue siendo objeto de discusiones y polémicas, especialmente por su papel durante la Segunda Guerra Mundial.
11 de marzo. 30 aniversario del retorno de la democracia en Chile. Se cumplen treinta años de la toma de posesión de Patricio Aylwin como presidente de Chile, tras la convocatoria de las primeras elecciones democráticas en el país tras los diecisiete años de dictadura de Augusto Pinochet.
15 y 22 de marzo. Elecciones municipales en Francia. Estas elecciones medirán la capacidad del partido del presidente Macron, La República en Marcha, de tener presencia territorial, por primera vez, en las principales ciudades del país. También servirán para confirmar la pujanza de la ultraderechista Agrupación Nacional, que lidera Marine Le Pen. París será la principal plaza en juego en estas elecciones locales, en las que la actual alcaldesa, la socialista Anne Hidalgo, parte como favorita para revalidar el cargo.
20 de marzo. Cuarto aniversario del acuerdo migratorio Turquía – Unión Europea. Cuatro años después de su implementación, el acuerdo ha reducido ostensiblemente el volumen de la ruta migratoria Turquía-Grecia. Buen momento para discutir los efectos de las políticas de externalización de fronteras a escala global con una especial mirada en el Mediterráneo.
30–31 de marzo. Cumbre Global de Inteligencia Artificial en Riad. Arabia Saudí organizará la primera edición de este foro internacional para avanzar en el desarrollo de la inteligencia artificial y las tecnologías relacionadas. El Gobierno saudí ambiciona convertirse en un líder mundial en este sector.
12 de abril. Elecciones en Macedonia del Norte. El bloqueo de las negociaciones para la adhesión del país a la Unión Europea por parte de Francia ha forzado la celebración anticipada de elecciones pocos meses después del histórico acuerdo alcanzado entre el Gobierno macedonio y el griego. Estas elecciones coincidirán con la incorporación de Macedonia del Norte a la OTAN.
15 de abril. Elecciones legislativas en Corea del Sur. El Partido Demócrata, que dirige el actual presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, podría no tener garantizada una victoria en las elecciones legislativas por las continuas crisis políticas en su gobierno ante los escándalos de corrupción que se están denunciando. El inestable contexto internacional, marcado por una desaceleración económica global y la incertidumbre generada por la guerra comercial entre EE. UU. y China, tampoco le favorecen.
15–16 de abril. World Humanitarian Forum. Organizado en Londres, reúne a destacados líderes y a las agencias de desarrollo internacional y ayuda global, así como representantes políticos y empresariales. Esta edición estará dedicada a los nuevos modelos de financiación, a los refugiados y al cambio climático.
20 de abril. Elecciones regionales en Iraq. En Iraq no se celebran este tipo de elecciones desde 2013. Las protestas generalizadas que se suceden en el país desde hace meses dificultan, esta vez, su posible celebración, especialmente tras la dimisión del ex primer ministro Adel Abdul Mahdi en el mes de noviembre. Tampoco se descarta una convocatoria anticipada de elecciones legislativas.
21 de abril. 60 aniversario de la fundación de Brasilia. Patrimonio de la Humanidad desde 1987, la capital de Brasil es una ciudad utópica construida en pleno desierto, sede del Congreso y del Senado, con más de un 10% de sus habitantes que trabajan para alguna administración pública. Este aniversario coincide, además, con los planes del Gobierno egipcio de inaugurar su propia capital administrativa y con la aceleración de los planes del Gobierno indonesio para también trasladar la capital del país a la isla de Borneo.
3 de marzo. Supermartes preelectoral en Estados Unidos. Ese día se escogen la mayor parte de delegados que posteriormente decidirán quienes son los candidatos demócrata y republicano que se enfrentarán en las elecciones del 3 de noviembre. La carrera para escoger al candidato o la candidata demócrata generará especial interés.
5 de marzo. 50 aniversario de la entrada en vigor del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares. El Tratado, firmado en 1968 y que entró en funcionamiento dos años después, restringe la posesión de armas nucleares e intenta detener su proliferación. Sin embargo, es un año donde habrá que estar pendientes de si Irán se retira del mismo y de las negociaciones entre Estados Unidos y Corea del Norte.
Marzo–abril. Elecciones legislativas y locales en Serbia. La negativa del presidente Vucic a modificar la ley electoral ha llevado a la oposición a anunciar el boicot a las elecciones legislativas y locales previstas para la primavera de 2020.
Abril. Elecciones parlamentarias en Kuwait. Numerosos casos de corrupción han marcado la actualidad política del país en los últimos meses, forzando la renuncia de ministros y la disolución del Gobierno.
7 de mayo. Elecciones locales en Reino Unido. Buen momento para medir el grado de apoyo de los principales partidos políticos tras la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Londres se convertirá en el principal campo de batalla político, en el que el actual alcalde, Sadiq Khan, se presentará a la reelección.
