El factor tiempo en Siria

Opinion CIDOB 204
Fecha de publicación: 09/2013
Autor:
Eduard Soler i Lecha, coordinador de investigación, CIDOB
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Eduard Soler i Lecha

Coordinador de investigación, CIDOB

25 Septiembre 2013 / Opinión CIDOB, n.º 204 / E-ISSN 2014-0843

 

Dos años de guerra civil en Siria y Bashar Al-Assad sigue ganando tiempo y sacando provecho de las debilidades de sus adversarios. Al acceder a la propuesta rusa, posteriormente negociada con los EEUU, de destruir, bajo supervisión de Naciones Unidas, su arsenal químico, aleja la amenaza de una intervención internacional. Es más, se convierte en un actor imprescindible para proceder a un desmantelamiento seguro de este arsenal. Y esto no es una cuestión menor ya que ni Estados Unidos ni Israel han ocultado que una de sus principales prioridades en este conflicto es evitar que las armas químicas almacenadas en Siria puedan caer en manos de grupos de signo tan distinto como el Frente Al-Nusra (afiliados a la marca Al Qaeda) o pasar a manos de Hezbollah, el fiel aliado de Al-Assad en Líbano. Con todo, parece muy improbable que estos grupos dispongan de los medios técnicos y logísticos para utilizarlas por si mismos.

 

El texto del acuerdo ruso-americano estipula que en verano de 2014 debería haberse destruido totalmente este arsenal. No obstante, para Bashar Al-Assad no parece suficiente. A través de una entrevista en la cadena FOX, en la que ha pedido un año de plazo y 1000 millones de dólares de asistencia financiera, Bashar Al-Assad demuestra sentirse ganador en el pulso que ha tenido con Obama y sus aliados y, por consiguiente, cree sentirse con suficiente fuerza no solo para resistir sino para ganar el pulso con los rebeldes. Lo más probable es que Bashar Al-Assad utilice este tiempo para seguir perfeccionando su estrategia de convertir el conflicto sirio en un enfrentamiento sectario donde él y su régimen emerjan como única garantía para las minorías.

 

Cabe recordar que cuando empezaron las primeras protestas en Siria, en marzo de 2011, la oposición defendió la política de los “tres noes”: no a la violencia, no al sectarismo, no a la intervención internacional. Sin embargo, tras meses de resistencia pacífica, empezó a organizarse una resistencia armada articulada entorno al Ejército Libre Sirio. También se abrió una ventana de oportunidad para la penetración de elementos y grupos yihadistas internacionales, el más conocido de ellos es el Frente al-Nusra. Este grupo controla actualmente parte del territorio y ha capturado el conflicto para plantear una batalla que nada tiene que ver con los ideales revolucionarios y democráticos de las primeras protestas.

 

Aunque desde el punto de vista militar los grupos yihadistas son una amenaza importante para el régimen, al haberle planteado una guerra urbana asimétrica difícil de combatir si no es a costa de un alto precio en destrucción y vidas inocentes, su fortalecimiento en detrimento de grupos más moderados de la oposición, ha supuesto un balón de oxígeno para Bashar al-Assad. Le ha dado munición para alimentar la política del miedo. Especialmente entre las comunidades alauíes, cristianas y otras minorías que temen por su supervivencia si los grupos radicales se hicieran con el poder político y militar tras una eventual caída del régimen. Incluso una parte significativa de la comunidad kurda, tradicionalmente maltratada por un régimen que se autodenominaba como nacionalista árabe, piensa hoy que tiene más que ganar pactando con el régimen una especie de autonomía como la de sus vecinos iraquíes que luchando al lado de los yihadistas.

 

El fortalecimiento del yihadismo también está condicionando la posición de una parte importante de la comunidad internacional ante el conflicto. No son pocos los sectores que, sin tener ninguna simpatía hacia Al-Assad, temen salir del fuego para caer en las brasas. Al mismo tiempo, también los hay que, siendo contrarios a una intervención, bien sea por principios o por intereses, sobredimensionan el factor yihadista para justificar su inacción. Todo ello tiene un efecto paralizante que da tiempo y cobertura al régimen para proseguir su represión sangrienta y, con ello, radicalizando todavía más las posiciones de las partes en conflicto con el objetivo de acabar emergiendo como único garante posible de la seguridad frente al caos provocado por los “terroristas”.

 

El conflicto sirio se ha convertido en una guerra de supervivencia, no sólo en términos políticos sino también en términos físicos. Ambos bandos creen que ceder ante el adversario equivale, literalmente, a cavar su propia tumba o condenarse a un exilio permanente. Y ambos bandos tienen suficiente apoyo de sus aliados regionales e internacionales para mantener el conflicto vivo en los próximos meses, o incluso años. Mientras tanto, se agudiza la ya enorme catástrofe humanitaria y las potencias extranjeras, esclavas de sus intereses particulares, continuarán siendo incapaces de aliviarla. Con 100.000 fallecidos, dos millones de refugiados e incontables desplazados internos, el coste humano de este conflicto aumenta exponencialmente con el paso de los días. En estas circunstancias, seguimos dibujando escenarios, algunos malos, otros peores y preguntándonos qué o quién podría detener este espiral de destrucción.

 

Si se consolida la apuesta de Bashar Al-Assad de convertirse en un actor indispensable para las grandes potencias, proseguirá una guerra de desgaste en la que ambos bandos continuarán radicalizándose. Sin embargo, no debemos descartar que un error táctico por parte del régimen (como atacar a algún país vecino o no colaborar en el programa de desarme) pudiera volver a activar los planes de intervención que, en estas circunstancias, podrían tener mayor respaldo de la comunidad internacional. Finalmente, lo que tantos desean y pocos esperan es la solución política, empezando por una conferencia de paz (Ginebra II) que difícilmente tendría éxito si no hay un cambio de estrategia entre quienes avalan a Al-Assad (Irán y Rusia) y si la oposición Siria no es capaz de actuar de forma más cohesionada y está dispuesta a hacer alguna concesión dolorosa como la supervivencia política de una parte del régimen.

 

Aunque todo está abierto y no todo está en manos de Al-Assad, parece cada vez más claro que tanto el régimen como los sectores más radicales de los rebeldes se sienten suficientemente cómodos en el primer escenario. Un conflicto permanente y de naturaleza sectaria es para los yihadistas una oportunidad para tomar el poder y, para Al-Assad, todavía supone la forma más sencilla de conservarlo.