8 de mayo. 75 aniversario de la capitulación de Alemania en la Segunda Guerra Mundial. También conocido como el Día de la Victoria, supuso la rendición de la Alemania nazi frente a los Aliados.
20 de mayo. Elecciones presidenciales y legislativas en Burundi. El presidente Nkurunziza optará a un tercer mandato tras un controvertido cambio constitucional denunciado por grupos opositores y organismos internacionales. La escalada de represión de los últimos meses y las protestas generalizadas en todo el país dificultarán la normal celebración de unas elecciones que no cuentan con el aval de buena parte de la comunidad internacional.
2–6 de junio. Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Océano. Portugal acogerá una nueva edición de este foro en que se trabaja para alcanzar las metas del ODS 14, centrado en la conservación y sostenibilidad de los océanos. El cambio climático y la contaminación ambiental son dos de los principales factores que están afectando la salud de los mares y océanos de todo el planeta y, especialmente, a más del 60 % de las especies animales y vegetales del mundo que viven en estos hábitats.
10–12 de junio. 46 Cumbre del G7. Estados Unidos acogerá una nueva edición del G7 donde se debatirán y buscarán acuerdos sobre algunos de los problemas mundiales más acuciantes.
Primer semestre. Elecciones legislativas en Egipto. El presidente Al-Sisi buscará garantizar que la nueva cámara esté dominada por un bloque más leal a sus intereses. Los comicios se celebrarán en un contexto de inestabilidad interna, tras la oleada de protestas registrada en el país durante el segundo semestre de 2019. Por otro lado, 2020 coincidirá con la inauguración de la nueva capital administrativa que se ha construido al este de El Cairo.
Primer semestre. Elecciones presidenciales en Polonia. La mayoría absoluta del PiS, obtenida en las pasadas elecciones legislativas del mes de octubre, hace presagiar una victoria del partido de Jaroslaw Kaczynski en las presidenciales, lo que permitiría ahondar en la agenda conservadora aplicada en los últimos años en el país, con una fuerte contestación social y choques constantes con la Comisión Europea.
17 de julio. Lanzamiento de la Mars 2020 Rover Mission. La NASA inicia una de sus misiones más ambiciosas de los últimos años. Se espera que el vehículo de exploración que transporta la Mars 2020 aterrice en Marte el 18 de febrero de 2021, con el objetivo de encontrar señales de vida microbiana, firmas biológicas pasadas y de analizar el clima y la geología del planeta, recolectando muestras para un futuro regreso a la Tierra.
24 de julio – 4 de agosto. Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Japón acoge la XXXII edición del principal acontecimiento deportivo mundial que se realiza cada cuatro años; una buena oportunidad para el país anfitrión de dinamizar una economía estancada en los últimos años.
2 de agosto. 30 aniversario de la Guerra del Golfo. Conmemoración de la intervención internacional, liderada por Estados Unidos con el apoyo de 34 países y autorizada por las Naciones Unidas, como respuesta a la invasión de Kuwait por la República de Iraq, liderada por Sadam Hussein.
6 y 9 de agosto. 75 aniversario del lanzamiento de la primera bomba atómica. El ataque provocó la muerte directa de más de 150.000 personas por la explosión nuclear sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki.
2 de septiembre. 75 aniversario de la rendición de Japón. Fin de la Segunda Guerra Mundial. La Conferencia de Potsdam, celebrada pocas semanas antes, entre el 17 de julio y el 2 de agosto, marcó las condiciones de la rendición del Gobierno japonés, acelerada tras Hiroshima y Nagasaki.
17–30 septiembre. 75 sesión de la Asamblea General de Naciones Unidas. Una cita anual que reúne a todos los líderes mundiales para evaluar el actual estado de sus políticas nacionales y su visión del mundo.
21 de septiembre. Reunión de jefes de Estado y de Gobierno en Nueva York para conmemorar el 75 aniversario de la ONU, con el lema «El futuro que queremos, las Naciones Unidas que necesitamos: reafirmación de nuestro compromiso colectivo con el multilateralismo».
23 de septiembre. Diálogo de Alto Nivel en la ONU sobre financiación para el desarrollo. Busca atraer y dirigir las inversiones públicas y privadas de todo el mundo para la implementación de acciones y programas alineados con la consecución de los objetivos de desarrollo sostenible.
26 de septiembre. Global Goal Live 2020. Al estilo del histórico Live Aid de 1985, se ha anunciado la celebración de un gran concierto benéfico mundial que tendrá lugar, de manera simultánea, en las principales ciudades del mundo. Su objetivo es recaudar fondos para ayudar a acabar con la pobreza extrema y afrontar el cambio climático. Ya se ha anunciado la participación de los principales grupos y cantantes de renombre mundial.
4 de octubre. Elecciones locales y regionales en Brasil. Buen momento para calibrar el grado de apoyo que tiene el partido de Jair Bolsonaro, sus aliados y sus políticas públicas en algunas de las principales ciudades y regiones del país, en un contexto además altamente volátil tras la salida de prisión del expresidente Lula.
20 de octubre. World Expo Dubai. Será la primera vez que un evento de estas características se celebre en un país árabe. Los organizadores han comunicado que Israel participará en este acontecimiento. Se considera que la ocasión podría ser también un buen momento para intentar rebajar la tensión entre los países del Golfo.
24 de octubre. 75 aniversario de la entrada en vigor de la Carta de las Naciones Unidas. El texto fundacional se firmó en San Francisco en 1945. El año 2020 será un momento adecuado para hacer un balance de estos setenta y cinco años de Naciones Unidas, pero también sobre el estado del multilateralismo.
25–27 de octubre. Cumbre Mundial de la Salud. Organizada por Alemania, reúne a los principales responsables y líderes de la toma de decisiones en el ámbito de la salud, ya sea del sector público o privado.
Octubre. Elecciones presidenciales y parlamentarias en Tanzania. La creciente tensión política y social en el país, marcada por la vulneración de derechos básicos y la persecución de un sector de la oposición por parte del partido en el Gobierno, influirá en las elecciones previstas para el mes de octubre.
1 de noviembre. Elecciones parlamentarias en Azerbaiyán. La política en el país ha venido marcada desde 1993 por las presidencias de los Aliyev, padre e hijo. En las pasadas elecciones de 2015 la oposición decidió no participar en el proceso ante la falta de garantías electorales.
3 de noviembre. Elecciones presidenciales en Estados Unidos. Son los comicios más importantes de todo 2020. Trump aspira a la reelección y el perfil de los candidatos demócratas augura una campaña polarizada. El calendario electoral condicionará las decisiones de Washington en política exterior.
9–19 de noviembre. COP26 en Glasgow. Reino Unido acogerá una nueva edición de la mayor cumbre mundial sobre cambio climático. Los gobiernos participantes deberán revisar sus promesas de reducción de emisiones de carbono acordadas en la Cumbre de París de 2015.
21–22 de noviembre. 15 Cumbre del G20. Arabia Saudí albergará la quinceava edición de este foro internacional bajo el lema «Aprovechando las oportunidades del siglo xxi para todos». Se ha anunciado la participación de Jordania, Singapur, España y Suiza como invitados al acontecimiento.
27–28 de noviembre. 25 aniversario del Proceso de Barcelona. En 1995 se lanzó un marco de diálogo y cooperación entre países europeos y sus socios del este y del sur del Mediterráneo. 2020 puede ser un momento idóneo para impulsar estas relaciones o para pensar colectivamente por qué no se han conseguido los objetivos marcados hace un cuarto de siglo.
Noviembre. 27 Cumbre Iberoamericana. Andorra acogerá una nueva edición del principal foro iberoamericano que reúne a los jefes de Estado y de Gobierno de 22 países. Esta edición tiene como lema «Innovación para el desarrollo sostenible – Objetivo 2030».
Noviembre. Elecciones parlamentarias y referéndum constitucional en Burkina Faso. El país se encuentra sumido en una fase de creciente inestabilidad política y social por el aumento de los ataques terroristas en el país y la consiguiente crisis humanitaria causada por el desplazamiento forzado de civiles. Se espera la aprobación de una reforma constitucional que profundice en la mejora de las principales instituciones del país.
Noviembre. Elecciones parlamentarias en Myanmar. Si las elecciones de 2015 fueron determinantes respecto a la transferencia de poder, las elecciones de 2020 deben decidir si se profundiza en la democratización y si se apuesta por una gobernanza más inclusiva, especialmente con las minorías étnicas, o bien si se retrocede a un período de fuerte inestabilidad interétnica y social.
6 de diciembre. Elecciones legislativas en Venezuela. Maduro ha prometido elecciones legislativas. La comunidad internacional presionará para que éstas sean libres y legítimas. La oposición, con el apoyo del Grupo de Lima, seguirá exigiendo elecciones presidenciales.
10 de diciembre. Premio Nobel de la Paz. El más controvertido de los premios Nobel se entrega el Día de los Derechos Humanos, aniversario además de la muerte de Alfred Nobel.
Pendiente. Cumbre Mundial sobre Gobernanza Tecnológica. Barcelona acogerá la primera edición de esta cumbre sobre los grandes retos alrededor de la transformación tecnológica, que pretende evaluar el impacto de la revolución que ésta supone en la sociedad y la economía.
E-ISSN: 2013-4428
D.L.: B-8439-2012